Con el Espíritu todo es posible

Octubre de 1980
Con el Espíritu todo es posible
por Vira H. Judge

Una tarde, cuando tenía doce años de edad, Sam Eggers, de Santa Ana, California, se veía más bien meditabundo al regresar de la escuela. Luego de servirse una galletita del plato que su madre había puesto delante de él, dijo:

—Mamá, ¡tengo el mejor amigo que se podía esperar!

Donna Eggers, la madre, se sentó a su lado, le sirvió un vaso de leche y le dijo

—¡Cuánto me alegro! Cuéntame de él. ¿Cómo se llama?
—Mike Witte.
—¿Witte? ¿No era ese el apellido de los gemelos que iban a la misma escuela que tú hace algunos años?
—Si, mamá. Mike y Gary. Mike está en mi clase este año.

El rostro de Sam se puso más serio al comentar:

—Mamá, yo creo que Mike sería un buen mormón. ¿Te parece que podría invitarlo a ir a la Iglesia?
—¡Naturalmente!

Antes de que la madre pudiera decir una palabra más, Sam había salido de la cocina y ya estaba en camino a la casa de Mike, como si no pudiera perder un minuto más una vez que había tomado la decisión. La hermana Eggers sonrió: “Este muchacho ya tiene el afán de un misionero. ¡Será un buen misionero cuando llegue el momento!”

¡Cuando llegue el momento! ¿Cómo darse cuenta de que la misión de su hijo ya había comenzado?

―Sí, sí, iré contigo. ¿A qué hora? ¿Puedo llevar a Gary también?
―Sí, trae a Gary. Te estaré esperando en la esquina a las cinco. ¿Té parece bien?
―¿De la mañana o de la tarde?
—¡De la mañana! ―respondió Sam sin imaginar siquiera que Mike le creería.

Pero Mike tomó en serio la palabra de su amigo, y el domingo, a las cinco de la mañana, los mellizos estaban esperando en la esquina frente a su casa; esperaron mucho rato y finalmente se dieron por vencidos y se fueron a acostar.

Más tarde, Mike llamó para ver qué había sucedido. Cuando oyó que Sam se reía por causa del mal entendimiento, comentó:

―Pensé que era un poco fuera de lo común para tener reuniones en la Iglesia.

En la reunión sacramental de aquella tarde, los hermanos observaron cómo Sam y los otros diáconos repartían la Santa Cena. Una vez que su amigo se sentó junto a ellos, le dijeron al oído:

―Eso parece interesante. ¿Cómo hay que hacer para poder participar en esa ceremonia?
―Hay que bautizarse y ser diácono. Te explicaré después -le susurró Sam.

Después de la reunión Mike y Gary escucharon atentamente mientras Sam les explicaba la razón por la que su padre se sentaba al frente: Era consejero en el obispado. También les explicó que cuando un muchacho llega a los doce años de edad es ordenado diácono en el sacerdocio, si es digno, y tiene entonces la oportunidad de repartir la Santa Cena.

―¿Sacerdocio? ¿Diácono? ¿Ordenación?

Aquella noche, al ir a acostarse, Mike y Gary hablaron mucho acerca de esta Iglesia nueva y diferente que permite que un jovencito tenga ese algo especial llamado sacerdocio.

Había muchas otras cosas que eran diferentes en esa Iglesia. La gente se mostraba amigable y varios de los jovencitos los había invitado diciendo: “Vengan, siéntense con nosotros”, y algunos adultos los había saludado, palmoteándoles la espalda, y habían dicho:

“Nos sentimos contentos de tenerlos aquí”. Parecía que realmente sentían lo que decían.

También había niños, muchos niños, sentados con sus padres. Todos se daban la mano afectuosamente; todos parecían conocer y querer a los demás.

¿Por qué dos jovencitos de una familia de personas que no eran de la Iglesia gustosamente pusieron el reloj despertador un domingo para levantarse a las 3:30 de la madrugada, a fin de estar listos para ir a una reunión religiosa a las 5:00 en una iglesia a la que nunca habían ido y de la que no conocían sino el nombre?

Éramos jóvenes; teníamos solamente doce años, explicaron después, pero habíamos tenido el presentimiento de que debíamos asistir a alguna iglesia. Ya habíamos intentado hacerlo en algunas religiones, bastantes como para saber que algunas tienen costumbres fuera de lo común, de manera que no nos llamó la atención si la iglesia de Sam tenía las reuniones a las cinco de la mañana. Estábamos dispuestos a conocerla.

Ésta actitud parece simbolizar la vida religiosa de Mike y Gary, dijeron más adelante los padres de Sam. Siempre están dispuestos a todo y a la hora indicada.

Pasaron tres años antes de que los padres de los mellizos dieran su consentimiento para el bautismo de

“Dios conoce esas cosas. Nosotros no tenemos porqué saberlas”.

Mike y Gary aprendieron mucho respecto al evangelio en las clases y reuniones a las que asistían; pero obtuvieron una comprensión más sólida de los principios eternos mediante las charlas informales mantenidas en casa de los Eggers.

Impresionados por el afán y la ambos. Entretanto, los dos hermanos fielmente concurrieron a la reunión del sacerdocio, a la Escuela Dominical, la reunión sacramental, la Mutual… a todo. La cálida amistad que encontraron allí los mantenía concurriendo; pero había algo más: Se sintieron profundamente impresionados por el Libro de Mormón y por el hecho de que José Smith pudiera haberlo traducido; se sintieron impresionados por el plan de salvación, y con toda la fuerza de su corazón creían que la Iglesia era verdadera.

Nos impresionaba favorablemente que nuestros maestros y amigos en la Iglesia estuvieran siempre dispuestos y anhelosos de contestar nuestras preguntas, explican. Este era un contraste bien marcado con las otras iglesias a las que habíamos concurrido. Cuando en otras hacíamos preguntas, nos decían: sinceridad de estos dos muchachos, los Eggers comenzaron a invitarlos a su casa una vez por semana para hablar del evangelio.

No pasó mucho tiempo sin que Sam y su hermano menor, Scott, quien también estaba imbuido del espíritu misional, comenzaran a invitar a otros amigos. Los esposos Eggers acogieron bien a los invitados de sus hijos, los que venían de familias de la Iglesia que estaban inactivas.

Los miembros comenzaron a preguntar si podían invitar a amigos inactivos y a algunos que no eran miembros. La lista fue creciendo, y con el correr del tiempo no era extraño encontrar que hubiera veinte jóvenes presentes en las reuniones familiares.

El manual de la noche de hogar se usó como guía, y la hermana Eggers aceptó la responsabilidad de la lección que precedía a cada charla informal, aunque a menudo asignaba a alguno de los del grupo la presentación de ella, para que los jóvenes fueran desarrollándose en experiencia y comprensión.

Después de cada lección se animaba a los presentes a hacer preguntas, aun cuando las mismas parecieran triviales. “Pregunten cualquier cosa que no entiendan o respecto a algo que les incomoda”, se les decía constantemente.

Toda pregunta era contestada exhaustivamente y con mucho cuidado. La opinión de todos era tenida en cuenta. Luego consultábamos las Escrituras a fin de llegar a una conclusión, explicó el hermano Eggers. Para nosotros era importante que estos jóvenes alcanzaran el entendimiento del evangelio; pero estábamos particularmente interesadlos en que comprendieran su propio valor y en que retuvieran un amor profundo y también respeto hacia sus propios padres y familias.

Ya que al igual que en las reuniones de la noche de hogar, un pequeño refrigerio se hacía necesario para fomentar la camaradería, los integrantes de aquel grupo se ofrecieron hacerse cargo de él.

No todo eran charlas y lecciones, sino que también los muchachos comenzaron a tener actividades: patín, idas al cine, campamentos, caminatas, pesquerías, fiestas en la playa y en la nieve, celebraciones de cumpleaños. . . También comenzaron a enviar paquetes a los misioneros que estaban en el campo misional. Todas estas actividades eran planeadas y preparadas por los jóvenes.

El gran acontecimiento del año fue una fiesta de Navidad con tos padres de todos ellos. Esta fiesta sirvió para crear en estas familias un entendimiento de la Iglesia y sus programas, dijo el hermano Eggers.

Sam y Scott participaban mucho en el grupo, y durante todos los años de liceo y universidad fueron amigos íntimos de todos los que integraban al mismo. Cuando Gary y Mike fueron bautizados, Sam habló en el servicio bautismal. En ocasión de haber sido invitada la familia Eggers para presentar un programa de noche de hogar en una reunión sacramental, fue natural que ellos invitaran a Mike y Gary a participar junto con ellos.

Mike fue con los Eggers durante las vacaciones a una excursión que hicieron en las Sierras Altas durante el verano, y él y Tom Wall, otro miembro del grupo, fueron incluidos en un viaje de seis semanas a Alaska, viaje hecho en un trasbordador y del cual regresaron por tierra, incluyendo en su camino una visita a la Manzana del Templo como punto culminante de la gira.

Este fue el punto decisivo en la vida de Tom, que al año siguiente salió hacia el campo misional, siendo el primero de aquel grupo en ser llamado.

¿No sería maravilloso si todos fuéramos a la misma misión al mismo tiempo? dijo uno de los mellizos en una reunión especial. Esto arrancó muchas risas y comentarios tales como: Eso no sucederá nunca. Los jóvenes de un mismo barrio nunca son llamados a servir en el mismo lugar y al mismo tiempo. Imposible.

Para sorpresa y maravilla de todos, los tres amigos recibieron su llamamiento misional el mismo día: Mike y Sam a la Misión de Ecuador Quito y Gary a la Misión de Costa Rica San José, los tres a misiones de habla castellana.

Fueron los primeros misioneros que el hermano Eggers (ya obispo) llamó en su nuevo oficio. Los tres ingresaron al Centro de Capacitación de Misioneros el mismo día.

Al año siguiente Scott fue llamado también a una misión de habla hispana, la Misión de Colombia Bogotá.

En esa ocasión el obispo y la hermana Eggers expresaron: Es algo muy especial tener el privilegio de llevar a estos muchachos al Templo de Los Angeles y sentir su espíritu de amor al Señor.

Dos días después de recibir su investidura, los muchachos hicieron arreglos con los misioneros que acababan de regresar al barrio, procedentes del campo misional, y todos salieron a las seis de la mañana para ir juntos al templo. Su satisfecho obispo dijo:

Nos emocionó verlos. Estaban todos sumamente felices. Por la forma en que hablaban se diría que iban a la playa. En cambio se regocijaban porque iban a la casa del Señor.

Han pasado once años desde que Sam invitó a Mike Witte a una reunión, y la mayoría de los que integraban aquel grupo han ido por diferentes caminos. Nueve de ellos se han casado en el templo; cinco han sido misioneros; ocho sé bautizaron, incluyendo a las hermanas de los mellizos, Donna y Sheri. Además, docenas de personas que antes estaban vacilantes ahora tienen testimonios firmes.

¿Quién hubiera adivinado los resultados del espíritu misional de un muchacho de doce años que quería invitar a un amigo a la Iglesia? Como Mike tan acertadamente lo ha expresado: Con el Espíritu, todo es posible.

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