1977 Conferencia de Área en la ciudad en la Paz, Bolivia
La influencia materna
por el presidente Spencer W. Kimball
Sesión para madres e hijas
Mis queridas hermanas, como mencionó el presidente Romney, esta es la primera vez que he podido asistir a una de estas reuniones, ya que por lo general estoy dirigiendo una reunión de sacerdocio en el momento en que vosotras estáis efectuando la vuestra. Me siento muy contento por este privilegió.
La madre es muy vital en la vida de sus hijos, y naturalmente también lo es el padre, pero os interesaría saber que vuestros hijos consideran vuestra opinión como algo supremo.
En los últimos treinta años he asistido a numerosas reuniones de misioneros; frecuentemente los invitamos a esta reunión para que expresen su testimonio. Recuerdo una reunión que efectuamos en la Ciudad de México, la cual duró hasta las once de la noche, porque todos los misioneros deseaban expresar su testimonio. Lo que me impresionó más de dicha reunión fue que estos jóvenes, casi invariablemente mencionaron a sus madres. Me pareció evidente que las madres eran las que escribían el mayor número de cartas a los misioneros. Los padres, por cierto estaban interesados, pero ellos hacían otras cosas y casi sin excepción, el misionero decía: “Le agradezco al Señor mi hermosa madre. Nunca deja de escribirme; nunca deja de enseñarme; cuida que obedezca mis principios” y luego agregaba: “Estoy ansioso por volver a casa para ver a mi madre”. Naturalmente que también amaba a su padre, pero la madre es preeminente en la crianza de sus hijos. Debemos decir a vuestros esposos que ellos también deben trabajar en este aspecto, pero ahora me estoy dirigiendo a vosotras.
Recuerdo a una pariente distante que tenía una familia muy numerosa. Un día se encontraba hablando acerca de su familia, y dijo: “Mientras amamantaba a mi bebé, pensaba que seguramente sería el presidente de la nación, o el presidente de la Iglesia; pero cuando llegó a la adolescencia, empecé a preguntarme si siquiera podría mantenerlo fuera de la prisión”. Por cierto que esto era en parte una broma, pero estaba diciendo una gran verdad: una madre puede evitar que sus hijos vayan a la prisión; los puede mantener cerca del Señor. Ocasionalmente podrá haber una excepción, pero la gran mayoría de las madres pueden mantener a sus hijos fieles a la verdad. Pasan con ellos más tiempo que los padres, y surten más influencia sobre los hijos.
Me pregunto si estamos haciendo todo lo que está a nuestro alcance hacia el entrenamiento de los hijos. La noche de hogar es de suma importancia. No tenéis que empujar o forzar a vuestros hijos, pero el poder de la sugerencia es de sumo valor.
Estoy pensando en Ana; ¿no fue ella la que le dijo al Señor en oración: “Si me das un hijo, yo te lo devolveré”. Y toda madre debería desear que su hijo fuese lo suficientemente fiel para servir a su Padre Celestial. Hablaba en serio y cumpliría lo que decía. Cuando creció, llegó a ser un Profeta del Señor.
Estoy pensando también en ciertas madres lamanitas. Eran buenas mujeres, y tenía hijos; junto con sus esposos y familias se habían unido a la Iglesia, y pese a que estaban acostumbradas a estar en guerra contra sus enemigos, los padres tomaron la decisión de que nunca más volverían a luchar; enterrarían sus armas bajo tierra. Pero cuando llegó el tiempo en que sus hijos estaban creciendo, sus enemigos se levantaron contra ellos, y su primer impulso fue de armarse con sus espadas y hachas e ir a la guerra. Entonces los padres y madres recordaron su decisión de que nunca más volverían a pelear, que enterrarían sus armas bajo tierra; pero las circunstancias eran desesperadas, pues grandes ejércitos de enemigos se echaron sobre ellos.
De manera que los jóvenes, estos buenos jóvenes, reunieron sus instrumentos de guerra diciendo que no era propio que sus padres fueran a la guerra ya que habían hecho convenio de que no lo harían; pero ellos irían a la guerra, y defenderían a sus padres, sus hogares y familias. Dos mil de ellos fueron a la guerra. Después que concluyó esta gran batalla, el jefe contó a todos sus jóvenes. Algunos habían sido heridos, pero ninguno de ellos había muerto. Eso es algo raro en una guerra.
Cuando les preguntaron a esos jóvenes cómo había sido que habían salido ilesos y libres, escuchad su respuesta; hablaron acerca de sus maravillosas madres, y luego dijeron: “Sabíamos que nuestras madres lo sabían”. En otras palabras, las madres tenían una fe tan grande en sus hijos que sabían que éstos estarían protegidos en la guerra. De manera que cuando acabó la guerra, los jóvenes estaban a salvo. Esa es la clase de madres que debemos tener en Sión. Estas fueron hermosas madres que habían conducido a sus hijos a la Iglesia y llegaron a ser líderes.
Permitidme relataros rápidamente otro incidente. Un jovencito acostumbraba ir a casa de sus vecinos; al estar en esa casa, vio que algunas veces la madre ponía su dinero en una taza y la guardaba en el armario de la cocina. Esa es una mala tentación que una persona da a cualquiera. Muchas veces, esa clase de tentaciones se desarrollan; de manera que este jovencito fue un día a la casa de sus vecinos, cuando nadie estaba en casa. La puerta estaba abierta; el niño se dirigió al armario donde sabía que guardaban esos centavos extras. En esa taza situada en lo alto del armario, encontró un billete de cinco dólares, lo cual es mucho dinero para un niño; sacó el dinero de la taza y se fue a la tienda. Aparentemente cuando llegó a la casa, la mujer se dio cuenta de que le faltaba dinero y se lo dijo a su esposo. Temía que fuera este niño vecino. El marido fue a la tienda donde vio al niño sentado tomando un helado; era un helado bastante grande y lo estaba disfrutando bastante. El hombre le dijo:
“¿Dónde conseguiste el dinero?” Entonces el niño sintió la tentación de mentir y respondió: “Es dinero mío; lo tenía guardado”. Pero este hombre sabía qué hacer y junto con su esposa se dirigieron a la casa del vecino. Informaron del robo y de que habían visto al niño con bastante dinero. Algunos padres habrían dicho: “Bueno, aquí está el dinero; nosotros se lo pagaremos”, pero los padres de este niño dijeron: “No, él debe pagar; él pagará cada centavo que haya gastado”. De manera que el padre organizó algunas tareas que el niño pudiera hacer alrededor de la casa, y le dijo: “Debes ahorrar lo que has robado y devolverlo”. De modo que el niño ahorró cada centavo, devolvió el dinero a los vecinos y confesó cuán arrepentido estaba. Esa lección nunca la olvidaría; y eso es lo que los padres deben hacer por sus hijos. Vosotros podéis entrenarlos, y no debéis protegerlos cuando hayan cometido una maldad, sino que debéis encontrar la manera de ayudarlos a reparar el daño.
Es maravilloso haber podido hablaros brevemente; tuve una gran madre que tuvo once hijos, y murió cuando aún éramos pequeños; pero durante toda su vida nos enseñó lo bueno. Yo, al igual que Nefi: “Nací de buenos padres”.
Hagamos que cada hijo crezca en esa clase de hogar, con buenos padres. Dios os bendiga en la enseñanza de vuestros hijos. En el nombre de Jesucristo. Amén.
























