El poder del ejemplo

Junio de 1980
El poder del ejemplo
por el élder Charles A. Didier
del Primer Quorum de los Setenta

Charles A. DidierSe oyó llamar a la puerta. Ya era muy tarde en la noche y no esperábamos visitas a esa hora; me preguntaba quién podría ser. Abrí la puerta y para mi sorpresa, allí estaban los dos misioneros que había visto enseñando en el vecindario.

Los élderes me preguntaron inmediatamente si mis hijos estaban levantados, puesto que tenían que hacerles una pregunta; pero ellos ya estaban acostados. Los misioneros se miraron y el compañero mayor, obviamente reuniendo valor, me preguntó si yo podría hablar con mis hijos para decirles que dieran un buen ejemplo en la escuela, pues ellos estaban enseñando a una de sus compañeras de estudios. Era importante que los misioneros pudieran decirle a su joven investigadora que mis hijos eran miembros de la Iglesia, y le preguntaran si había notado alguna diferencia entre ellos y los demás compañeros. ¡Cuán terrible sería si mis hijos no se comportaran bien! Les prometí que transmitiría su mensaje y comentaría con ellos el gran cometido que se les presentaba.

Los élderes se fueron tranquilos, y al cerrar la puerta apareció en mi mente un pasaje de las Escrituras. Yo lo había usado a menudo durante los años pasados al reunirme con los misioneros:

“Id. . . para . . . darles buenos ejemplos en mí; y os haré instrumentos en mis manos para la salvación de muchas almas.” (Alma 17:11.)

Han pasado ya más de treinta años desde que entré en contacto con los misioneros. ¡Qué ejemplo han sido en mi vida! Recuerdo que yo tenía dieciséis años de edad cuando los conocí. Durante los veranos, mis hermanos y mi madre teníamos el hábito de sentarnos frente a la ventana que daba a la calle, y desde allí saludábamos a nuestros vecinos y amigos que pasaban frente, a la casa. Aquel día notamos que dos jóvenes venían subiendo la empinada calle, empujando sus bicicletas; eran diferentes de la gente joven de la localidad y a pesar del calor, usaban traje, camisa blanca y corbata. Por su aspecto dedujimos que eran jóvenes norteamericanos. Nos sentimos intrigados. ¿Qué harían en nuestra ciudad?

Al día siguiente llegaron y llamaron a nuestra puerta. Nos apresuramos a hacerlos pasar pues queríamos satisfacer nuestra curiosidad; así supimos quiénes eran y qué estaban haciendo; aquel fue el comienzo de una amistad eterna. Sus sonrisas, amor, entusiasmo, su deseo de ayudar y servir, la obediencia a los mandamientos y su amor por el Señor nos impresionaron grandemente. Cada vez con mayor anhelo esperábamos su presencia y su espíritu. No solamente nos enseñaban acerca de los nefitas, lamanitas y el Libro de Mormón, sino que compartían con nosotros sus talentos en las artes y en los deportes.

Y aquí estoy, treinta años después. Por causa del ejemplo de estos excelentes jóvenes mi vida ha cambiado, mi perspectiva de la vida ha cambiado. He obtenido un testimonio del Evangelio de Jesucristo y de que ese evangelio ha sido restaurado; he aprendido a vivir de acuerdo con los mandamientos del Dios viviente; y me siento feliz de seguir a un Profeta contemporáneo porque sé que sus palabras vienen de Dios. Ahora soy responsable de cuidar que no se rompa la cadena, una cadena eterna que comenzó con Jesucristo mismo:

“Este es mi evangelio; y vosotros sabéis las cosas que tenéis que hacer en mi Iglesia; pues las obras que me habéis visto hacer, vosotros haréis.” (3 Nefí 27:21.)

Como jóvenes de la Iglesia, vuestra influencia, vuestro ejemplo, pueden ser un factor determinante en la conversión de alguien o en la falta de interés en el mensaje de la restauración del evangelio. Cuidad vuestro aspecto físico, vuestros pensamientos, vuestro vocabulario, vuestros hechos.

Este es el tiempo de prepararos para ser llamados a una misión y es mejor que comencéis inmediatamente. Cuanto más jóvenes sois, más fácil es desarrollar buenos hábitos. William James dijo:

“Un hecho repetido se torna en un hábito, una cadena de hábitos forman un carácter; y es el carácter el que determina el destino.”

No es solamente nuestro destino el que se está decidiendo, sino también el de nuestros vecinos y amigos.

Bien me doy cuenta de lo que dos jóvenes pueden hacer para ayudar en la obra misional. ¡Cuán importante debe de haber sido para José Smith, a la misma edad de mis hijos, ser un ejemplo tal que su obra pudiera ser reconocida por sus frutos! Ciertamente, José Smith es uno de los ejemplos más grandes de fe y la existencia de la Iglesia hoy en día es el producto de aquella fe.

El poder del ejemplo es una extraordinaria forma de motivación. Saber esto debe ayudarnos a comprender el poder de conversión que tenemos, y la necesidad de utilizarlo en una forma divina. Recordemos lo que Cristo dijo:

“Seguidme, y os haré pescadores de hombres.” (Mateo 4:19.)

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