1977 Conferencia de Área en la Bogotá, Colombia
Seamos del Señor
por el presidente Spencer W. Kimball
Sesión General de la tarde
Mis queridos hermanos, es un verdadero gozo estar con vosotros en esta última sesión de la conferencia. Me ha complacido mucho la canción que han cantado los hermanos en quechua. Creo que el Señor Jesucristo habría estado complacido si hubiese estado aquí, en esta congregación. De cualquier manera, me gustaría pensar que en realidad estuvo presente. Nos hemos reunido para glorificar su Nombre y ha sido un placer para todos nosotros hacerlo con vosotros.
Quisiera decir algunas palabras acerca del Salvador, a quien le pesaba la distinción de clases tal como lo demostraron el sacerdote y el levita con respecto al hombre a quien ayudara el buen samaritano, y Cristo demostró su tristeza por su hipocresía. El deploraba la acumulación de grandes riquezas a costa de los pobres, y dijo:
“De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos,
Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mateo 19:23-24.)
El problema principal al cual Cristo se refirió es el amor hacia el dinero. Cristo no hizo esfuerzo alguno para organizar las fuerzas políticas que pudieran despojar a los ricos, sino que enseñó principios correctos de bienestar, para que el pobre recibiera voluntariamente del rico. El predicó en contra de los obreros que desperdiciaban lo que no habían ganado y contra el que no quería trabajar, y aquellos que habían acordado en trabajar y no trabajaban.
El enseñó la igualdad del hombre, pero también dijo:
“El que es mayor de vosotros, sea vuestro siervo. Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” (Mateo 23:11-12.)
Su denunciación de las hipocresías de los fariseos y de los escribas en el capítulo 23 de Mateo, demuestra su total abominación por la falsedad de su manera de vivir. Vio a hombres hambrientos, malnutridos y raquíticos; vio a hombres con frío, durmiendo a la intemperie destapados, y cubiertos con andrajos en lugar de ropa durante el día. Vio las prisiones llenas de infortunados cuya vida no tenía sentido; vio a los leprosos de piel blanca y decadente; vio a los afligidos, a los paralíticos y a los ciegos. El no aceptaba todas esas desgracias, pero comprendía su existencia. La espada siempre estuvo presente en su vida: cuando Herodes estuvo a punto de hacerlo matar junto con los demás niños de Judea; cuando Pedro le cortó la oreja a alguien del populacho; aun en su crucifixión, la espada estuvo en evidencia. Sin embargo, Él dijo que quien viviera por la espada perecería también por la espada, y la rechazó totalmente de su vida.
Todas estas cosas que hoy afligen al mundo, fueron muy probablemente mucho más acentuadas cuando el Maestro estuvo en el mundo, y aun cuando las indignidades del mundo le eran repulsivas, trató de reformarlo enseñando a los hombres principios correctos y confiando en que ellos llegarían a gobernarse correctamente. En la actualidad muchos son los que se van a los extremos, perdiendo así el balance y la eficacia, perdiendo los buenos resultados que hubieran querido obtener.
¿No sería mejor que unieran sus fuerzas con los elementos constructivos e intentaran así un modo más lento, pacífico y organizado de lograr los mismos fines?
Quisiera repetir que cuando en la familia incluimos el evangelio de Jesucristo, nada más en la vida importa realmente. Todo lo demás es incidental. “… buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33).
“Sed, pues, vosotros perfectos…”, dijo el Señor (Mateo 5:48). Puesto que el Señor era perfecto, su plan consistía en curar los males del mundo y lograr su perfección. ¿Buscamos acaso perlas mundanas? ¿No es acaso el evangelio, con la seguridad de su gozo terrenal y su progreso y felicidad eternos, digno de vender todo lo que tenemos para comprar así esa perla de gran precio? No nos detendremos a considerar o preocuparnos por lo que queda detrás. La obra del Señor tiene que continuar, porque:
“…Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”, dijo el Salvador. (Lucas 9:62.) “Pues ¿qué aprovecha el hombre, si gana todo el mundo, y se destruye o se pierde a sí mismo?” (Lucas 9:25.) El Señor también dijo: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará” (Lucas 9:24).
Dios habría podido establecer un reino en el que jamás existieran la opresión, el hambre, el frío, la guerra, el dolor, las enfermedades y la muerte; sin embargo, decidió hacerlo de la manera en que el mundo es, para brindarle al hombre el libre albedrío y enseñarle a hacer lo bueno. Algo hemos progresado desde entonces. ¿Podrían estar en lo cierto los hombres con sus extrañas ideas revolucionarias? El sistema del Señor, por cierto es mejor.
¿Cuál ha sido el resultado de ese pensamiento reaccionario? ¿Se ha deteriorado vuestra fe? ¿Pagáis vuestros diezmos religiosamente? ¿Guardáis el día de reposo? ¿Observáis la Palabra de Sabiduría? ¿Os mantenéis en todo momento en contacto con la Iglesia y sus miembros? ¿Dedicáis el tiempo suficiente para la lectura de las Escrituras y la meditación? ¿Os encontráis completamente libres del mismo prejuicio que aborrecéis? ¿Sois intolerantes con las personas que no son tan firmes como vosotros o que no tienen vuestro conocimiento? Estas son preguntas que todos debemos formularnos.
El programa del Señor es superior, y en realidad se trata del único que nos va a proveer la felicidad, el gozo y la paz.
El día ha llegado a su fin y esta conferencia está a punto de finalizar también. Os dejamos con un gran sentimiento de amor. Estamos profundamente impresionados con el progreso por vosotros alcanzado, y ahora os pedimos que sigáis adelante y dediquéis vuestro tiempo y servicio al Señor. Os amamos con todo nuestro corazón, y también os damos nuestro testimonio de que habéis encontrado la verdad. Este es el evangelio de Jesucristo, restaurado por el Señor mismo con la ayuda de su Padre.
Sabemos que estas cosas son verdaderas, y doy mi testimonio de que yo sé que ésta es la verdad, y hasta que todo llegue a su conclusión, el Señor continuará revelando su intención y su voluntad a los profetas que El mismo escoge.
Recordad siempre que esto es verdad. Que el Señor os bendiga, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























