La madre: cimiento de la sociedad

1977 Conferencia de Área en la ciudad de Lima, Peru
La madre: cimiento de la sociedad
por el presidente Marion G. Romney
de la Primera Presidencia
Sesión partí madres e hijas

Marion G. RomneyMis queridas hermanas, mucho he disfrutado con vosotras de esta reunión, y ahora quisiera dejaros unas pocas palabras. La responsabilidad de entrenar a los hijos, recae sobre ambos padres. El hermano Hales dijo que el padre preside en el hogar, y nosotros que poseemos el sacerdocio lo entendemos muy bien. Sin embargo se reconoce universalmente el hecho de que es la madre quien está con los hijos la mayor parte del tiempo en la casa y que su obligación para con ellos es tan grande como la del padre. Algunas autoridades de la Iglesia han dicho que las madres ejercen una influencia mayor sobre sus hijos, de modo que ellas tienen la mayor responsabilidad, El Presidente Brigham Young por ejemplo, dijo:

“El deber de la madre es velar por sus hijos y brindarles su primera educación, porque las impresiones recibidas en la infancia duran para siempre. Si las madres se esforzaran en inculcar a sus hijos lo que deben, podrían enseñarles lo que quisieran. Estos deberes y responsabilidades, giran en torno de la madre más que del padre.”

Vosotras y yo, al igual que todo el mundo, sabemos que los hijos reflejan en su vida, aproximadamente lo que su madre les enseña. Esto está ilustrado en la historia del Libro de Mormón, cuando los dos mil jóvenes, que muchas veces se llaman los hijos de Helamán, se vieron enfrentados a problemas abrumadores y Helamán les preguntó si se enfrentarían al enemigo en la batalla. Aunque muy jóvenes y sin experiencia, contestaron:

“He aquí, nuestro Dios nos acompaña y no nos dejará caer; así pues, avancemos. No mataríamos a nuestros hermanos si nos dejasen en paz; marchemos, por tanto, antes que derroten al ejército de Antipus.

Hasta entonces nunca se habían batido, no obstante, no temían la muerte; y estimaban más la libertad de sus padres que sus propias vidas; sí, sus madres les habían enseñado que si no dudaban, Dios los libraría.

Y me repitieron las palabras de sus madres, diciendo: No dudamos que nuestras madres lo sabían.” (Alma 56:46-48.)

A los niños les gusta que su madre esté en la casa cuando ellos regresan de la escuela. Recientemente oí a algunos de los niños en una Primaria que no querían volver a la casa, porque sus madres que estaban trabajando, no se encontraban allí. Esto me recuerda lo escrito por Esther Doolittle:

“A veces cuando llego a casa después de la escuela, mi madre no está, aun cuando sé que pronto llegará, de todos modos los muebles me parecen extraños y la casa triste y callada. Entonces la oigo entrar en la casa y, ¡entonces sí que me siento feliz!”

A los niños tenemos que enseñarles a que se vean libres de problemas. Una vez oí de una familia que se trasladó a una zona boscosa. El padre, temiendo que sus hijos se extraviaran en los bosques de las montañas, procedió a rodear su casa con una cerca para proteger a su familia. El mismo día que terminó de construir la cerca uno de los muchachos encontró la manera para treparse a la misma y se internó en el bosque. Se organizaron grupos de rescate de vecinos de la comarca quienes lo buscaron por muchas horas, hasta que por fin el muchacho fue devuelto sano y salvo por un cazador que lo había encontrado en su sendero de la montaña. El padre aprendió una gran lección cuando el cazador que había encontrado a su hijo le dijo:

“Es imposible cercar a los hijos e impedirles salir. Tiene que enseñarles los peligros del bosque y el peligro de extraviarse; enseñarles la forma de reconocer el terreno para que puedan volver en caso de extraviarse.”

Debemos recordar que no podemos cubrir a nuestros hijos, protegiéndolos de las malas influencias ni tampoco hacer una cerca que pueda apartarlos de ellas. Nuestro deber es prepararlos de modo tal que no se extravíen alejándose de la luz y la verdad. Nuestra sagrada obligación es enseñarles a reconocer el terreno de modo tal que puedan volver a la presencia de su Padre Celestial.

Cada persona tiene el privilegio de creer que su madre ha sido y es, la mejor y la más querida de todas las madres. Por algún extraño instinto de represión, a la mayoría de nosotros nos falta la habilidad de expresar nuestros sentimientos. La madre de una persona está tan íntimamente entretejida a su vida y cerebro, que para describirla se tropieza con la misma dificultad que tendría para definir el aire y la luz del sol que bendicen al día.

La verdadera maternidad representa siempre un gran ideal. Eleva al hombre, impulsándolo a las mejores realizaciones de la vida. Así como la verdadera maternidad es lo que más se asemeja a la condición divina, también por ese motivo nos puede guiar a Dios mediante la enseñanza de la fe a los niños, manteniendo las normas de justicia para todos, revelando la chispa de la verdadera divinidad entre nosotros, los de la vida mortal. Los recuerdos más queridos de muchas personas son los del hogar y los de la madre, de las bondades que ésta tenía para con nosotros en nuestra niñez, y de la paciencia, tolerancia y el perdón que siempre la caracterizaban. Nada puede curar el quebrantado corazón de un hijo como la tierna caricia de una madre.

Cada señorita que se aproxime al matrimonio debe comprender esto. Ser madre no consiste solamente en ser una progenitora. La parte más importante de la verdadera maternidad comienza después qué nace el hijo y sigue a través de la vida. Se refleja en el cuidado tierno, en la tarea de criar al hijo, en el desarrollo de su carácter, en establecer sus normas e ideales, en la debida orientación de un niño con respecto a lo bueno y a lo malo. Debe implantar en el corazón del niño esa divina fe que dio forma al pensamiento y convicción de José Smith, para que leyera la Biblia y creyera en ella, y después buscara a Dios por medio de la oración y consiguiera sabiduría. Es lo que hizo de los siguientes presidentes de la Iglesia, los grandes hombres que fueron.

Cada joven debe esforzarse por llegar a ser una gran madre, pero para que eso sea posible sus propias madres tienen que haber hecho su parte al respecto. Las mejores madres generalmente hacen que sus propias hijas también sean buenas madres. Hay una evidente continuidad de grandeza en las familias.

Cada generación tiene la responsabilidad de criar y entrenar a la próxima generación, preparándola para legar al porvenir toda su fuerza, inspirando a cada una a que logre mayores alturas de grandeza. Las madres de la humanidad pueden lograr esto, si cada una se propone llegar a ser una gran madre; si cada jovencita que esté acercándose a la madurez, toma la determinación de hacer su parte, nada nos será imposible.

Los buenos hombres reconocen la grandeza en las mujeres y lo hacen con agradecimiento. Ningún gran hombre jamás se avergonzó del desarrollo y el entrenamiento que recibió de su madre. Si nosotros que tenemos la responsabilidad del entrenamiento de la próxima generación, ponemos como única meta el plan divino que Dios nos ha dado, mayor será el número de grandes hombres que pasarán por la obra de su vida y dirán junto con Lincoln: “Todo lo que soy y todo lo que espero llegar a ser se lo debo a mi angelical madre”.

Que el Señor os bendiga para que cumpláis con vuestro llamamiento como madres y como futuras madres, ruego humildemente, y os dejo mi bendición, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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