Hemos hallado al Mesías

9 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
Hemos hallado al Mesías
por el élder J. Thomas Fyans
Ayudante del Consejo de los Doce

J. Thomas Fyans«Hemos hallado al Mesías». (Juan 1:41). Así dijo Andrés a su hermano Pedro, según se encuentra registrado en el primer capítulo del evangelio de Juan. Cuán gloriosa y maravillosa la proclamación para escuchar, para meditar, para entender, para creer, para tener un testimonio tan cierto. Hallamos en este mismo capítulo de Juan el testimonio de el Bautista cuando manifestó, «Y yo le vi, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios» (Juan 1:34).

Este Salvador, el Señor Jesucristo, de quien estos hermanos dieron testimonio, es «la luz verdadera que ilumina a cada ser que vive en el mundo» (D. y C. 93:2).

El profeta José Smith nos desafió a que aprendiéramos a conocer al Salvador cuando dijo: «Escudriñad las escrituras; escudriñad las revelaciones que publicamos y pedid a vuestro Padre Celestial, en el nombre de su Hijo Jesucristo, que os manifieste la verdad; y si lo hacéis con el sólo fin de glorificarlo, no dudando nada, Él os responderá por el poder de su Santo Espíritu. Entonces podréis saber por vosotros mismos y no por otro. No tendréis entonces que depender del hombre para saber de Dios, ni habrá lugar para la especulación; no; porque cuando los hombres reciben su instrucción de Aquel que los hizo, saben cómo los salvará. Por lo que de nuevo os decimos: Escudriñad las escrituras; escudriñad las profecías.»

Nuestro Profeta actual, el presidente Spencer W. Kimball, es un gran estudioso de las escrituras y un ejemplo viviente para todos nosotros. Hablando en una ocasión a los maestros de seminarios e institutos, dijo: «Hallo que cuando mi relación con Dios es informal y cuando parece que no hay un oído divino escuchando, ni una voz divina hablando, me encuentro lejos, muy lejos. Si me sumerjo en las escrituras, la distancia se acorta y la espiritualidad vuelve. Me encuentro entonces amando más intensamente a aquellos a quienes debo amar con todo mi corazón y mente y fuerza. Y amándolos más, hallo que es más fácil ceñirme a su consejo».

El programa del Señor para enseñar y estimular a su pueblo a vivir el evangelio de Jesucristo, incluye las siguientes tres fases básicas:

Primero, revela el evangelio a sus profetas;

Segundo, requiere de los padres que enseñen el evangelio a sus hijos;

Tercero, deposita responsabilidad en la Iglesia para ayudar a la familia.

No es simple cumplir con el desafío de enseñar a nuestros jóvenes a transitar por los caminos de la verdad, y a prepararse para vencer las tentaciones y las pruebas de hoy en día. Si bien las organizaciones auxiliares y los quórumes del sacerdocio ofrecen una ayuda valiosa en este sentido, no pueden ser considerados como la fuente principal de la que el Señor espera que sus hijos aprendan. Estas pueden solamente ofrecer ayuda. Es sobre nosotros, como padres, que el Señor ha depositado toda su confianza.

Esa responsabilidad sagrada de enseñar a nuestros hijos, requiere un esfuerzo personal, siendo que primero debemos aprender los principios nosotros mismos y luego prepararnos para enseñarlos. Por lo tanto, podríamos preguntarnos, «¿Qué está haciendo la Iglesia a fin de ayudar a prepararnos para enseñar a nuestros hijos?»‘

Aquellos de nosotros que asistimos a las clases del sacerdocio, la Sociedad de Socorro y la Escuela Dominical habremos notado un énfasis muy particular en las escrituras. Nuestros cursos de estudio son, en gran medida, los libros canónicos de la Iglesia. El Señor, en su infinita sabiduría, ha preservado estos sagrados escritos para nuestro beneficio y experiencia. Si llevamos nuestras escrituras a las clases o reuniones de quórum y luego las leemos y meditamos durante el resto de la semana, tendremos la gloriosa oportunidad de crecer espiritualmente. Dicha preparación personal nos beneficiará, y como consecuencia de ello, beneficiará a nuestros hijos.

Ahora bien, mis hermanos y hermanas, la Iglesia está haciendo todo lo que tiene a su alcance para ayudar a cada uno de nosotros a que nos compenetremos en las escrituras para que podamos recibir grandes bendiciones, y que cada una de las organizaciones de la Iglesia ayude de una forma especial a balancear y dar profundidad a nuestros estudios.

Padres y madres: mediante el estudio de las escrituras en la clase de Doctrina del Evangelio de la Escuela Dominical, llegaremos a considerar a estos grandes líderes como nuestros amigos personales, y sus mensajes adquirirán una nueva dimensión. Hallaremos que las personas de tiempos pasados no eran tan diferentes de las que conocemos hoy. El Nefi de la antigüedad debe de haber comprendido esto cuando manifestó: «. . . para convencerlos más a que creyeran en el Señor, su Redentor, apliqué las escrituras a nosotros mismos para nuestro provecho e instrucción» (1 Nefi 19:23). Nosotros, al igual que Nefi, deberíamos aplicar todas las escrituras a nosotros mismos. Estos grandes hombres claman por ser escuchados. No acallemos su voz entre las tapas de nuestros libros sin leerlos, sin escucharlos, sin apreciarlos.

Por lo tanto, padres, asistamos a las clases de la Escuela Dominical juntos y luego leamos y estudiemos las escrituras.

Hermanos, vuestras reuniones del sacerdocio os darán la oportunidad de desarrollar un programa de estudio individual, y tendréis la ocasión de tener una discusión adicional en las reuniones del quórum. Aprenderéis de las doctrinas del reino y de vuestros deberes y responsabilidades como poseedores del sacerdocio. Aquí, así como en vuestra clase de la Escuela Dominical, estaréis bebiendo de la fuente de las escrituras.

Vosotras, hermanas, también estudiaréis la importante doctrina que contienen las escrituras además de recibir instrucciones para desarrollar vuestras habilidades como amas de casa, educación para madres, e instrucciones sobre relaciones sociales y refinamiento cultural. Así como las lecciones del Sacerdocio de Melquisedec, vuestras lecciones espirituales vivientes sirven para complementar aquello que estáis aprendiendo y leyendo en vuestras clases tanto de Doctrina del Evangelio, como de la Escuela Dominical.

Las conversaciones en el hogar han de enfocarse hacia lo que se está aprendiendo en el estudio de las escrituras, puesto que estos conceptos están hábilmente entretejidos en la trama de un profundo estudio del evangelio. Estaréis mejor preparados para enseñar a vuestros hijos en las noches de hogar, debido a que las lecciones de la noche de hogar también están coordinadas con el estudio de las escrituras en el sacerdocio, la Sociedad de Socorro y la Escuela Dominical.

Cada uno de nosotros ya sea el estudiante, el ama de casa, la maestra de la Primaria o el presidente de estaca, uniréis vuestros esfuerzos con otros miembros de la Iglesia de todo el mundo, en el estudio de una determinada parte de los libros canónicos cada año, y este año recibirán nuestra atención los cuatro evangelios del Nuevo Testamento. AI leer, estudiar y meditar cuidadosamente sobre una pequeña parte de las escrituras cada semana, un poco más cada mes y un poco más cada año, pronto veremos que hemos completado la totalidad de ocho años que abarca el estudio de los libros canónicos.

Sed dedicados. Bebed profundamente de la fuente y seréis bendecidos. La ley de la cosecha es tan aplicable a nuestro estudio del evangelio como lo es con el sembrado; la cosecha será acorde a nuestros propios esfuerzos.

¿No es acaso una maravillosa bendición saber que contamos con profetas vivientes para aconsejarnos e instruirnos? ¿Saber que contamos con las sagradas escrituras, las antiguas y las modernas, que nos proveen de guía e inspiración? ¿Saber que recibiremos revelación personal a través del Espíritu Santo y que hay una organización de la Iglesia con directores y maestros locales del sacerdocio que son llamados y apartados para brindarnos apoyo adicional?

Y vuelvo a citar al profeta viviente de nuestro Padre Celestial, el presidente Kimball cuando dijo: «Aprendemos las lecciones de la vida en forma más rápida y segura si vemos los resultados de la debilidad o de la virtud en la vida de otros. El conocer la fortaleza de José en medio del lujo del antiguo Egipto cuando fue tentado por una mala mujer, y ver a este limpio joven resistirse a todos los poderes del maligno que se personificaron en esta seductora persona, debería fortificar a quien lea esta historia contra dicho pecado. El ver la humildad, la fortaleza y el valor de Moisés dando ánimo al quejoso, amedrentado y desilusionado Israel, pues estaba seguro de que hacía lo que Dios quería que hiciese, rogando siempre a Dios que los perdonase, debería abrir los ojos de los jóvenes ante el hecho de que la espiritualidad los mantiene más cerca de su Padre. El reparar en el desarrollo espiritual de Pedro, quien se transformó por medio del evangelio de un pobre pescador, inculto, sin instrucción e ignorante, de acuerdo con la mentalidad de los hombres, en un gran organizador, profeta, líder, teólogo y maestro, dará esperanzas a las mentes anhelantes.»

Y ahora agrego mi sincera súplica de que podamos todos beber profundamente del pozo de las verdades del evangelio que se halla en las escrituras. Que particularmente durante este año podamos acrecentar nuestro panorama de los cuatro evangelios que proveen una visión personal de la vida del Salvador cuando caminó en esta tierra en el Meridiano de los Tiempos. Cuando leamos sobre el testimonio de Mateo y el de Marcos, y sobre la sabiduría de Lucas y el amor de Juan, nos elevaremos a alturas espirituales todavía inalcanzadas en nuestra vida.

Que nuestra respuesta al desafío de estudiar las escrituras nos lleve a constituir una influencia positiva en la vida de aquellos espíritus eternos a los cuales hemos vestido en amor con cuerpos mortales y que son nuestros hijos. Que hagamos posible el tenerlos con nosotros por todas las eternidades a causa de nuestra influencia sobre ellos en esta vida.

Que nuestro Padre Celestial ilumine nuestra mente y penetre en nuestro corazón para que también podamos exclamar, «Hemos hallado al Mesías» (Juan 1:41),

Os dejo mi testimonio de qué Él vive, y que tenemos un profeta viviente dirigiéndonos hoy en día, y lo hago en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Amén.

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