8 de marzo de 1975, Conferencia General de Área en Buenos Aires
Sed limpios
por el presidente Spencer W. Kimball
Sesión de la juventud
Mis amados jóvenes, hermanos y hermanas:
Es una experiencia gozosa el estar aquí con vosotros. Amo a la juventud. Hemos estado en muchos lugares donde hemos hablado a grandes congregaciones de jóvenes. Al envejecer, más o menos seguimos cierta rutina; pero cuando somos jóvenes somos maleables, y encuentro que la juventud generalmente se siente dispuesta a aprender. También os encuentro muy perceptivos. Pienso que sois maravillosos.
Estos hermanos que os han dirigido la palabra antes de mí, os han dicho la verdad; sus sermones fueron excelentes. ¿Qué más podría yo decir aparte de corroborar todo lo que ellos han dicho? Han hablado de la virtud, el honor y la pureza; han hablado de la obra misional. Me gustaría agregar una o dos palabras a estos temas,
En lo que se refiere a la obra misional, nos sentimos desilusionados por el hecho de que tenemos muy pocos jóvenes de Sudamérica en el campo misional. En cada una de estas reuniones para la juventud, como también en las demás, observamos muchos jóvenes de aspecto bueno y saludable. El presidente Tuttle os ha dicho que os necesitamos.
Recordemos que el Señor Jesucristo creó la tierra y organizó el programa para ella. Él dijo que había que enviar personas por toda la faz de la tierra para predicar el evangelio. A los once apóstoles que quedaron, después que Judas hubo cometido su crimen, el Señor les mandó: «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura.»
Mientras nos dirigíamos hacia aquí esta noche, vimos las calles llenas de gente, entre ellos, miles de jóvenes de vuestra edad. Y yo dije al pasar por entre las multitudes: «Ojalá que todos pudieran estar esta noche con nosotros.» Estoy seguro de que necesitan lo que podríamos ofrecerles. Y necesitan lo que les podéis dar, pues la mayoría de vosotros habéis nacido y sido criados en la Iglesia, y por lo tanto, conocéis el programa. Y sabéis que nadie puede llegar a la cumbre de la felicidad a menos que viva de acuerdo con los mandamientos del Señor. El mundo necesita el evangelio.
Mi esposa y yo hemos recorrido el mundo y en todas partes hemos visto mucho sufrimiento. Sabemos que si las personas tuvieran el evangelio, no sufrirían en la misma forma; que los pobres se encontrarían en mejor posición económica, después de bautizarse en la Iglesia. Por supuesto, esto no ocurriría de repente, sino que el cambio vendría gradualmente.
A cada uno de los hombres que prevemos llegarán a ser líderes en las estacas y otras partes, le preguntamos: «¿Fuma usted alguna vez?» «¡Oh no!,» responden «¡No desde que me bauticé!» Imaginad todo el dinero que se ahorra una persona cuando no fuma. «¿Bebe usted de vez en cuando?», y contesta: «¡Oh no!; no desde que me bauticé en la Iglesia». «¿Anda usted a veces de juerga, y tiene algunas nociones falsas sobre la vida social?» y él responde: «Soy fiel a mi esposa; lo he sido desde que me bauticé en la Iglesia». Y agrega: «Voy directamente a mi casa después del trabajo, y todo el dinero que gano, lo gasto en mi familia.» Así es como debería ser en todas partes. Y si todo padre y toda madre cuidaran de sus niños de ese modo, podríamos enseñar el evangelio a todo el mundo.
Hemos visto mucha gente malvada sobre la tierra. La obediencia a los mandamientos llevaría paz a su corazón y dignidad a su vida.
¿Os habéis detenido alguna vez a pensar que el evangelio es el remedio para todos los problemas? Aun nuestra salud es mejor cuando vivimos de acuerdo con los mandamientos del Señor. En la Iglesia mueren de cáncer sólo la mitad de los que fallecen de esa enfermedad fuera de la Iglesia, lo que significa que si no bebemos ni fumamos, nuestro cuerpo tiene mayores probabilidades de gozar de una vida normal.
Ahora bien, el evangelio cambia la vida de las personas. Convierte en hombres buenos a los malos, y a los buenos los hace mejores; además ayuda a cimentar mejores lazos familiares. El evangelio es el poder salvador.
No hay muchos miembros de la Iglesia que estén pereciendo de hambre, porque nos cuidamos los unos a los otros; y porque así lo hacemos, almacenamos víveres para los días de adversidad. Además, usamos el dinero que ganamos para propósitos dignos y rectos. ¡Si sólo pudiéramos proclamar al mundo entero que las personas serán más felices, padecerán menos hambre, recibirán mejor cuidado si se unen a la Iglesia! Esta es la razón por la que el presidente Tuttle os dijo que necesitamos misioneros.
Espero ver el día en que tengamos 5.000 misioneros provenientes de Sudamérica. Por cierto que hay mucho más que ese número en estos países. ¿Por qué no están obrando en el campo misional? Yo creo que no han comprendido; han pensado que era algo que simplemente pueden hacer o dejar de hacer.
Pero una misión es como el pago del diezmo. Desde luego vosotros no tenéis que pagar diezmo, pero todo aquel que ama al Señor va a acostumbrarse a hacerlo. Y cada joven y señorita debe adquirir este hábito de pagar su diezmo. Hay una infinidad de cosas que no estamos constreñidos a hacer, pero deseamos hacerlas, porque es lo correcto. Queremos conservar nuestra vida pura, porque es correcto conservarla pura. Queremos tener las noches de hogar, porque es apropiado hacerlo así. Y consiguientemente, deseamos ir a la misión, porque ésa es la manera del Señor.
Cuando el Salvador estuvo en la cima del Monte de los Olivos en Jerusalén, El no dijo: «Si os es conveniente, quisiera que vosotros fuerais»; no dijo: «Si alguien os da el dinero necesario para ir, me complacería que fueseis». Sino que les dijo a los apóstoles: «Id por todo el mundo, y predicad el evangelio a toda criatura» ¿Cuánto tiempo pensáis vosotros que necesitarían esos once apóstoles para recorrer toda la tierra o esta enorme ciudad? El Señor lo sabía. Él sabía que no podrían hacerlo. Por lo tanto, les dio una revelación, y les dijo: «Donde vosotros no podáis ir, enviad a otros.» Y así El estableció a los Doce Apóstoles para que fueran el comité misional en todo el mundo, y para que ellos pudieran enviar a otros a desempeñar esos cargos. Entonces nombró a los siete presidentes de los Setenta, y éstos ayudan a los Doce Apóstoles. Además, hay cómo veinte ayudantes de los Doce, y todas estas Autoridades Generales están trabajando en la obra misional. Cada fin de semana se encuentran en distintas partes del mundo, explicando que todos los jóvenes deben cumplir una misión. Ni aun las cuarenta Autoridades Generales podrían llegar a todo el mundo; ni siquiera los 18.000 misioneros son suficientes para hacerlo. De manera que estamos pidiendo a todos los jóvenes, japoneses, chinos y polinesios, y ahora estamos pidiendo a los jóvenes sudamericanos que salgan a cumplir su misión.
Recuerdo que cuando estuve en Australia, conocí a un joven que había sido uno de los mejores misioneros de allí y que me relató esta historia. Este joven había estado asistiendo a la universidad y cuando ya le faltaba poco para graduarse, conoció a una linda señorita de la que se enamoró, y que parecía quererlo también. Una noche en que la luna brillaba y las circunstancias parecían perfectas, él declaró: «Quisiera que fueras mi esposa», y ella le respondió: «Me gustaría mucho casarme contigo, pero dime, ¿dónde cumpliste tu misión?” Y él le explicó: «Pues, es que he estado demasiado ocupado para ir a una misión. Otros pueden hacerlo; yo tengo que terminar mi educación.» La joven se quedó silenciosa por un rato, y después dijo: «Pues quizás sea mejor que esperemos.» Y así fue como él formó parte de uno de los grupos de misioneros que salieron para Australia. Y al hablarme de su regreso a casa, dijo: «Ella estaba esperando, nos casamos en el templo, y somos la pareja más feliz del mundo.»
Vosotras, jóvenes, ¿os dais cuenta del poder que ejercéis? Si estuviera aquí un ejército diciéndoles que tienen que ir a una misión, no tendría la fuerza que vosotras podríais ejercer. Cuando uno de estos jóvenes se enamora, vosotras tenéis el control. Naturalmente, podéis decir lo que queráis, pero lo mejor sería: «Esperemos hasta que hayas regresado de tu misión.» Tal es la importancia de la misma.
No dejéis de lado esta importante responsabilidad: decid a vuestros hermanitos desde muy pequeños que un día ellos irán a una misión, y ayudadles a ahorrar el dinero.
En una ocasión me hallaba en Londres con mi esposa, visitando las misiones allí, y participamos en una conferencia de estaca. Cuando me llegó el turno de hablar, dije: «¿Me harán el favor de venir al estrado los jovencitos de doce años?»; creo que vinieron unos 25, y comencé a hablar con ellos. AI primero que llegó le pregunté: «¿Adónde vas a ir cuando cumplas 19 años?», me contestó: «No sé». Le dije entonces: «Sí lo sabes; tú vas a salir a una misión, y aquí tienes un billete de diez chelines para iniciar un fondo para pagar por ella». Luego procedí con el próximo joven, y el siguiente, hasta que todos los veinticinco habían subido a verme. Me causó mucho placer cuando la semana siguiente visité otra ciudad en la misión y un jovencito vino a saludarme después de la reunión, y me dijo: «Hermano Kimball, yo estuve en la reunión en Londres la semana pasada, y usted me dio diez chelines; cuando tenga la edad, voy a ir a una misión.»
Enseñad a vuestros hermanitos. Enseñadles que ellos van a cumplir una misión, y que deben ahorrar sus pesos para que puedan tener el dinero con que hacerlo. Vosotros guapos y fuertes jóvenes, ¿sabéis lo que el Señor ha hecho por vosotros? Se os ve llenos de salud y muy felices. ¿Quién os dio vuestra salud? ¿Quién os dio los ojos?, ¿los oídos?, ¿la voz? ¿Habéis pensado alguna vez en ello? Alguien debe haberos proporcionado estas posesiones inestimables.
Sabéis que hará unos veinte años más o menos, yo tuve cáncer en la garganta. Fui a ver al mejor médico de la ciudad de Nueva York, y él determinó que tendría que operar para extirparlo. El presidente Lee estaba conmigo, y dijo: «Pues, yo no podría vivir sin voz». «Oh», fue la respuesta», mucha gente se las arregla bien sin ella.» Al operar queda allí una abertura y el sonido de la voz es agudo y chillón. El cáncer era tan grave que yo ya no podía hablar. Ese día en el hospital, cuando subí al ascensor, había allí un hombre que había sido operado de la garganta, y al oír el sonido extraño de su voz, le dije a mi esposa: «Yo no podría soportar eso».
Entonces el hermano Lee le dijo al médico: «Este es un hombre importante. Recorre todo el mundo, predicando el evangelio. Él no podría vivir sin su voz,»
Y aquel gran cirujano repitió: «La gente puede arreglárselas sin voz.»
Entonces yo insistí: «Pero yo no podría; eso significaría el fin de mi vida, porque mi trabajo es predicar el evangelio a todo el mundo.» A pesar de todo se llevó a cabo la operación y me extirparon partes vitales. Al cabo de unos pocos meses, yo había recuperado mi voz. Es decir, había recuperado parte de ella. A partir de esa fecha, ya no pude cantar. Pero no es necesario tener voz con que cantar para continuar viviendo; y uno no tiene que cantar para predicar el evangelio. De manera que fui recuperándola gradualmente, hasta llegar a la voz fea que ahora tengo.
Fui criado en el campo y cuando tenía once años, mi padre me llevó a un patriarca. Entre otras cosas, él me dijo: «Tú predicarás el evangelio a mucha gente pero especialmente a los indios, a los lamanitas; y los verás llegar a ser un pueblo grande en la Iglesia.» Así que yo sabía que tenía que predicar el evangelio, y que no podía darme por vencido y resignarme a perder la voz.
Permitidme preguntaros: ¿Cuántos estaríais dispuestos a perder vuestra voz? ¿La comprasteis, o la conseguisteis en un trueque? ¿O alguien os la dio? ¿Os dio el Señor una voz para que pudierais expresaros? Entonces, ¿por qué no vais al mundo y relatáis la historia más importante que en él existe? Y decís a la gente que la verdad ha sido restaurada; que el Señor ha dispuesto una sucesión de profetas, desde Adán hasta ahora; que vosotros mismos sois los poseedores del Santo Sacerdocio, y que lo vais a magnificar todos los días de vuestras vidas. ¡Decid esto al mundo! ¡El mundo lo necesita!
Os pregunto de nuevo: ¿Quién os dio vuestra voz? ¿Por qué? ¿Simplemente para que podáis cantar, hablar o divertiros? ¿O será que se os dio la voz para que pudierais predicar el evangelio? ¿Por qué se os dieron los ojos, los oídos y las otras partes de vuestro cuerpo? Os las dio Dios para que las uséis en el cumplimiento de sus propósitos.
¿No os parece que es mejor que todos vayáis al campo misional? Es decir, todo joven que sea digno.
Esperamos que todos seáis dignos y puros, esperamos que ninguno de los que se hallan en este edificio jamás haya cometido los pecados más serios. Pero dad gracias a Dios, porque Él nos ha abierto una puerta de escape, y si alguno de vosotros ha hecho algo malo, tiene a su obispo o su presidente de rama, y tiene la posibilidad del arrepentimiento.
Tenemos que sufrir antes de poder arrepentimos, y una vez que nos hayamos arrepentido, entonces podremos finalmente ser perdonados. Por lo tanto, si alguno ha cometido cualquiera de los pecados más graves, hoy es el día de postraros de rodillas y rogar al Señor que os ayude a arrepentiros, para que por fin podáis ser perdonados, ir a una misión y cumplirla dignamente; y, por fin, llevar con vosotros a la compañera escogida a este Santo Templo que vamos a construir donde puedan ser sellados para toda la eternidad; y para que podáis ser padres y madres justos.
Vosotros sabéis que éste es el programa. Debéis ir a vuestro obispo, y decirle: «He tenido algunos problemas, no puedo dormir bien por las noches, me siento muy arrepentido. Deseo depurar mi vida de todo lo que no sea propio». Y el Señor es benévolo.
Ahora bien, éste es el programa para todo joven y señorita: purificamos nuestra vida y la conservamos libre de toda impureza; nunca damos a nuestro cuerpo cosas nocivas; nunca nos ocupamos de películas o relatos vulgares. Siempre elegimos a las mejores personas para que sean nuestros amigos especiales, a fin de que siempre estemos en posición de recibir altas oportunidades.
Mis amados hermanos y hermanas, nuestro Padre Celestial quien creó esta tierra, sabe todo lo concerniente a ella; El que creó nuestros cuerpos, sabe todo lo concerniente a ellos. Por supuesto, nuestros padres ayudaron a crear los cuerpos que poseemos, pero nuestro Padre Celestial creó nuestros espíritus y organizó el programa mediante el cual podemos procrear y tener familias. Estamos ahora en este mundo, para propósitos especiales, para crecer y ser una influencia potente en nuestras comunidades, para influir en la gente hacia el bien; y esto nos trae una vez más a la obra misional.
Cuando regresemos a Sudamérica, ¿hallaremos a todos los jóvenes dignos de ello, cumpliendo misiones? Y como dijo el presidente Tuttle, también habrá allí lugar para unas cuantas señoritas.
Sois un grupo admirable. El Señor os ama. Me imagino que El probablemente estará llorando de gozo esta noche al ver el maravilloso grupo de jóvenes aquí reunidos. Yo también siento deseos de llorar por la misma razón al decirle al Señor cuán feliz me siento al ver a tan hermoso grupo de bellos jóvenes.
Ahora, id a vuestros padres y decidles que los amáis. Cuando tengáis que alejaros de vuestro hogar para ir a una escuela lejana u otro lugar, pedid a vuestro padre que os dé una bendición. El padre es el que da bendiciones a sus hijos, y el Señor prestará atención a sus bendiciones.
Decid a vuestros padres, «te quiero, papá; te quiero, mamá», y proceded a demostrarlo por medio de vuestras acciones.
Que Dios os bendiga. Y que haya siempre paz en vuestro corazón, en vuestro hogar y en vuestra vida personal. Lo ruego encarecidamente, en el nombre de Jesucristo. Amén.
























