Noviembre de 1977
“Me seréis testigos”
por el presidente Spencer W. Kimball
Ninguna persona que se haya convertido al evangelio debe evadir su responsabilidad de enseñar la verdad a otras personas. Ese es nuestro privilegio, nuestro deber; y es un mandamiento del Señor. El presidente Heber J. Grant dijo:
“El primer gran mandamiento es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, poder, mente y fuerza; y el segundo es semejante: amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Y la mejor manera de demostrar nuestro amor por nuestro prójimo es ir por todas partes y proclamar el Evangelio del Señor Jesucristo, del cual Él nos ha dado conocimiento absoluto concerniente a su divinidad.” (Conference Repon, april de J927, pág. 176.)
Hace algunos años me preguntaron: “¿Debe todo joven miembro de la Iglesia salir a cumplir una misión?” Yo respondí con la respuesta que el Señor ha dado: “Sí, todo joven digno debe salir de misionero”. El Señor así lo espera, y si no es digno de salir de misionero, entonces de inmediato debe comenzar a hacerse digno. El Señor nos ha instruido:
“Enviad los élderes de mi Iglesia a las naciones que se encuentran lejos; a las islas del mar; enviadlos a los países extranjeros; llamad a todas las naciones, primeramente a los gentiles y después a los judíos.” (D. y C. 133:8.)
De modo que los jóvenes de la Iglesia que están en edad de ser ordenados élderes, deben estar preparados y ansiosos para salir al mundo como misioneros. En la actualidad, sólo una tercera parte de los jóvenes elegibles de la Iglesia han salido a una misión. ¡Una tercera parte no es “todo joven”!
Alguien quizás también pregunte: “¿Debe cada mujer joven, cada padre y madre, cada miembro de la Iglesia, salir como misionero? Nuevamente, el Señor ha provisto la respuesta: Sí, cada varón, mujer, y niño; cada joven y cada pequeñuelo debe ser misionero. Esto no significa que deban ir al extranjero ni ser apartados como misioneros regulares. Significa que cada uno de nosotros tiene la responsabilidad de dar testimonio de las verdades del evangelio que se nos han dado. Todos tenemos parientes, vecinos, amigos y compañeros de trabajo, y es nuestra responsabilidad enseñarles las verdades del evangelio, tanto por precepto como por ejemplo. Las Escrituras indican claramente que todos los miembros de la Iglesia son responsables de realizar la obra misional:
“…y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo.” (I), y C. 88:81.)
Los profetas de esta dispensación también han enseñado claramente el concepto de que el servicio misional es responsabilidad de todos los miembros. El presidente David O. McKay enseñó ese principio con estas palabras de exhortación: “¡Cada miembro un misionero!” (Conference Repon, abril de 1959, pág. 122.)
¡Cuán emocionante es, queridos hermanos miembros del reino de Dios, recibir del Señor la responsabilidad de servir como mensajeros de su obra a otros hermanos que no son miembros de la Iglesia! Por un momento supongamos que no sois miembros de la Iglesia, y que las personas que actualmente no son miembros de la Iglesia son Santos de los Últimos Días. ¿Desearíais que ellos compartieran el evangelio con vosotros? ¿Aumentaría vuestro amor y respeto por el prójimo que ha compartido, estas verdades con vosotros? ¿Disfrutaríais entonces de las nuevas verdades que habéis aprendido?
Por supuesto que la respuesta a todas esas preguntas sería:
“Si”.
Las Escrituras nos dicen definitivamente que el evangelio debe llevarse a todo el mundo. El Salvador recalcó esto cuando fue con sus Apóstoles a la cima del Monte de los Olivos antes de su ascensión y dijo:
“…y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, y en Samaría, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8.)
Hoy, sus discípulos están bajo el mismo mandato y ciertamente sus palabras “hasta lo último de la tierra” incluyen a los habitantes de lodos los continentes y a los lugares más remotos de la tierra.
“…y testificarás de mi nombre no sólo a los gentiles, sino a los judíos también; y mandarás mis palabras a los cabos de la tierra.” (D, y C. 112:4.)
Ciertamente hay significado en las palabras del Señor: “todas las naciones”, “cada nación”, “lo último de la tierra”, “cada lengua”, “los cabos de la tierra”, Esto fue y es una necesidad universal, por lo que la aplicación debe ser universal. La humanidad es la familia universal de nuestro Padre Celestial, y hemos recibido el mandato universal de llevar el evangelio a los miembros de esta familia.
Si no hubiera conversos, la Iglesia se marchitarla y morirla. Pero quizás la razón más grande para realizar la obra misional es dar al mundo la oportunidad de escuchar y aceptar el evangelio. Las Escrituras están repletas de mandamientos, y promesas, y llamamientos, y recompensas por enseñar el evangelio. Deliberadamente utilizo la palabra mandamiento porque parece ser un mandato insistente del cual no podemos escapar individual ni colectivamente. Además, el mandamiento es claro: no sólo todos los miembros de su Iglesia deben prestar servicio misional, sino que debemos llevar el evangelio a todos los hijos de nuestro Padre Celestial en esta tierra.
El Señor ha indicado que cuando proclamamos su palabra debemos esperar que su poder esté con nosotros. Él ha dicho: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”. Y luego en el siguiente versículo indica una manera en que este poder debe utilizarse:
“Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.” (Mateo 28:18-20.)
Si la obra misional es ciertamente la obra del Señor, y lo es, y si toda potestad nos es dada, entonces ¿por qué, como Santos de los Últimos Días, vacilamos en llevar el evangelio a otras personas?
El Señor le dijo a su profeta Jeremías, “He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?” (Jer. 32:27). Yo creo que Dios puede hacer lo que desea, y ciertamente desea que su Evangelio se enseñe a toda persona en la tierra.
El Señor ha indicado que no sólo abrirá las puertas necesarias para la obra misional, sino que acompañará a los que participen en su servicio. Más adelante en esta dispensación, hizo la siguiente promesa al presidente del Consejo de los Doce, y los mismos principios se aplican a todos los que están en su servicio:
“De modo que, a donde os manden, id, y yo estaré con vosotros; y sea cual fuere el lugar donde proclamareis mi nombre, se os abrirá una puerta eficaz para que reciban mi palabra.” (D. y C. 112:19.)
Por lo tanto, como misioneros no debemos preguntarnos si debemos servir o no, sino que debemos prepararnos y hacerlo. No hay puertas impenetrables en el mundo en lo que respecta a la enseñanza del evangelio. No veo razón por la que el Señor tenga que abrir puertas que no estamos preparados para pasar. Y si no entramos, la responsabilidad caerá sobre nuestros hombros. Si no cumplimos nuestro deber con respecto al servicio misional, estoy convencido de que Dios nos considerará responsables por las personas que se hubieran salvado si hubiéramos cumplido con nuestro deber.
Nuestro papel como misioneros no consiste fundamentalmente en convencer a la gente de la veracidad del evangelio, Si el Señor estuviera primordialmente interesado en convencer a la gente de la divina naturaleza de su obra, quizás demostraría sus poderes en tal manera que un gran número de personas conocerían la verdad en un período de tiempo relativamente corto: Podría hablar si quisiera, y todos los habitantes del mundo lo oirían en su propio idioma. O podría hacer aparecer sus palabras en el firmamento donde todos pudieran leerlas. Pero si las personas así convencidas realmente no mejoraran su vida, no se arrepintieran de sus pecados ni se volvieran a Él en justicia, serían peores que antes y se harían más insensibles a la inspiración del Espíritu Santo.
No, el interés principal del Señor no es que sus hijos estén sólo convencidos de su obra sino que quiere que se conviertan al evangelio. Las personas realmente convertidas rechazan sus maneras pecadoras de vivir, cambiando a una nueva vida en Cristo; esa es realmente una “conversión”; o cambio de vida. Como el apóstol Pablo mencionó en la antigüedad:
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Cor. 5:17.)
En realidad, el misionero no convierte a nadie: el Espíritu Santo es el que lo hace, El poder de conversión está directamente asociado con el Espíritu Santo, porque ninguna persona puede ser realmente convertida y saber que Jesús es el Cristo si no es por el poder del Espíritu Santo. Sin embargo, los misioneros y los miembros son partes necesarias y vitales en el proceso de conversión. Debemos dar nuestro testimonio de que el evangelio es verdadero; y puede que éste sea la chispa que encienda el proceso de conversión. En consecuencia, nuestra responsabilidad es doble: debemos dar testimonio de las cosas que sabemos, sentimos y hemos sentido, y debemos vivir de tal forma que el Espíritu Santo pueda estar con nosotros y de ese modo transmitir nuestras palabras con poder al corazón del investigador.
El Señor ha prometido grandes bendiciones en proporción a nuestra preocupación por compartir el evangelio, y a medida que ocurran milagros espirituales recibiremos ayuda del otro lado del velo.
“Y quienquiera que os reciba, allí estaré yo también, porqué iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestros corazones y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros.” (D. y C. 84:88.)
El Señor nos ha dicho que nuestros pecados serán perdonados más fácilmente si traemos almas a Cristo y con determinación continuamos dando nuestro testimonio al mundo. (Véase D. y C. 84:61.) En la sección 4 de Doctrinas y Convenios, una de las Escrituras más importantes que se refieren a la obra misional, se nos dice que si servimos al Señor “con todo vuestro corazón, alma, mente y fuerza”, entonces podremos aparecer “sin culpa ante Dios en el último día” (versículo 2). Además, el Señor dice:
“Y si fuere que trabajereis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo, y me trajereis, aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande no será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!
Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:15-16.)
Nuestra meta consiste en identificar lo antes posible cuáles de los hijos de nuestro Padre están espiritualmente preparados para alcanzar el bautismo en el reino. Una de las mejores maneras consiste en presentar cuanto antes a vuestros amigos, parientes, vecinos, y conocidos a los misioneros regulares. No pretendáis que el proceso de hermanamiento dure mucho tiempo, ni aguardéis por el momento preciso y perfecto. Lo que debéis saber es si son los elegidos: “… porque mis elegidos escuchan mi voz y no endurecen sus corazones” (D. y C. 29:7). Si ellos escuchan y abren su corazón al evangelio, inmediatamente se hará evidente. Si no quieren escuchar y el escepticismo y los comentarios negativos han endurecido su Corazón, es porque no están preparados. En tal caso, seguid amándolos y hermanándolos y esperad hasta la próxima oportunidad para ver si están preparados; así no perderéis su amistad ni su respeto.
Por supuesto, surgen situaciones desmoralizadoras; pero al final nada se pierde. Nadie ha perdido un amigo porque éste desee que se .ponga fin a las visitas de los misioneros. El miembro puede continuar su asociación con esta familia sin temor a que su amistad o relación especial se quebrante. A veces a unos les toma más tiempo que a otros ir a la Iglesia, y en estos casos, el miembro debe continuar hermanando y tratar de lograr la conversión en una próxima oportunidad. No os desmoralicéis por una momentánea falta de progreso: hay miles de relatos referentes al valor de la perseverancia en la obra misional.
En ciertas regiones del mundo, los miembros están logrando Un éxito notable. Están suministrando tantas y tan buenas referencias de personas que están listas para que se les enseñe en casa de un miembro, o en su propia casa con el miembro presente, que los misioneros están ocupados de la mañana a la noche sólo enseñando y preparando a las familias que van a bautizarse.
La verdadera meta del proselitismo eficaz es que los miembros proporcionen investigadores y los misioneros regulares les enseñen. Esto ayuda a resolver muchos de los viejos problemas que afligían a los misioneros. Cuando los miembros, son quienes consiguen los investigadores, sienten un interés personal en el hermanamiento; se pierden menos investigadores antes del bautismo, y los que están bautizados tienden a permanecer activos. Otro resultado es que cuando el miembro participa en la conversión, aun en forma indirecta, el investigador parece intuir más prontamente que los mormones tienen, un código de salud (la Palabra de Sabiduría no les sorprenderá), que los mormones pasan el domingo en la Iglesia y no de pesca o en deportes (guardar el día de reposo no les sorprenderá), y que los mormones contribuyen gustosarnente a los programas de la Iglesia (entienden mejor el diezmo, las ofrendas de ayuno, el presupuesto, fondo de edificación, fondos misionales, etc.) Cuando la sorpresa es mínima o no existe, se puede vencer más fácilmente la resistencia al bautismo.
Los misioneros enseñan también a las personas individualmente, pero se les ha enviado especialmente para que traigan familias a la Iglesia. La familia se integrará a la Iglesia más fuertemente que una personas sola. Aún una persona fuerte dentro de la familia ayudará a todos sus miembros a permanecer activos y a vencer cierto período de indiferencia que pueda afectar a alguno de ellos.
Esperamos tener la completa cooperación de los misioneros de estaca y los regulares y la participación de los miembros de la Iglesia en general para abrir la puerta del evangelio a los otros hijos de nuestro Padre Celestial. Una de las principales maneras en que esto se puede lograr es mediante el uso de las organizaciones y programas de proselitismo de la Iglesia. Por lo tanto, todos los oficiales, maestros, y miembros del Sacerdocio y de las organizaciones auxiliares, deben mantener sus organizaciones en orden, convirtiéndolas en verdaderos faros que, en la cima de un monte, puedan dar luz a todo el mundo.
Recalcamos vigorosamente la necesidad de llevar a cabo la obra misional bajo el sistema de correlación del Sacerdocio, para que los investigadores sean hermanados dentro de los programas de la Iglesia de tal modo que muy pronto sean miembros fieles y activos. Esta es, entonces, otra manera en la que todos los miembros de la Iglesia se dediquen en forma activa y constante al servicio misional, hermanando, haciendo amistades, y alentando a los nuevos miembros de la Iglesia.
En resumidas cuentas, permitidme citaros las palabras del profeta José Smith: “La verdad de Dios avanzará intrépidamente…. hasta que haya penetrado en todo continente… y resonado en todo oído, hasta que sean cumplidos los propósitos de Dios”. Y entonces esta significativa revelación:
“Porque, en verdad, el pregón tiene que salir de este lugar a todo el mundo, y a los cabos más distantes de la tierra; tiene que predicarse el evangelio a toda criatura…” (D. y C. 58:64.)
























