9 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
El sacerdocio: el gobierno de Dios y el poder del cielo
por el élder Delbert L. Stapley
del Consejo de los Doce Apóstoles
Queridos hermanos: El sacerdocio es el poder de Dios delegado al hombre mediante el cual éste puede obrar legítimamente en la tierra para la salvación de la familia humana. Dicha autoridad no se asume ni se deriva de generaciones pasadas. Es una autoridad que se ha restaurado en la tierra en esta última dispensación del evangelio. El sacerdocio es el gobierno de Dios, tanto en la tierra como en los cielos, y por medio de este divino poder del sacerdocio se conservan y se sostienen todas sus obras; dirige todas las cosas, gobierna todas las cosas.
El sacerdocio es eterno, sin principio de días ni fin de años. Si este poder no está sobre la tierra, no puede haber Iglesia verdadera de Cristo. La pérdida del sacerdocio causaría que la autoridad y la revelación de Dios cesaran entre los hombres. El establecimiento de la Iglesia de Dios sobre la tierra siempre ha venido acompañado de revelaciones que declaran la disposición y la voluntad del Señor concernientes al funcionamiento correcto de su reino. Sin el sacerdocio, cualquier iglesia existente sería de los hombres y no de Dios.
Con el sacerdocio, el hombre colabora con Dios, siendo llamado divinamente a cargos de responsabilidad en la obra de salvar y exaltar a los hijos del Señor.
A veces nos referimos a: “magnificar el sacerdocio.» Seguramente, al referirse a esto los oradores, han tenido en mente los oficios y los llamamientos del sacerdocio. En realidad, no es el sacerdocio lo que magnificamos, sino los oficios y los llamamientos del mismo. El sacerdocio mismo no se puede engrandecer, simplemente porque no hay ninguna otra autoridad ni poder superior a él en el universo. Magnificar quiere decir intensificar, aumentar el significado, engrandecer y hacer que se considere con mayor estimación o respeto.
El presidente Joseph F. Smith dijo:
«No hay oficio procedente de este sacerdocio que sea o que pueda ser mayor que el sacerdocio mismo. Es del sacerdocio que el oficio deriva su autoridad y poder. Ningún oficio da autoridad al sacerdocio. Ningún oficio aumenta el poder del sacerdocio, antes todos los oficios que hay en la Iglesia derivan su poder, su virtud y autoridad del sacerdocio» (Gospeí Doctrine, Joseph F. Smith, pág. 148).
Vosotros podéis revisar los cuatro libros canónicos de la Iglesia y no encontraréis declaración alguna sobre la «magnificación del sacerdocio» Este es el poder mediante el cual Dios crea y controla todas sus obras. No hay poder más grande, y el que Dios comparta su poder con todos sus hijos que lo poseen fielmente, constituye una bendición sagrada e inmensurable.
El apóstol Pablo afirmó: «. . . Por cuanto yo soy apóstol de los gentiles, honro mi ministerio» (Romanos 11:13. Cursiva agregada.)
Jacob, en sus enseñanzas al pueblo de Nefi, declara:
«. . . Yo, Jacob, según la responsabilidad que tengo ante Dios de magnificar mi oficio con seriedad… he sido diligente en el ejercicio de mi vocación. . .» (Jacob 2:2-3),
El presidente John Taylor hizo esta observación: «. . . El honor proviene de las obras, no del oficio, sino de una persona que magnifica su oficio y llamamiento» (Gospel Kingdom, página 133).
El sacerdocio funcionó por conducto de los siervos devotos de Dios en la Iglesia en el hemisferio occidental. El Libro de Mormón revela que por medio de su fidelidad pudieron lograr gran poder en el sacerdocio.
Explicando el juramento y convenio del sacerdocio, el profeta José Smith dijo:
«Porque los que son fieles hasta obtener estos dos sacerdocios de que he hablado, y magnifican sus llamamientos, son santificados por el espíritu para la renovación de sus cuerpos» (D. y C. 84:33).
¡Qué bendición tan hermosa se promete en este pasaje al fiel poseedor del sacerdocio! El Señor amonestó a los miembros varones de la Iglesia que no se preparan dignamente para recibir el Santo Sacerdocio, diciendo: «Mas ¡ay de todos aquellos que no aceptan este sacerdocio que habéis recibido!» (D. y C. 84:42).
Hay una diferencia entre la autoridad del sacerdocio y el poder del sacerdocio. El profeta José Smith enseñó:
«El poder, gloria y bendiciones de este sacerdocio no podían permanecer con los que fueron ordenados, sino conforme con su justicia … Se deben observar las ordenanzas precisamente como Dios lo ha enseñado, porque de lo contrario su sacerdocio les será por maldición en lugar de bendición» (Enseñanzas del profeta José Smith, págs. 201-2. Comp. por Joseph Fielding Smith [Salt Lake City; Deseret Book Co., 1938].)
Podrá conferirse el sacerdocio a un hombre, pero a causa de su inactividad, desobediencia y violación de los mandamientos de Dios, no logrará poder en él. El sacerdocio puede permanecer inerte en un individuo, sin que jamás llegue a realizarse el poder del mismo mediante el cual pueden efectuarse milagros. Tal persona inactiva se priva a sí misma de beneficios personales, y al mismo tiempo priva a otros que podrían ser estimulados y bendecidos si él hubiese sido fiel.
En las escrituras vemos muchos ejemplos del poder del sacerdocio, según se manifestó en la vida de Enoc, del hermano de Jared, Moisés, Josué, Elías el Profeta, Nefi, José Smith y otros.
Si se fortalecen los quórumes del sacerdocio de la Iglesia, los hermanos serán más eficaces en magnificar su llamamiento, y se logrará mayor progreso en la salvación de las almas. El hermano Joseph Fielding Smith dijo en cuanto a esto:
«El salvar las almas de los que se han extraviado del redil es tan meritorio y loable, y ocasiona tanto gozo en el cielo, como el salvar almas en los sitios remotos de la tierra» (Doctrines of Salvation, tomo 3, pág. 118).
No podemos descansar realmente sino hasta que se haya hecho el máximo esfuerzo por llegar hasta todos los miembros inactivos del sacerdocio, así como los hermanos que todavía no han sido ordenados, y hermanarlos en forma completa y lograr que participen en la Iglesia. No podemos quedar satisfechos sino hasta que todas las familias de la Iglesia sean unidas eternamente, y se encuentren bajo la dirección de un fiel y devoto esposo y padre que posee el sacerdocio.
Los padres de familia en la Iglesia deben ser jefes ejemplares de su familia, y aceptar la responsabilidad de enseñarla y orientarla por caminos rectos. El padre no puede ser relevado de esta posición en el hogar, ni tampoco puede renunciar a ella. Si fracasa en su responsabilidad de unir a su familia como unidad familiar eterna, bien puede perder su posición en la vida venidera. ¿Es esto lo que quieren los padres de familia en la Iglesia? Debemos decidir hasta qué grado estimamos a nuestras familias. Únicamente según las condiciones del Señor podremos lograr relaciones y metas familiares eternas; la negligencia y el incumplimiento no nos llevarán por el camino del evangelio que conduce a estas bendiciones.
Fomentad con entusiasmo el programa de futuros élderes que prepara a los adultos del Sacerdocio Aarónico y a los que no tienen el sacerdocio, a recibir el Sacerdocio de Melquisedec. Al obrar con los adultos, no hemos de pasar por alto a los jóvenes de la edad del Sacerdocio Aarónico en el programa de reactivación de la Iglesia.
La muerte espiritual es la más terrible de todas las muertes; sin embargo, vemos morir a nuestros hermanos en el sacerdocio por falta de atención fraternal, compasiva y útil. Los miembros activos del sacerdocio podrían salvar a muchos de estos hombres rebeldes e inactivos, si magnificaran su llamamiento y fueran constantes en seguir el curso de sus esfuerzos, y devotos en cumplir su asignación. Verdaderamente el valor de las almas es grande a la vista de Dios. (Véase D, y C. 18:10-16.)
El extinto, amado presidente Joseph Fielding Smith enseñó:
«La responsabilidad de efectuar esta obra llegó a vosotros desde el Hijo de Dios. Vosotros sois sus siervos; tendréis que responder ante El por vuestra mayordomía, y a menos que magnifiquéis vuestro llamamiento y os mostréis dignos y fieles en todas las cosas, no os hallaréis sin culpa ante él en el postrer día» (Doctrines of Salvation, pág. 118).
Una gran responsabilidad descansa sobre los hombres que poseen el sacerdocio. La actividad eficaz e inteligente empieza por un conocimiento claro y comprensivo de la naturaleza del sacerdocio y su lugar en el gobierno de Dios. Satanás tiene que retroceder cuando el poder del sacerdocio se ejerce en justicia.
La Iglesia no es más fuerte que su sacerdocio. El presidente Joseph Fielding Smith dio este consejo: «Debemos utilizar el sacerdocio para fortalecer la Iglesia.»
Hay en los hombres poderes inherentes dados por Dios, El Señor dijo:
«El poder está en ellos, por lo que vienen a ser sus propios agentes. Y si los hombres hacen lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa» (D. y C. 58:28).
Este poder se halla en el sacerdocio y es también una de las funciones del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es un director, un fortalecedor del carácter y un revelador de la verdad. Como siervos de Dios, cada uno de nosotros tiene el poder para ser el amo de su propia vida.
El presidente George Albert Smith dijo:
«La responsabilidad que se deposita en todos nosotros cuando se nos confieren estos honores es tremenda. Espero que ninguno de los miembros de la Iglesia que haya sido llamado a presidir en los diversos departamentos de la misma, sienta que puede darle un lugar de importancia secundaria en su vida. Vosotros que estáis aquí hoy debéis saber que vuestro deber, ante todas las cosas, es aprender lo que Señor quiere, y entonces, con el poder y la fuerza de este Santo Sacerdocio, aprender a magnificar vuestro llamamiento en presencia de vuestros compañeros… en forma tal que la gente os seguirá gustosa» (Conferencia de abril de 1942).
Os exhorto, hermanos, a que apoyéis a vuestros directores. No seáis ambiciosos buscadores de oficios. Sed humildes; esforzaos por mejorar; estad preparados para cuando recibáis un llamamiento en la Iglesia. Todo oficio en la Iglesia es importante, tan importante como el concepto o visión que uno se forma de él, y es un estímulo a la persona que es llamada.
El Señor ha dicho claramente «que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni manejados, sino conforme a los principios de justicia» (D. y C. 121:36).
Esta afirmación requiere meditación y oración para entender que, como poseedores del Santo Sacerdocio, nosotros estamos inseparablemente unidos a los poderes del cielo. Por tanto, debemos obedecer los principios de justicia para obrar con éxito en nuestros llamamientos.
Hermanos, tengo un firme testimonio del evangelio. Yo sé que hay autoridad y poder en el sacerdocio. También sé que debemos vivir dignamente para lograr su fuerza e influencia espiritual. Yo he sido el beneficiario de las bendiciones del sacerdocio. Sé que este poder del sacerdocio para bendecir existe actualmente en la Iglesia de Jesucristo. Os doy este testimonio. El Señor os bendiga; lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























