9 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
El camino a la divinidad
por el presidente Spencer W. Kimball
Vosotros sois una generación escogida, sois real sacerdocio, una nación santa, pueblo adquirido por Dios, porque no seguís los caminos del mundo.
Esta mañana habéis oído el evangelio predicado. Habéis oído acerca del sacerdocio y su gran poder, y la promesa que se os ha hecho. No sólo es importante recibir los dos sacerdocios, sino también magnificar los llamamientos que de ellos derivan.
Cuando me encontraba en Europa visitando las misiones, había en un hotel de Bruselas un espejo para afeitarse; en la esquina inferior de este espejo, se hallaba otro, mucho más pequeño, que tenía mucho aumento. Este hacía que mi barba pareciera más espesa y las arrugas de mi rostro, el Gran Cañón del Colorado en Arizona. Pues bien, es de esta manera como queremos magnificar nuestros poderes y nuestras obras en el sacerdocio.
En la Sección 84 de Doctrinas y Convenios, dice que nosotros vamos a ser recipientes de «todo lo que mi Padre tiene» (D. y C. 84:88). ¿Os habéis detenido alguna vez para enumerar las bendiciones, los poderes que el Padre posee? Todo poder, toda influencia, toda fortaleza, serán vuestros, y esto va de acuerdo con el juramento y el convenio del Santo Sacerdocio que poseéis. Siempre me ha causado un poco de inquietud el siguiente pasaje referente al sacerdocio: «…, El que violare este convenio, después de haberlo recibido, y lo abandonare totalmente, no logrará el perdón de sus pecados ni en este mundo, ni en el venidero» (D. y C. 84:41). Yo tendría pavor de «abandonarlo totalmente» una vez vinculado a este importante servicio en el sacerdocio.
Hermanos, anoche hablamos a los jóvenes acerca de misiones para ellos. Esta mañana, os hablamos a vosotros acerca de misiones para ellos, vuestros hijos. El Señor ha dicho que éste es un día de amonestación, y no de muchas palabras. (Véase D. y C. 63:58.) Lo que Él quiere decir con esto, es: «Espero que no tenga que deciros esto otra vez.» Espero que no tengamos que repetir que el Señor dice: «Yo quiero que vuestros hijos cumplan misiones.» Él ha dicho: «He aquí, os envié para testificar y amonestar al pueblo, y le conviene a cada ser que ha sido amonestado, amonestar a su prójimo» (D. y C. 88:81). Por lo tanto, vosotros quedáis sin excusa, habiendo sido advertidos por el Señor. Esperamos, pues, que de hoy en adelante haya un nuevo espíritu en la predicación del evangelio.
Tengo entendido que hay 25 millones de habitantes en Argentina, y un número equivalente a éste en otros países de este hemisferio. Y hay sólo entre 25.000 y 30.000 miembros de la Iglesia entre estos 25 millones. Son muy pocos los que han oído el evangelio. Ahora bien, esto es vuestra responsabilidad. No podemos enviaros misioneros hasta acá para que hagan vuestro trabajo misional de estaca. Esperamos que vuestros presidentes de estaca y de misión organizarán de inmediato a vuestros adultos y niños en sus respectivas localidades, con este propósito.
El presidente David O. McKay introdujo el lema «Cada miembro, un misionero,» Esto significa cada miembro. Incluye al presidente de estaca y sus consejeros, a los miembros del sumo consejo y del obispado. Incluye a los niños pequeños, los cuales deben hacer lo que esté a su alcance. Ahora, vosotros tenéis muchos y buenos amigos. En el’ pasado, vosotros tampoco erais miembros de la Iglesia y alguien fue bondadoso con vosotros. Es ahora vuestro el privilegio de devolver ese favor a muchos otros.
En una reunión, mencioné el caso de una hermana de Córdoba o de Mendoza, que había sido el instrumento vital para llevar a 32 personas a aceptar el evangelio. No era misionera apartada especialmente para esta obra, sino simplemente un ama de casa; pero si un ama de casa puede hacer esto, ciertamente su esposo es capaz de hacer lo mismo, así como todos los demás miembros de la Iglesia.
Conocí a una hermana en Uruguay, que fue el instrumento para que se unieran a la Iglesia 82 miembros. Ahora bien, ¿por qué no puede hacer esto un presidente de estaca? El otro día conocimos a un taxista que era miembro de la Iglesia, el cual había regalado ejemplares del Libro de Mormón a muchas personas; él observaba a aquellos que utilizaban los servicios dé su taxímetro, y solía preguntarles: «¿Qué sabe usted de la Iglesia mormona?», «¿Le gustaría saber más acerca de ella?» Decía: «¿Le gustaría a usted hablar con alguien que ha hablado con el Señor?» En otras palabras, «¿le gustaría a usted conocer a un Profeta de Dios?» ¿Por qué no pueden actuar del mismo modo todos los taxistas mormones? ¿Por qué no pueden hacer otro tanto los miembros de la presidencia del quorum de élderes?
Desearíamos que usarais vuestros hogares para este propósito, para invitar a vuestros vecinos y amigos a compartir con vosotros una noche de hogar. En cierto lugar, una niñita iba con su papá en un tranvía; como no había dos asientos juntos vacíos, ella no pudo acomodarse junto a su padre, y tuvo que ocupar un asiento junto a un hombre totalmente desconocido. De pronto, la niña le preguntó a su compañero de asiento: «¿Sabe usted algo acerca de la Iglesia Mormona?» El hombre contestó: «No, no mucho.» «¿Le gustaría saber más?» Él contestó: «Sí, creo que sí.» Al recibir esta respuesta, corrió hacia el frente del tranvía donde estaba sentado su padre, y le preguntó: «Papá, ¿qué debo hacer ahora?» Naturalmente, el padre entonces se acercó al hombre y le habló acerca del evangelio.
Hemos tenido Primarias donde la gran mayoría de asistentes no eran miembros. En Canadá, una hermana que organizó una pequeña Primaria invitaba a todos los niños del vecindario a participar.
Dos misioneras salieron de la casa de la misión, y recorriendo el perímetro cercano, localizaron a todos los niños del sector, y dijeron a cada una las madres de los mismos: «¿Tiene usted niños pequeños? Tenemos una Primaria. ¿Le gustaría a usted mandar allí a sus niños?» La madre, naturalmente, preguntaba: «¿Y ‘qué hacen allí?»; y esto daba la oportunidad a las misioneras para explicar el evangelio. Cuando se pasó lista, había 57 niños que no eran miembros de la Iglesia, pero habían acudido a escuchar el evangelio en la Primaria. Pues bien, éste es el programa para todos nosotros. ¿Retendréis esto en vuestra mente, y actuaréis de acuerdo con él? Organizaos cuidadosamente, y bien, y procurad que vuestros miembros comprendan su responsabilidad.
No tenemos suficientes misioneros para este mundo tan grande, y necesitamos a vuestros hijos. Debe considerarse a todo joven. Esperamos que al cumplir cada joven los ocho, los doce, los catorce, y los dieciséis años, sea entrevistado, como lo dijo el presidente Tanner. ¿Existe alguna razón para que yo deba enviar a mi hijo como misionero, y vosotros no? Todos estos líderes de la Iglesia están enviando a sus hijos a misiones. Mis tres hijos varones han cumplido misiones y ahora les ha llegado su tumo a mis nietos. No sé cómo darle suficiente énfasis a esto. Esperamos que a partir de este día de amonestación, no haya necesidad de que se os tenga que recordar esto de nuevo, nunca jamás. Esta es una gran tierra, y un gran pueblo, y es vuestra responsabilidad enseñar el evangelio entre estas naciones. Cuando vosotros hayáis enviado a todos los jóvenes de esta región a servir en misiones, nosotros podremos enviar los misioneros estadounidenses, a India, o China, o Rusia, o algún otro sitio.
El presidente Tanner os ha dado una lista de pasajes de las escrituras que espero hayáis copiado. Si no lo habéis hecho, se van a publicar todos los sermones pronunciados durante esta conferencia en forma completa en el número de mayo de Liahona, y esperamos que vosotros busquéis estos pasajes y los estudiéis y absorbáis. Paso ahora a referirme a la Sección 121 de Doctrinas y Convenios. Abrid vuestro libro de Doctrinas y Convenios en esta sección, y leedla hasta aprenderla casi de memoria; en ella está implicado que los presidentes de misión, los presidentes de estaca y los obispos, nunca deben decir «Yo haré esto», «Yo voy a hacer aquello», «Yo he decidido». El Señor os a dado a todos dos consejeros y siempre debe ser, «Nosotros tomamos esta decisión», «Nosotros decidimos hacer esto». Reconoced a vuestros consejeros, brindadles oportunidades para que también ellos se desarrollen; si vosotros los pasáis por alto, no sois dignos de vuestras posiciones ejecutivas.
El Señor ha dicho: «Hemos aprendido por tristes experiencias que la naturaleza y disposición de casi todos los hombres, al obtener, como ellos suponen, un poquito de autoridad, es empezar desde luego a ejercer injusto dominio» (D. y C. 121:39). El Señor os está vigilando. Él sabe lo que estáis pensando y lo que estáis haciendo. No es sino natural que generalmente escojamos al hombre más capacitado para ser presidente. Pero ello no significa que él tenga que hacer todo, y no quiere decir que sus consejeros sean sus sirvientes. Todos ellos tienen sus derechos y privilegios, y el trabajo se reparte entre los tres. «Ningún poder o influencia… se puede ni se debe mantener, en virtud del sacerdocio» (D. y C. 121:41). Todos hemos .oído acerca de hombres que dicen a sus esposas: «Yo poseo el sacerdocio, y tú tienes que hacer lo que yo diga.» Tal hombre debería ser juzgado para determinar si es digno de ser miembro; ciertamente no debería ser honrado en su sacerdocio, porque debemos regir con amor y comprensión.
Debemos reprender, como lo dijo el presidente Tanner, cuando necesitamos hacerlo, y en seguida, tomar las medidas necesarias. Entonces, con amor, hemos de conducirlos de nuevo a la armonía.
Regresando al tema del programa misional, enseñad a vuestras familias durante la noche de hogar. Enseñad a vuestros hijos varones a hacer planes para ir a una misión desde el momento en que nacen.
Anoche relaté a la juventud, que en Londres y en otros lugares, he llamado a jovencitos de doce y once años a subir al estrado. Al venir ellos hasta donde yo estaba, les hablé individualmente, y les pregunté: «¿A dónde vas a ir cuando cumplas 19 años?» El primer joven contestó que no sabía, y yo le contesté: «¡Oh sí, tú sabes! ¡Vas a ir a una misión!» Y él, sorprendido, respondió «¿Yo?» «Sí —le dije—, tú irás a una misión, porque todos los jóvenes Santos de los Últimos Días proyectan cumplir una misión.» Le di un billete de diez chelines, y le informé que era suyo. «Ahora, debes añadir a esto hasta que tengas suficiente dinero para salir a una misión.» Esperamos que todo joven haga todo lo posible para ahorrar los fondos necesarios para cumplir una misión. Se ahorra mucho dinero en varios países del mundo, para dar sostén a jóvenes que están proyectando salir de misioneros al cumplir los diecinueve años. Fui a visitar otra estaca de Inglaterra, y un jovencito se acercó a mí y me dijo: «Yo estuve en la reunión en Londres el domingo pasado. Usted me dio diez chelines, y ya tengo tres veces esa suma. Cuando le dije a mi padre y a mis tíos que yo iba a ir a una misión, comenzaron a darme tareas que hacer para ganar dinero,»
No hay razón alguna para que un joven de esta Iglesia tenga que postergar el cumplimiento de su misión debido a la falta de fondos. Si él y su familia comienzan temprano a ahorrar con ese fin, cuando cumpla los 19 años, si es digno de ser misionero, después de haber hecho todo cuanto haya podido, él puede solicitar ayuda a la Iglesia. Tenemos un fondo para este propósito, y los presidentes de misión y estaca pueden requerir nuestra asistencia cuando sea necesario. Esto es sumamente importante,
Deseo dirigirme por un momento a los presidentes de misión. Algunos años atrás, se cometieron errores en el método proselitista, y fueron bautizadas miles de personas que no habían sido convertidas. Esto causó inquietud entre las Autoridades Generales en Salt Lake City. Pedimos a los que eran presidentes de misión durante ese período, que no lo hicieran más. Deseamos que la gente tenga un testimonio. Deseamos que entiendan las cosas básicas del evangelio. Pero cuando manifestamos nuestra preocupación concerniente a los números de bautismos incorrectos, la reacción llegó hasta el otro extremo, y muchos de los presidentes de misión erróneamente pensaron que no debían proponer metas a sus investigadores. Es como el péndulo de un reloj, existe la tendencia de ir siempre de un extremo al otro.
Tenemos la esperanza de que cada año traiga un gran aumento en las conversiones y los bautismos, y esperamos que vosotros, presidentes de misión, toméis esto en consideración. Creemos en metas. En verdad, vivimos de acuerdo a metas. Cuando participamos en actividades atléticas, siempre tenemos una meta. Cuando estudiamos, lo hacemos con la meta de graduarnos, de recibir un título. Por cierto, nuestra existencia total es una meta. Vamos hacia la vida eterna. Esa es la mayor meta en el mundo. No nos oponemos a las metas, pero no queremos que vosotros, presidentes de misión, señaléis cuotas a vuestros misioneros. Inspiradles para que ellos mismos determinen sus metas, y que éstas sean lo suficientemente elevadas como para instarlos a utilizar sus mejores esfuerzos.
Ahora, deseo decir una palabra acerca de lo hablado por el presidente Tanner, y me gustaría mencionar otro aspecto del mismo tema. Una vez estaba yo en el este de Canadá, donde asistí a una reunión de sacerdocio. Pregunté cuántos eran los diáconos, cuántos eran los maestros, y cuántos eran los presbíteros presentes. Había muchos que aparentemente no tenían el sacerdocio. Vosotros sois miembros de la Iglesia, ¿no es cierto? Las autoridades de la Iglesia en este lugar al que me refiero, tenían la noción equivocada de que nadie podía ser ordenado élder a menos que hubiera sido miembro de la Iglesia por un año. El presidente Tanner os ha dicho que no debe fijarse ningún periodo determinado para nada, con excepción de la entrada al templo. La meta es bautizar a todo niño cuando tiene ocho años, ocho, no nueve; ordenar diácono a todo joven a los doce años, no a los trece, ni a los catorce, ni a los veinte; y si vosotros no les dais una oportunidad, el pecado recaerá sobre vuestra cabeza. Trabajad con los padres y procurad que ellos lo entiendan. Cuando un joven cumple catorce años, se le ordena maestro si es digno, y muy raramente se va a encontrar a un joven de doce o catorce años de edad que no lo sea; y cuando el joven cumple dieciséis años, se le ordena presbítero; y a cada uno se le dan sus responsabilidades correspondientes. Al diácono, la de repartir la Santa Cena y recoger ofrendas de ayuno. Si tenéis veinte o treinta de ellos, dadle a cada uno la oportunidad de servir, de una manera u otra, cada semana. El maestro inmediatamente es asignado para ir con su padre u otra persona a hacer visitas como maestro orientador, y cuando se le ordena presbítero, puede continuar como maestro orientador, bendecir la Santa Cena y hacer las cosas que le son permitidas de acuerdo con las escrituras. Entonces, cuando cumple los diecinueve años, debe ya haber sido entrevistado para su llamamiento misional. No debemos postergar estos asuntos.
En esta área tenemos centenares de jóvenes que no son ordenados cuando corresponde. No debéis permitir que esto suceda. Hermanos, nosotros somos los líderes en Sión, y debemos asegurarnos de que todos los procedimientos marchen al pie de la letra.
Volviendo nuevamente al tema misional, tengo entendido que hay solamente 92 jóvenes en toda América del Sur sirviendo como misioneros. Hermanos, deberíais tener quinientos, o mil. Cada rama debe enviar a sus misioneros. Entiendo que hay 1.900 jóvenes solteros que no han cumplido misiones. ¿Podéis decirme por qué? Creemos que allí es donde deben estar. Hay cientos de jóvenes presbíteros que pronto serán élderes. Vosotros habéis tenido con ellos estas importantes entrevistas cuando fueron bautizados, cuando fueron ordenados diáconos, maestros, presbíteros, y en muchas otras oportunidades. Y la mayoría de los jóvenes responderán positivamente si les dais la oportunidad.
Ahora, quiero que recordéis que es a los fieles a quienes serán dadas las bendiciones que el Señor tiene reservadas. La responsabilidad es vuestra. Casi todos los líderes en Sudamérica son nativos del país correspondiente y rápidamente lo serán en su totalidad. Dios os bendiga en vuestro progreso hacia esta gran responsabilidad.
Os amamos y tenemos mucha confianza en vosotros. Os apreciamos más de lo que las palabras pueden expresar, Y al concluir esta conferencia, dejamos la responsabilidad en vuestras manos. La paz sea con vosotros y el éxito sea vuestro, en el nombre de Jesucristo. Amén,

























