Amor entre padre e hijo

Marzo de 1980
Amor entre padre e hijo
por el élder Marion D. Hanks
de la Presidencia del Primer Quorum de los Setenta

Marion D. HanksEn una de esas raras mañanas de domingo en que por un motivo determinado me encontraba asistiendo a mi propio barrio, sentado en la última fila de bancos, observé a nuestro hijo (único varón), un joven muy especial, caminando hacia el pulpito por invitación del obispo.

Este habló sobre él y lo presentó a la congregación, a fin de que le dieran su voto de sostenimiento para ser adelantado en el Sacerdocio Aarónico. El voto de aprobación fue unánime y más tarde, habiendo sido invitado por el obispo, tuve el privilegio de ordenar a mi hijo.

Ese mismo día a la hora de la cena, él les contó a sus hermanas cómo se había sentido en la reunión, diciéndoles que había estado bastante nervioso al tener que caminar hasta el pulpito y pararse allí con el obispo frente a toda la congregación; y agregó: «Pero cuando todos votaron, miré hacia donde estaba papá y vi su mano más alta que todas las demás; entonces me tranquilicé».

Tenía razón; yo había levantado la mano tan alta como la extensión de mi brazo me lo permitió, porque él es mi hijo y me siento muy orgulloso de él. La relación entre un hombre y sus hijos, es muy especial.

Tengo en muy alta estima el Libro de Mormón y, aunque no recuerdo cuando empecé a darme cuenta de ello, sé que lo que más me gusta de él es la instrucción, la enseñanza y los testimonios que los padres dan a sus hijos varones, y que se encuentran registrados allí. El Señor nos ha dado un cometido muy sagrado a los padres, y nos ha dicho lo que desea que enseñemos y aquello de lo cual debemos testificar. Además, nos ha indicado que es nuestra responsabilidad enseñar a nuestros hijos, y nos ha dado ejemplos muy particulares en el Libro de Mormón, en el cual hay registros de una cantidad de padres que cumplieron con este cometido, hombres como Lehi, Alma y Mormón.

¿Os preguntáis qué enseñaban? 1) Enseñaban la verdad revelada, principios de significado eterno, teología que es al mismo tiempo básica y hermosa y que encuentra eco en el corazón de quienes escuchan. 2) Daban consejos prudentes y eficaces, inspirados por experiencias personales. 3) Enseñaban valores sobre los cuales se podía edificar una vida, un país, una civilización. 4) Y en voz unánime, daban ferviente testimonio personal de Jesucristo, del Padre Celestial y del eterno plan de salvación.

Consideremos primeramente a Lehi, cuyo ejemplo e instrucción fueron extraordinarios dones para sus hijos. A uno de éstos, Nefi, su padre le participó las grandes visiones y las advertencias y promesas que había recibido del Todopoderoso. Esto fue básico en la formación de Nefi y le dio motivo para el testimonio con el cual comienza el registro:

«Y sé que la historia que escribo es verdadera…

Sí, tú sabes que creo todas las palabras de mi padre.» (1 Nefi 1:3; 11:5.)

¿Cuáles eran las cosas que Lehi deseaba que Nefi conociera? Por una parte, le relató a su hijo la visión que había tenido de un árbol en un campo, el fruto en el árbol, un sendero que conducía hasta él, una barra de hierro, un río y un espacioso edificio. Estos eran simples símbolos. El árbol era el árbol de la vida y representaba el amor de Dios; el sendero era el que conduce a la rectitud; el fruto del árbol era precioso y deseable, más que cualquier otro; y el edificio representaba el orgullo y la vanidad de este mundo.

Por medio de esa visión Lehi aprendió, y le enseñó a su hijo estas realidades: Hay personas incrédulas que están determinadas a luchar en contra de la verdad. Hay otras que a pesar de encaminarse por el sendero que conduce al árbol del dulce fruto, o sea, el amor de Dios, encuentran las tinieblas de las tentaciones del maligno, por causa de las cuales andan errantes y se pierden. Hay algunos que se aferran a la barra de hierro, recorren todo el sendero, prueban del fruto, o sea, participan del amor de Dios; pero luego, al ver que otros se burlan de ellos y los ridiculizan, caen en caminos equivocados y también se extravían. Finalmente, están los que se han aferrado a la barra de hierro, han recorrido el sendero y, después de participar del fruto, miran a su alrededor procurando encontrar a sus seres queridos u otras personas con quienes desean compartir la dulzura del gozo eterno que Dios les tiene reservado.

Así fue como Lehi enseñó a sus hijos que hay oposición en todas las cosas, y que por medio del libre albedrío al tomar sus decisiones, el hombre puede determinar el curso que seguirá su vida, tanto mortal como eternamente; que hay un diablo que atrae a muchos, y que la más dulce de todas las bendiciones es el resultado de nutrirnos con la palabra de Dios y ayudar a los demás a que participen de nuestro gozo.

Lehi explico al detalle a sus hijos todas estas grandes lecciones, enseñándoles mediante la revelación divina y el poder del Espíritu.

A menudo nos sentimos muy identificados con el profeta Alma, por la forma que tuvo de confesar sus imperfecciones y la necesidad que tenía de arrepentirse. Sus pecados son bien conocidos para nosotros: junto con los hijos de Mosíah, se había dedicado a destruir la Iglesia; habiendo elegido un camino equivocado, sentía placer en lograr que otros se extraviaran por él. Pero, en medio de ese comportamiento, un ángel había conseguido que se produjera en él un cambio total, al darle este mensaje:

«.. .Alma, sigue tu camino, y no trates más de destruir la Iglesia… aun cuando tú de ti mismo prefieras ser desechado.» (Mosíah 27:16.)

Muchos años más tarde, surge la historia de la sincera declaración de dolor de un padre afligido. Sus palabras encierran la instrucción más significativa que conozco en cuanto al arrepentimiento, el perdón y la misericordia de Dios. Este gran mensaje se encuentra en los capítulos 39 a 42 de Alma. Coriantón, hijo de Alma, había abandonado la misión a la cual había sido llamado, para correr en pos de una prostituta llamada Isabel. Muchos otros se habían ido con él, y al tratar de encontrar excusas para lo que había hecho, le dijo a su padre algo más o menos así: «Mira, padre, los tiempos han cambiado, no te enojes. Esto es lo que todos hacen en el mundo actualmente».

Por todo lo que observamos en el mundo actual, podemos ver claramente que la situación de Coriantón es tan común ahora como lo era entonces. El pecado que había cometido era algo muy real, como también lo era el riesgo que corría; y su dificultad para aceptar que había pecado era tan seria, que su misma salvación dependía de ello.

¿Qué hizo Alma por su hijo? Quizás pensemos que debería haberse sentido inclinado a ser blando y compasivo con él, por las experiencias que él mismo había pasado en su juventud. Pero Alma sabía que tenía que hacer comprender a su hijo la total perdición que le esperaba, si no aceptaba la gravedad de su situación. Alma le dijo algo que parafrasearé de la siguiente manera: «Lo que has hecho, sólo el asesinato puede superarlo en gravedad ante los ojos de Dios. Has arriesgado todo lo más dulce y hermoso que podrías haber logrado en este mundo y en la vida venidera, y piensas que Dios te castigará un poquito y luego te perdonará, a pesar de que no haces nada por arrepentirte y reconocer tu pecado. Estás totalmente equivocado».

Debe de haber sido una escena muy conmovedora la de aquel padre recordando sus propias malas experiencias, y sintiendo la angustia de ver a su hijo en un camino igualmente desviado y preguntarse si sería capaz de arrepentirse como él lo había hecho. Pero, finalmente, Coriantón reaccionó, se detuvo en su extravío y le dijo a su padre palabras como las siguientes: «Está bien, padre, aceptaré la responsabilidad por mi comportamiento. Reconozco mi culpa y siento pesar por lo que he hecho». No se nos dice mucho sobre lo demás que sucedió, pero podemos imaginárnoslo.

Vemos después cómo Alma enseña a su hijo con fervor y gozo sobre la expiación de Jesucristo, su propósito y significado; y lo insta a seguir los buenos consejos y a tomar el ejemplo de sus hermanos, que han sido obedientes y firmes en la fe. Luego, termina diciéndole:

«Y ahora, hijo mío, quisiera que dejaras de inquietarte por estas cosas, y que sólo te preocuparas por tus pecados, con esa zozobra que te conducirá al arrepentimiento.» (Alma 42:29.)

Coriantón tuvo que aprender a buscar y aceptar el perdón de Dios, y a perdonarse él mismo.

El último padre a quien mencionaré es Mormón. Las enseñanzas que impartió a su hijo, se encuentran registradas principalmente en dos cartas que forman los capítulos siete, ocho y parte del nueve, de Moroni. Daré un breve ejemplo que quizás os inspire a leer toda la historia. Al escribir Mormón la última carta a su hijo misionero, estaban ocurriendo muchos hechos trágicos; el Profeta habla de la maldad y depravación del pueblo, y dice: «…no tienen principios ni sentimientos… no me atrevo a encomendarlos a Dios…» (Moroni 9:20-21). En cambio, recomienda a su fiel hijo y suplica poder encontrarse con él otra vez.

Termino este artículo, citando las palabras de Mormón que contienen un mensaje de esperanza y un resumen de su testimonio:

«Hijo mío, sé fiel en Cristo; y no te aflijas por lo que te he escrito… sino que Cristo te anime, y sus padecimientos y muerte, y la manifestación de su cuerpo a nuestros padres, y su misericordia y longanimidad, y la esperanza de su gloria y de la vida eterna, reposen en tu mente para siempre.»(Moroni 9:25.)

Su último testimonio contenía instrucción, amor, un ruego y la fe. Por amor, apoyaba a su hijo con todas las fuerzas de su alma.

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