Influencia purificadora

8 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
Influencia purificadora
por el élder A. Theodore Tuttle
del Primer Consejo de los Setenta

A. Theodore TuttleMis queridos hermanos y hermanas, juventud, esperanza de la Iglesia: Considero un gran privilegio el haber sido invitado a hablar en esta Sesión de la Juventud de la Conferencia General de Área en Buenos Aires. Veo reunidos en nuestra audiencia a jóvenes de Argentina, Uruguay y Paraguay así como de Chile.

Primero, quisiera hablaros a vosotros los jóvenes, pues hoy tengo un mensaje muy importante y específico que daros. Más adelante quisiera hablarles también a las jovencitas.

Jóvenes, desearía hablaros acerca de vuestra futura misión.

Cuando el Profeta de Dios declara que éste es el tiempo en que debemos apresurar nuestra marcha y aumentar nuestros esfuerzos misionales, es porque éste es el tiempo.

En una oportunidad hablé con un joven acerca de su misión. Él me dijo:

«No quiero ir.» Por lo cual le pregunté:

«¿Y eso qué tiene que ver? de todos modos te necesitamos.»

El presidente Kimball ha dicho que no tenemos ni la mitad de los misioneros necesarios. ¿No podéis ver que no importa si queréis ir o no? De todos modos os necesitamos. ¿Comprendéis lo que quiere decir ser necesarios? Los lazos de la hermandad se hacen más fuertes y más profundos en el campo de la misión. Aprenderéis a amar al compañero con quien os arrodilléis en oración diaria, a las personas con quienes os asociéis sin importar su raza ni condición social, y ellos a su vez os amarán a vosotros. Os amarán porque vosotros les habréis llevado el evangelio.

Los conversos siempre recuerdan a aquellos que les enseñaron el evangelio.

He oído a muchos conversos hablar casi en forma reverente acerca de nuestros misioneros. Imaginaos que haya personas que oren por vosotros. ¿Comprendéis lo que eso significa? Esto será siempre una influencia purificadora en vuestra vida.

Muchas personas de estos países están orando para recibir la verdad; vosotros sois los únicos que podéis llevársela. En la actualidad solamente 50 de vosotros estáis sirviendo en estas tres misiones, y hay aproximadamente 3.800 entre los 19 y los 25 años de edad que no han servido como misioneros. Necesitamos más; muchos más. El servicio misional es más importante que cualquier otra cosa; el matrimonio no le precede en importancia; los trabajos tampoco tienen prioridad; los estudios pueden ser interrumpidos para cumplir con este llamamiento.

Vuestra dignidad moral es la condición primordial, y no podemos permitirnos debilidad de carácter cuando lo que necesitamos es fortaleza espiritual. ¡Estudiad! Leed el Libro de Mormón; subrayad los versículos que son importantes.

Aprended a orar constantemente; arrodillaos cada mañana y cada noche, y estad en buenas relaciones con el Señor,

Cuando regreséis de la misión, seréis dos años mayores. Esta noche quizás penséis que eso no tenga demasiada importancia. Sin embargo, os aseguro que entonces habrá cambios significativos. Demorar el noviazgo y el matrimonio es una sabia decisión. Tal vez cambiéis de opinión en cuanto a la compañera; muchos lo hacen por decisión propia o de ella.

Aun cuando la misión no garantiza un matrimonio feliz y próspero, sí estabiliza muchas cosas en la vida, las cuales en verdad influyen en el matrimonio. La madurez que se adquiere en el campo misional capacita a los jóvenes y a las señoritas a ser mejores esposos y esposas.

Ahora jóvenes, os advierto: tened cuidado con la señorita que no considera importante el servicio misional. Cuidaos de las jovencitas que os tientan y desaniman para que no vayáis a la misión, Estad alertas. ¿Es ésta la clase de persona que deseáis por compañera eterna? En tal caso, haríais bien en poner fin a esta clase de noviazgo.

Los mejores misioneros de la Iglesia han sido hombres humildes, hombres que se han sacrificado económicamente, hombres que vivieron cerca del Señor y que confiaron en El. Vosotros también podéis ser contados entre estos grandes hombres. Decidíos hoy.

Vosotros podéis realizar muchas cosas y llegar a experimentar grandes satisfacciones personales. Pero pocas serán las experiencias que puedan asemejarse al sereno y emocionante momento en que anotéis en vuestro diario de misionero: «Hoy bautizamos al señor Juan Fulano, a su esposa y todos sus hijos. Son una familia maravillosa.» Aspirad a ser misioneros.

Tal vez vosotras, hermanas, os preguntaréis, por qué no os hemos incluido en esta invitación para ser misioneras regulares. La razón es que la obra misional es primordialmente una responsabilidad del sacerdocio. Desde luego, también permitimos a algunas jovencitas que sirvan en el campo de la misión. Estamos agradecidos a ellas por su valiente y dedicado servicio. Sin embargo, para vosotras, la obra misional regular es un servicio opcional. Con respecto a los jóvenes, constituye una responsabilidad del sacerdocio que recae totalmente sobre sus hombros.

Ahora quisiera hablaros sobre un asunto vital. Se trata de cómo encontrar la felicidad.

Está comprobado que encontramos más motivo de infelicidad buscando la felicidad que por cualquier otro motivo. Eso es extraño, ya que toda la gente busca ser feliz. Sin embargo, si no buscáis la felicidad en la forma en que el Señor aconsejó, al final sólo encontraréis pesar.

El padre Lehi dijo: «Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo» (2 Nefi 2:25). El profeta José lo explicó aún más claramente: «La felicidad es el objetivo y la razón de nuestra existencia; y será también el fin, si nos esforzamos en la senda que lleva hacia ella; y esta senda es la virtud, la rectitud, la fidelidad, la santidad y el respeto a los mandamientos de Dios.»

Tenemos tiempo para considerar solamente una vía; ¡la de la virtud! La virtud no es algo separado o apartado del plan de salvación, sino todo lo contrario, es parte integral del mismo plan, más aún, es la llave misma del plan de salvación.

Todos nosotros vivimos con nuestro Padre Celestial antes de venir a la tierra. Vinimos acá para recibir un cuerpo terrenal y aprender a controlar la parte física de la vida.

A los efectos de traer la vida sobre la tierra, el Señor nos proveyó con el poder de crear otros cuerpos. Este es un poder sagrado y muy significativo. La mayor parte de la felicidad que podáis recibir en esta vida, tendrá su origen en este poder de procreación. No se trata de algo maligno; es un poder santo ante Dios. Sin embargo, os prevengo que solamente mediante el adecuado y sagrado uso de este poder, podréis crear la felicidad en lugar del pesar.

El hombre ha conquistado la tierra, el océano y el espacio; es el amo de todo, excepto de sí mismo, y es precisamente en el dominio de este poder de procreación donde nace el verdadero carácter o personalidad, y se nutre la fortaleza. El élder Boyd K. Packer, uno de los Doce, ha dicho: «Deseo exhortaros y quiero que recordéis estas palabras. ¡No permitáis que persona alguna toque o palpe vuestro cuerpo, ninguna persona! Los que os dicen lo contrario os invitan a ser cómplices de su culpabilidad. Nosotros os enseñamos a conservar la inocencia. Apartaos de cualquiera que quiera persuadiros a experimentar con estos poderes que dan la vida. ¡No importa que tal libertinaje sea ampliamente aceptado entre la sociedad de esta época! ¡No basta con que las dos partes estén dispuestas a consentir en este libertinaje! Imaginarse que es una expresión normal de cariño no es suficiente para convertirlo en un acto correcto. El único uso propio de este poder se encuentra dentro del convenio del matrimonio. No uséis jamás impropiamente estos poderes sagrados.

Y ahora, mis jóvenes amigos, debo deciros seriamente que Dios ha declarado en palabras inconfundibles, que la miseria y el pesar vendrán como resultado de la violación de las leyes de castidad. ‘La maldad nunca fue felicidad’ (Alma 41:10). Estas leyes fueron establecidas para guiar a todos los hijos de Dios en cuanto al uso de este don. . . Os espera una corona de gloria si vivís dignamente. La pérdida de tal corona bien puede ser castigo suficiente. Con frecuencia, con demasiada frecuencia, somos castigados por nuestros pecados así como a causa de ellos.» (Boyd K. Packer).

La recompensa de la virtud es la paz. La paz está arraigada en la justicia. La Primera Presidencia ha declarado: «¡Cuán gloriosa y próxima a los ángeles es la juventud que es pura! Esta juventud tiene el gozo indescriptible en esta vida y la felicidad eterna en la vida venidera.» La recompensa hace que el esfuerzo valga la pena.

Hay otro hecho igualmente importante. Las semillas de una vida matrimonial feliz se siembran en la juventud como nos dijo el élder Peterson. La felicidad no empieza en el altar; comienza durante el período de la juventud y del noviazgo. Las semillas de la felicidad se siembran de acuerdo a la habilidad que vosotros desarrolléis para dominar este poder maravilloso que poseéis. La castidad debe ser la virtud predominante entre los jóvenes. Ha de ser el ideal de todo joven Santo de los Últimos Días.

Vosotros estáis en el camino que lleva hacia el propósito mismo y el designio de la existencia: El hombre existe para que tenga gozo… en esta vida, y la vida eterna en el mundo venidero.

Que podáis caminar por este sendero de virtud, ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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