29 de septiembre de 1978
Hasta los confines de la tierra
por el presidente Spencer W. Kimball
(Discurso pronunciado ante los Representantes Regionales, en el seminario que se llevó a cabo el 29 de septiembre de 1978.)
Mis amados hermanos, la obra está progresando y podemos ver las bendiciones del Señor sobre los Santos de los Últimos Días en todo el mundo; pero debemos esforzarnos más, (parecería que siempre nos queda todavía mucho por hacer).
No me preocupa tanto la idea de que los miembros de la Iglesia puedan ser indiferentes a las necesidades de los demás, sino el hecho de que podamos no ver esas necesidades. Moroni advirtió a los pudientes de toda época sobre el peligro de sentirse cómodos y amar todas las cosas de este mundo “más de lo… que a los pobres, a los necesitados, a los enfermos y a los afligidos” (Mormón 8:37); también hizo notar que “el hambriento, el desnudo, el enfermo y ¡el afligido” muchas veces pasan junto a esas personas y éstas las miran “sin hacerles caso” (Mor. 8:39). Os ruego, mis hermanos del sacerdocio, que no os mantengáis tan ocupados con los programas de la Iglesia que descuidéis estos deberes básicos a los cuales el apóstol Santiago se refirió como “La religión pura y sin mácula” (San. 1:27).
Me gusta leer la historia de Rode en el libro de los Hechos; ella era la muchacha que salió a abrir cuando el profeta Pedro llamó a la puerta de la casa de María, “donde muchos estaban reunidos orando”. Rode lo reconoció y fue a llevar las buenas nuevas de su llegada a los demás; éstos no le creyeron, “Pero ella aseguraba que así era”. (Véase He. 12:6-17.)
Aseguremos también nosotros constantemente la realidad de la presencia de profetas vivientes en esta dispensación, aunque los demás duden y aun se burlen de nuestras afirmaciones. El poder afirmar constantemente la veracidad del evangelio, es un maravilloso privilegio que tenemos como líderes y como discípulos. Os pido que notéis que he dicho constantemente.
Hay casos en los que los miembros fieles empiezan a ser inconstantes y negligentes en el servicio a sus semejantes. Quizás fuera esto lo que quiso decir Alma a aquellos que habían “experimentado un cambio en el corazón”, cuando les dijo:
“… si habéis sentido el deseo de cantar la canción del amor que redime, he aquí, quisiera preguntaros: ¿Podéis sentir esto ahora?” (Al. 5:26; cursiva agregada.)
Debemos ser constantes en hacer el bien y no cansarnos nunca (véase D. y C. 64:33). Que el Señor nos bendiga para que podamos vivir de tal forma que en nuestro diario comportamiento y al cumplir con nuestro deber, podamos “cantar la canción del amor que redime”, y hacerlo con igual entusiasmo hoy como ayer, y mañana como hoy.
“…el campo está blanco, listo para la siega; y he aquí, quien mete su hoz con su fuerza atesora para sí de modo que no perece, sino que obra la salvación de su alma.” (D. y C. 4:4.)
Ahora deseo repetir, lo mismo que he dicho otras veces: tenemos la obligación, el deber, el cometido divino de predicar el evangelio en toda nación y a toda criatura. Quisiera repetir también las palabras del Salvador en el Monte de los Olivos, durante la última semana de su vida terrenal:
“Y además, se predicará este Evangelio del Reino en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin…»(J. Smith 1:31.)
Mas yo os pregunto: ¿Estamos avanzando tan rápidamente como deberíamos? Sentimos que el Espíritu del Señor vela sobre las naciones de la tierra a fin de preparar el camino para el evangelio. Parecería que El estuviera interviniendo en los asuntos de los hombres y los países, para apresurar el día en que los líderes gubernamentales permitan que los elegidos de su pueblo reciban el Evangelio de Jesucristo, el día en que será predicado como un testigo entre todas las naciones.
La técnica para declarar las verdades del evangelio está en su debido orden; pero como pueblo, estamos demostrando ser un poco lentos para disponer de ella. La técnica y el desarrollo de los medios de transporte han hecho que el mundo nos resulte más pequeño, pero todavía es muy vasto en cuanto a la cantidad de sus habitantes, como por ejemplo cuando pensamos en naciones como China, la Unión Soviética, India, las del continente africano y todos nuestros hermanos árabes, son millones de hijos de nuestro Padre que esperan el evangelio.
Tratemos de hermanar a los estudiantes y a todas las demás personas de otras naciones que vengan a nuestras tierras; tratémoslos como hermanos ofreciéndoles sincera amistad, ya sea que estén o no interesados en el evangelio. Nosotros estamos realizando la obra de nuestro Padre Celestial, y ninguno de sus hijos es un extraño para El; bajo el evangelio, no somos “extranjeros ni advenedizos» (Ef. 2:19).
A veces temo que algunas personas que estén en camino a la conversión puedan cansarse de esperar nuestro hermanamiento; temo que en algunos casos esperemos demasiado, perdiendo así magníficas oportunidades de llevar adelante la Iglesia o de alimentar a los hijos de nuestro Padre. Podemos movernos con prudencia, pero debemos movernos. Recordemos que siempre es mejor que un edificio esté ya en construcción, a que se pierda demasiado tiempo considerando los planos; es preferible comenzar una obra, que simplemente discutirla.
Estamos profundamente agradecidos por el aumento de esfuerzos que hemos observado en la obra misional. Hemos creado nuevas misiones y dividido otras; hemos duplicado el número de misioneros y esperamos poder hacerlo nuevamente muy pronto. Creo que no sería mucho exigir si pedimos al 50% de nuestros jóvenes de diecinueve a veintiséis años que acepten este llamamiento. Los miembros de la Iglesia han comenzado a responder fielmente al mandamiento de “id y haced discípulos”; pero quisiera ahora dar énfasis a la otra parte del mismo versículo, que indica a dónde debemos ir: “a todas las naciones” (Mat. 28:19).
Consideremos qué quiso decir el Señor cuando les dijo a los Apóstoles en el Monte de los Olivos:
“… recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra.” (He. 1:8; cursiva agregada.)
Estas fueron sus últimas palabras antes de partir hacia su hogar celestial. Pregunto: ¿Cuál es el significado de la frase “hasta lo último de la tierra”? En esa época ya se había predicado en toda la región que los Apóstoles conocían. ¿Se refería entonces a la gente de Samaría? ¿O a los de Judea? ¿O a los del Cercano y Lejano Oriente? ¿Estaría pensando en los millones de personas que viven ahora en el continente americano? ¿Incluiría entre “lo último de la tierra” a Grecia, Italia y Europa Central?
Quizás se refiriera a todos los que viven en el mundo, o a los espíritus que habrían de venir a este mundo en el futuro. ¿Acaso habremos interpretado mal sus palabras o el significado de ellas? ¿Cómo podemos sentirnos satisfechos convirtiendo 200.000 personas por año, cuando hay cuatro mil millones de personas en el mundo que necesitan el evangelio?
Podemos llevar el bálsamo del evangelio con sus extraordinarios programas a innumerable cantidad de personas; y no solamente enseñarles el mensaje, sino mostrarles cómo vivimos, cómo pueden vivir ellas y la forma de mejorar su vida.
Apenas hemos comenzado. A menudo vemos que algunos de nuestros miembros más fíeles han recibido el evangelio por otros medios que no son del programa misional.
Es sumamente importante que, como líderes, ayudéis a los miembros y las autoridades locales a comprender que, aunque gran parte de la obra del Señor se hace por medio de las organizaciones y los departamentos de la Iglesia, no todo se lleva a cabo en esa forma. No puedo quitarme esta idea do la mente, al pensar en cuán grande es el mundo y en cuánta gente está esperando por nosotros. Por ejemplo, ¿estamos aprovechando toda oportunidad que se nos presenta de pasar mensajes de la Iglesia por radio y televisión?
Pensemos también en el continente africano y en todos los años que sus habitantes han esperado el evangelio. Más de una décima parte de la población mundial vive en África. ¿No están ellos incluidos en la invitación del Señor de que enseñemos “a todas las naciones”? ¿No forman parte esas regiones de los confines de la tierra?
Felizmente, algunos de nuestros miembros negros asisten o han asistido a la Universidad de Brigham Young o instituciones similares, pudiendo observar la forma en que viven los demás miembros y comprender la manera en que se administra la Iglesia.
Hace poco tiempo recibí una hermosa carta de un niño de Ghana (África), en la cual me expresaba su gozo al “ser miembro de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días”, aun cuando todavía no se había bautizado; pero esto no le impedía considerarse uno más entre los santos. Me decía que esperaba convertirse pronto en un verdadero Santo de los Últimos Días, por medio del bautismo y la confirmación, y que a su debido tiempo esperaba recibir el Sacerdocio Aarónico.
Lo que quiero decir con todo esto es que parecería que hubiera en muchas naciones un movimiento para preparar a la gente para recibir la luz y el conocimiento que sólo nosotros podemos darle. Mediante su Espíritu, el Señor está preparando a las personas para el día en que el evangelio se les enseñe con toda claridad. También nosotros debemos prepararnos. El Señor dijo:
“… y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.” (Mat.28:20.)
En 1830, cuando el Señor mandó a Parley P. Pratt y otros en una misión muy importante, dijo:
“… y yo mismo los acompañaré y estaré en medio de ellos, pues soy su abogado ante el Padre, y nada prevalecerá en contra de ellos.” (D. y C. 32:3.)
Por supuesto, en algunos países se presentan problemas especiales, muchas personas analfabetas o con escasa capacitación. Sería necesario que educáramos a los jóvenes en esos lugares y les enseñáramos principios que los ayuden a progresar, a fin de que pudieran mejorar su situación tanto económica y culturalmente, como desde el punto de vista espiritual e intelectual. Esta tarea no sería diferente de la que la Iglesia ha llevado a cabo en otras épocas de su historia. Tenemos un magnífico sistema educativo, un gran programa de Servicios de Bienestar, un extraordinario Departamento del Sacerdocio y un buen método de capacitación de líderes; proveemos buenos materiales para la enseñanza de la genealogía y para la obra misional; tenemos excelentes organizaciones auxiliares para las mujeres, los jóvenes y los niños. Y podemos hacerlo, porque el Señor nos ha prometido que será nuestro abogado ante el Padre y que nada prevalecerá en contra de nosotros.
Muchos de nuestros miembros han estado en los países africanos, trabajando en escuelas y negocios y participando de su vida económica y política. África es un continente muy extenso, hay pocos caminos, y las casas son modestas; allí predomina la pobreza. Pero, ¿podemos pedirles que continúen esperando? No lo creo así. He mencionado a Ghana, pero ¿qué pasa con Nigeria, Libia, Etiopía, Costa de Marfil, Sudán y otros países? Esos nombres tienen que ser tan conocidos en la Iglesia como Venezuela, Japón, Nueva Zelanda, etc.
¿Y qué diremos de China, el tercer país entre los de mayor población? Allí viven casi mil millones de los hijos de nuestro Padre Celestial, o sea, una cuarta parte de la población mundial; seiscientos sesenta millones de personas, hablan el mandarín. ¿Cuántas personas entre nosotros saben hablar mandarín? Debemos prepararnos para enseñar a esa gente, mientras todavía haya tiempo para la preparación.
India es otro ejemplo, con cerca de setecientos cincuenta millones de habitantes, de los cuales doscientos trece millones hablan el hindi. ¿Cuántos de nosotros podemos hablar hindi? ¿Estaremos preparados para enseñarles cuando el Señor nos mande llevar el evangelio a India?
Tenemos también a Indonesia, con ciento cuarenta millones de habitantes; Pakistán, con setenta millones; Bangladesh, con ochenta millones; Israel, Jordán, Iraq, Irán, todos con sus millones de almas que esperan la verdad, esa verdad que nosotros solos poseemos.
Hay ciento cuarenta y siete millones de personas en Burma, Laos, Vietnam, Cambodia, Malasia, Singapur y Tailandia. Llegará el día en que la gente de esos países empiece a preguntar quién era José Smith. La obra misional ha hecho pequeños avances en ellos, pero ha sido interrumpida por la guerra.
¿Y la gente de Arabia Saudita? Los ricos necesitan tanto del evangelio como los pobres, y quizás aún más. ¿Y Turquía, con sus musulmanes? ¿Estamos preparados para enseñar el evangelio a quinientos millones de musulmanes? ¿Cuántas personas se están preparando para poder comunicarse con los ciento treinta millones de seres que hablan el árabe?
En las naciones de la tierra donde el evangelio todavía no se está predicando, hay casi tres mil millones de personas. Si siquiera pudiéramos tener un modesto comienzo en cada nación, pronto los conversos entre cada pueblo empezarían a ser una luz para su propia gente, y en esa forma se podría predicar el evangelio a todas las naciones antes de la venida del Señor.
El estará con nosotros si oramos y nos preparamos; El irá delante de nosotros, estará a nuestra derecha y a nuestra izquierda; su Espíritu estará en nuestro corazón y sus ángeles nos rodearán y nos sostendrán. (Véase D. y C. 84:88.)
Cuando leo la historia de la Iglesia, me asombra el valor y la osadía desplegados por los hermanos en aquellos primeros tiempos, cuando salían al mundo a predicar el evangelio; siempre encontraban la forma de hacerlo; aun en medio de la persecución y las aflicciones, continuaban adelante logrando que las puertas se les abrieran. Muchos de aquellos intrépidos hombres estaban predicando el evangelio en tierras de los indios, incluso antes de que la Iglesia estuviera completamente organizada; en 1837 los Apóstoles llegaron a Inglaterra; en 1844 se introdujo la Iglesia en Tahití; en 1851, en Australia; en 1853, en Islandia; y en la misma década se llevó el evangelio a Italia, Suiza, Alemania, Tonga, Turquía, México, Checoslovaquia, China, Samoa, Nueva Zelanda, Francia, Hawai y países de América del Sur. Al observar el progreso que hemos hecho en algunas de estas naciones, mientras que en otras no hemos avanzado nada, no podemos dejar de preguntarnos el porqué. Mucha de la prédica de las primeras épocas se llevó a cabo al mismo tiempo que los santos cruzaban las llanuras, preparaban sembrados y se establecían en sus colonias; los predicadores demostraron una fe extraordinaria. El Señor les dijo a los Doce Apóstoles:
“Habrá momentos en que nada, excepto los ángeles de Dios, pueda libraros de las manos de vuestros enemigos… Tenéis por delante una obra que ningún otro hombre en la tierra puede hacer.” (History of the Church, 2:198.)
“¿Hay para Dios alguna cosa difícil?”, preguntó Abraham cuando Sara se rió al oír que iban a tener un hijo (Gén. 18:14). Lo había oído desde la puerta de su tienda, pero teniendo Abraham cien años y ella noventa, sabía que habían pasado ya su época reproductora y que no podía tener hijos. Ahora bien, ella sabía aquello en la misma forma en que “se sabe” que no podemos abrir las puertas de algunas naciones al evangelio. Pero, hermanos, Sara tuvo un hijo de Abraham.
El Señor también le dijo a Jerenías:
“He aquí que yo soy Jehová, Dios de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?” (Jer. 32:27.)
Si Él nos manda hacer algo, ciertamente nosotros podemos cumplir. Recordemos el éxodo del pueblo de Israel, atravesando por en medio de la barrera infranqueable del Mar Rojo.
Recordemos a Ciro, que desvió el curso de un río y tomó a la inconquistable ciudad de Babilonia.
Recordemos a Lehi, que llegó a la tierra Prometida atravesando un mar imposible de atravesar.
Yo creo que el Señor puede hacer cualquier cosa que se proponga; pero no veo ninguna razón para que nos abra puertas por las que no estamos preparados para entrar.
¿Estamos haciendo todo lo posible, dedicando a esta idea todos nuestros pensamientos, orando con todas nuestras fuerzas, esforzándonos por llevarla a cabo? Con la ayuda del Señor, podemos realizar esta tarea con éxito.
Deseo reiterar aquí lo que he dicho otras veces con respecto a nuestra labor entre los lamanitas. Ese magnífico pueblo está esperando nuestro servicio, y debemos darles cada oportunidad que podamos de oír el mensaje del evangelio; sino lo hacemos, tendremos que cargar con la enorme responsabilidad de nuestro fracaso.
Hace poco tiempo se nos dijo que había en una zona seis hermanos lamanitas trabajando como maestros de seminario; no hace muchos años, en todo el mundo no teníamos esa cantidad. Este es el principio del cumplimiento de la profecía y la promesa de que se llevaría el mensaje del evangelio a toda esa gente, y que se haría por medio de sus propios hermanos. La obra del Señor rodará entre sus tribus como la gran piedra cortada del monte, no con las manos (véase Dan. 2:45), y tendrá que llenar el mundo lamanita con las bendiciones del evangelio restaurado.
El Departamento Misional nos ha informado que cada vez hay más hermanos lamanitas que aceptan el llamamiento para la misión. También está aumentando el número de estacas que se organizan entre estos hermanos. Esto nos complace mucho, puesto que nos sentimos endeudados con ellos. Pero todavía hay mucho más para hacer, y la obra está esperando por nosotros.
También entre nuestros hermanos judíos, la labor apenas ha comenzado; ellos y los hermanos de los países árabes tienen una pesada carga política que llevar; éstos son tiempos difíciles para esos pueblos, y el mundo espera y ora para que haya paz entre ellos. Pero la única paz duradera que se puede lograr es la que brinda el Evangelio de Jesucristo, y debemos llevarla al judío y al árabe, al lamanita y al gentil; debemos llevarla a toda persona y a todas partes.
Mis hermanos, ¡hay tanto por hacer todavía! Os ruego que comprendáis que, aunque debemos movernos con sabiduría al llevar adelante la obra del Señor, ¡debemos movernos!
Que el Señor nos bendiga en esta gran obra de los últimos días. Todos vosotros, los que tenéis responsabilidad, que podáis hacer el esfuerzo y avanzar.
























