1977 Conferencia de Área en la ciudad de Santiago, Chile
Predicad el evangelio
por el presidente Spencer W. Kimball
Sesión del Sacerdocio
¡Cuán orgullosos estamos hermanos, del gran ejército de misioneros que tenemos en Chile! Esta es la evidencia del gran desarrollo que ha tenido la Iglesia en este país; Muy pocos países, con la excepción de los Estados Unidos, ha proporcionado tan grande número de misioneros.
Lo que verdaderamente importa no es el conocimiento que tenemos, sino lo que hacemos con dicho conocimiento. El progreso de la Iglesia en Chile depende en gran manera de lo que vosotros hagáis. No es suficiente bautizarse y recibir el Espíritu Santo, sino que hay que trabajar. No es suficiente que algunos de nosotros hagamos el trabajo; es un trabajo personal y cada persona debe cumplir con su parte. No importa si se trata del presidente de la estaca o del obispo de un barrio, todos poseemos este maravilloso sacerdocio del cual nos habló el hermano McConkie. Esta gloriosa Iglesia ha provisto algo que hacer para cada uno de sus miembros. La única persona que no debería estar trabajando es aquella que se encuentre al borde de la muerte. Tanto los viejos como los jóvenes y niños, tienen algo para hacer. Hasta los párvulos de la Iglesia deben cumplir con su parte asistiendo a sus clases de la Escuela Dominical y la Primaria. Por lo tanto, lo que realmente importa es lo que hacemos, más que lo que pensemos.
Si todo el pueblo chileno se hiciera miembro de la Iglesia y en lugar de trabajar en sus programas se dedicara a holgazanear, la Iglesia no se desarrollaría en absoluto. Todo ese desarrollo depende de cuánto de nosotros invirtamos en esfuerzos y energías.
Todo hombre es responsable por su familia. En el caso de los hijos varones, deberá llevarse a cabo por parte del padre, un esfuerzo por guiarlos mediante las lecciones y reuniones de la noche de hogar. El padre debe asegurarse de que sus hijos sean bautizados a los ocho años de edad. No cuando tengan ocho y medio, nueve o diez años de edad, sino cuando cumplan los ocho. El Señor indicó esto en una revelación especial; por lo tanto, no se trata de que vosotros os toméis la responsabilidad o yo lo decida a mi capricho, cuándo habremos de llamar a nuestros hijos para que sirvan al Señor.
Yo fui bautizado por mi propio padre en el día de mi octavo cumpleaños, y me siento muy orgulloso de ello. Tal vez no sea posible que todo niño sea bautizado en el día de su cumpleaños, pero aun así, cada uno de vosotros padres, podéis bautizar a vuestros hijos a la semana o dos, después de haber cumplido los ocho años.
Hice mención de la noche de hogar, y quisiera agregar que dicho programa nos da la oportunidad perfecta para impartir las enseñanzas y el entrenamiento que los niños no sólo necesitan sino que también esperan recibir de los padres.
Una vez que un niño es bautizado, debe asistir a sus reuniones correspondientes, siempre, todos los días de reposo.
A los doce años el jovencito es ordenado al oficio de diácono en el sacerdocio. No estoy seguro si el Señor hizo de esto un momento sagrado; pero los profetas modernos establecieron las edades de los doce, catorce y dieciséis años, las correspondientes a las ordenaciones a los distintos oficios del sacerdocio.
Cuando yo tenía once años, no podía esperar hasta cumplir los doce para ser ordenado diácono, y siempre le recordaba a mi padre: “¿Puedo ser ordenado el 28 de marzo, cuando cumpla los doce años?” A esto, él contestaba: “Claro que puedes, y eso es precisamente lo que el Señor quiere que hagas.” Lo mismo sucedió cuando tenía trece años, ya que estaba ansioso de ser ordenado maestro. No quería esperar hasta tener quince o dieciséis años de edad, ya que alguien podría olvidar que yo debía ser ordenado. Y así debe ser. Las ordenaciones deben llevarse a cabo en el momento establecido.’
Cuando tenía quince años, esperaba con ansiedad todas las semanas para que llegara el día en que pudiera ir a las reuniones de sacerdocio como presbítero. Me sentía feliz porque mi padre también se sentía ansioso de que yo fuera presbítero, del mismo modo que más adelante deseaba que llegara el momento en que fuera ordenado élder. ¿No es maravilloso recibir el Sacerdocio Mayor? Todos estos misioneros son élderes de la Iglesia. Todos vosotros, hombres, esperamos que seáis élderes de la Iglesia.
Como todos sabemos, hay muchas personas a quienes no les es permitido poseer el sacerdocio. Todo joven de la Iglesia debe comprender la bendición de poseerlo, y debería estar ansioso de ser ordenado cuando llegue el momento de que eso suceda.
El hermano McConkie nos dio una explicación de algunos aspectos correspondientes al sacerdocio, pero lo verdaderamente importante es «hacer algo”, averiguar cuál es nuestra obligación y luego cumplir con ella, ¿Podéis comprender, padres; que ésa es vuestra responsabilidad? Al jovencito no se le dice: “¿Te gustaría ser…?” Vosotros diréis a vuestros hijos: “El Señor espera que todos los jóvenes sean poseedores del sacerdocio”. Por lo tanto, a medida que aumentan la autoridad y las responsabilidades especiales, éstas traen aparejadas el desarrollo y el progreso para el poseedor del sacerdocio. Fijaos cuán maravillosamente están desarrollándose nuestros jóvenes aquí; ellos hacen lo que el Señor requiere de ellos.
Y hablando de responsabilidades, ¿habrá aquí algún padre que no quisiera que su hijo cumpliera una misión? Claro que pueden existir situaciones en las que algunos jóvenes—por un motivo u otro—no pudieran ir, pero creemos que si se organizan y planifican con suficiente anticipación, la gran mayoría de los jóvenes podrán poner su vida en orden de modo que puedan cumplir una misión.
Debemos comprender que no se trata de un asunto de querer o no querer.
El Señor les dijo a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Marcos 16:15). Y más adelante les encomendó que también enviaran a otros para que cumplieran con sus responsabilidades.
La obra misional es fundamentalmente, responsabilidad de los Doce Apóstoles; pero como sería imposible que ellos solos cubrieran toda la tierra en esta importante labor, llamaron a los setenta, a los élderes y también a los sumos sacerdotes, las mujeres, los jóvenes, y en fin, llamaron a todos los miembros de la Iglesia para que les ayudaran a predicar el evangelio. Algunos cumplen con misiones regulares, de dos años o más de duración. Estamos también aquellos que quedamos en el hogar, y todos nosotros debemos ser misioneros; todo hombre, toda mujer, niño, joven, anciano. El presidente David O. McKay dijo que cada miembro debe ser un misionero, y eso llegó a ser nuestra contraseña, nuestro lema. Todo miembro por lo tanto, debe encontrarse involucrado en la tarea de predicar el evangelio.
En cierta oportunidad en que me encontraba en Uruguay, estábamos de visita en un barrio. Al encontramos con cierta hermana de ese barrio y saludarnos, el presidente de la misión le dijo: “Hermana María, dígale al presidente Kimball cuántas personas se hicieron miembros de la Iglesia por su intermedio”. A lo que ella contestó: “Pero presidente, si no han sido más que 32 personas las que ayudé a convertir”.
¿Qué creéis que sucedería si cada hermana de la Iglesia ayudara a convertir “solamente” 32 personas? Más tarde llegamos a otro lugar donde nos encontramos con otra hermana, a quien dijo el presidente de la misión: “Hermana, dígale al hermano Kimball cuántas personas ha traído usted a la Iglesia”. Ella contestó: “No es mucho lo que hice; 82 personas son miembros de la Iglesia porque yo les mandé los misioneros”. ¿Hay entre los miembros de la Iglesia de esta región, alguien que pueda hacer algo similar?
Recordaréis que fue el Señor quien dijo: “… conviene q cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo” (D. y C. 88:81). Si encontrarais la perla dé gran precio, ¿la guardaríais egoísta-mente sin compartirla con nadie? De más valor que todas las joyas de la tierra, es el evangelio de Jesucristo, por lo cual debemos compartirlo con nuestros vecinos, amigos y parientes.
Todos tenemos parientes a quienes consideramos en gran estima, que son gente maravillosa. Muchas veces tal vez piensen que nosotros somos algo extraños por lo que creemos; pero si vivimos con una rectitud intachable, no tendrán otra alternativa que respetarnos, y eso constituirá la gran diferencia.
Con respecto a nuestros parientes, no debemos ser insistentes en el hecho de que acepten el evangelio. Debemos, eso sí, vivir de modo tal que ellos aprecien nuestra felicidad en el evangelio.
En el día de ayer tuvimos alrededor de 8.000 personas en la conferencia. Pensemos seriamente en lo que significarla que estas 8.000 personas se dispusieran a llevar el evangelio a otros tantos hogares. Estos jóvenes misioneros de que disponemos están preparados para enseñar el evangelio, y si vosotros no entendéis lodos los puntos de doctrina que necesitáis, podéis recurrir a ellos. Tenemos entonces, un programa que indudablemente involucra a todos los miembros de la Iglesia.
Esperamos que vosotros, padres, os encontréis capacitando y enseñando a vuestros hijos a ahorrar dinero para que tan pronto como llegue el momento adecuado, cuenten con los fondos necesarios para salir en la misión. La Iglesia cuenta con algunos fondos compuestos por gente interesada en financiar misioneros, pero no es suficiente para enviar a todos los que queremos y debemos enviar. Es absolutamente necesario que cada misionero haga lo humanamente posible al respecto, y entonces, algunos que se encuentren en situaciones sin salida, podrán ser ayudados por la Iglesia.
Otro tema que quisiera mencionar es el de los registros, con los que estamos experimentando problemas. Esperamos que todos estéis trabajando en vuestros registros personales. He notado que muchos de vosotros estáis tomando notas de lo que se dice en esta reunión, lo que está muy bien hecho. Del mismo modo, esperamos que cada hombre de la Iglesia lleve un diario personal, y en la misma forma, cada familia lleve una historia familiar que comprenda toda información posible con respecto a los padres y abuelos de los padres de familia. Serla lamentable morir sin dejar un registro o historia, tanto personal como familiar, por lo que esperamos que vosotros llevéis ese tipo de registro,
Sería conveniente expresar también, que es necesario que dicho registro sea guardado en algún lugar seguro, a salvo de todo posible daño, para que sea preservado un registro de las oportunidades en que nacen los miembros de la familia, cuándo se bautizan, bendicen, cuándo son ordenados al sacerdocio y los distintos trabajos que han desempeñado en la Iglesia. Cuando vosotros fallezcáis, dejaréis ese registro a vuestros descendientes, quienes tendrán a su vez, la responsabilidad de continuarlo.
Esperamos también que alentéis a vuestras esposas a asistir a las reuniones de la Sociedad de Socorro. Es lamentable decir que es bajo el porcentaje de mujeres de la Iglesia que asisten a las reuniones de esa organización, sin comprender que asistiendo regularmente pueden incluso completar aspectos muy importantes de su educación.
Con respecto a las reuniones de la juventud, si ellos asistieran a todas aquellas en las que se requiere su presencia, podrían llegar a hacer de vosotros, padres muy orgullosos de sus hijos.
Anoche me sentí verdaderamente inspirado por el espectáculo presentado por los jóvenes, y pensé si los miles de jóvenes allí presentes tendrían el sacerdocio; si cada joven y cada señorita asiste semanalmente a la Escuela Dominical; si los niños van a la Primaria y si vuestra esposa e hijas mayores, hermanos, asisten a la Sociedad de Socorro. Pensé si todos vosotros asistierais a las reuniones de sacerdocio y sacramentales. Esas reuniones, las sacramentales, son para toda la familia, y el padre debe guiarla mediante el ejemplo para que todos asistan cada domingo. El resultado será ver el desarrollo familiar.
Hermanos, tal vez no siempre consideremos vitales estas cosas. Un Profeta muy sabio de la antigüedad dijo: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Proverbios 22:6). Esta es una promesa profética para cada uno de nuestros jóvenes. Aseguraos de que, junto con vuestra esposa instruyáis a vuestros hijos de la manera adecuada, en el camino del Señor. Entonces serán grandes las promesas que cosecharéis en el futuro.
Rápido ha pasado el tiempo para nosotros esta noche. Es maravilloso poder haber estado con vosotros en esta reunión tan especial. Rogamos a nuestro Padre Celestial que bendiga a estos maravillosos misioneros, para que con vuestra ayuda, ellos puedan encontrar a todos los de honesto corazón en Chile; y, Padre Celestial, bendice a estos buenos hombres, conmueve su corazón e inspírales para que se entreguen totalmente y con generosidad a sus descendientes, para que cada hogar pueda llegar a ser parte del cielo mismo, y para que cada niño pueda a decir, junto conmigo y con tantos otros: «He nacido de buenos padres”.
Jamás he podido recordar que mi padre me incitara para hacer lo malo. Cuando él era presidente de estaca aprovechaba muchas de sus oportunidades de viaje para llevarnos—-a sus hijos—con él. Ese fue el tiempo en que yo prácticamente llegué a pensar que mi padre era el más grande de los hombres sobre la tierra, y le amé siempre con todo mi corazón. Cuando fui llamado para integrar el Consejo de los Doce Apóstoles, pensé que mi padre era mucho más digno que yo de recibir tal llamamiento, y que él tendría que haber sido llamado en lugar de mí. Indudablemente, mis padres fueron, tal como dice Nefi, “buenos padres”. ¿Tenéis todos vosotros buenos padres? ¿Sois vosotros, hermanos, buenos padres?
Que la paz reine en vuestro hogar, y que cada uno de vuestros hijos os proporcione paz, placer y gozo, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























