Las conferencias: faros que orientan nuestra vida

Octubre de 1974
Las conferencias: faros que orientan nuestra vida.
por el élder J. Thomas Fyans
Ayudante del Consejo de los Doce

J. Thomas FyansLas conferencias de la Iglesia pueden cambiarnos; especialmente cuando de sus temas seleccionamos metas personales y familiares.

Mis amados hermanos y hermanas, el espíritu de la conferencia vibra en nosotros. Junto con todos vosotros doy gracias a nuestro Padre Celestial por ello, como asimismo por el Profeta que nos guía y por sus inspirados colaboradores que nos han elevado espiritualmente tanto en esta sesión como en las precedentes. También a la par con vosotros, ruego fervientemente que esta conferencia pueda constituir un acontecimiento prominente para la Iglesia así como un punto decisivo en la orientación de nuestra vida.

Durante los últimos cuatro años se ha verificado en la Iglesia un grande y maravilloso milagro en la forma de conferencias generales de área: la que se llevó a efecto en 1971 en Manchester, Inglaterra; otra, en la ciudad de México en 1972; la de Munich, Alemania, en 1973; y hace sólo unas pocas semanas, la que se efectuó en Estocolmo, Suecia. Podemos darnos cuenta de que estas conferencias caracterizan la administración del presidente Spencer W. Kimball.

Al observar el desarrollo de las conferencias de área, ha sido evidente cómo se derrama el Espíritu del Señor sobre los santos de las diversas naciones del mundo. Los directores locales de la Iglesia han efectuado las preparaciones necesarias en lo concerniente a la adquisición de lugares, equipo y medios de comunicación para la realización de las mismas, así como los medios de transporte para llegar al sitio de la conferencia; también del hospedaje y alimento para los asistentes y de los arreglos correspondientes a los programas culturales. Después de cuatro años de íntima asociación con estos santos, puedo deciros que el Señor ha inspirado dirigentes en todo el mundo.

Algunos de los santos que han asistido a estas conferencias han expresado opiniones que me gustaría repetir: «No sabía que nuestra gente fuese capaz de realizar tales cosas. Contamos con más personas que tienen habilidades directivas, de lo que sabemos.» «Esto es más de lo que cualquiera de nosotros hubiese podido llegar, a imaginar. . . todo tan bien organizado, tan bien preparado. . . ¡y pensar que lo hicimos nosotros mismos!» «Estas semanas de preparación han sido las más grandiosas desde que soy miembro de la Iglesia. No sabía yo que hubiese entre nosotros tantos talentos, tantas habilidades.».

He llegado a conocer el amor de estos santos por el Señor. He visto sus inmensos deseos de asistir a estas conferencias. Recuerdo los diez santos de la ciudad de Tijuana, México, quienes después de trabajar y ahorrar dinero durante cuatro meses obtuvieron finalmente lo necesario para comprar sus boletos en autobús a la ciudad de México, un viaje de 48 horas; cuando se les dijo que no había asientos desocupados para el largo viaje, ellos respondieron: «No importa. Nos contentaremos con ir de pie en el pasillo con tal de aprovechar la oportunidad de escuchar al Profeta.» Como podéis suponer, con el espíritu del evangelio, los viajeros se cedieron los asientos en forma rotativa, a fin de que todos pudiesen sentarse por algún tiempo durante el largo trayecto.

Recuerdo a otros santos mexicanos que, a causa de que las inundaciones habían arruinado sus cosechas, temían no poder asistir a la conferencia; pero después de ayunar y orar, vendieron parte de sus pertenencias mancomunando sus medios económicos para el transporte. Muchos se quedaron sin dinero para alimentos, pero esto no les importó decidiendo que podrían ayunar durante los tres o cuatro días de la conferencia. Como habéis de suponer, otros santos generosos les proporcionaron alimento para su cuerpo así como el Señor les proporcionó alimento para su alma.

La reacción de los santos de los países escandinavos y de Finlandia fue notable. Uno de sus directores dijo: «He escuchado a muchos de los nuestros decir: ‘quiero prepararme espiritualmente para recibir el mensaje del Profeta y pusieron sus deseos en acción. Una de las medidas que tomaron fue asistir al templo antes de la conferencia. En muchas partes se duplicaron los números de aquellos que ahorraron y oraron a fin de poder viajar desde sus países del norte a través de Europa hasta el Templo de Suiza, para renovar sus convenios con el Señor.

En el norte de Italia vive el hermano Luigi Pittino, quien asistió a la conferencia de Munich con otros santos europeos. Durante 17 años el hermano Pittino se reunía los domingos con uno o dos miembros más, tenían una oración de apertura, leían y estudiaban las escrituras, y tomaban la Santa Cena. En estos últimos tiempos todos ellos han llegado a los 70 y 80 años, acostumbrados ya al ambiente solitario y la sensación de aislamiento, ¡Imaginad la viva emoción que experimentaría el hermano Pittino al sentarse junto con otros 14.000 santos en la conferencia de Munich!

Después de la conferencia de Manchester, uno de los santos británicos dijo: «No podría explicaros el sentimiento que me embargó al ver otros dos mil hombres británicos en la reunión del sacerdocio, poseedores todos del mismo sacerdocio que yo poseo». Y otro dijo: «Nos hemos reunido porque deseamos acercarnos al Señor».

He llegado a conocer el supremo amor del Señor por los santos. Innumerables son los testimonios de su bondad para con ellos, de los milagros que se han verificado al sacrificar éstos todo lo suyo en el servicio al Señor; experiencias de oraciones contestadas, de recuperación de la salud, de cambios de sentimientos, de puertas que se abren después que todas se habían cerrado y de generosidad al dar de sí tiempo, talentos y dinero.

En la conferencia de Munich, el presidente Harold B. Lee, parafraseando las palabras del apóstol Pablo, dijo: «No somos ni ingleses, ni alemanes, ni franceses, ni holandeses, ni españoles, ni italianos, sino que todos somos uno al bautizarnos y ser miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días» (Conference Report, agosto de 1973, pág. 5).

Recuerdo que en la conferencia que se realizó en Estocolmo, los daneses, los suecos y los finlandeses cantaron con los noruegos el hermoso himno noruego «Descubrimiento,» de Edvard Grieg. El comentario que hizo el director del coro fue muy elocuente; dijo: «A veces surgen entre nosotros las envidias nacionales aun en la Iglesia. Sin embargo, este canto nos ha unido. Existe ahora entre nosotros un verdadero espíritu de unidad, un espíritu que nos infunde la certeza de que podemos trabajar juntos y llevar a cabo cualquier cosa que deseemos.» Ese espíritu de unidad se anidó en el corazón de todos los que se hallaban presentes aquella noche. Miles de personas se pusieron de pie para ovacionar al coro de más de 300 voces de cuatro naciones diferentes.

Mas por encima de todo hermanos, a través de estas conferencias he aprendido que siempre somos guiados por un Profeta de Dios. Me pregunto quién de los que estuvieron en la conferencia de Estocolmo olvidará jamás el consejo del presidente Kimball y sus palabras, cuando dijo: «De hoy en adelante tendremos un nuevo orden de las cosas en estas tierras.» Y así ha sido. Hemos recibido informes de que la asistencia a la reunión sacramental ha aumentado considerablemente, y las raíces de la espiritualidad se han afianzado en terreno propicio y acogedor.

Y de este modo, ahora hemos llegado nosotros a esta conferencia. ¿Qué es lo que deseamos llevar a cabo como resultado de ella? ¿Queremos que produzca un efecto en nuestra vida, que nos impulse a mejorar nuestra familia, a cambiar nuestros barrios y ramas?

La pregunta es: ¿Deseamos en verdad «un nuevo orden de las cosas» en nuestra vida? Si es así, tal es la razón por la cual nos hemos reunido en esta conferencia, vale decir, para comenzar «un nuevo orden de las cosas» en la vida de cada uno de nosotros.

¿Cómo podemos emprender este cometido? ¿Nos permitís daros una sugerencia? A cerca de cuatro mil kilómetros de distancia de este púlpito, vive una familia que nuevamente hará algo muy especial después de esta conferencia. Cuando llegue a su hogar la revista de la Iglesia con los discursos pronunciados aquí, dicha familia leerá inmediatamente los mensajes pidiendo a sus hijos mayores que hablen en cuanto al contenido de los discursos que escojan.

Pero no se limitarán solamente a la lectura de los mensajes; en sus reuniones de la noche de hogar escogen metas personales y familiares basadas en los mensajes que han leído. Sus metas son prácticas: recordar a la abuela en las oraciones cotidianas, aprender de memoria un himno de la Iglesia, asegurarse de que la familia esté preparada, hacer la voluntad del Señor y no la propia, llevar a la Iglesia a alguien que no sea miembro. Comentan en cuanto a sus metas y oran con respecto a ellas, repasándolas constantemente. Nada tiene de extraño que el padre de esta familia dijese: «Nuestra familia considera la conferencia general de la Iglesia como la lista que da el Señor de las cosas en las cuales debemos concentrarnos. Esto significa tanto para nosotros como para nuestros hijos, más de lo que podríamos expresar con palabras.»

Hermanos ¿qué van a significar para nosotros las instrucciones recibidas en esta conferencia? ¿Cuál será la medida de su significado para nosotros como padres? ¿Cómo oficiales y maestros? ¿Cómo maestros orientadores y maestras visitantes?

Por las experiencias que he tenido en las conferencias de la Iglesia, os testifico que lo que se habla bajo la influencia del Espíritu Santo es «escritura» y como lo ha dicho el Señor: «será la voluntad del Señor, será la intención del Señor, será la palabra del Señor, será la voz del Señor y el poder de Dios para la salvación» (D. y C. 68:4).

Ruego sinceramente que podamos seleccionar en esta conferencia, metas que nos traerán salvación tanto a nosotros como a nuestros familiares, nuestros vecinos, nuestros barrios y ramas y os doy mi testimonio de que sé, con todas las fibras de mi ser, que Dios vive. Sé que Jesús es nuestro Salvador. Sé, por maravillosas experiencias, muy personales, que el presidente Spencer W. Kimball es un Profeta de Dios, y este testimonio os dejo en el nombre de Jesucristo. Amén.

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