La verdad de Dios en cada nación

8 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
La verdad de Dios en cada nación
por el presidente Hartman Rector Jr.
del Primer Consejo de los Setenta

Hartman Rector, JrEs un honor y un privilegio saludaros en el nombre de nuestro Señor Jesucristo. Estamos reunidos en su nombre, y es por El que estamos aquí. Todo lo bueno que hacemos en esta vida, proviene de Él.

Voy a apartarme del mensaje que tenía preparado esta tarde, para deciros que yo soy uno de vosotros. Soy un converso a la Iglesia como muchos de vosotros.

Soy el resultado de la obra de dos misioneros. Ellos golpearon a mi puerta un día en que yo no estaba en casa, pero mi señora estaba allí con nuestros dos hijos. Los invitó a entrar y ellos le dieron el folleto: “El testimonio de José Smith» y un ejemplar del Libro de Mormón.

Cuando llegué a casa, ella me contó la historia de José Smith. Cómo un jovencito, casi en nuestra época moderna, había tenido una visión del Padre y su Hijo. Pensé que se trataba del relato más absurdo que jamás había oído, y me reí. Al verme reír, ella rompió en llanto, y fue por sus lágrimas que con-sentí en leer algo del material que aquellos misioneros mormones habían dejado en nuestro hogar.

Leí la historia de José Smith. En realidad, no decía nada más de lo que mi esposa me había dicho. No creo que el poder de este testimonio se transmita a través de palabras escritas; es necesario tener a un élder o una hermana allí, que testifiquen acerca de lo que saben que es verdadero. Cuando así sucede, el Espíritu Santo lo confirma en el corazón de la persona, si ella es honesta y sincera, y lo sabrá con certeza.

Pero eso no me Sucedió a mí, de modo que comencé a leer el Libro de Mormón. No había terminado primer Nefi cuando me encontré deseando por sobre todas las cosas de este mundo, que ese libro fuera verdadero. Había ofrecido una simple oración. La había ofrecido una vez, lo había hecho mil veces. Era simple: “Querido Dios, por favor, muéstrame la verdad; por favor, condúceme a la verdad». Y he aquí que sin ningún esfuerzo de mi parte, me envió a aquellos dos jóvenes a mi hogar con la verdad.

Nuestros misioneros salen a proclamar la verdad sobre Dios a cada nación donde se les permita entrar. Y éste es el mensaje que llevan:

  1. Dios vive.
  2. Es una persona real de carne, huesos y espíritu.
  3. El ama a todos sus hijos.
  4. Escucha y contesta nuestras oraciones.
  5. Envió a su Unigénito en la carne para ser el Salvador y Redentor de sus hijos y mostrarles cómo deben vivir, a fin de asegurar para ellos y sus familias las bendiciones de los cielos.
  6. Testifican que Dios es el mismo de ayer, hoy y para siempre.
  7. Que El no hace acepción de personas y ha enviado profetas a la tierra, para que guíen y dirijan a sus hijos en toda época.
  8. En la misma forma en que hablaba a sus hijos en el pasado mediante los profetas, «los santos hombres de Dios» que «hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo», y sus palabras fueron escritura, así habla El ahora. En el año 1820 llamó a un jovencito, José Smith, le habló desde los cielos y le dio mandamientos.

«Y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas cosas al mundo; y todo esto para que se cumpliese lo que escribieron los profetas:

Lo débil del mundo vendrá y derribará a lo fuerte, [yo consideré que esto se refería a aquellos élderes mormones] para que el hombre no se aconseje con su prójimo, ni ponga su confianza en el brazo de la carne.

Sino que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, aun el Salvador del mundo.

Para que también se aumente la fe en la tierra;

Para que se establezca mi convenio sempiterno;

Para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra, y ante reyes y gobernantes.» (D. y C. 1:18-23.)

En esta forma, el joven profeta José fue un instrumento para revelar, no sólo las escrituras antiguas, sino también las modernas; también reveló las ordenanzas salvadoras del evangelio de Jesucristo y restauró la verdadera autoridad sobre la tierra: el Sacerdocio.

En 1973, el Señor llamó a su siervo Spencer W. Kimball, seleccionándolo y ordenándolo como Profeta ante todas las naciones del mundo, y le dio la autoridad para declarar este mensaje de la restauración a toda nación, y tribu, y lengua, y pueblo (D. y C. 133:37).

Por eso es que van nuestros misioneros a las naciones —más de 18.000 misioneros— en un ministerio gratuito, como poderoso ejército de hombres y mujeres, y a veces matrimonios de edad, respondiendo al llamado que les hace el Señor por medio de su Profeta. Pagando sus propios gastos, comparten este mensaje de esperanza, paz y gozo con sus hermanos, que son todos los hijos de Dios.

Naturalmente, esta obra no puede llevarse a cabo sin sacrificio. El Padre nos puso el ejemplo dándonos a su Hijo Unigénito; el Hijo lo dio todo, incluyendo su vida, para ganar nuestras almas con su amor. Los santos de la antigüedad soportaron estoicamente pruebas, aflicciones, persecuciones, la pérdida de sus bienes terrenales, como lo han hecho los de nuestros días, porque tenían la seguridad del testimonio, de que estaban en una causa agradable ante la vista de Dios. Con ese testimonio, que se recibe por el Espíritu Santo, no solamente han soportado con gozo la pérdida de lo material, sino que también sufrieron la muerte en sus formas más horribles, porque sabían que las bendiciones del cielo se reciben por medio del sacrificio.

Porque, en las palabras de Pablo, «si en esta vida solamente esperamos en Cristo, somos los más dignos de conmiseración de todos los hombres» (1 Cor. 15:19).

«Porque sabemos que si nuestra morada terrestre, este tabernáculo, se deshiciere, tenemos de Dios un edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos.» (1 Cor. 5:1.)

Ciertamente, los días de sacrificio no han terminado, ni terminarán hasta que el Maestro venga otra vez y diga: «Juntadme mis santos, los que hicieron conmigo pacto con sacrificio» (Salmos 50:5).

Hay muchas maneras de hacer sacrificios ante el Señor, pero sin duda una de las ofrendas más productivas que podemos hacerle es llevar al mundo el mensaje de la restauración, ya sea siendo misioneros o enviando misioneros. El valor de un alma es tan grande para el Señor que Él lo compara al del mundo entero. «Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?» (Mat. 16:26).

Y las mayores promesas que ha hecho están dirigidas a los que le lleven almas: «. . .quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí de modo que no perece, sino que obra la salvación de su alma» (D. y C. 4:4).

Santiago registra una promesa similar:

«Hermanos, si alguien de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hiciera volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de la muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados.» (San. 5:19-20.)

En otras palabras, el misionero recibe una remisión de pecados por llevarle almas al Señor. ¡Qué magnífica promesa! Y nadie podrá escapar a la responsabilidad de llevar adelante este mensaje. Un profeta moderno ha dicho que en cada miembro hay un misionero.

Hagamos un recuento personal para ver hasta qué punto estamos llevando adelante ese mensaje. En el presente, hay más de 18.000 misioneros regulares esparcidos en 114 misiones en todo el mundo. Pero de éstos, un 89% o sea más de 16.000, salen de los Estados Unidos; un 6,5%, o sea 1.200 salen de Canadá; lo cual deja un 4,5%, apenas poco más de 800 que salen del resto de los países. Entre Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay, hay 115 misioneros de esos países en comparación con 111 que había el año pasado; esto significa que hay un aumento de un 2,8%, lo cual constituye un paso en la dirección correcta. Y lo mismo ocurre en otros países donde se predica el evangelio. Estamos en la dirección correcta, pero podemos hacer mucho, muchísimo más.

Como lo dijo el presidente Kimball, debemos comenzar antes y entrenarlos mejor y durante más tiempo. Para mantener a un misionero se requiere un gran sacrificio económico. El promedio en todas las misiones del mundo es de 140 dólares por mes; en Argentina es de 15 dólares menos, pero en Chile es de 10 dólares más. Esto significa que el costo promedio de una misión de dos años es de unos 3.500 dólares. Para acumularlos, se requeriría un ahorro de por lo menos 15 dólares por mes durante 19 años, desde el día del nacimiento hasta el de la partida hacia la misión. Si esperáis que el jovencito tenga 12 años, el ahorro mensual para el fondo misional aumentaría a 38 dólares por mes durante los siete años siguientes. Y, naturalmente, si no se hubiera ahorrado nada, al llegar el momento de la misión se requerirían los 140 dólares mensuales durante dos años. ¿Se atrevería alguien a decir que esto no es sacrificio? Los jóvenes deben trabajar y ahorrar todo lo que puedan a fin de ayudar a su mantenimiento en el campo misional. Cuando hayáis hecho todo lo posible, el Señor se encargará del resto. ¿Acaso hay algo imposible para Dios?

Pero, por supuesto que se requiere más que el dinero. Será necesario interrumpir los estudios y abandonar el trabajo; también hay que alejarse de la familia y los amigos; y es indispensable obtener una buena comprensión de las escrituras por medio del estudio, la oración y el ayuno. Esto es esencial, pero, por sobre todo, es necesario demostrar la absoluta dignidad moral de la persona. Los jóvenes y las señoritas que deseen servir como misioneros deben estar preparados emocional, mental, moral y físicamente. Quizás ésa sea la parte más difícil y para algunos represente un gran sacrificio, pero se puede lograr y eso es lo que el Señor espera de nosotros. El sacrificio es lo que trae las bendiciones de los cielos.

Es demasiado alto el porcentaje de misioneros que sale del lugar donde está la cabecera de la Iglesia; más de la mitad proviene de la zona de las Montañas Rocosas, Con la contribución de vuestros propios hijos, esta situación está cambiando, y así debe ser; y con este cambio surgirán del servicio misional grandes bendiciones de fortaleza que vosotros recibiréis. Los testimonios fortalecidos de esos misioneros ya no tendrán que regresar a Utah, Idaho, Arizona y California, sino que se quedarán en sus países, Argentina, Chile, Uruguay y Paraguay. Aumentarán los casamientos en el templo; porque habrá un templo para sus jóvenes, los diezmos y otras contribuciones serán mayores; la dedicación florecerá y dará fruto. Es ciertamente en el campo misional donde el Señor encuentra a sus obispos, presidentes de estaca y de misión, representantes regionales y Autoridades Generales de la Iglesia. La gloria y las bendiciones de Dios descansarán sobre sus santos de estos lugares. En las palabras del profeta José Smith:

«Hermanos, ¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande? Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, hermanos; marchad a la victoria! ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! ¡Prorrumpa la tierra en canto! ¡Alcen los muertos himnos de alabanza eterna al Rey Emanuel, quien decretó, antes de existir el mundo, lo que nos habilitaría para redimirlos de su prisión; porque los presos quedarán libres!

He aquí, está para llegar el gran día del Señor; ¿y quién podrá aguantar el día de su venida? o ¿quién podrá estar cuando él se mostrará?» (D. y C. 128:22-24).

Sólo aquéllos cuyas prendas se blanqueen en la sangre del Cordero; los que hayan llevado la carga en lo peor del día; los que hayan trabajado larga e incansablemente en la viña; los que lo hayan ofrecido todo en sacrificio en el altar del servicio a sus semejantes; los que hayan amado la venida del Señor y que, después de hacer todo lo necesario, puedan permanecer y contemplar la salvación de su Dios.

Mis hermanos, soy un testigo ante Dios de que Él vive. Sé que vive y que oye y contesta las oraciones, porque ha oído y contestado las mías y no hay nada que sea imposible para Dios. Os doy mi testimonio de que Jesús es el Cristo y que Él vive. Sé que vive, que ha restablecido su Iglesia en la tierra, en nuestros propios días por medio del profeta José Smith, un gran hombre, y que tenemos un Profeta de Dios en la tierra hoy en día… un Profeta viviente. Spencer W. Kimball es un Profeta del Dios viviente y él es quien toma las decisiones en la Iglesia bajo la dirección de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, a quien pertenece esta Iglesia. Os dejo este testimonio, mi amor, mi bendición y mi más sincero cariño, en el nombre de Jesucristo. Amén.

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