8 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
El poder del amor paternal
por el élder Delbert L. Stapley
del Consejo de los Doce
Mis hermanos, hermanas y amigos: En estas asignaciones de la Conferencia de Área no se nos señala un tema específico para desarrollar. Me gustaría compartir con vosotros lo que he preparado para esta noche. Las escrituras nos enseñan que nuestro Dios es un Dios de amor. Su amor máximo por nosotros se manifestó cuando envió a su Hijo Unigénito al mundo, para que por medio de El pudiésemos vivir. (Véase 1 Juan 4:9.)
El amor que existe entre el Padre Eterno y su Hijo Unigénito ha existido y existe hasta cierto punto entre otros padres e hijos. No debemos sentir que ese tipo de amor es superior a nuestra habilidad para recibir y dar. No podremos igualar el amor perfecto que nos mostró el Salvador, porque Cristo es el epítome del amor perfecto; sin embargo, es una meta que todos debemos esforzarnos por lograr.
La necesidad más apremiante que el mundo tiene en la actualidad, para poder remediar sus necesidades y problemas, es que el hombre se vuelva a Dios con amor y obediencia a su voluntad. El remedio para todas las enfermedades y los errores, las preocupaciones, las angustias y los crímenes de la humanidad está comprendido en una sola palabra: amor.
El amor, si se utiliza en su contexto apropiado, conservará unidos a los pueblos de la tierra en comprensión, hermandad y paz.
Si el amor tierno, profundo y compasivo que Jesús practicó y recomendó se manifestara en todo corazón, se realizarían los ideales más nobles y gloriosos de la humanidad, y faltaría poco para que este mundo fuera un reino de los cielos. El amor es el cielo sobre la tierra; por cierto, el cielo que yace arriba no sería cielo sin amor.
El apóstol Pablo define el amor como el vínculo de la perfección y la paz. (Véase Colosenses 3:14.) Es el antiguo, el nuevo y el grande mandamiento; porque el amor es el cumplimiento de la ley.
El amor se manifiesta en la caridad del alma. Se expresa en un ejemplo semejante al de Cristo, en palabras, en hechos, en atenciones consideradas y en actos bondadosos. Es la purificación del corazón; fortalece el carácter; da un motivo más elevado y un fin positivo a todo acto de la vida. El poder para amar verdadera y devotamente es el don más noble con que se puede investir a un ser humano. El amor verdadero es eterno e infinito.
El amor comienza en el hogar cuando padres devotos imparten cariño y cuidado amoroso a sus hijos, los tratan con bondad y amor y comprensión, procurando ganarse su amor y confianza, y preocupándose por su bienestar y felicidad.
El apóstol Pablo dio este sabio consejo:
«Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo,» (1 Timoteo 5:8.)
La satisfacción de las necesidades físicas y temporales de los hijos no les proporciona lo que más urge que tengan; las rectas enseñanzas de los padres son vitales. Los miembros de la familia deben estar unidos por medio de un vínculo estrecho, y participar juntos en sus actividades, amarse los unos a los otros y disfrutar de mutuo compañerismo.
La primera emoción que un niño aprende y necesita es el amor; la primera emoción que expresa es el amor. El niño reacciona ante el amor o la falta de él. No hay cosa más dulce que sentir los brazos de un pequeño alrededor de nuestro cuello y oírle decir: «Te quiero mucho.» El amor es el verdadero cimiento de la vida.
Si los padres carecen de madurez y no pueden allanar sus diferencias sin ira, riñas ni insultos, el niño se siente inseguro y cuando crece tiende a juntarse con un tipo indeseable de amigos, simplemente para escapar del ambiente infeliz del hogar.
Examinemos algunas de las cosas desagradables que pueden ocurrir cuando un niño que va creciendo siente que no lo aman ni lo desean en el hogar. Frecuentemente se junta con compañeros de reputación dudosa, personas de normas inferiores a las suyas, sencillamente para sentir que es importante. Desafortunadamente, tal persona raras veces eleva a otros a su manera de vivir, sino que usualmente se rebaja al nivel de sus así llamados amigos.
Particularmente las jovencitas que sienten esa falta de amor están más dispuestas a ceder ante el joven de palabras persuasivas, y hasta pueden sacrificar la castidad sólo para sentirse amadas. ¿Sobre quién descansa la culpa verdadera de una tragedia como ésta? ¿Sobre la joven que tan desesperadamente necesita sentirse amada, o sobre los padres que no cumplieron con su responsabilidad de manifestarle su amor?
¿Y qué podemos decir de los jóvenes varones? ¿Qué clase de enseñanza y amor han recibido en el hogar? ¿Cómo tratarán y protegerán a las señoritas con quienes salgan a pasear, como resultado de su vida en el hogar?
Cuando se priva a los hijos de una orientación paterna amorosa, a menudo se destruye el ambiente espiritual y ordenado del hogar. Si los niños sienten que sus padres están verdaderamente interesados en ellos, se guiarán por sus deseos. Cuando hay amor y respeto mutuos en el hogar, también existe el deseo de complacer.
Tanto los jóvenes como las señoritas probablemente se vestirían en forma más modesta si sintieran que sus padres se interesan en su apariencia. Si se visten de una manera inmodesta e impropia, tal vez se deba a que no hay en el hogar alguien que tenga el interés suficiente para orientarlos en su manera de vestir, o tal vez los padres no den un buen ejemplo personal de modestia en cuanto a presentación y esmero en su apariencia personal.
Poco después que se puso de moda la minifalda, se le preguntó a una modista si creía que esta moda estuviera contribuyendo a la delincuencia moral de las jóvenes. La respuesta fue un «sí» muy positivo. Las estadísticas referentes al número de madres solteras han demostrado que esa afirmación es verdadera.
Una discusión entre la familia durante una noche de hogar sobre las normas de vestir podría cambiar estos impropios estilos de ropa por otros que fueran modestos; y esto se aplica tanto al joven como a la señorita. Con un espíritu de amor y las prudentes enseñanzas de los padres, se pueden corregir muchos de los problemas de la juventud actual.
El presidente Joseph F. Smith hizo esta amonestación:
«Se tendrá por responsables a los padres de Sión por los hechos de sus hijos, no sólo hasta que éstos lleguen a los ocho años de edad, sino también por el resto de su vida, si sus progenitores han sido negligentes en el cumplimiento de su deber mientras los tuvieron a su cargo.» (Véase Doctrina del Evangelio, volumen 2, capítulo 4.)
El deber que los padres descuidan con más frecuencia es su responsabilidad de corregir y disciplinar a los hijos. La liberalidad no indica amor, ni tampoco puede comprar el amor de un niño; no es posible pasar por alto sus malos pasos y dejar que pasen inadvertidos; cuando un niño hace algo malo, debe esperar el castigo correspondiente. Sin embargo, no se debe castigar con ira. Con frecuencia los padres pueden tener mejor comunicación con sus hijos después del castigo. Un brazo cariñoso que lo rodee manifestará al niño el amor que los padres sienten por él, y a menudo abrirá la puerta a la comunicación mutua. Cuando él está dispuesto a hablar, ése es el momento en que los padres deben escucharlo, cualquiera sea la hora del día o de la noche.
Salomón aconsejó: «No menosprecies, hijo mío, el castigo de Jehová, ni te fatigues de su corrección; porque Jehová al que ama castiga, como el padre al hijo a quien quiere» (Proverbios 3:11-12).
Si los padres pasan demasiado tiempo en actividades sociales fuera del hogar, a menudo se deja a los niños para que se cuiden como puedan, y ésta es una responsabilidad para la cual todavía no están completamente preparados. Ninguna cantidad de dinero o libertad puede compensar a los hijos por la pérdida de la influencia, el compañerismo y la orientación de sus padres; y a menudo las consecuencias son graves y trascendentales.
Nuestro querido presidente David O. McKay dijo:
«Un elemento que contribuye a la vida feliz en el hogar es el servicio mutuo. Cada uno de los miembros de la familia trabaja por los otros. El hogar más hermoso es aquel en que encontramos a cada cual esforzándose por servir a los demás.
Un niño tiene el derecho de sentir que en su hogar tiene un refugio, un lugar de protección de los peligros y maldades del mundo exterior. La unidad e integridad familiares son necesarias para suplir esta necesidad. El niño necesita padres que sean felices en sus ajustes emocionales, que estén procurando felizmente la realización de su ideal y que amen a sus hijos con un amor sincero y abnegado; en una palabra, que sean personas sensatas, dotadas de cierta medida de introspección, y que puedan proporcionar al niño un ambiente emocional sano que ha de contribuir más a su desarrollo que cualquiera de las ventajas materiales.»
La familia es uno de los baluartes más sanos y seguros de la sociedad, y en la actualidad se está derrumbando. La vida moderna desintegra el fundamento mismo del hogar. En un hogar bien ordenado, donde reinan la confianza y el amor, es donde encontraremos la vida óptima. No hay hogar verdadero sin amor. Es por medio del amor que los hogares se tornan permanentes.
Se ha dicho que «el amor fluye hacia abajo. El amor de los padres por sus hijos siempre ha sido más potente que el de los hijos por sus padres. ¿Y quién, entre los hijos de los hombres, habrá amado a Dios con la milésima parte del amor que Él nos ha manifestado?»
Tanto los padres como la juventud se están olvidando de lo que el amor puro realmente significa. El concepto no ha sufrido cambios, pero igual que tantas otras virtudes que se aceptan como esenciales en las normas apropiadas de conducta, se ha estado menoscabando hasta que su verdadero significado ha perdido importancia.
¿Cómo pueden un hombre o una mujer decir que se aman si se son infieles? ¿Cómo podemos, con nuestros hechos, herir a quienes deberíamos amar más?
¿Qué se puede decir de los padres que deshacen su hogar? ¿Quiénes sufren más, los padres o los hijos? El egoísmo de algunas personas es espantoso. Ni la disolución de votos conyugales ni la violación de convenios parecen tener significado o importancia para ellas.
Es sumamente importante que los padres permanezcan unidos y conserven a su familia en una relación ideal y amorosa. Padres, tened vuestra noche de hogar cada semana. Esta actividad os acercará a vuestros hijos y hará que ellos se acerquen a vosotros. Orad con vuestras familias; estableced las tradiciones correctas en vuestro hogar, desarrollad el amor, el compañerismo y la unidad; estad pendientes de las tendencias de vuestros hijos, y ved si los elevan o los rebajan. Tened presente que donde terminan las buenas relaciones familiares, allí es donde frecuentemente empieza la delincuencia.
¡Cuán bendecida es la familia donde mora el amor! ¡Cuán bendecidos son los niños cuyos recuerdos más preciados son los de una niñez feliz! Padres, dedicad el tiempo necesario para darles a vuestros hijos esos años felices y esos gratos recuerdos. El mundo marcha aceleradamente y la presión sobre nuestro tiempo disponible es consumidora. Los padres a menudo desatienden a su familia por motivo de exigencias comerciales o profesionales; las madres que salen a trabajar, corren el mismo peligro. Buscad las oportunidades de participar juntos en vuestras actividades familiares, y el tiempo para atender a cada hijo.
Deseo compartir con vosotros parte del testimonio de una madre devota que miró hacia el futuro, teniendo presente el cuidado, el bienestar, la orientación y la felicidad de sus hijos. Fue escrito dieciséis años antes de su muerte, y es el tributo sumamente bello de una mujer que verdaderamente amaba a sus hijos:
«He permanecido despierta esta noche sin poder conciliar el sueño, cosa rara en mí, ya que por lo general duermo bien. Es mi deseo dejarles este mensaje, mis queridos hijos: … Si me aman guarden los mandamientos de Dios por amor a mí, si no lo hacen por ustedes, pues deseo que estén conmigo en el grado de gloria, cualquiera que sea, que su padre y yo logremos.
Si no estoy presente para cuidarlos en esta vida, les encomiendo… no apartarse de este evangelio. No tengan celos el uno del otro, pues mi amor por todos ustedes ha sido el mismo. He procurado ser justa con todos. . . No se re-prueben el uno al otro . . . No busquen los placeres mundanos. Estén pendientes de los poderes de Satanás porque su fuerza es potente y no hay que olvidarlo.
Recuerden siempre que los amo a todos, y que todos son hijos de Dios en espíritu, A su padre y a mí se nos ha dado el cargo en esta vida terrenal de ser sus padres, y espero que vivan de tal manera que una vez más podamos ser una familia en la eternidad.»
Permitidme divagar por un momento. En la sección 93 de las Doctrinas y Convenios, el Señor cita una declaración que es muy conocida:
«La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.» (D. y C. 93:36.)
Después añade: «La luz y la verdad abandonan a aquel inicuo» (D. y C. 93:37). Indica que todo hombre nace inocente y que habiendo Dios redimido al hombre de la caída, éste volvió a un estado inocente ante Dios. En una carta que Mormón escribió a su hijo Moroni, le indicó que los niños pequeños eran incapaces de cometer pecado. Dijo que, «la maldición de Adán les ha sido quitada en mí» (Moroni 8:9). En una revelación que el Señor dio a José Smith, mencionó que Satanás no tiene poder sobre los niños hasta que éstos llegan a la edad de responsabilidad. (Véase D. y C. 29:47) Esto nos dice a nosotros como padres, que tenemos ocho maravillosos años de la vida de los niños para enseñarles principios correctos, para que lleguen a formar un carácter semejante al de Cristo y puedan ser capaces de resistir las tentaciones del mal cuando lleguen a la edad de responsabilidad. Pero es en esa época, a la cual el Señor se refirió, cuando el malvado vendría y Ies quitaría la luz y la verdad a los hijos de los hombres, todo por causa de la desobediencia y las tradiciones de sus padres.
Pienso si no sería bueno aprovechar esos ocho maravillosos años y enseñar o habilitar a nuestros hijos, a fin de que cuando lleguen a la edad de responsabilidad no se dejen vencer por las tentaciones, sino que puedan vencerlas y se conserven dulces y puros. El presidente Kimball citó lo dicho por Mormón en una ocasión: «. . . has continuado bajo esta condenación; no les has enseñado a tus hijos e hijas la luz y la verdad, conforme a los mandamientos; y aquel inicuo todavía tiene poder sobre ti, y ésta es la causa de tu aflicción» (D. y C. 93:41, 42).
No me asombraría, padres, que ésta fuera la causa de nuestras aflicciones cuando nuestros hijos se van por el camino equivocado. Sé que aun en el mejor de los hogares habrá hijos que se irán por la senda equivocada, pero serán sólo unos pocos, comparados con los muchos que habrá si nosotros fracasamos y no les damos la luz y la verdad. El Señor añade «si quieres verte libre has de poner tu propia casa en orden, porque hay en tu casa muchas cosas que no convienen» (D. y C. 93:43). Esto fue lo que citó el presidente Kimball. No creo que el Señor haya pensado en el orden físico en nuestros hogares. Pienso si estamos brindando ese orden espiritual en nuestros hogares a fin de que nuestros hijos puedan crecer en ese ambiente. Estoy seguro de que eso sería una gran ayuda para ellos.
Tengo un testimonio de esta obra. Sé que es verdadera. Sé que el evangelio tal como lo enseñamos, es verdadero. Por lo tanto, tenemos la responsabilidad de llevar el mensaje del evangelio a toda nación, lengua y pueblo.
Deseamos ver al mayor número posible de jóvenes en el campo misional, tan pronto como les sea posible. También deseamos ver a las señoritas en el campo misional, pero esperamos que sean dignas, que sean ejemplos en sus propias vidas. Esperamos que ellos puedan seguir vuestro ejemplo, padres, porque vosotros estáis dando tan buen ejemplo, que podéis decirles «ven sígueme, y haced las cosas que me habéis visto hacer». Que el Señor nos bendiga para este fin, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























