La importancia de la mujer en la Iglesia

1977 Conferencia de Área en la Bogotá, Colombia
La importancia de la mujer en la Iglesia
por el élder L. Tom Perry
del Consejo de los Doce
Sesión para madres e hijas

L. Tom PerryMis queridas hermanas, ¡qué gran placer el haber sido asignado para hablaros esta mañana! Yo conozco vuestra fortaleza. Conozco vuestro poder para ejercer una buena influencia en el mundo. Pero no se supone que vuestra fortaleza compita con la del hombre. El Señor nunca tuvo la intención de que vosotras cavarais zanjas para competir en este trabajo con el hombre. Cuando tanto el hombre como la mujer, cumplen con sus respectivas responsabilidades y se apoyan y sostienen mutuamente, es cuándo el mundo comienza a girar y encontramos la felicidad en la vida. Estas responsabilidades fueron definidas por el Señor desde el principio.

Inmediatamente después de haber sido expulsados del Jardín de Edén, la escritura define el papel del hombre y la mujer. En el quinto capítulo del libro de Moisés leemos:

“Y sucedió que después que yo, Dios el Señor, los hube expulsado, Adán comenzó a cultivar la tierra, a ejercer dominio sobre las bestias del campo y a comer su pan en el sudor de su rostro, como yo, el Señor, se lo había ordenado; y Eva, su esposa, también se afanaba con él. Y ella le parió hijos e hijas; y empezaron a multiplicarse y a henchir la tierra.”

Desde el principio, el Señor designó a sus hijos los papeles específicos. Al hombre se le dio la asignación de liderato, para llevar el sacerdocio, para proveer y proteger a su esposa y su familia. A la mujer, el Señor dio la mayor de las responsabilidades que fue la de traer a este mundo nuevas vidas. Con esta asignación especial también le dio la responsabilidad de ser la primera y más importante maestra de sus hijos. Además de este papel, la mujer debe llevar a cabo el de esposa, apoyando a su marido en el esfuerzo de guiar a la familia.

Las mujeres de la Iglesia de Jesucristo han entendido esta asignación de apoyar a sus esposos, quizás mejor que cualquier otro grupo de mujeres, porque ellas saben que si el esposo está honrando su sacerdocio, el hogar será bendecido. Algunos esposos han interpretado erróneamente la declaración de que siendo el esposo quien se encuentra al frente del hogar, la esposa tiene que obedecer la ley del esposo. El profeta Brigham Young instruyó a los esposos de la siguiente forma: “Permitid que el esposo y padre doblegue su voluntad a la de su Dios y luego instruya a la familia”, El presidente Lee también dijo que la esposa debería obedecer la ley de su esposo, únicamente si el esposo obedece la ley del Señor. Ninguna mujer está obligada a seguir al esposo en la desobediencia de los mandamientos del Señor, Me gusta la forma en que el presidente George Albert Smith definió la relación de marido y mujer; dijo:

“Para demostrar esta relación con una representación simbólica, el Señor no dijo que a la mujer se le había sacado de un hueso de la cabeza del hombre para que ella pudiera dominarlo, ni sacó un hueso de su pie para que fuera atropellada, sino un hueso de su costado para ser su compañera, su igual y su ayuda idónea por el transcurso de sus vidas.”

Me interesó muchísimo un artículo que apareció en el periódico de la Iglesia referente a la hermana Ruth Faust, una de mis mejores amigas. El artículo explica qué hace ella para apoyar a su esposo, teniendo su ropa lista para su uso, preparando a tiempo las comidas para que él pueda cumplir con sus horarios, no planeando otras actividades para no interferir con sus diversas reuniones, ayudándole a pasar a máquina apuntes y agendas. Ella decía:

“Estas son algunas de las cosas que puedo hacer para ayudar a mi esposo en sus responsabilidades. Lo más importante es brindarle un amor sincero y la seguridad de que él es la persona más importante en mi vida. El premio que he recibido al sostenerlo, alentarlo y amarlo, ha sido tan abundante y abrumador, que es imposible describirlo,”

Hace tiempo oí a una hermana que habló en una reunión y relató una hermosa historia con respecto al apoyo que le había dado a su esposo. Decía que cuando ella tenía cuatro niños pequeños en la casa y su esposo era el obispo de barrio, siempre se enfrentaba con algunos problemitas para cumplir con sus horarios. Ella recuerda un día en el que preparó para él una cena especial, que habría de servir después de un culto sacramental. Ella le preguntó al esposo a qué hora regresaría. Él le aseguró que iba a estar de regreso a las 14:45 hs. Ella tenía todo preparado para el almuerzo a esa hora, pero el esposo no llegó; a las tres tampoco había llegado, a las cuatro tampoco.

Finalmente tuvo que acostar a los niños para su siesta. La carne se había quemado, la comida se echó a perder. La temperatura de su enojo estaba subiendo con la misma intensidad que la carne que estaba en el horno. Ella estaba pensando: “Estoy deseando que llegue a casa; entonces me va a oír”. Pero cuando vio que el esposo había llegado, se sintió poseída de un sentimiento pacífico. Sintió que debía darle la bienvenida a su esposo con amor y ternura. Cuando su esposo entró en la casa, sus primeras palabras fueron:

“He tenido una experiencia maravillosa. Fui llamado para ir al hospital y ungir a una hermana que estaba muy enferma y no se le daban probabilidades de que sobreviviera, y bajo mis manos, ungiéndola, vi una vida preservada. Pude ver las bendiciones del Señor derramándose sobre ella. ¡Qué experiencia más maravillosa ha sido esto para mí!”

Luego ella pensó: “¿Qué habría pasado si hubiera arruinado su buen espíritu quejándome porque llegó tarde al almuerzo? ¡Qué insignificante se hizo repentinamente ese tiempo perdido cuando consideré lo que mi esposo había estado haciendo!” Más adelante aconsejó a las hermanas de la congregación diciendo: “No quiero oíros quejas nunca más porque vuestro esposo esté fuera de la casa en reuniones, haciendo el trabajo del Señor. Eso es lo que hacen los buenos hombres; así que orad por él, vivid vidas dignas de él y luego madurad en el evangelio para que podáis apoyarlo completamente”.

Estoy enormemente agradecido por las maravillosas mujeres que hubo en mi vida. Por mi madre, que nos enseñó cómo mantener y apoyar el sacerdocio. Ella tuvo una gran responsabilidad en su vida, ya que en los cuarenta y dos años que estuvieron casados mis padres antes de que mi madre muriera, mi padre fue obispo, miembro de la presidencia de estaca y presidente de estaca. Durante esos cuarenta y dos años, sólo hubo dos años de su vida en los que su esposo no tuvo una importante posición en la Iglesia. ¡Cómo nos enseñaba a apoyar y sostener el sacerdocio! Cuando mi padre tenía que asistir, o tenía reuniones y asignaciones especiales, se nos enseñaba a hacer lo necesario para ayudar y que la ausencia de mi padre no se sintiera tanto, para que cuando él volviera no se hubiera atrasado su trabajo. Estoy sumamente agradecido por una madre que nos enseñó a sostener y apoyar el sacerdocio.

También estoy muy agradecido por tres maravillosas hermanas, las tres mayores que yo. Recuerdo cómo ayudaban y apoyaban a sus hermanos menores. Ayudaban también a nuestra madre a entrenar a sus hermanos. Siempre estaban fijándose si nuestras orejas estaban limpias o si nos habíamos lavado bien el cuello. Ellas siempre nos apoyaron y sostuvieron en nuestras responsabilidades.

Mientras me encontraba en la misión, mis tres hermanas me escribían cada semana, para darme palabras de aliento. Siempre podía confiar en mis hermanas quienes me enviaban cartas, muchas veces cuando aún las de mi novia me fallaban.

¡Cuánto apreciaba a mis hermanas, y cuánto aprecio la gran influencia que recibo de mi esposa, por la forma en que ella me sostiene y me apoya! Por supuesto que las cosas rutinarias de las responsabilidades de la casa se las agradezco mucho, pero las tantas otras cosas que ella hace, son aún más importantes. Ella es mi “entrenadora” mientras yo hablo. Si observan cuidadosamente, verán que me está haciendo señales especiales con la mano. Si hablo demasiado fuerte pone la mano sobre la oreja; si hablo en voz baja, se tira de la oreja; cuando es hora de terminar se pone la mano sobre la boca. Son pequeñeces en las que me apoya y sostiene, pero más especialmente creo que le agradezco los momentos especiales que tenemos todos los días cuando nos arrodillamos juntos al comienzo y al final dé cada día. Me encanta oírla cuando derrama su corazón a) Señor.

Estoy convencido de que vosotras, hermanas, tenéis un canal especial de comunicación con el Señor. Vosotras sabéis cómo hablar con Él y a través de la comunicación de vuestras oraciones, edificáis la seguridad en vuestros esposos y un mayor acercamiento de él con el Señor. Que el Señor os bendiga siempre, que podáis apoyar y sostener a vuestros esposos, que vuestra dulce influencia le estimule a adoptar su papel como jefe de familia en rectitud, y que se prepare para ser un líder para desarrollar el reino del Señor aquí en la tierra. Dios os bendiga en esta grande e importante responsabilidad. Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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