El tiempo de la restauración

Septiembre de 1978
El tiempo de la restauración
por Glen M. Leonard

Los relatos de la restauración del evangelio y de la Iglesia verdadera usualmente comienzan con la primera visión de José Smith, tal como la conocen muy bien los Santos de los Últimos Días. Pero como un prólogo a esta serie de artículos en la historia de la Iglesia, es importantísimo que observemos cuidadosamente el escenario en el cual se llevó a cabo la restauración. Tal como lo escribió el presidente José Fielding Smith: “El amanecer de un nuevo y mejor día comenzó a derramar su luz sobre las naciones”. (Essentials in Church History)

El extenso desarrollo histórico que culminó con la libertad religiosa en los Estados Unidos se remonta a cientos de años. Los bien conocidos desafíos de Martin Lutero a la iglesia medieval, ayudaron a inaugurar la reforma. Pero en lo que concierne a José Smith y las costumbres de su era en Nueva Inglaterra, hubo un reformador cristiano aún mucho más importante, el teólogo suizo Juan Calvino. Fueron las enseñanzas de Calvino las que influenciaron a algunos de los puritanos ingleses a disentir de la iglesia establecida y buscar refugio en las colonias de Norteamérica. Estos, a su vez, ayudaron a establecer conceptos que modelaron las actitudes religiosas en los Estados Unidos. Los puritanos, por ejemplo, se vieron a sí mismos como un pueblo escogido por Dios para levantar en el nuevo mundo una comunidad cristiana ejemplar, una ciudad de Sión.

La religión de los puritanos, a pesar de ser una religión dominante y de gran influencia en las colonias inglesas, no era la única de gran significancia; muchas otras sectas cristianas establecieron congregaciones allí para ayudar a caracterizar a América como una tierra de diversidad religiosa. La revolución de 1776 ayudó a alcanzar la libertad religiosa, al crear un clima político ideal que llevó a la separación formal de la Iglesia y el estado.

Al cundir el movimiento de separación entre la Iglesia y el estado en esta nueva nación, de tiempo en tiempo las cruzadas evangélicas arrollaron al país en grandes movimientos, comenzando en el año 1790 y continuando hasta después de finalizada la guerra entre Inglaterra y los Estados Unidos en el año 1812.

Una de estas cruzadas culminó entre los años 1820 y 1830 en el oeste del Estado de Nueva York, donde vivían muchos ex residentes de Nueva Inglaterra quienes se habían trasladado al oeste en busca de una mejor forma de vida, y se volvieron entonces a la religión tratando de encontrar un verdadero significado en su vida. Algunos procedieron con su propia autoridad a tratar de restaurar el evangelio antiguo; estos son conocidos en la historia religiosa de los Estados Unidos como “restauradores”. Muy a menudo actuaron bajo la ferviente creencia de que la segunda venida del Salvador era inminente.

Uno de estos grupos más activos, quienes se llamaban a sí mismos “los discípulos de Cristo”, (conocidos como los “campbellitas”) tomaron su nombre de sus fundadores, Thomas Campbell y su hijo Alexander. Sidney Rigdon, quien tiempo después llegó a ser un buen amigo del profeta José Smith, era uno de sus predicadores más populares, y había sido bautista antes de unirse a los campbellitas. La Iglesia de los discípulos de Cristo también atrajo a muchos otros que buscaban la verdad, algunos de los cuales llegaron a ser prominentes Santos de los Últimos Días; entre éstos se encontraba Parley P. Pratt. Uno de los temas que más les atraía, era el énfasis que ponía su iglesia en la necesidad de la restauración de los principios básicos del Nuevo Testamento tales como la fe, el arrepentimiento, el bautismo, y el don del Espíritu Santo. Pero algunos de los nuevos conversos se preguntaban si los campbellitas tenían la debida autoridad para administrar las ordenanzas de salvación.

En esta parte del Estado de Nueva York, se encontraba la familia de José Smith entre aquellos que buscaban el verdadero Evangelio de Jesucristo. Su padre, José Smith, y su madre Lucy Mack eran ambos originarios de Nueva Inglaterra. La familia se había desalentado por el terreno pedregoso y las heladas, las malas cosechas, y una epidemia de tifus, en las granjas de New Hampshire y Vermont; por lo tanto, en 1816, la familia Smith con sus ocho hijos, siguió la emigración hacia el oeste. En las arboladas colinas del oeste del Estado de Nueva York, talaron el bosque cerca de la pequeña villa de Palmyra, y en su granja de 50 hectáreas, construyeron una cabaña de dos habitaciones con dormitorios en el ático; más adelante, añadieron un cobertizo a esta rústica construcción de la frontera.

Era necesario que la familia hiciera todo tipo de trabajos para poder mantenerse. José Smith, padre, extraía azúcar de la miel de arce, y con sus hijos perforaba pozos, y hacía canastas y barriles para vender. Lucy por su parte, pintaba al aceite manteles y cocinaba pan y pasteles para la venta. Sus vecinos llegaron a conocerlos como una familia honorable y gente muy dedicada al trabajo.

Las oportunidades educacionales en aquella zona rural eran muy limitadas, y los niños de la familia Smith asistían a la escuela solamente tres meses al año; allí aprendieron muy poco más que los elementos básicos de lectura, gramática y aritmética. Pero uno de ellos, José, tenía especial interés en los libros, y estudiaba por su parte; también leía los diarios locales, y se unió a un grupo de jóvenes que habían formado un club de debate. Su madre relata más adelante que José era un joven “relativamente tranquilo, de muy buena disposición”, quien admiraba a sus padres y frecuentemente expresaba su amor y lealtad por ellos. La personalidad jovial de José le ayudó a ganar muchos amigos durante su juventud.

La familia Smith no se había unido a ninguna iglesia, pero juntos estudiaban las Escrituras. Alrededor del año 1819 comenzaron a investigar las iglesias que se encontraban en la zona de Palmyra y Manchester. Ese año, en una comunidad a unos 16 kilómetros de la granja de los Smith, los metodistas se congregaron en una conferencia anual, y se reunieron docenas de ministros a deliberar estatutos; después de la conferencia, salieron hacia las afueras de esta comunidad, tal como era la costumbre de la época, a realizar reuniones campestres o cruzadas. También se encontraban en la zona predicadores de la fe bautista y presbiteriana, predicando su doctrina y buscando conversos para su iglesia. Lucy Smith, su hija Sofronia, e hijos Hyrum y Samuel, eran miembros de la Iglesia Presbiteriana y aparentemente continuaron en la misma hasta aproximadamente el año 1828. Pero José Smith, padre, William y José Smith, hijo, decidieron no unirse a ninguna de estas denominaciones.

Estas cruzadas evangelistas de misioneros viajantes, dejaron a José Smith confuso y desilusionado. El sostenía que el gran fervor del movimiento restaurador de la época, era evidencia de la confusión que existía entre aquellos que profesaban la religión. “Yo no sabía quién estaba en la verdad o en el error”, escribió en 1835, “pero consideraba de extrema importancia que yo estuviera en la verdad.” (B YU Studies, 9:284, 1969.)

A pesar de que no se unió a ninguna de las denominaciones religiosas que en ese entonces competían fieramente por conversos, José estudió cuidadosamente y analizó todas las sectas cristianas existentes. Su búsqueda lo llevó a la conclusión de que la Iglesia del Nuevo Testamento no se encontraba sobre la tierra, y que la humanidad “había apostatado de la verdadera y viviente fe” (BYU Studies, 9:279). Mientras se encontraba un día estudiando las Escrituras, leyó en la epístola de Santiago una inspirada admonición de buscar sabiduría divina mediante la oración, (Ver Santiago 1:5.) José llegó entonces a la conclusión de que si no quería permanecer en tinieblas y confusión debía hacer lo que el antiguo apóstol aconsejaba.

En la primavera de 1820, José Smith, un joven que aún no había cumplido sus 15 años de edad, se arrodilló a orar en una solitaria arboleda cerca de su hogar. De acuerdo a su relato de los eventos de aquella importante mañana, estaba preocupado acerca de su propia salvación y el bienestar de la humanidad. Específicamente quería saber a qué iglesia debía unirse, si es que había alguna que fuera verdadera. Pero al comenzar a orar, José experimentó un extraño fenómeno; al tratar de hacerlo se vio sujeto por una fuerza maligna tan fuerte que no le permitía hablar, por su mente cruzaban perturbadores pensamientos, y oía ruidos como de alguien que se acercara; de pronto se vio envuelto en una densa obscuridad que pareció abatirlo.

A pesar de su alarma el joven continuó su ferviente oración y la presencia maligna desapareció, siendo reemplazada por una columna de luz más brillante que el sol, que apareció directamente encima de su cabeza; en la intensidad de esa luz celestial se encontraban dos gloriosos Personajes. Uno de ellos le habló, llamándolo por su nombre, y le dijo, señalando al otro: “Este es mi Hijo Amado: escúchalo”.

Las preguntas de José Smith fueron contestadas durante el desarrollo de esta solemne visión del Padre y su Hijo. El Salvador le dijo que sus pecados le eran perdonados, que ninguna de las iglesias predicaba la doctrina correcta ni tenía la verdadera autoridad, y que la plenitud del evangelio le sería revelada en el futuro.

José relató la historia de esta sagrada entrevista a su familia y a sus amigos más cercanos. Uno de ellos era un ministro religioso que no prestó gran atención a este relato y desafió la autenticidad de visiones y revelaciones en su día. Mientras continuaba con su preparación, José iba a encontrar tanto quienes le creerían, como otros que se burlarían de él; afortunadamente, también encontraría a muchos que, como él mismo, buscaban un mensaje de salvación de Dios. Estas eran personas que en parte se habían vuelto a la religión, gracias a las cruzadas de aquella época.

Por el término de un año y medio luego de la primera visión, José Smith continuó su vida rutinaria trabajando en la granja, en el Estado de Nueva York. A veces, como lo explica más tarde, se juntaba con joviales compañeros y permitía que la exuberancia de su juventud fuese expresada livianamente. A pesar de no ser culpable de ningún acto grave, su temperamento le impulsó a cometer varias travesuras; más tarde él mismo llegó a la conclusión de que no estaba actuando en concordancia con los solemnes consejos que había recibido en su visión.

Con tal preocupación en su mente José, por entonces un muchacho de 17 años de edad, se retiró a su cuarto el 21 de septiembre de 1823 y comenzó a orar. Súbitamente su habitación se llenó de una brillante luz y recibió la visita de un mensajero celestial, quien proclamaba ser un ángel de Dios y que se le presentó como el ángel Moroni, el último Profeta de los nefitas, un pueblo que había habitado el continente americano 1400 años antes de esa fecha. El mensaje de Moroni confirmó en José la importancia de su misión, pues le dijo que en una colina cercana estaban ocultas unas planchas sagradas, que contenían la historia de los antiguos habitantes de las Américas y de las enseñanzas de Jesucristo a ese pueblo. En otras dos visitas, Moroni repitió el mensaje esa misma noche y nuevamente a la mañana siguiente. José recibió instrucciones de visitar el Cerro Cumora cada año, a fin de recibir allí instrucciones que lo prepararían para el cumplimiento de su misión; finalmente, el 22 de septiembre de 1827, recibió dichas planchas.

Durante los cuatro años de preparación, la vida de la familia Smith no había cambiado mucho en sus actividades diarias. Los Smith tenían que trabajar arduamente para poder cumplir con sus obligaciones financieras. Les fue imposible pagar la hipoteca de su granja, por lo tanto tuvieron que alquilar lo que era antes su propiedad. A pesar de esto construyeron allí una nueva cabaña. Antes de ser finalizada la misma, falleció el hijo mayor, Alvin, el 19 de noviembre de 1823; poco antes de su muerte le había pedido a José que continuara siguiendo fielmente las instrucciones de Moroni, para que la prometida obra pudiera salir a luz.

Para suplementar su situación económica; el joven José y otros miembros de la familia salían de vez en cuando a trabajar como obreros y empleados de las granjas vecinas. En octubre del año 1825 José comenzó a trabajar como empleado de Josiah Stowell de Distrito de Bainbridge, Nueva York, quien en ese entonces se encontraba abocado a la tarea de buscar un tesoro que supuestamente se encontraba enterrado en una abandonada mina de plata española. Finalmente José convenció al señor Stowell de que abandonara su inútil búsqueda, pero la intervención del joven hizo que pronto se corrieran rumores de que él poseía poderes síquicos para localizar tesoros escondidos; este incidente fue de gran significado, pues resultó ser el primero de una larga lista de problemas legales a los cuales José Smith tendría que hacer frente, ante aquellos que trataban de desacreditarlo.

Mientras trabajaba para el señor Stowell, José tomó pensión en la casa de la familia de Isaac Hale, y allí conoció a Emma, la hija de éste. Los jóvenes se casaron el 18 de enero de 1827 y luego se mudaron a la casa de la familia Smith, cerca de Palmyra. Ese otoño, al cabo de cuatro años, el Profeta recibió las antiguas planchas de oro de manos de Moroni, en el Cerro Cumora. Al mismo tiempo se le dio el poder de traducir, ayudado por dos piedras transparentes llamadas Urim y Tumim que habían sido depositadas en la caja de piedra junto con las planchas. José Smith explica que estas piedras estaban engastadas en aros de plata, las cuales se aseguraban a upa pieza que se ceñía alrededor del pecho. “Mediante el uso del Urim y Tumim,” dijo, “yo traduje y escribí por el don y el poder de Dios.” (History of the Church, 4:437, “Carta a Wenthorth”, Liahona, junio de 1978, pág. 37.

No bien hubo tenido José estos sagrados registros, muchos hicieron planes para robárselos. El Profeta cambió varias veces el lugar donde los escondía, una vez en la cavidad de un tronco hueco en el bosque; otra, bajo el piso de la chimenea, y hasta dentro de un barril de judías; finalmente, él y su esposa Emma decidieron mudarse a la ciudad de Harmony, Pennsylvania, donde el padre de Emma les ofreció refugio. Por motivo de su pobreza, tropezó con algunas dificultades cuando trató de obtener los medios necesarios para hacer el viaje de 240 kilómetros; entonces Martin Harris, vecino de Palmyra, quien creía firmemente en las palabras de José Smith y el origen de las planchas, le ofreció 50 dólares para ayudarle.

Luego de haber comenzado el trabajo de traducción, Martin Harris llevó una transcripción de algunos de los caracteres copiados de las planchas a eruditos en la materia, que vivían en el este de los Estados Unidos. En la ciudad de Nueva York le explicó las actividades de José Smith a Charles Anthon, un profesor de estudios clásicos de la universidad de Columbia, y al doctor Samuel L. Mitchell, un médico de Nueva York. Ninguno de estos hombres pudo traducir aquellos caracteres de egipcio reformado, por lo que Martin Harris regresó a su casa convencido de la autenticidad del trabajo de José. El incidente cumplió una profecía contenida en el Libro de Mormón (véase 2 Nefi 27:6-20.) En meses siguientes, Martin Harris sirvió como escriba o secretario, mientras el Profeta traducía las primeras secciones del antiguo registro. Más adelante Martin Harris llegó a ser uno de los tres testigos del Libro de Mormón.

Fue mientras traducían, a principios de verano de 1828, que Martin Harris pidió prestadas las primeras 116 páginas del manuscrito. Estas páginas se perdieron o fueron robadas, probablemente debido a la falta de cuidado o al engaño de la desconfiada esposa de Harris; como consecuencia, se detuvo por un tiempo el trabajo de traducción; más adelante, cuando por revelación José fue instruido para comenzarla nuevamente, empleó a Emma como escribiente por un corto período de tiempo. Afortunadamente, Oliverio Cowdery un maestro de escuela que se alojaba con los Smith en el poblado de Manchester, oyó acerca de la obra y se interesó en la misma. Después de viajar a Harmony, estado de Pennsylvania, para investigar, comenzó a trabajar a principios de abril de 1829 como escribiente de José. Fue Oliverio Cowdery quien registró la mayor parte del Libro de Mormón, tal como fue dictado por el Profeta, palabra por palabra, desde atrás de una cortina.

José Smith recibió muchas revelaciones durante ese tiempo. Indudablemente, el Señor guio a su joven siervo en la preparación del fundamento sobre el cual se edificaría la restauración de la Iglesia de Jesucristo. El 15 de mayo de 1829 tuvo lugar un importante paso precedente a la organización de la Iglesia. Mientras se encontraban traduciendo los registros, José y Oliverio leyeron acerca del bautismo para la remisión de los pecados. Deseando fervorosamente saber más acerca del tema, se retiraron al bosque a orillas del río Susquehanna, donde oraron al respecto. Mientras se encontraban en oración, Juan el Bautista se apareció antes ellos en una nube de luz, puso las manos sobre sus cabezas y les confirió así el Sacerdocio Aarónico; también les instruyó acerca de la forma adecuada de bautizar, después de lo cual una vez finalizada la aparición, José y Oliverio se bautizaron uno al otro en el río. Entre esa aparición y fines de junio de 1829, los apóstoles antiguos, Pedro, Santiago y Juan, restauraron el Sacerdocio de Melquisedec, el que incluía la autoridad para conferir el don del Espíritu Santo y organizar la Iglesia. José Smith y Oliverio Cowdery, los primeros élderes y apóstoles de esta dispensación, recibieron por lo tanto autoridad divina para administrar las ordenanzas de exaltación y establecer el reino de Dios sobre la tierra.

El 1 de julio de 1829 y con la meta de restablecer la Iglesia verdadera, José finalizó con la traducción del Libro de Mormón. Dicha, traducción fue finalizada en el hogar de Peter Whitmer en Fayette, Estado de Nueva York. El pequeño grupo de creyentes que apoyaban al Profeta, comenzaba a crecer. A tres de ellos, Oliverio Cowdery, Martin Harris, y David Whitmer, le fueron mostradas las planchas de oro por un ángel y se convirtieron también en testigos de su existencia, Otros ocho, amigos y miembros de la familia, agregaron su testimonio conjunto después de haber tocado las planchas, habiéndose imprimido ambas declaraciones junto con el Libro de Morntón. José Smith aseguró el derecho de autor el 11 de junio de 1829, e hizo arreglos en el mes de agosto para que Egbert B. Grandin, de Palmyra, imprimiera el nuevo libro de Escrituras. Martin Harris había hecho el contrato de pagar 3.000 dólares por la primera edición de 5.000 ejemplares, y llegó al punto de verse obligado a vender parte de su granja para poder así disponer del dinero necesario. A fines de marzo de 1830 se distribuyeron los primeros ejemplares encuadernados del Libro de Mormón.

Todo estaba entonces preparado para la organización de la Iglesia. El 6 de abril de 1830, por lo menos treinta personas se reunieron en la cabaña de troncos de los Whitmer, en Fayette. Seis de los reunidos para la solemne ocasión, fueron anotados de acuerdo a la ley, como organizadores formales: José Smith, hijo, Oliverio Cowdery, Hyrum Smith, Peter Whitmer, hijo, David Whitmer y Samuel H. Smith. Todos los presentes aceptaron a José Smith y Oliverio Cowdery como sus líderes, habiendo sido nombrados como “primero” y “segundo” élderes.

La estructura de la Iglesia habría de desarrollarse en los años siguientes a partir de este simple comienzo. Se establecieron otros oficios en el Sacerdocio y se introdujo un cuerpo gobernante más complejo a medida que la Iglesia se expandía mediante la constante obra misional. El nombre de la Iglesia también había de verse afectado por un proceso de desarrollo. La revelación conocida en la actualidad como la sección 20 de Doctrinas y Convenios, la llamó la “Iglesia de Cristo”. Este nombre fue usado en general por varios años, aun cuando el público comenzó a utilizar el término despectivo de “mormonita”. Una revelación recibida el 26 de abril de 1838, introdujo el nombre establecido de “La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, (Véase D. y C. 115:3-4.)

Los meses siguientes a la organización de la Iglesia, fueron muy importantes. Las diferencias que había entre la Iglesia infante y las otras organizaciones religiosas, fueron detalladamente explicadas a los curiosos investigadores. Los principios del evangelio, claramente bosquejados por los profetas del Libro de Mormón, fueron explicados de puerta en puerta. La gente escuchó acerca de la revelación moderna y del Profeta viviente; acerca de la importancia de encontrar la Iglesia verdadera con la autoridad del Sacerdocio, y de la necesidad de obedecer los mandamientos del Señor como forma de preparación para enfrentar el día del juicio final.

Las vigorosas actividades de los primeros misioneros de los últimos días, provocó el ridículo, la amargura y aún la violencia en contra de los mismos. Dos veces durante el verano de 1830, José Smith fue arrestado y llevado a juicio bajo la acusación de perturbar la paz pública, pero fue absuelto por no existir pruebas contundentes en su contra. Llegó el momento en que los santos abandonaron Nueva York en busca de un refugio contra las molestias a que se veían sujetos, pero mientras tanto la oposición sirvió solamente como medio de unificación más poderosa de los creyentes.

Los miembros de la Iglesia rápidamente respondieron al llamado de servicio para llevar al mundo las buenas nuevas de la restauración. Cada converso se consideraba a sí mismo como un misionero potencial. “De modo que, si tenéis deseos de servir a Dios”, le fue dicho a José Smith por revelación en 1829, “sois llamados a la obra”. (D. y C. 4:3.) A los dos meses de la organización de la Iglesia se inauguró un sistema misional formal. Samuel Smith, hermano del Profeta, fue llamado como uno de los primeros misioneros, y aun cuando grande fue el desánimo de Samuel como consecuencia de la reacción del público a su mensaje, distribuyó volúmenes del Libro de Mormón que encontraron el camino hasta llegar a manos de Brigham Young y otros que más adelante también llegaron a convertirse a la Iglesia.

Los nuevos miembros provenían de gran variedad de religiones, y eran en su gran mayoría campesinos. Parley P. Pratt fue un ejemplo típico de los conversos que aceptaron el evangelio después de muchos años de investigación y espera. A los 18 años el hermano Pratt se había unido a la Iglesia Bautista. No satisfecho con dicha religión, al poco tiempo regresó a la Iglesia Campbellita. Aún impresionado con la prédica de Sidney Rigdon, Pratt continuaba preguntándose sobre la autoridad de administrar las ordenanzas de salvación. En 1830, a la edad de 23 años, dejó el estado de Ohio para llevar a cabo un viaje de prédica, durante el cual cerca de la ciudad de Newark, estado de Nueva York, oyó por primera vez acerca del Libro de Mormón. Fue entonces que lo leyó, creyó en su mensaje e interrumpió su misión para viajar a Palmyra, en busca de José Smith. Después de su conversión y después de recibir el Sacerdocio de Melquisedec, el élder Pratt continuó su viaje misional, esa vez para enseñar el evangelio restaurado.

Así fue que uno tras otro aquellos que buscaban las verdades religiosas aceptaron el mensaje presentado por José Smith en 1820, la divina declaración que la autoridad de Jesucristo y Su Iglesia no se encontraban en las organizaciones existentes, sino que debían ser restauradas mediante el Profeta elegido del Señor. En 1830 empezó entonces la obra del establecimiento del reino de Dios sobre la tierra en la última dispensación.

. . y tu habla saldrá del polvo; y será tu voz de la tierra como la de un fantasma, y tu habla susurrará desde el polvo.” (Isaías 29:4.)

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