Los buenos hábitos desarrollan un buen carácter

Conferencia General Octubre 1974

Los Buenos Hábitos
Desarrollan un Buen Carácter

por el Élder Delbert L. Stapley
del Consejo de los Doce

Nuestros pensamientos y comportamiento modelan nuestro carácter y deciden nuestro destino


Hablaré hoy sobre la importancia de los buenos hábitos en la edificación de un buen carácter.

Mis estimados hermanos y amigos: en la reciente conferencia de la juventud, efectuada en junio, el presidente Spencer W. Kimball aconsejó a los jóvenes, a sus líderes y a todos los miembros de la Iglesia que hicieran un cuidadoso inventario de sus hábitos, «El cambio», dijo «se realiza substituyendo los hábitos indeseables con otros buenos. Vosotros formáis vuestro carácter y futuro mediante buenos pensamientos y acciones.»

Uno de los dichos favoritos que frecuentemente citaba el fallecido presidente David O. McKay era «Sembramos pensamientos y cosechamos acciones; sembramos acciones y cosechamos hábitos; sembramos hábitos y cosechamos el carácter; sembramos el carácter y cosechamos nuestro destino.» (The Home Book of Quotations, por C, A. Hall, Nueva York; Dodd, Mead & Company, 1935, pág. 845.)

El futuro que buscamos como Santos de los Últimos Días es una vida motivada por buenos pensamientos, expresada en buenas obras y sostenida por paz interior y por la determinación de hacer lo correcto. El destino que deseamos es una parte en las mansiones celestiales, preparada por el Salvador para los hijos fieles de Dios.

No venimos a este mundo con hábitos formados, ni tampoco heredamos un buen carácter. En vez de ello, como hijos de Dios, se nos da el privilegio y la oportunidad de elegir el camino que seguiremos y los hábitos que formaremos.

Confucio dijo que la naturaleza de los hombres es siempre la misma; son sus hábitos lo que los diferencian.

Los buenos hábitos no se adquieren simplemente haciendo buenas resoluciones, a pesar de que el pensamiento precede a la acción, sino que se desarrollan en el taller de nuestra vida diaria. El carácter no se edifica en los grandes momentos de prueba y tribulación; ahí sólo se pone de manifiesto. Los hábitos que dirigen nuestra vida y forman nuestro carácter se forman en la a menudo tranquila y común rutina diaria y se adquieren por la práctica.

El sabio Salomón enseñó: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Prov. 22:6).

Los buenos hábitos de la temprana instrucción del niño forman la base para su futuro y lo sostienen por el resto de su vida. Padres, recordad que por revelación el Señor ha asegurado que los niños son incapaces de cometer pecado, que viven en Cristo y que el demonio no tiene poder sobre ellos hasta que llegan a la edad de responsabilidad. Los primeros ocho años de la vida del niño son años valiosos que el Señor ha concedido a los padres, para instruirlos y enseñarles a formar buenos hábitos y desarrollar caracteres nobles.

Brigham Young dijo lo siguiente: «Digo a nuestros jóvenes: sed fieles porque no sabéis lo que os espera en la vida, y absteneos de… los malos hábitos» (Journal of Discourses, 11:118). Esta admonición se puede aplicar tanto a jóvenes como a adultos.

No siempre sabemos lo que nos espera, pero en la conducta justa hay fortaleza y seguridad. Necesitamos organizar nuestra vida de acuerdo con los principios del evangelio y marcar un camino recto mientras viajamos hacia la vida eterna.

En el curso de nuestra vida aprendemos que los buenos hábitos edificadores del carácter significan todo; es mediante tal comportamiento que cosechamos la verdadera sustancia y el valor de la vida. La manera en que vivimos sobrepasa cualquier ideal que profesemos seguir.

Mahatma Gandhi dijo: «El propósito del hombre es conquistar todos los hábitos, sojuzgar la maldad interior y restaurar el bien a su lugar debido.»

Las maneras de vivir aceptables para la gente del mundo no son siempre aceptables para Dios. Sin embargo, las normas que El establece son para todos; no cambian, sino que firme y constantemente señalan el verdadero camino que sus hijos deben seguir.

Ante El debemos comportarnos sabiamente y no pecar más, ni ceder a la persuasión de los inicuos.

Los malos hábitos son un reflejo de nuestros pensamientos, personalidad y conducta. Son degradantes para las cualidades especiales con que Dios nos ha investido espiritualmente, tales como fe, honradez, integridad y rectitud. Alguien ha dicho: «Cuando un hombre se jacta de sus malos hábitos, uno puede estar seguro de que esos son los mejores que tiene.»

Lehi, uno de los primeros profetas americanos, al dirigirse a su pueblo dijo: «Los hombres tienen el conocimiento suficiente para poder discernir el bien del mal» (2 Nefi 2:5).

En esta vida terrenal tenemos dos opciones: lo bueno, o sea, la voluntad de nuestro Padre Celestial; o lo malo, que es el plan y la constante persuasión de Satanás.

Las tendencias perniciosas destruyen el carácter y arruinan la vida. Cuando se cede al pecado, la resistencia, el autocontrol y el carácter de la persona de debilitan, y a esto por lo general siguen más transgresiones. Con la violación de las leyes espirituales y el rechazo de las cualidades espirituales, nuestros poderes de resistencia quedan reducidos y, finalmente, parece que perdiéramos el completo control de nuestra habilidad para resistir el mal. Imaginad el gran sufrimiento que experimentará la persona que ha practicado un vicio tanto tiempo que lo aborrece, pero al mismo tiempo se aferra a él.

Nuestro gran desafío es aprender a controlarnos; debemos aprender y actuar por voluntad propia, teniendo cuidado de no seguir a aquellos que no tienen la guía divina. Tenemos la responsabilidad de contrarrestar la obra del maligno, no ayudando ni contribuyendo a su causa al ceder a las tentaciones que nos presenta para llevarnos al pecado.

Los hábitos están sujetos a la evolución y el progreso de una persona, y el Señor ha dicho: «Porque el poder está en ellos [refiriéndose a la gente], por lo que vienen a ser sus propios agentes» (D. y C. 58:28).

Uno no puede decir honradamente que sus malos hábitos, pecados o debilidades están tan arraigados, que no puede arrepentirse y deshacerse de ellos. La voluntad humana está naturalmente inclinada hacia lo bueno; somos hijos espirituales de Dios y tenemos el poder de vencer todas las prácticas perniciosas.

Un antiguo proverbio declara que los buenos hábitos son resultado de resistir a la tentación y, frecuentemente, tal resistencia adquiere la forma de una lucha perseverante. Guando los malos hábitos llegan a formar parte de nuestra Vida y deseamos vencerlos, debemos buscar ayuda espiritual.

El Señor puede y nos dará fortaleza si acudimos a Él con vehemencia. Un himno sagrado nos brinda este pensamiento:

Te quiero sin cesar,
Consuelo das;
En mal, poder no hay,
Do tú estás.
Himnos de Sión 158

Nos acercamos más al Salvador cuando guardamos fielmente sus leyes y mandamientos.

Tenemos un Padre Celestial benévolo y amoroso que está listo para ayudarnos. El autodominio y la autodisciplina son fortalezas necesarias que nos permiten hacer a un lado la tentación de hacer lo malo; es un sentimiento maravilloso el que se experimenta al estar libre y exento de sus efectos destructores, tanto física como espiritualmente. Cuando hayamos conquistado nuestros malos hábitos y los hayamos reemplazado con buenos viviendo como debemos, siendo obedientes y fieles, entonces nos encontraremos en nuestro camino hacia la presencia de Dios.

Debemos estar tan ocupados en adquirir buenas cualidades y participar en actividades edificantes para el carácter, como para que no dispongamos de tiempo para hacer cosas indignas o que no valgan la pena. Debemos cultivar hábitos que nos ayuden a aumentar la fe y el testimonio.

Uno de los mejores es el de leer las escrituras a fin de adquirir el conocimiento de nuestras responsabilidades. Al aprender y guardar los mandamientos de Dios, nos encaminamos por senderos de rectitud, lo cual es una expresión de nuestra fe. Con los buenos hábitos nos preparamos para alcanzar la excelencia.

Debemos preguntarnos: «¿Son mis pensamientos y acciones actuales dignos de la vida eterna? ¿Estoy poniendo mis miras en metas eternas y luchando para obtenerlas?» Cualquier cosa que no sea lo mejor no es suficiente, especialmente en el servido del Señor.

El Señor nos ha amonestado a arrepentimos y a andar rectamente ante EL Rectamente implica una estricta adherencia a los principios morales y la honradez de propósito. Se nos ha instruido para que hagamos de nuestro hogar una morada de justicia y honor. Honor es una palabra casi pasada de moda en el mundo actual; su significado comprende deber, responsabilidad y respeto por los valores eternos; sugiere también una firme adherencia a los códigos del buen comportamiento y la guía que da un alto sentido de mayordomía.

Atrevámonos a ser diferentes del mundo cuando éste no sea compatible con el Señor. En una tierra afligida con egoísmo, deslealtad y deshonor, pongámonos en un plano más elevado, luchando por desarrollar y fortalecer las cualidades de servicio desinteresado con un esfuerzo sincero, confianza, honradez, moralidad y todo otro buen atributo que nos conduciría a la integridad dé carácter. Comenzamos, entonces, con nuestros pensamientos, y terminamos con nuestro destino eterno. Nuestro destino está determinado por nuestro carácter, y éste es la suma y expresión de nuestros hábitos. El carácter se gana con trabajo arduo.

Ernest L. Wilkinson, hablando ante los alumnos de la Universidad de Brigham Young, dijo: «Carácter… no es algo que se obtiene con facilidad e indolencia ni siendo socialmente amables. No se adquiere por absorción, vicariamente ni en una plataforma de subastas; es una recompensa que se deriva de la faena honrada de sobrellevar dificultades. Progresamos al realizar tareas que otros consideran imposibles.»

Sí, el carácter requerido para lograr la vida eterna se debe formar en esta vida, y los buenos hábitos constituyen su materia prima. Cuando las cualidades que son deseables en una persona llegan a generalizarse en los habitantes de una nación, esa nación también tendrá carácter. Lo bueno, sea individual o colectivamente, no es simplemente la ausencia de maldad, sino el amor y la práctica de todas las cosas que son verídicas, honradas, bellas y de buena reputación.

Establezcamos metas elevadas y luchemos para lograrlas, poniendo a Dios como el centro de nuestra vida. Él es la fuente de toda verdad, justicia y paz. Recordemos que las leyes de Dios son eternas e invariables. No existe un código moral o espiritual que conceda una conducta permisiva ni que apruebe le selección de hábitos perniciosos como un modo feliz de vida. El hombre podrá asumir el derecho de tratar de enmendar los caminos de Dios, pero el Señor permanece siendo el mismo ayer, hoy y para siempre. Las normas y verdades de Dios para su pueblo siempre señalarán el verdadero sendero de la vida para todos sus hijo?

El mantenimiento de buenos hábitos personales que sean agradables a nuestro Padre Celestial fortalecerán nuestro carácter, aumentarán nuestra influencia para lo bueno, mejorarán nuestro ejemplo, bendecirán a nuestros seres queridos y enriquecerán nuestra vida permitiéndonos lograr aquellas cosas que brindan una verdadera satisfacción personal y nos producen paz y felicidad. Tendremos gozo eternamente, poseyendo un tesoro que será sumamente deseado y buscado, porque el Señor nos da esta seguridad: «Y si los hombres hacen lo bueno, de ninguna manera perderán su recompensa» (D. y C. 58:28).

Todo empieza con un solo paso: decidimos que podemos hacerlo.

Que podamos abandonar toda la maldad y dar ese primer paso a fin de modelar nuestra vida para la eternidad por medio de buenos hábitos y normas rectas de carácter.

Testifico solemnemente del valor de los buenos hábitos y el carácter digno de alabanza en la vida de las personas. El consejo citado previamente, dado por nuestro amado Profeta y líder, el presidente Spencer W. Kimball, es muy sabio, oportuno y necesario.

De lo cual testifico en el nombre de Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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