Maestros del Evangelio

29 de Octubre de 1978. Conferencia de Área en Buenos Aires, Argentina
Maestros del Evangelio
por el élder Gordon B. Hinckley
del Consejo de los Doce

Gordon B. HinckleyMis hermanos, he escogido un versículo de las Escrituras como tema del cual deseo hablar. Comienza con esta declaración hecha por el Señor:

“Las obras, los designios y los propósitos de Dios no pueden ser frustrados ni anulados.” (D. y C. 3:1.)

Al encontraros reunidos esta noche en tan elevado número, más de 11.000 personas, os sentís parte de una grande y creciente organización, sentís la seguridad mutua, la fe y la fortaleza; mas cuando regreséis a vuestros hogares mañana, os enfrentaréis nuevamente a la realidad de que sois apenas unos pocos miles de Santos de los Últimos Días en esta gran nación de millones de habitantes; sabréis que queda aún mucha obra por realizar.

La verdad del evangelio ha de cubrir esta tierra como el Señor ha encomendado que se hiciera, como vosotros sabéis que tiene que ser. La predicación del evangelio restaurado comenzó aquí en Argentina, se extendió desde este lugar hacia el resto de Sudamérica, en años más recientes fue llevado desde aquí hacia países del viejo mundo, a España y Portugal. Fue hace tan sólo nueve años que los primeros cuatro misioneros fueron enviados a España tras haber sido traspasados de la Misión de Córdoba. Con anterioridad a ese hecho, las puertas de la nación española habían estado cerradas para nuestros misioneros, mas el Señor en su poder determinó que había llegado el momento, y en la actualidad España cuenta con tres firmes misiones.

Desearía compartir con vosotros una de las más sublimes experiencias de mi vida. Hace un par de meses mi esposa y yo visitamos España, en donde participamos de un seminario para presidentes de misión. Se nos concedió una audiencia con el Rey de España quien nos recibió con la mayor cordialidad. Tuvimos también oportunidad de conocer a otra autoridades nacionales y provinciales. Se nos concedió tiempo en la televisión así como en varias estaciones de radio. El periódico de mayor tiraje publicó artículos relacionados con nuestra visita, pero lo más significativo fue nuestra visita a la ciudad de Sevilla. Allí, como presidente de misión se encuentra vuestro compatriota, el presidente Hugo Catrón, ese grande y humilde líder fue al campo misional con un sentimiento de incapacidad, pero depositó su confianza en el Señor y adoptó como lema de su obra: “enseñar y bautizar”, y tanto los misioneros como los santos locales captaron el espíritu del mensaje y el Señor escuchó y respondió sus oraciones.

En el pasado mes de agosto tuvieron más bautismos en un mes que los que habían tenido en el transcurso del año anterior. Un domingo por la mañana llegamos a una de las salas de espectáculos del centro de Sevilla, en donde realizamos la conferencia de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días a la que asistieron 772 personas. Hermosas personas en cuyas vidas había entrado el Evangelio restaurado de Jesucristo.

La Misión de Sevilla es presidida por un hombre de gran fe, y trabajan allí muchos misioneros argentinos.

Si es que la obra del Señor ha de cumplirse como Él lo ha mandado, habrá que enviar muchos más de vuestros jóvenes y señoritas a las misiones de Argentina y a las de otros países sudamericanos, deberán ser enviados a España y a otras áreas del gran mundo hispano. Vuestros jóvenes son capaces y tienen la ventaja de dominar el idioma, cosa que no sucede con los que provienen de los Estados Unidos. Jamás debemos encontramos otra vez en una situación similar a la que nos enfrentamos hace diez años en Argentina. En ese entonces uno de los mandatarios de vuestro gobierno decidió que no se permitiría la entrada de ningún misionero mormón a este país. Se suspendió la concesión de visas para aquellos que fueron asignados a venir a este país, mientras que se avisó a los que ya estaban aquí, que se les podría pedir que abandonaran el país dentro de un plazo de 24 horas. Se realizaron distintas apelaciones y pedidos ante el gobierno por parte de nuestras oficinas aquí, por medio del embajador de los Estados Unidos en Argentina y mediante otros canales diplomáticos oficiales, más todos los esfuerzos fueron en vano.

Todo hacía suponer que en poco tiempo quedaríamos sin misioneros en Argentina. Tras recibir instrucciones específicas de la Primera Presidencia, me dirigí a Washington donde me reuní con el presidente Scott quien viajó desde Argentina. Tuvimos una reunión con el embajador de la República Argentina ante el gobierno de los Estados Unidos. No creo tener que recordaros que se oró mucho, tanto en Argentina como en Salt Lake City, a fin de que el Señor llegara al corazón de las autoridades de vuestro gobierno, para que sus propósitos concernientes a esta tierra no se vieran defraudados. El embajador fue cordial pero frío; ninguno de los argumentos que expusimos parecían ejercer la más mínima influencia en él. Tras casi una hora de conversación, nos aprestamos a partir con el sentimiento de que todos nuestros intentos habían resultado vanos. Entonces, el presidente Scott sacó de su portafolio un álbum de fotografías de sus misioneros y dirigiéndose al embajador, dijo: “Señor Embajador, estos son los jóvenes de quienes hemos estado hablando”. El embajador miró las fotografías en las que aparecían los jóvenes pulcros y de buena presencia, quienes estaban prestando un servicio religioso en su país. Y comentó: “Son jóvenes bien parecidos” a lo que yo respondí: “Señor Embajador, son jóvenes bien parecidos y además poco comunes. No están en su país como turistas, sino que son maestros del Evangelio de Jesucristo, que es el evangelio de paz y bondad. Ellos sienten un gran amor por su pueblo, un amor que jamás dejarán de sentir. Tras dos años en Argentina regresarán a sus hogares y a sus estudios y llegarán algún día a ser doctores, abogados o banqueros o tal vez hombres de negocios; educadores o quizás líderes políticos, mas nunca olvidarán Argentina y su gente. Su nación jamás tendrá mejores amigos en ninguna parte del mundo que estos hombres, quienes en su juventud llegaron a reconocer las verdaderas virtudes de la gente de su pueblo durante el tiempo que vivieron y sirvieron entre ellos.” El embajador quedó en silencio por algunos minutos y luego manifestó: “Trataré de ayudarlos”.

No hay tiempo para entrar en detalles en cuanto a la serie de acontecimientos sumamente interesantes que siguieron a esta entrevista, por lo que diremos simplemente que éste fue el momento crucial. El embajador en cuestión regresó a Buenos Aires, y dos meses más tarde su sucesor viajó a Salt Lake City con el anuncio de que su gobierno había levantado todas las medidas restrictivas que afectaban a nuestros misioneros en esta tierra.

El Señor había dado respuesta a las oraciones de sus santos y desde entonces es mucho lo que hemos logrado, como quedó de manifiesto ante la recepción tributada el día de ayer al presidente Kimball y al hermano Kennedy por parte del primer mandatario.

Dos razones me impulsaron a compartir con vosotros este incidente, la primera de ellas, el hacer hincapié en el hecho de que si vuestros jóvenes y señoritas se preparan para salir como misioneros, jamás volveremos a enfrentamos a un problema como el que tuvimos que enfrentar entonces. Dispondremos de un amplio y creciente número de misioneros capaces y fieles, que lleven a cabo la gloriosa obra de predicar las verdades eternas a los hombres y mujeres de esta gran nación. En segundo lugar, a fin de reafirmar el hecho de que si somos fieles; si somos diligentes, si somos obedientes, y si somos humildes y oramos con fervor, el Dios de los cielos escuchará nuestros megos y nos abrirá el camino. Esto lo creo con toda certeza, de la misma forma que Nefi creía cuando tuvo que regresar en procura de las planchas de Labán.

De estas cosas os dejo mi testimonio. Sé que esta obra es divina; sé que Dios no permitirá que la misma se frustre, y que si hacemos todo lo que está de nuestra parte, recibiremos la bendición de ser testigos de un florecer aún mayor de la obra en esta tierra, mucho mayor de lo que jamás hayamos soñado ver, pues esto es parte del propósito de Dios y El no permitirá que se vea frustrado.

Invoco las bendiciones de los cielos sobre cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo. Amén.

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