La mano que mece la cuna

1977 Conferencia de Área en la Bogotá, Colombia
La mano que mece la cuna
por el presidente Marion G. Romney
de la Primera Presidencia
Sesión para madres e hijas

Marion G. RomneyAlguien rindió este tributo a las madres: “Hay una palabra que significa más que cualquier otra; representa lealtad, verdad, amor; es el reverenciado nombre de madre”. Alabad los ojos nublados, los cabellos blancos; porque son dignos de los honores de la tierra, son los de las madres de todos los días.

La palabra “madre” en sí, es la más bella en todos los idiomas del mundo. Está asociada con palabras tales como amor, hogar, familia, Dios y cielo. Abraham Lincoln rindió tributo a su madre diciendo: “Todo lo que yo soy, o todo lo que seré, se lo debo al ángel que es mi madre”. El presidente José F. Smith una vez dijo: “Aprendí en mi niñez que ningún otro amor puede igualar el amor de una madre; éste llega a ser el más similar al amor de Dios”. Alguien dijo: “La mano que mece la cuna es la mano que gobierna el mundo”.

El presidente Clark, hablando una vez acerca de la influencia de las madres en la Iglesia, dijo:

“Desde el principio las madres de la cristiandad han demostrado una fe y devoción intachables. Solamente un apóstol hizo acto de presencia cerca de la cruz cuando Cristo fue crucificado, mas María, la madre, estaba allí, así como María Magdalena, y María, la madre de Santiago y José, y la madre de los Hijos de Zebedeo, y las mujeres que lo siguieron desde Galilea, María Magdalena fue la primera en visitar la tumba a la conclusión del día dé reposo, y a ella Jesucristo se manifestó como un ser resucitado, por primera vez a ojos mortales. Desde aquel entonces hasta hoy día, las mujeres han consolado y socorrido a la Iglesia.”

La mujer ha cargado con más de la mitad del peso; ella ha hecho más de los sacrificios; ha sufrido más de su porción dolores y tristezas. En los tiempos presentes, su fe ha sido inamovible e indisputable, el conocimiento puro que ha fortalecido al sacerdocio y le ha impelido el progreso a pesar de todo obstáculo. Su empuje y su devota lealtad proveyeron el ancla más fuerte, cuando más fuertes eran las tempestades.

No solamente los hombres han rendido tributo a las madres y a las verdaderas mujeres, sino Dios mismo, nuestro Padre Celestial, las ha honrado grandemente. A las madres, verdaderos exponentes del sexo femenino, el Señor ha confiado la exaltada tarea de transportar a esta vida terrenal los hijos espirituales de Dios correspondientes a este planeta, todos aquellos que guardaron su primer estado. A una mujer mortal le fue dado el honor sin paralelo de ser la madre terrenal de Jesucristo, el Redentor del mundo, el Hijo literal de Dios. ¿Qué más se necesita decir? ¿Qué más puede decirse?

El hombre mortal buscará en vano mayores o más altas oportunidades, mas nunca ha habido una oportunidad ofrecida, ni un honor otorgado, sin un conjunto de responsabilidades, cuyo fiel cumplimiento proporciona aún más grandes oportunidades y altos honores, mas cuyo incumplimiento resulta en pérdida de espíritu, tristeza, y en muchas ocasiones, aun desesperación. La maternidad no es excepción. La responsabilidad que comprende es la enseñanza del niño. El Señor, por medio de la revelación dada en esta dispensación, coloca la responsabilidad de criar y enseñar niños totalmente sobre los padres, y no puede ser transferida a nadie más dentro ni fuera del hogar. Y de ambos padres, la responsabilidad por la crianza, educación y cuidado de los hijos, recae principalmente sobre la madre.

Permitidme citar nuevamente al presidente Clark:

“Hermanas de la Iglesia, la responsabilidad por la castidad de la juventud de la Iglesia descansa mayormente en vuestras manos. Vosotras debéis enseñar la virtud en vuestros hogares; vosotras debéis enseñar el retorno de la modestia. Permitid que la belleza del rubor adorne vuestras mejillas. Madres de Israel, enseñad a vuestras hijas a honrar, reverenciar y proteger hasta la muerte la pureza femenina. Enseñad a vuestras hijas que la joya más preciada que pueden poseer es un cuerpo limpio. Enseñad a ambos, vuestros hijos e hijas, que la castidad es más preciosa que la vida misma. Recuerdo que cuando yo salí para cumplir mi misión en Australia, mi padre me acompañó a la estación de ferrocarril y mientras esperábamos el tren que yo iba a abordar, me dijo: “Hijo mío, oraremos por ti mientras estés lejos. Vamos a alegrarnos con tus éxitos y vamos a entristecernos con tus tristezas. Y estaremos aquí en la estación esperando por ti cuando regreses. Pero preferiríamos venir a la estación a recoger tu cuerpo en un féretro, antes que saber que durante tu ausencia has perdido tu castidad”.

Estos son los trabajos que el sacerdocio confía principalmente en vosotras para el cumplimiento de estos deberes, y la preservación de estos valores en la cuna de toda virtud: el hogar recto. Nosotros, el sacerdocio, ayudaremos como nuestra naturaleza mejor nos lo permita, mas el peso de esta responsabilidad es hoy, como ha sido siempre, primordialmente vuestra. Si falláis en hacerlo, todo el mundo se hundirá en un mar de pecado y corrupción.

Que el Señor os ayude en vuestra labor. No solamente depende la castidad de la juventud de vosotras, las madres, sino también el entendimiento y la observación de todo mandamiento y norma de la Iglesia. Pena y dolor seguirán a aquellos que evadan esta responsabilidad impuesta por Dios, y éstos serán reales y ciertamente de larga duración; provendrán principalmente de las vidas atrofiadas de los niños sujetos a vuestra negligencia y finalmente de la pérdida de esos hijos.

Grandes oportunidades y altos honores aguardan a aquellas que fielmente cumplen con esta responsabilidad, que encierra gran gozo cuando es interpretada. Vuestros hijos serán responsables, serán puros, hombres y mujeres justos; y serán fuente de gozo para Vosotras para siempre. Ocuparéis sitios de honor en su corazón y como Nefi en la antigüedad, ellos también podrán decir que nacieron de buenos padres, Y lo dirán no solamente porque vosotras les disteis el ser, sino porque les enseñasteis a andar en los caminos de verdad y justicia. Nefi dijo: “…Y recibí, por tanto, alguna instrucción en toda la ciencia de mi padre” (1 Nefi 1:1); y Enós, un sobrino de Nefi, dijo: “… sé que mi padre fue un varón justo: pues me instruyó en su idioma y también en el conocimiento y amonestación del Señor—y bendito sea el nombre de mi Dios por ello—” (Enós 1:1).

Nada en el mundo contiene equiparable recompensa a la que en el evangelio de Jesucristo se otorga a la femineidad bien entendida. La restauración incluye la maravillosa doctrina, tan familiar para nosotros, de la continuidad de la familia después de la muerte. No sois solamente vosotras nuestras madres en el presente y en este mundo, sino que también lo seréis después que hayamos pasado del umbral de la muerte a la inmortalidad. Al resucitar, os saludaremos con afectuoso abrazo y os llamaremos “madre”. Y así permaneceréis por las eternidades, altamente honradas en vuestra posición.

A todas vosotras que seáis acreedoras a la exaltación y la vida eterna, os nacerán hijos espirituales y seréis como nuestra Madre Celestial, de quien Eliza R. Snow, gran poetisa nuestra escribió, cuando la luz de la dispensación la iluminó:

“¿Hay en cielos padres solos?
Niega la razón así;
La verdad eterna muestra,
Madre hay también allí.
Cuando yo me desvanezca.
Cuando salga del mortal,
Padre, Madre, ¿puedo veros
En la corte celestial?
Sí, después que ya acabe,
Cuanto haya que hacer,
Dadme vuestra santa venia,
Con vosotros a morar.
(Himnos de Sión, No. 208.)

Que Dios os permita obtener aquellas bendiciones, tan a vuestro alcance, ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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