Las responsabilidades de los padres

8 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
Las responsabilidades de los padres
por el presidente N. Eldon Tanner
de la Primera Presidencia

N. Eldon TannerHa sido un privilegio para nosotros escuchar a los hermanos que nos han hablado y nos han aconsejado sabiamente e inspirado a llevar una vida mejor. Especialmente hemos sido muy afortunados en tener a nuestro Profeta con nosotros y saber que estos mensajes inspiradores han provenido realmente del Señor. Sólo ruego y espero que recordemos y pongamos en acción las enseñanzas que Él nos ha dado y continuará dándonos durante esta conferencia.

Esta noche hemos escuchado muchos consejos y advertencias que se nos han dado bajo la dirección del Espíritu del Señor y que nos ayudarán en forma práctica y real a cumplir con nuestros deberes de padres.

No se nos puede conferir mayor responsabilidad, privilegio ni bendición que el ser padres dignos. No importa cuán grandes puedan ser los logros fuera del hogar, nadie va a tener mayor recompensa en los cielos que aquel fiel y devoto padre que haya ayudado a sus hijos a conocer a Dios y a su hijo Jesucristo y a vivir de acuerdo con sus enseñanzas.

Siempre he sentido enorme gratitud hacia mi Padre Celestial por haberme permitido nacer de buenos padres y siempre ruego que pueda ser merecedor de las enseñanzas que recibí en el hogar y del ejemplo que ellos me dieron. Mis padres eran honesto, pudorosos, y rectos al extremo, y esperaban lo mismo de mí. No dudaba yo que ellos sabían que el evangelio es verdadero, y que deseaban y estaban determinados a vivir guardando los mandamientos de Dios. Ellos esperaban que yo hiciera exactamente lo mismo, que caminara rectamente ante mi Padre Celestial, y viviera de modo tal que mereciera la confianza de mis amigos y asociados, manteniéndome moralmente limpio; que guardara el día del Señor y la Palabra de Sabiduría estrictamente, que pagara mi diezmo y ofrendas, y orara diariamente sabiendo que mi Padre Celestial estaba allí para contestar mis oraciones y para fortalecerme y guiarme cuando yo lo necesitara.

La noche de hogar ofrece una gran oportunidad para que padres e hijos lleguen a comprenderse y conocerse mejor, y para discutir los problemas de la familia. Es imperativo que ellos se den cuenta, sientan y sepan sin ninguna duda que les tenéis completa confianza; que estáis interesados en los problemas que puedan tener, y que haréis todo lo posible para ayudarles a resolverlos; que ellos pueden depositar toda su confianza en vosotros. Es muy triste cuando un niño siente que no puede confiar en sus padres, en verdad es triste.

Me gustaría leer fragmentos de una carta que fue enviada al editor de la sección de la Iglesia del periódico Descreí News, de Salt Lake City, y voy a parafrasear algunas partes. El autor de la carta cuenta que él y su esposa habían ido a cenar a la cabaña de campo de unos amigos en un lugar retirado. En el camino de regreso él recordó que necesitaba hablar con su amigo nuevamente y buscó un teléfono público desde donde pudiera llamarlo.

Mientras él estaba hablando una joven atractiva se acercó a su esposa, que había quedado sentada en el auto estacionado en el costado del camino, y le preguntó si sería posible que la llevaran con ellos a la ciudad. Le explicó que había sido ofendida y asustada por su joven amigo en una zona retirada del camino, y por esto se había bajado del auto, caminando en la obscuridad a lo largo de la carretera en busca de un teléfono desde donde pudiera llamar a alguna amiga que fuera a recogerla.

«Estaba tan asustada que cuando vio a mi esposa en el auto se acercó a pedirle ayuda a pesar de que ésta era una completa desconocida.

Le dijo que temía llamar a sus padres porque ellos ‘morirían’ si supieran que su hija estaba en esa situación. Y agregó: ‘Somos muy religiosos; supongo que ustedes no son mormones ¿no es así?'»

Continúo leyendo la carta: «Cuando mi esposa le dijo que yo era un obispo, la joven exclamó con gran alivio, ‘¡oh, vine al lugar correcto ¿no es cierto?’

Me impresionó el hecho de que ella tenía miedo de llamar a sus padres; había tenido suficiente valor como para bajarse del auto de su amigo, caminar por el obscuro camino y acercarse a una desconocida a pedir ayuda, pero sin embargo le faltaba el valor de hacer saber a sus padres su necesidad y su peligro.»

El hombre terminaba la carta rogando al editor que escribiera una columna editorial exhortando a los padres a que les expresen a sus hijos cuánto los aman; que les digan que están listos para ayudarles en todas las circunstancias y bajo cualquier condición, y también a exhortar a los hijos a que confíen en los padres, que los llamen cuando los necesiten, sintiéndose seguros que sus padres los aman, y que siempre son sus mejores amigos.

Por cierto que se debe prevenir a la gente joven para que eviten encontrarse en tales situaciones en primer lugar. El editor entonces hace la siguiente declaración: «Las reglas rigurosas no establecen confianza ni seguridad. La comprensión y el amor mutuo entre padres e hijos son vitales en las relaciones familiares. Cuando los padres fallan en establecer esta confianza en la mente de sus hijos, fallan en un asunto de mucho mayor importancia que la apariencia de piedad angelical.»

Ahora, mis queridos hermanos, no puedo poner más énfasis en las cosas que les han sido dichas esta noche. Estemos completamente agradecidos por ser padres de esos espíritus que nos fueron enviados por Dios para que los preparemos a volver a su presencia. Que podamos tener el amor, el entendimiento y la confianza necesarios para enseñar a nuestros hijos lo que sea necesario para que ellos disfruten de la vida eterna. Que el Señor nos dé la fortaleza, el valor y el entendimiento para aceptar nuestra responsabilidad como padres, y que vivamos así, en forma tal que podamos llevar nuevamente a nuestra familia a la presencia de nuestro Padre Celestial; que podamos decir que hemos peleado la buena batalla, que hemos conservado la fe y así recibir la gloriosa respuesta: «Bien, buen siervo y fiel; entra en el gozo de tu Señor». Esto lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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