La guía del Espíritu Santo

Agosto de 1980
La guía del Espíritu Santo
por el presidente Marion G. Romney

Marion G. RomneyComo preludio al tema que deseo desarrollar, citaré las palabras de Kurt Waldheim, quien fue Secretario General de las Naciones Unidas: “No quiero ocultar… mi profunda preocupación por la situación imperante en el mundo, impresión que estoy seguro comparte toda persona consciente. Existe un sentimiento internacional de aprensión con respecto a dónde nos conducirán los tumultuosos eventos de nuestros días, un sentimiento de profunda ansiedad ante este fenómeno que no podemos comprender completamente, y menos aun, controlar. En todas las especulaciones sobre lo que nos depara el futuro, la mayoría de ellas deprimentes, existe un indicio de impotencia y fatalismo que se repite y que encuentro sumamente inquietante. Esto no es nuevo, sino que a menudo han aparecido terribles profecías como síntomas de los períodos de cambio y transición en la sociedad humana. Lo que es nuevo es el alcance y la magnitud de los problemas que provocan esas aprensiones. . .

La civilización que actualmente enfrenta tan tremendo peligro no es sólo una pequeña parte del género humano, sino toda la humanidad.” (Discurso pronunciado ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 30 de agosto de 1974; cursiva agregada.)

Creo que todos estamos de acuerdo en que el mundo está pasando por una época de tumulto y confusión y, a medida que las condiciones empeoran, día a día se hace más evidente la inminencia del desastre. Al llamaros la atención sobre este desagradable asunto no tengo como objeto desanimaros, sino que lo hago con el deseo de que podáis ver y reconocer claramente las precarias condiciones del mundo en que vivimos.

En lo que me es personal, yo no me encuentro desalentado; me preocupa la situación, pero no vivo aterrorizado por ella. Se dice que en una oportunidad en que el entonces presidente J. Golden Kimball asistía a una conferencia de estaca, el orador que lo precedió empleó casi todo el tiempo que quedaba de la reunión en un intenso y apasionado llamado al arrepentimiento, con una vivida descripción de las terribles consecuencias que esperaban a los que no obedecieran; cuando el hermano Kimball se puso de pie para hablar, dijo simplemente: “Bueno, mis hermanos, supongo que lo mejor que podemos hacer ahora es irnos todos a nuestra casa y suicidarnos”.

A pesar de la seriedad de los problemas que nos aquejan, yo no os repetiría las palabras del hermano Kimball, porque tengo una confianza inquebrantable en que si escuchamos y obedecemos la guía del Espíritu Santo, el Señor nos protegerá y nos conducirá a terreno seguro. La situación en la que ahora nos encontramos no ha sido una sorpresa para El, sino que previo la llegada del desastre y nos proveyó con una forma segura de escapar. Hace mucho tiempo, el 1 de noviembre de 1831, nos dijo:

“Por tanto, yo, el Señor, sabiendo de las calamidades que vendrían sobre los habitantes de la tierra, llamé a mi siervo José Smith, hijo, le hablé desde los cielos y le di mandamientos;

Y también les di mandamientos a otros para que proclamasen estas cosas al mundo. . .” (D. y C. 1:17-18.)

Como prefacio a esta declaración, el Señor explicó la razón de las calamidades mencionadas anteriormente al decir, refiriéndose a los habitantes de la tierra:

“No buscan al Señor para establecer su justicia sino que todo hombre anda por su propio camino, y conforme a la imagen de su propio dios, cuya imagen es a semejanza del mundo, y cuya sustancia es la de un ídolo, que se envejece y perecerá en Babilonia, aun la grande Babilonia que caerá.” (D. y C. 1:16.)

Ese medio de escape que proveen los mandamientos y que el Señor reveló a José Smith, mandando a él y a otros que lo proclamaran al mundo, es la guía del Espíritu Santo. En los mandamientos el Señor enseña específica y enfáticamente que esa guía es una realidad, que está disponible para toda persona y que si la seguimos nos conducirá a la solución de todos nuestros problemas, tanto individuales como nacionales o internacionales. En las siguientes escrituras de Doctrinas y Convenios se hace evidente que el gozar de ese privilegio es derecho innato de toda alma:

“Y el Padre le enseña concerniente al convenio” (o sea, el Evangelio de Jesucristo) “que El ha renovado y confirmado sobre vosotros, el cual se os ha confirmado para vuestro bienestar; y no solamente para vuestro bienestar sino para el del mundo entero.” (D. y C. 84:46-48; cursiva agregada.)

Esta extraordinaria verdad -que cada alma es iluminada por el Espíritu de Cristo e investida con la capacidad para responder a su guía— se comprende perfectamente cuando recordamos que los mortales somos, por herencia, espíritus; somos los hijos espirituales de Dios, y por lo tanto es natural que persista en cada alma humana, desde la vida preexistente, la capacidad para responder instintivamente a la inspiración del Espíritu de Dios.

La verdad de que “todo aquel que escucha la voz del Espíritu viene a Dios”, se repite a menudo en las Escrituras. En la sección 93 de Doctrinas y Convenios dice lo siguiente:

“De cierto, así dice el Señor: Acontecerá que toda alma que desechare sus pecados y viniere a mí, e invocare mi nombre, obedeciere mi voz y guardare mis mandamientos, verá mi faz, y sabrá que yo soy;

Y que soy la luz verdadera que ilumina a cada ser que viene al mundo.” (D. y C. 93:1-2.)

Por otra fíat te, aquellos que rechazan la guía del Espíritu y, rebelándose, se dejan vencer por las tentaciones del maligno, se vuelven camales, sensuales y diabólicos y van en la dirección opuesta. Lehi lo dijo de esta manera:

«Así pues, los hombres son libres según la carne; y les son dadas todas las cosas que para ellos son propias. Y pueden escoger la libertad y la vida eterna, por motivo de la gran mediación para todos los hombres, o escoger la cautividad y la muerte según la cautividad y el poder del diablo, porque éste quiere que todos los hombres sean miserables como él.” (2 Ne. 2:27.)

Jamás podríamos pecar de exceso al tratar de dar énfasis a la importancia de obtener y obedecer la guía del Espíritu, porque eso es lo que separa a los justos de los inicuos.

“Porque aquel que no viene a mí, está bajo la servidumbre del pecado.

Y de esta manera podréis discernir a los justos y a los inicuos, y que aún ahora el mundo entero gime bajo el pecado y la obscuridad.” (D. y C. 84:51, 53.)

Esta doctrina se repite una y otra vez en las Escrituras. Por ejemplo, en la sección 93 de Doctrinas y Convenios dice que “todo ser cuyo espíritu no recibe la luz, está bajo condenación” (D. y C. 93:32).

Estas enseñanzas establecen claramente el hecho de que la guía espiritual que reciba cada uno de nosotros depende completamente de nuestros propios esfuerzos; cada uno ha sido iluminado por el Espíritu al venir a este mundo, ha recibido su libre albedrío y será responsable ante el Señor por la forma en que haga uso de esta libertad.

No existe en esto un término medio. Cuando las personas rechazan la guía del Espíritu Santo, son dejadas a la deriva de su propia sabiduría y a la inspiración de los espíritus malignos. Como Jesús lo enseñó a los nefitas, “gozarán de su obra por un tiempo”, pero “de aquí a poco vendrá el fin, y serán cortados y echados en el fuego, del cual no hay vuelta” (3 Ne. 27:11). Tanto la historia como las Escrituras y la experiencia diaria confirman esta verdad; el conocimiento sin inspiración del ser humano jamás resolverá nuestras dificultades.

No queda mucho tiempo; una gran calamidad mundial se podría evitar solamente si hubiera suficientes personas que pudieran ser humildes y buscaran la guía del Espíritu Santo; las revelaciones del Señor sobre lo que ocurrirá si fracasamos son sumamente explícitas. Entre otras cosas Él nos dice que “una plaga asoladora caerá sobre los habitantes de la tierra y seguirá derramándose, de cuando en cuando, si no se arrepienten, hasta que se quede vacía la tierra, y los habitantes de ella sean consumidos y enteramente destruidos por el resplandor de mi venida” (D. y C. 5:19).

Sin embargo, el hecho de que el mundo se decida o no a buscar la vía de escape no tiene ninguna influencia sobre lo que nosotros debemos hacer. Debemos hacer todo lo que podamos para llevarles los medios revelados de escape y con todas nuestras fuerzas invitarlos a que los pongan en práctica; pero, por nuestro propio beneficio, debemos asumir la actitud de Josué cuando dijo a Israel:

“. . . escogeos hoy a quién sirváis. . . pero yo y mi casa serviremos a Jehová.” (Josué 24:15.)

El Espíritu Santo brinda paz a todos aquellos que son dignos de tenerlo; en la misma forma en que puede llevar paz duradera a un pueblo entero, como sucedió con el pueblo de Enoc y con los neritas durante sus años de rectitud, así también puede llevarla a un hombre justo aunque éste se encuentre solo en medio de un mundo de iniquidad. Mormón, mientras dirigía a un pueblo rebelde, endurecido y descreído, con el cual el Espíritu del Señor había cesado de luchar, escribió a su hijo Moroni:

“Sin embargo, mi querido hijo, trabajemos diligentemente a pesar de su dureza; porque si dejamos de obrar, incurriremos en la condenación. Porque tenemos una obra que debemos efectuar mientras estemos en este tabernáculo de barro, a fin de que podamos vencer al enemigo de toda justicia, y nuestras almas hallen descanso en el reino de Dios.” (Moroni 9:6.)

En su camino a Carthage el profeta José Smith dijo: “No os alarméis hermanos, porque los soldados no podrán haceros más de lo que hicieron los enemigos de la verdad a los antiguos santos: solamente podrán matar el cuerpo». Y un poco más tarde agregó: “Voy como un cordero al matadero; pero me siento tan tranquilo como una mañana veraniega; mi conciencia se halla libre de ofensas contra Dios y contra todo hombre» (D. y C. 135:4).

No hay ninguna forma de desalentar o derrotar a un pueblo o a una sola persona que obedezca a la guía del Espíritu Santo; aquellos que lo hacen conocen el significado de las palabras del Salvador:

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Juan 14:27.)

En Doctrinas y Convenios se nos habla de una prueba por medio de la cual podemos tener la seguridad de que nos guía el Espíritu; os recomiendo que la utilicéis constantemente. Estas palabras se las dijo el Señor a Oliverio Cowdery con respecto a su traducción de las planchas de oro, pero se aplican a todos nosotros:

«. . . tienes que estudiarlo en tu mente; entonces has de preguntarme si está bien; y si así fuere, causaré que arda tu pecho dentro de ti; por lo tanto, sentirás que está bien.” (D. y C. 9:8.)

Recordad que “el Espíritu da luz a cada ser que viene al mundo” (D. y C. 84:46). Toda persona nace con la luz de Cristo en su alma; mas si decide rechazar esa luz que la puede guiar a través de su vida, entonces se vuelve carnal, sensual y diabólica. Todas las Escrituras están de acuerdo en esto, “. . . el Espíritu ilumina a todo hombre por el mundo”, a todo aquel que escuche su voz, y “todo aquel que escucha la voz del Espíritu, viene a Dios, aun el Padre” (D, y C. 84:46-47).

Si deseáis obtener y poseer siempre la guía del Espíritu, podéis hacerlo por medio de un sencillo programa de cuatro pasos principales:

Primero, orad. Orad diligentemente, orad unos con los otros, orad en público, en los lugares apropiados; pero no olvidéis jamás el consejo del Salvador:

“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensara en público.” (Mat. 6:6.)

Aprended a hablarle al Señor, a llamarlo con fe y confianza verdaderas.

Segundo, estudiad y aprended el evangelio.

Tercero, vivid correctamente. Arrepentíos de vuestros pecados confesándolos y abandonándolos, y luego obedeced las enseñanzas del evangelio.

Cuarto, prestad servicio en la Iglesia. Si hacéis todo eso tendréis la guía del Espíritu Santo y podréis pasar por este mundo en forma provechosa, diga lo que diga o haga lo que haga la gente.

Quisiera ahora citar algunos párrafos de la revelación en la cual he basado mis palabras. La primera parte de esta revelación es un persuasivo llamado del Señor a su pueblo a que se acerque a El mientras todavía hay tiempo; gran parte de lo demás es una reafirmación de sus palabras a sus discípulos concernientes a las señales de su venida, cuando El venga en gloria desde los cielos. El Señor hizo estas declaraciones a los Apóstoles, respondiendo a sus preguntas con respecto a’ las señales de su segunda venida, y en esta revelación volvió a decírselo al profeta José Smith.

Una de las señales será que “resplandecerá una luz entre los que se encuentran en las tinieblas, y será la plenitud de mi evangelio; mas no lo reciben, porque no perciben la luz, y vuelven sus corazones en mi contra a causa de los preceptos de los hombres” (D. y C. 45:28-29).

Habrá “guerras y rumores de guerras, y toda la tierra estará en conmoción”. Como consecuencia de “una plaga arrolladora, . . . una enfermedad desoladora cubrirá la tierra… entre los inicuos, los hombres levantarán sus voces y maldecirán a Dios, y morirán.

Y también habrá terremotos en diversos lugares, y muchas desolaciones; aun así, los hombres endurecerán sus corazones contra mí, y empuñarán la espada el uno contra el otro, y se matarán el uno al otro.

Y acontecerá que el que me teme estará esperando la venida del gran día del Señor, aun las señales de la venida del Hijo del Hombre.

. . . he aquí, vendré; y me verán en las nubes del cielo, investido con poder y gran gloria, con todos los santos ángeles; y el que no me esté esperando será desarraigado.

Entonces el brazo del Señor caerá sobre las naciones.

Y la calamidad cubrirá al burlador, y el mofador será consumido; y los que han buscado la iniquidad serán talados y echados al fuego.

Y en aquel día, cuando venga en mi gloria, se cumplirá la parábola que hablé acerca de las diez vírgenes.”

Y esta es la verdadera prueba:

“Porque aquellos que son sensatos y han recibido la verdad, y han tomado al Espíritu Santo por guía, y no han sido engañados — de cierto os digo, éstos no serán talados, ni echados al fuego, sino que aguantarán el día.

Y les será dada la tierra por heredad; y se multiplicarán y se harán fuertes, y sus hijos crecerán sin pecado hasta salvarse.

Porque el Señor estará en medio de ellos y su gloria estará sobre ellos, y El será su rey y su legislador.” (D. y C. 45:26, 31-33, 39, 44, 47, 50, 56-59; cursiva agregada.)

Con esto vemos que el ser sinceros en todo lo que hacemos no es suficiente, sino que debemos también tener al Espíritu Santo como guía y no ser engañados.

Que Dios nos bendiga, mis hermanos, para que podamos tener la sabiduría de tomar al Espíritu Santo como guía y en esta forma lograr el propósito y obtener la recompensa por los cuales nos fue dada la vida.

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