El origen del hombre y el cumplimiento de profecías
por George Albert Smith
Presidente de la Iglesia
La Biblia contiene el consejo de nuestro Padre Celestial y yo acepto sin ninguna duda que las afirmaciones que se hacen en los capítulos 1 y 2 de Génesis, acerca de que en el principio Dios creó los cielos y la tierra y todo lo que en ella habita, incluyendo al hombre, son verdaderas.
“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó.
Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y so-juzgadla.”(Génesis 1:27-28.)
‘‘Estos son los orígenes de los cielos y de la tierra cuando fueron creados, el día que Jehová Dios hizo la tierra y los cielos, y toda planta del campo antes que fuese en la tierra, y toda hierba del campo antes que naciese; porque Jehová Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra.” (Génesis 2:4-5.)
Todo esto fue una creación espiritual, y después se llevó a cabo la creación material.
“Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.” (Génesis 2:7.)
El plan de nuestro Padre Celestial incluye la reproducción de todos los seres de la creación. Adán y Eva eran los hijos de Dios; ellos fueron nuestros primeros padres y todos los seres humanos que han vivido sobre la tierra son sus descendientes. Dios les dio el libre albedrío para que pudieran tomar decisiones en todos los asuntos y para que fueran responsables de sus acciones; recibieron instrucciones de nuestro Padre Celestial en el Jardín de Edén, y esas enseñanzas fueron preservadas para las futuras generaciones.
De acuerdo con la cronología bíblica sabemos que nuestros primeros padres empezaron su vida en esta tierra hace casi 6.000 años. El Señor les enseñó cómo debían comportarse, y Sus profetas, que habían sido autorizados a hablar en Su nombre, instruyeron a los descendientes de Adán a través de los años y de las épocas sobre la forma de obtener la felicidad mientras eran mortales y calificarse para que al morir pasaran a la inmortalidad, llevando consigo las virtudes de carácter y el conocimiento que hubieran ganado en esta tierra. Los que vivan de acuerdo con las enseñanzas de nuestro Padre Celestial, recibirán las más grandes bendiciones y gozarán de más felicidad aquí y en el más allá.
Además de sus otras responsabilidades, los profetas estaban encargados de llevar un registro de todas las verdades que se les revelaran de tiempo en tiempo, a fin de que fueran transmitidas de padres a hijos para beneficio de su posteridad. Por lo tanto nosotros, los de esta generación, poseemos un registro que ha sido preservado para nuestra guía y el cual contiene información que el Señor ha revelado desde el principio del mundo; me refiero a la Santa Biblia. Esta no sólo declara lo que ha ocurrido en el pasado sino también nos dice lo que ocurrirá en el futuro, en algunos casos con muchas generaciones de anticipación. También nos menciona cuando una profecía se cumple como se había predicho.
El profeta Amos dijo:
“Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas.” (Amos 3:7.)
Yo sé que el Señor nos ha advertido por medio de sus profetas acerca de todas las cosas de importancia que habrían de suceder para que no estuviéramos en la ignorancia y pudiéramos planear nuestra vida y de esa forma beneficiamos. Para apoyar lo que dije anteriormente, cito los siguientes episodios:
El primer caso es el de Noé; el Señor le había mandado construir un arca en la cual todos los hombres dignos pudieran ser preservados cuando llegara el diluvio. Noé construyó el arca y predicó el arrepentimiento a su generación por un período de 120 años, para de esa forma advertirles con bastante anticipación; sin embargo, la gente de esa época era tan inicua que no hizo caso a sus advertencias, y como, tenía su libre albedrío eligió el mal en lugar del bien. Entonces llovió torrencialmente y todo se inundó, siendo solamente Noé y su familia, ocho en total, los que se salvaron. Todos los demás habían sido avisados, pero perecieron ahogados por su obstinación y porque rehusaron arrepentirse.
Otro caso es el de Abraham y su posteridad; él fue informado de que sus descendientes irían a un país extraño y después de servir allí por un período de 400 años volverían a su tierra; esta profecía se cumplió cuando Moisés, un descendiente de Abraham, sacó a los hijos de Israel de Egipto y los guio de vuelta a la tierra prometida.
José, uno de los hijos de Jacob, que había sido vendido como esclavo por sus hermanos, se encontraba en una cárcel en Egipto cuando el Faraón tuvo un sueño que lo dejó muy preocupado y el cual los magos y los sabios del país no podían interpretar. Le dijeron al Faraón que José podría interpretar el sueño; de manera que éste fue llevado ante el rey. Cuando estuvo en su presencia le dijo que él no podría interpretar su sueño, pero que Dios sí le daría la respuesta. Después que José hubo recibido la interpretación del Señor, le dijo al Faraón que su sueño tenía gran importancia, pues habrían de venir siete años de abundancia en la tierra, seguidos de siete años de miseria y hambre, y que si el Faraón acumulaba comida durante los años de abundancia, cuando viniera la escases la gente tendría con qué alimentarse. El Faraón aceptó la interpretación del sueño de José y también su consejo, y le demostró su agradecimiento nombrándolo gobernador de Egipto con una autoridad tal que sólo él, Faraón, lo superaba en poder. Al cabo de catorce años se había cumplido el sueño, tal como fue interpretado por José, y los egipcios se habían salvado de morir de hambre.
También tenemos el caso de Jeremías que profetizó que Nabucodonosor, Rey de Babilonia destruiría Jerusalén, y que todos los habitantes serían esclavos por setenta años. Cuando llegó el momento, Jerusalén fue quemada junto con su hermoso templo; sus princesas, nobles, artesanos y la mayoría del pueblo fueron llevados prisioneros a Babilonia junto con los artefactos sagrados del templo.
Ciento cuarenta años antes del nacimiento de Ciro el Grande, el profeta Isaías predijo su nacimiento y anunció su nombre; y dijo que él se apoderaría de Babilonia. También predijo que reconstruiría Jerusalén, a pesar de que era un extranjero y completamente ajeno a los intereses de los judíos.
Cuando Ciro tenía unos cincuenta años de edad, y después de haber conquistado muchos pueblos y naciones, se acercó con sus ejércitos a Babilonia, la más grande de todas las ciudades de esos tiempos, con murallas inexpugnables de 91 metros de altura y majestuosas puertas de bronce y acero. En lugar de atacar la ciudad tratando de sobrepasar las murallas, desvió el curso del río Eufrates que corría a través de la ciudad y usó el lecho del río seco, que formaba un canal debajo de las murallas, para entrar a Babilonia; se apoderó de la ciudad sin ninguna dificultad mientras el rey Belsasar y sus cortesanos se emborrachaban tomando vino en los vasos de oro y plata que su padre, Nabucodonosor, había llevado de Jerusalén.
Dentro de la ciudad, Ciro encontró al profeta hebreo Daniel, que ya había interpretado la escritura en la pared, de acuerdo con la cual se informaba a Belsasar que había sido pesado en la balanza y encontrado falto (Daniel 5:27). Como Ciro tenía en su poder los registros de los judíos, se enteró de que el Dios de Israel había decretado que él habría de reconstruir Jerusalén. Por lo tanto, inmediatamente dio una proclamación a los judíos para que volvieran a Jerusalén y para que las naciones los ayudaran a reconstruir la ciudad y el templo. Esto sucedió exactamente setenta años después que Jerusalén fuera destruida; así se cumplió la profecía de Jeremías, aún cuando había sido hecha más de cien años atrás.
La destrucción de Babilonia en sí, también sirve como ilustración. Cuando esta ciudad estaba en todo su esplendor, el profeta Isaías anunció que sería destruida, y que nunca jamás volvería a ser habitada. En efecto fue destruida por completo e inundada por las aguas del río. Y hoy, después de más de dos mil años, la ciudad que en aquel tiempo fue la más grande de todas, sigue en ruinas.
El Antiguo Testamento está repleto de profecías maravillosas, algunas hasta muy difíciles de creer; sin embargo, todas ellas se han cumplido al pie de la letra. Solamente por medio de las revelaciones del Señor los profetas pudieron saber lo que iba a ocurrir y solamente Dios pudo hacer cumplir estas predicciones. Isaías, Jeremías, Ezequiel, José y otros, eran humanos como sus contemporáneos, pero habían sido elegidos para representar al Señor, la inspiración del Todopoderoso dirigía sus declaraciones y estas promesas se cumplían por el poder del Señor.
Permitidme hacer referencia a una de las muchas predicciones en el Nuevo Testamento. Leed el vigésimo primer capítulo de Lucas.
“Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.” (Lu. 21:20.)
Esta profecía habla del destino de Jerusalén, del templo y de la nación judía en general; han pasado más de 1900 años y está profecía todavía no ha terminado de cumplirse.
En el año 70 después de Cristo, el ejército romano rodeó Jerusalén y los discípulos fieles, acordándose del aviso que Jesús les había dado, huyeron a las montañas; la ciudad fue conquistada después de un largo estado de sitio durante el cual los habitantes de Jerusalén sufrieron muchísimo, tanto de hambre como de pestilencias, y también hubo heridos en la batalla; además de los que fueron llevados prisioneros perecieron un millón y medio de judíos. El país fue desolado y el templo destruido, ni siquiera quedó una piedra sobre la otra, y el pueblo fue dispersado hacia todas las naciones de la tierra, tal como se había predicho. Tanto a Jerusalén como a Babilonia se les había advertido por medio de los siervos del Señor, de que debían arrepentirse de sus pecados o de lo contrario serían castigadas; pero ambas rehusaron y fueron destruidas. De la misma forma otras ciudades y naciones se hicieron ricas, poderosas e inicuas y pasaron al olvido.
Cuando volvemos la mirada atrás y contemplamos estos resultados, ¿no nos hace pensar que el mundo de hoy está cosechando tristezas y destrucción por causa de la iniquidad de sus habitantes? ¿Seguiremos el camino del pecado aunque la historia nos enseña que si nos apartamos del Señor nos espera la destrucción? ¿Haremos como el mundo haciendo oídos sordos a las advertencias de nuestro Padre Celestial y sufriendo el castigo por nuestra testarudez? Solamente el arrepentimiento puede salvarnos. ¿Nos arrepentiremos antes de que sea demasiado tarde?
No somos propietarios de nada; ni la tierra ni sus riquezas nos pertenecen, sino que somos solamente inquilinos temporarios. Cuando morimos dejamos todo aquí; vinimos al mundo desnudos y desnudos nos vamos. Este mundo pertenece al Señor, y al cumplir con sus mandamientos es como si le pagáramos el alquiler por las bendiciones de la vida y por todo el gozo que tendremos aquí y en el más allá.
La posición que alcancemos después de esta vida dependerá de la forma en que nos comportemos en esta tierra; todos seremos juzgados de acuerdo con nuestras obras y solamente recibiremos el grado de gloria que merezcamos.
Hace más de 2.000 años que Jesucristo, nuestro Señor, vino a la tierra y dio su vida por nosotros, para que de ese modo todos pudiéramos resucitar; Él fue el primer fruto de la resurrección. Él nos enseñó a amar a nuestros semejantes como a nosotros mismos y a hacer el bien a todos. Sus enseñanzas, que se encuentran en el Nuevo Testamento, son una parte muy importante de la Biblia. Él dijo:
“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” (Juan 5:39.)
En el libro de Job leemos:
“Ciertamente espíritu hay en el hombre, y el soplo del Omnipotente le hace que entienda.” (Job 32:8.)
En tiempos como los nuestros debemos buscar este entendimiento por medio de una vida justa; no podemos obtenerlo de ninguna forma.
Me siento muy agradecido por la amistad de las muchas personas buenas e inteligentes que viven en este país y en otras tierras. Mi vida se ha enriquecido al asociarme con vosotros, y os lo agradezco. Deseo de todo corazón que cuando seamos inmortales podamos merecer y recibir la herencia eterna en el Reino Celestial de nuestro Señor, y que podamos hacerlo mientras estamos aquí en la tierra. En el ocaso de mi vida mortal quiero dejaros mi testimonio de que yo sé que el Dios de nuestros padres, nuestro Dios, todavía vive y nos ama, y desea nuestra felicidad y exaltación. Os dejo este testimonio junto con mi cariño y bendición.
George Albert Smith, octavo Presidente de la Iglesia, sirvió durante el período más difícil de la historia del mundo. Poco después de haber sido llamado como Presidente, finalizó la Segunda Guerra Mundial y tuvo a su cargo la ardua tarea de reorganizar y ayudar a reconstruir la vida de los miembros de la Iglesia esparcidos por muchos países. La Iglesia también empezó a darse a conocer más ampliamente en el mundo, y se reanudó la obra misional. Por medio de la organización de bienestar, miles de cajas de provisiones y ropa fueron enviadas a los miembros en Europa y en algunos casos se enviaron de algunos países europeos a otros. El presidente Smith instó a todos los miembros de la Iglesia a que participaran en esta obra caritativa. En un artículo publicado en la revista Improvement Era, en diciembre de 1945, dijo:
“Deseo que los demás hijos de nuestro Padre Celestial también tengan nuestra ayuda en este momento tan difícil. Espero que recordemos que nuestras responsabilidades acaban de empezar, y que continuarán por un largo período de tiempo… debemos obedecer los mandamientos y amamos los unos a los otros. Y entonces nuestro amor traspasará las fronteras de la Iglesia y alcanzará a todos los hombres… tenemos la obligación de llevar el mensaje del Evangelio de Jesucristo a todas las naciones de la tierra, a todas las tierras distantes.”
E l presidente Smith nació en la ciudad de Salt Lake, Utah, el4.de abril de 1870. Fue llamado y ordenado como Presidente de la Iglesia el 21 de mayo de 1945, a la edad de 75 años. Cuatro meses después, el 28 de septiembre de 1945, dedicó el Templo de Idaho Falls Simó casi seis años como Presidente y murió el día en que cumplía 81 arios, el U de abril de 1951.
Era el hijo mayor del presidente John Henry Smith, a quien se llamó al apostolado durante la administración del presidente John Taylor, y posteriormente llegó a ser uno de los consejeros del presidente Joseph F. Smith. Su abuelo, George A. Smith, cuyo nombre se le dio, fue nombrado Apóstol por el profeta José Smith, y más tarde obró como consejero del presidente Brigham Young. Su bisabuelo, John Smith, fue tío del profeta José Smith, y tercer patriarca de la Iglesia, además de primer Presidente de la Estaca de Salt Lake City.
El presidente George Albert Smith fue ordenado Apóstol el 8 de octubre de 1903, y fue apartado como Presidente del Consejo de los Doce el 8 de julio de 1943. Mientras estaba sirviendo en dicho cargo, el 8 de abril de 1945, pocas semanas antes de haber sido llamado como Presidente de la Iglesia, dio el siguiente discurso en una audición de radio que fue transmitida por todo el país. Según tenemos entendido, este artículo nunca fue publicado en una revista de la Iglesia.
























