Octubre de 1978
A imagen de Dios
por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
E hizo Dios animales de la tierra según su género, y ganado según su género, y todo animal que se arrastra sobre la tierra según su especie. Y vio Dios que era bueno.
Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra.
Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla. . .”(Génesis 1:1, 25-28; cursiva agregada.)
Esta es la forma en que el Señor estableció el enlace entre el primer hombre y la primera mujer, varón y hembra hechos a su imagen. Los unió para que fueran uno, para que cada uno formara parte del otro; los instruyó juntos y el lenguaje en que les habló se aplicaba a ambos por igual: En el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón.
Ni el marido ni la mujer deben olvidar jamás estos principios básicos; siempre deben recordar el propósito de su unión; deben ser uno en armonía, respeto y aprecio mutuos. No deben hacer sus planes separadamente, ni ir cada uno por su lado, sino consultarse, orar y decidir mutuamente.
Con respecto al hogar y la familia, los esposos deben aconsejarse uno al otro, haciéndolo con bondad, amor, paciencia y comprensión.
La creciente corrupción de las normas morales y las perversas prácticas que actualmente se observan en nuestra sociedad, no deben penetrar en nuestro hogar ni cambiar nuestras normas de vida o relaciones con nuestros semejantes. No debemos permitir que el egoísmo o las fatuas aspiraciones personales disminuyan nuestra unidad familiar.
Recordad que ni la esposa ni el esposo son esclavos el uno del otro, sino que por el contrario son “socios”, con los mismos derechos y particularmente, son cónyuges Santos de los Últimos Días y como tales deben tratarse, mostrándose consideración mutua en esta vida, para que sea de la misma forma en la vida eterna.
Como ya se ha dicho:
“Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón… ningún hombre puede ser salvo y exaltado en el reino de Dios sin la mujer, y ninguna mujer puede lograr la perfección y exaltación en el reino de Dios sin el hombre. …Dios hizo al hombre a su propia imagen y semejanza, varón y hembra; y en su creación se tuvo por objeto que quedasen unidos en los sagrados vínculos del matrimonio, y uno no es perfecto sin el otro.” (Doctrina del Evangelio, volumen 2, pág. 1.)
La mujer en ninguna forma es inferior al hombre. Es cierto que el hombre posee el Sacerdocio y preside sobre su hogar. Sin embargo, él tiene que hacerlo con el mismo espíritu con el que preside Cristo su Iglesia. Con respecto a este asunto, el profeta José Smith instruyó a los santos, citando la escritura del Nuevo Testamento que dice:
“Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor;
porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la Iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.
Así que, como la Iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.
Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la Iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,
para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,
a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha m arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.
Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama.
Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a la iglesia,
porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos.
Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne.” (Efesios 5:22-31.)
“Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor.
Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas.
Hijos, obedeced a vuestros padres en lodo; porque esto agrada al Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, para que no se desalienten.” (Colosenses 3:18-21.)
La autoridad del Sacerdocio que posee el esposo no es para utilizarla arbitrariamente ni para amenazar a su esposa. El presidente Joseph F, Smith dijo:
“Si hay hombre alguno que debiera merecer la maldición de Dios Omnipotente, ha de ser aquel que abandona a la madre de sus hijos, la esposa de su seno, la que ha puesto como sacrificio su propia vida una y otra vez por él y por sus hijos. Desde luego, esto supone que su mujer es una madre y esposa pura y fiel.” (Doctrina del Evangelio, volumen 2, pág. 64.)
“Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener, en virtud del Sacerdocio, sino por persuasión, longanimidad, benignidad y mansedumbre, y por amor sincero.” (D. y C. 121:41.)
Parece ser que desde todo punto de vista, esta escritura es pertinente cuando un poseedor del Sacerdocio hace convenio con los hombres, y más aún cuando el convenio es con su esposa. Joseph F. Smith dijo:
“El Evangelio de Jesucristo es la ley del amor, y el amar a Dios con todo el corazón y con toda la mente es el principal mandamiento; y el segundo es semejante: ‘Amarás a tu prójimo, como a ti mismo.’ Esto. . . debe tenerse presente en la relación conyugal, pues aun cuando se ha dicho que el deseo de la mujer será para su marido, y que él se enseñoreará de ella, se da por sentado que esta potestad se ejercerá con amor y no con tiranía. Dios jamás gobierna tiránicamente, sino cuando los hombres se corrompen a tal grado que no son dignos de vivir.”
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.” (Génesis 1:27.)
Que nosotros, esposos y esposas, nos esforcemos en seguir siendo “a su imagen” viviendo la ley del amor; porque Dios es amor.
























