9 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
La sal de la tierra
por el élder Delbert L. Stapley
del Consejo de los Doce
Mis amados hermanos, hermanas y amigos: Me siento sumamente agradecido, pero al mismo tiempo humilde, por estar entre este pueblo devoto y escogido. En esta ocasión quisiera hablar acerca de nuestro deber de perfeccionarnos como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Después que Jesús comenzó su misión terrenal y logró reunir un fiel grupo de discípulos devotos, subió a un monte y allí enseñó muchos principios y verdades importantes que se refieren a diversos, pero vitales asuntos pertenecientes al bienestar y felicidad temporales y espirituales del hombre.
Deseo examinar con vosotros una amonestación que procede del bien conocido sermón de nuestro Señor sobre el monte. En él Jesús dijo a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se desvaneciere, ¿con qué será salada? No sirve más para nada, sino para ser echada fuera y hollada por los hombres» (Mateo 5:13).
He oído a hombres explicar estas enseñanzas, diciendo que en tiempos antiguos, la sal, no tan refinada como la que usamos hoy, se compraba en su estado natural, se lavaba y se utilizaba para dar sabor a la comida. Cuando no quedaba más que los inservibles restos o residuos, se echaba a la calle para ser hollados bajo los pies de los hombres.
¿Con qué fin, pues, se refiere Cristo a sus apóstoles como a «la sal de la tierra»? Este pasaje de las escrituras no es una afirmación ociosa ni insignificante; al contrario, es profunda y significativa. Todos estamos familiarizados con el sabor que la sal surte en la condimentación de los alimentos para que resulten más agradables al gusto, y por consiguiente, deseables y apetitosos.
¿Estará sugiriendo el Salvador a sus discípulos en esta declaración que por guiarse íntegramente por el plan de vida y salvación del evangelio, pueden adquirir una influencia sazonadora espiritual para bien en las vidas de todos aquellos con quienes se asocien y obren?
El evangelio según San Marcos ha proporcionado este concepto adicional de Jesús: «Tened sal en vosotros mismos; y tened paz los unos con los otros» (Marcos 9:50)
Para los hebreos la sal era un símbolo de pureza y fidelidad; también un vínculo inquebrantable de amistad. Indudablemente fue con este conocimiento que Cristo empleó la metáfora para explicar un punto doctrinal que sus discípulos pudieran entender.
En sus escritos a los santos de Colosas, el apóstol Pablo aconsejó: «Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal para que sepáis cómo debéis responder a cada uno» (Colosenses 4:6).
El relato que el Libro de Mormón hace de la visita de Cristo a los nefitas confirma la palabra bíblica y contribuye este concepto: «Pero, si la sal perdiere su sabor, ¿con qué será salada la tierra?» (3 Nefi 12:13).
Los pasajes que he citado proporcionan apenas un vistazo del significado de esta afirmación de nuestro Señor, mas no una comprensión completa. La plenitud de ese conocimiento se reservó para la dispensación del cumplimiento de los tiempos. Se encuentra en la revelación del Señor dada al profeta José Smith en Kirtland, Ohio, el 16 de diciembre de 1833. En esta manifestación, el Señor dijo:
«Cuando los hombres son llamados a mi evangelio eterno, y pactan con un convenio eterno, se les considera como la sal de la tierra y el sabor de los hombres; son llamados para ser el sabor de los hombres; de modo que, si esa sal de la tierra perdiere su sabor, he aquí, desde entonces no sirve para nada sino para echarla fuera, que sea hollada bajo los pies de los hombres» (D. y C. 101:39-40). Esta revelación es ilustrativa en extremo. Contiene una explicación e interpretación claras de las palabras de Cristo que todos podemos entender. Nos da una pauta completa para mejorar nuestras vidas personales, y llegar así a calificarnos para ser «el sabor de los hombres.»
Analicemos cuidadosamente los elementos importantes de esta revelación y bosquejemos brevemente el curso que el hombre debe seguir para lograr la fuerza espiritual e influencia personal que lo preparan para ser el «sabor de los hombres.»
El apóstol Pablo declaró que el evangelio de Jesucristo…es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree» (Romanos 1:16).
El evangelio sempiterno es, por tanto, el pían salvador de Dios y el camino de la vida para todos sus hijos sobre la tierra.
Cuando un individuo realmente se arrepiente y es bautizado por un siervo autorizado de Dios en la Iglesia verdadera de Cristo, y recibe el Espíritu Santo mediante la imposición de manos de aquellos que poseen la autoridad del santo Sacerdocio de Melquisedec, quiere decir que ha entrado en el evangelio eterno y se convierte en un discípulo de la Iglesia y reino de Dios. Al aceptar el convenio del bautismo, cada persona se compromete a servir al Señor, cumplir con su voluntad y guardar sus mandamientos. Este es el primer paso calificador para poder entrar en la categoría de «la sal de la tierra.»
Debemos tener presente, sin embargo, que en relación con todo convenio hay condiciones, requisitos y obligaciones que nos comprometen a un curso de vida y hechos rectos. Es mediante la aceptación y el cumplimiento de estas condiciones que se forma en nosotros un carácter que es según Cristo, y una influencia sazonadora para bien y para rectitud en nuestras vidas.
Para muchos de nosotros, el cumplir con estas condiciones, requisitos y obligaciones, significa desechar de nuestra mente pensamientos viejos y prácticas anticuadas de nuestra vida. Para lograr esto eficazmente, en ocasiones tenemos que pasar por un procedimiento que podría llamarse «desaprender.»
Esta palabra «desaprender,» cual se aplica en esta circunstancia, no significa desechar verdades eternas y conocimiento infinito, porque las leyes de Dios son inmutables y duran para siempre, sino que más bien se refiere a una alteración de nuestras costumbres para poder vivir de acuerdo con la voluntad de Dios. Esto de desaprender lo que no es muy bueno, no es tan sencillo ni tan fácil.
Con frecuencia, las personas se sienten demasiado satisfechas con lo que tienen. Es entonces cuando les es más difícil desaprender y aceptar la vía mejor que se encuentra en el evangelio verdadero de nuestro Redentor y Salvador Jesucristo, cual se ha revelado en estos postreros días.
Aquellos que se crían en una fe religiosa que no enseña las doctrinas verdaderas de Cristo, pese a lo sinceros que sean, tienen que desaprender mucho de lo que se les enseñó y aceptar la hueva luz del evangelio para obtener salvación y gloria, y ser contados «como la sal de la tierra y el sabor de los hombres.»
Estoy agradecido porque mi abuelo y bisabuelo, antiguos miembros de la Iglesia Anglicana, tuvieron el valor para recibir el mensaje del evangelio cuando llegaron a oírlo. Sus miles de descendientes han sido bendecidos por motivo de su determinación.
Debido a que los hijos de Israel se habían desviado, y estaban tan arraigadas en ellos las enseñanzas y las tradiciones de sus padres, no pudieron desaprender la ley menor dada por Moisés para su beneficio temporal, y aceptar la ley espiritual mayor que Cristo les trajo en persona. Fue Cristo quien vino a cumplir la ley menor y a revelar la ley mayor de su evangelio. Jesús fue muerto porque su propio pueblo de la casa de Israel no podía abandonar las tradiciones de sus padres y prepararse para recibir a su prometido Jehová, Salvador y Dios.
La gente del mundo debe dejar de lado la idea de que todas las iglesias son aceptables a Dios. Eso de enseñar que no importa por cuál de los caminos uno se dirige, (dando a entender la iglesia de la cual se es miembro), y decir que todos los caminos llevan de nuevo a la presencia de Dios, no concuerda con las enseñanzas de las Escrituras. Cristo no aceptó ninguna de las iglesias de su época para que proporcionaran la armazón de su reino terrenal. Esto es lo que El enseñó:
«Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen,…pero echan vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente» (Mateo 9:17).
Por tal motivo ni la organización de su iglesia en el meridiano de los tiempos ni la introducción del evangelio de su reino tenían cabida en la armazón de las iglesias existentes. Eran falsas y no tenían la autoridad del sacerdocio, por lo que no convenían a las necesidades y propósitos de Cristo. Idéntica condición existía en esta dispensación cuando el Señor restauró la Iglesia y su reino por conducto de su siervo divinamente llamado, José Smith.
También debemos desaprender la idea de que cualquiera y todos los bautismos son aceptables a Dios. En los primeros días de la Iglesia, los conversos que previamente se habían bautizado en otras iglesias quisieron unirse a la iglesia restaurada sin un segundo bautismo. El Señor dio estas instrucciones al respecto:
«He aquí, os digo que he abrogado en esto todos los convenios antiguos; y éste es un convenio nuevo y sempiterno, aun el que desde el principio fue. Por consiguiente, aunque un hombre se bautice cien veces, no le aprovechará nada, porque no podéis entrar por la puerta estrecha por la ley de Moisés, ni por vuestras obras muertas» (D. y C. 21:1, 2).
No hay sino una manera aprobada de bautizar, que es por inmersión. Únicamente los hombres que poseen el sacerdocio apropiado pueden efectuar en forma eficaz esta santa ordenanza.
Sinceramente testifico que al grado que todos los miembros de la Iglesia de Cristo progresen hacia la perfección, gozarán de mayor conocimiento y una visión más clara de los planes y propósitos de Dios. También tendrán que desaprender algunas cosas; no porque cambien las verdades y los principios fundamentales, sino porque se utilizan nuevos métodos y técnicas para lograr mayores y mejores resultados. Constantemente los programas de la Iglesia se están fortaleciendo y perfeccionando para hacer frente a las necesidades de sus miembros.
Hay otros aspectos que pueden requerir que se aprenda algo nuevo. Sin extenderme mucho, el uso de medallas y amuletos, etc., para ahuyentar el mal y atraer la buena fortuna.
Tal vez haya quienes tengan necesidad de volver a considerar lo que constituye la observancia correcta de la Palabra de Sabiduría. Dicha Palabra de Sabiduría tiene que ver con la abstención del té, el café, el tabaco y el licor. La Primera Presidencia también ha instruido que cualquier cosa que dañe el cuerpo y sea de una naturaleza que produzca la adicción, es contraria al espíritu de la Palabra de Sabiduría. Esta amonestación incluye definitivamente las drogas que producen la adicción. El apóstol Pablo aconsejó: «Absteneos de toda especie de mal» (1 Tesalonicenses 5:22). Debemos determinar que permaneceremos estrictamente del lado del Señor en lo que respecta a esta ley.
¿Podemos justificar un pago parcial de nuestros diezmos como un ajuste honrado con el Señor? ¿No debemos ser honrados con Él y cumplir íntegramente las obligaciones y condiciones de esta ley?
Los padres deben aprender que la responsabilidad principal de enseñar el evangelio a sus niños descansa en el hogar, y que no debe dejarse a las escuelas u organizaciones de la Iglesia.
El hombre debe descartar su actitud liberal hacia las relaciones sexuales, la cual menoscaba el carácter sagrado de la intimidad sexual y abre la puerta a una vida licenciosa. El adulterio es uno de los pecados más abominables a la vista del Señor, y está prohibido por nuestro Dios. (Véase Alma 39:5, Éxodo 20:14; D. y C. 42:24.) Aquellos que arbitrariamente quebranten esta ley deberán pagar el castigo de Dios, que podría resultar en serles negada la entrada al reino celestial donde Dios y Cristo moran.
No debemos someternos a las perversas incitaciones de hombres y mujeres astutos y engañadores que obran bajo la influencia de Satanás y sus huestes. El Señor previo las maldades de nuestra época y amonestó al respecto. Los peligros son verdaderos, y están llamando constante e incesantemente a nuestras puertas. ¿Cuán eficazmente podremos hacer frente al desafío de estas influencias impías? En esto está comprendida la prueba de ser verdaderos miembros de la Iglesia. ¿Podemos sostenernos firmes y fieles a los principios del evangelio, o seremos tan ingenuos y cándidos al grado de caer en las asechanzas preparadas por hombres conspiradores?
El Salvador dijo:
«He aquí, yo os envío como ovejas en medio de lobos; sed, pues, prudentes como serpientes, y sencillos como palomas.»
Entonces añadió: «Guardaos de los hombres» (Mateo 10:16,17).
El Salvador, advirtió que en estos postreros, días Satanás enfurecerá los corazones de los hijos de los hombres, y los agitará a la ira contra lo que es bueno. La presión de la fuerza de Satanás se va intensificando a medida que se aproxima la hora de la segunda venida del Salvador a tierra.
A medida que vamos aceptando y cumpliendo las condiciones, debemos estar más pendientes y prevenidos contra las asechanzas de los agentes de Satanás entre nosotros. Mencionaré algunas cosas a las que se aplica la amonestación del Salvador.
Recreo y diversiones, donde a menudo se gasta dinero en cosas que no son de ningún valor para el individuo.
El teatro y el cine, que tan frecuentemente presentan y fomentan lo indecente, lo inmoral, lo lujurioso y encienden fantasías y deseos mundanos en el género humano. La radio y la televisión también presentan crímenes, inmoralidad y lo sensacional. Tales producciones de normas tan bajas debilitan las virtudes morales, destruyen lo que es de valor al carácter y alientan los vicios y los crímenes entre jóvenes y adultos.
Los quioscos de periódicos con tanta literatura vil, sucia y pornográfica, constituyen una vergüenza y una enfermedad que ataca la mente inteligente.
El hampa del juego y el vicio constante e incansablemente se aprovechan de los inocentes y los desprevenidos.
El tráfico de narcóticos, que incluye la fomentación y uso de drogas nocivas, es una amenaza constante para este país y para otros.
La infame práctica del aborto, legalmente aprobada en algunos países, envuelve con sus redes a mujeres jóvenes embarazadas, solteras, que desean encubrir su pecado. Algunas parejas ya casadas también cometen este aborrecible pecado.
Los profesores en el campo de la educación, que proponen ideas, teorías y conceptos personales errados que socaban los valores éticos, morales y espirituales que la juventud debería estar recibiendo liberalmente en las aulas de clases.
En el campo de la filosofía se encuentran las sofisterías engañosas de los hombres. También tenemos al intelectual moderno y al libre pensador, quienes intentan modificar, alterar o mejorar las verdades gloriosas que Dios ha revelado a sus profetas escogidos, los cuales hablan autorizadamente por medio de su divino poder y sabiduría.
Por último, siempre tenemos a los hipócritas y a los que se apartan de la ética, así como a los engañadores y los anticristos, a quienes hay que hacer frente.
Debemos ser fuertes contra la maldad. Debemos estar dispuestos a desaprender aquello que no concuerde con el evangelio de Jesucristo. Debemos ser la luz que ilumina el mundo. El Señor dijo:
«Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.
«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:14,16).
De manera que aquellos que son «la sal de la tierra» son también la luz del mundo, y el fulgor de esa luz que por medio de sus buenas obras llega al género humano, glorifica a nuestro Padre Eterno en los cielos, y fortalece su obra y su reino sobre la tierra.
En una revelación dada por conducto del profeta José Smith, el Señor dijo lo siguiente, por vía de amonestación y consejo a su pueblo:
«Y para que fuesen castigados por una corta temporada con un grave y penoso castigo aquellos que llevan mi nombre, porque no escucharon del todo los preceptos y mandamientos que les di.
«Mas de cierto os digo, que he promulgado un decreto que han de realizar los de mi pueblo, si desde esta hora misma escucharen el consejo que yo, el Señor su Dios, les diere.
Y esforzándose por observar todas las palabras que yo, el Señor su Dios, les profiriere, jamás cesarán de prevalecer, hasta que los reinos del mundo queden subyugados debajo de mis pies, y se haya dado la tierra a los santos para poseerla por siempre jamás.
Pero si no guardan mis mandamientos, ni procuran observar todas mis palabras, los reinos del mundo prevalecerán en contra de ellos.
Porque fueron puestos para ser una luz al mundo, y para salvar a los hombres; Y por cuanto no salvan a los hombres, son como la sal que ha perdido su sabor; y entonces no vale sino para echarla fuera, que sea hollada de los hombres.» (D. y C. 103:4,5, 7-10.)
A la luz de esta revelación, y al ver las condiciones que prevalecen entre los hombres y las naciones en la actualidad, comprendemos que el mundo necesita sazonarse «con más sal.» El camino a la paz, la hermandad y la felicidad consiste en que los santos del Dios Altísimo den un ejemplo de vidas y obras espirituales, a fin de poder sazonar las almas de los hombres en rectitud y en verdad. Nosotros que somos miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y poseemos el evangelio de paz y salvación, tenemos este privilegio, responsabilidad y desafío.
Seamos, pues, más fieles y ejemplares en todas nuestras obligaciones y deberes para con Dios y nuestros semejantes, y de esta manera poder reunir todas las cualidades necesarias para ser considerados como «la sal de la tierra», a fin de sazonar las almas de los hombres en todas partes.
Deseo dar mi testimonio de que La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días es la Iglesia verdadera de Cristo, establecida sobre la tierra en esta dispensación final por la última vez. Está instituida divinamente por nuestro Señor y posee toda verdad, principio y ordenanza para la salvación y exaltación de aquellos que reciben y obedecen su plan de vida. Como miembros, debemos, mediante nuestra obediencia absoluta a los principios y las ordenanzas del evangelio, permanecer firmes y leales en la fe.
Testifico solemnemente que todo presidente de esta Iglesia, desde el día de su establecimiento, ha sido llamado y sostenido por Dios. Lo sostienen también los fieles miembros de la Iglesia, los cuales, con su mano en alto delante de Dios se comprometen a aceptar y sostener a su director como profeta, vidente y revelador. Sostenemos como tal a nuestro querido presidente Spencer W Kimball en la actualidad. De acuerdo con el espíritu de verdad que hay en mí, lo acepto en su alto llamamiento, y con todo mi corazón lo sostengo sin ninguna duda o reserva.
Dios os bendiga, mis hermanos y hermanas, para que seáis firmes, constantes e inmutables en guardar los mandamientos, humildemente ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.
























