La revelación personal

15 de octubre de 1952
La revelación personal
por el presidente Harold B. Lee

Discurso pronunciado ante el estudiantado de la Universidad de Brigham Young, el 15 de octubre de 1952.

harold b. leeEl élder John A. Widtsoe del Consejo de los Doce, dijo que en cierta ocasión, durante una reunión con un grupo de oficiales de estaca, alguien le preguntó: «Hermano Widtsoe, ¿cuándo fue la última vez que la Iglesia recibió una revelación? «El hermano Widtsoe se quedó pensativo y luego respondió: «Probablemente el jueves pasado».

Esta frase se repite a menudo en las Escrituras:

«El que tiene oídos para oír, oiga.» (Mat. 11:15.)

Lamentablemente, no todos somos tan bendecidos como para poder oír lo que tenemos la obligación de oír.

En cierta ocasión, poco antes de la crucifixión, cuando el Maestro se hallaba en el templo se le acercaron algunos griegos, sin duda con el deseo de verlo, pues Él había logrado ya cierto prestigio. Allí, en ese santo lugar, se arrodilló y oró a su Padre para que lo librara de esa prueba, y luego dijo:

«Padre, glorifica tu nombre. Entonces vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez.» (Juan 12:28.)

Hubo algunos que oyeron aquello y dijeron que había tronado; otros dijeron que un ángel del Señor le había hablado. Como podemos ver hubo muchos que tenían oídos para oír, pero no oyeron.

El apóstol Pablo fue convertido en una oportunidad en que se dirigía a Damasco, con decretos judiciales para perseguir a los santos que se hallaban congregados en ese lugar. De pronto cayó al suelo por la fuerza de un resplandor que lo rodeó y cegó, y oyó una voz del cielo que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?» (Hechos 9:4). Y Pablo comentando el incidente dice:

«Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz… pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo.» (Hechos 22:9.)

Ellos también tenían oídos para oír, pero no oyeron.

Muchos de nosotros vivimos de tal forma que no podemos comprender el mensaje que viene de Dios; pero si nos comprometiéramos a obedecer los mandamientos y vivir como deberíamos, ocurriría en nosotros un cambio maravilloso y podríamos oír los mensajes que vienen de ese mundo invisible.

Deseo ilustrar lo anterior con una experiencia que tuve hace años, cuando servía como presidente de estaca. Tuvimos un caso grave que llegó al sumo consejo y a la presidencia de la estaca, y que resultó en la excomunión de un hombre que había perjudicado a una encantadora jovencita. Después de una sesión que duró casi toda la noche, a la mañana siguiente fui a mi oficina sintiéndome bastante cansado; allí me encontré con el hermano del hombre a quien habíamos hecho juicio la noche anterior, que me dijo:

—Quiero decirle que mi hermano no es culpable de lo que le han imputado.

—¿Cómo sabe usted que no es culpable? —le pregunté.

—Porque oré, y el Señor me dijo que es inocente —contestó el hombre.

Le pedí que entrara a mi oficina y nos sentamos; luego le pregunté:

—¿Le molestaría si le hago algunas preguntas personales?

—Claro que no.

—¿Qué edad tiene usted?

—Cuarenta y siete años.

—¿Qué grado tiene en el sacerdocio?

Me dijo que creía que era maestro.

—¿Guarda usted la Palabra de Sabiduría?

A lo que él repuso:

—Bueno… no.

Era evidente que fumaba.

—¿Paga el diezmo? —continué.

Él contestó que no pensaba hacerlo mientras «fulano» fuera obispo de su barrio.

—¿Asiste a las reuniones de sacerdocio? —seguí preguntando.

Y volvió a responder que no pensaba hacerlo mientras fulano fuera el obispo.

—¿Tampoco asiste a las reuniones sacramentales?

—No, señor.

—¿Tiene sus oraciones familiares?

—No.

—¿Estudia las Escrituras?

A esto contestó que sus ojos no estaban muy bien y que no podía leer mucho.

Entonces le expliqué:

—En mi casa tengo un magnífico aparato de radio. Cuanto todo funciona en perfecto orden, podemos mover el sintonizador hasta cierta estación y recibir la voz de un locutor o de un cantante, a veces desde el otro extremo del continente, y en algunas ocasiones desde el otro lado del mundo, trayéndolas hasta nuestra habitación como si ellos estuvieran hablando allí. Pero después que lo hemos usado por algún tiempo, las válvulas comienzan a fallar. Cuando una de ellas se quema, el aparato sigue teniendo la misma apariencia, pero a causa del desperfecto ya no podemos oír nada. Ahora bien, usted y yo tenemos en nuestra alma algo parecido que podría ser el equivalente a esas válvulas de la radio. Tendríamos lo que podríamos llamar la válvula de «la reunión sacramental», otra de «la Palabra de Sabiduría», otra de «pagar el diezmo», otra de «la oración familiar», otra de «leer las Escrituras», y la más importante, la que podría ser la válvula principal de toda nuestra alma, la de «la pureza total». Si cualquiera de ellas se quemara debido a la inactividad, o sea que dejáramos de guardar los mandamientos de Dios, esto tendría en nuestro espíritu el mismo efecto que tiene una válvula quemada en un aparato de radio. Quince de los hombres más dignos de la estaca oraron anoche: después de escuchar las evidencias del caso, cada uno estuvo de acuerdo en que su hermano era culpable. ¿Puede decirme cómo se explica que usted, que no cumple ninguna de las cosas que le pregunte, dice que ha orado y obtenido una respuesta diferente?

Entonces aquel hombre me dijo algo que nos da la clave de un punto muy importante:

—Bien, presidente Lee, creo que mi respuesta debe haber venido de una fuente equivocada.

Y vosotros sabéis que esta es una verdad muy grande. Obtenemos nuestra respuesta de la fuente de poder que estemos prontos a obedecer. Si estamos guardando los mandamientos del diablo, obtendremos la respuesta del diablo; si estamos guardando los mandamientos de Dios, obtendremos la respuesta de Dios.

Una vez escuché un sermón inspirado que dio el presidente J. Reuben Clark, hijo, en la Universidad de Brigham Young; en él se refirió a las diferentes clases de revelación que se pueden recibir. Primeramente habló de la experiencia en la que Dios el Padre o el Hijo, o ambos, se manifiestan en persona al hombre o le hablan. Moisés habló con Dios cara a cara; a Daniel se le manifestó una aparición. Cuando el Maestro se le presentó a Juan el Bautista para ser bautizado, recordaréis que se oyó una voz desde el cielo diciendo:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.» (Mat. 3:17.)

Con respecto a la conversión de Pablo, la cual mencioné antes, también allí hubo una aparición personal, y se oyó una voz muy clara. Durante la Transfiguración, cuando Pedro, Santiago y Juan se dirigieron con el Maestro a lo alto de la montaña, se les aparecieron Moisés y Elías, y pudieron oír una voz que venía de los cielos, diciendo:

«Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a El oíd.» (Mat. 17:5.)

Posiblemente la aparición del Padre y el Hijo a José Smith en la arboleda sagrada, ha sido una de las más sobresalientes de nuestros tiempos; después de ésa, ha habido otras apariciones. En la sección 110 de Doctrinas y Convenios se halla registrada la aparición del Salvador a José Smith y Oliverio Cowdery.

Tengo la convicción de que mi testimonio comenzó cuando yo era apenas un niño. Me encontraba con mi padre en la granja, muy lejos de casa, tratando de hallar algo que hacer hasta que mi padre estuviera listo para regresar; al otro lado de la cerca se podían ver algunos cobertizos viejos que habrían llamado la atención de cualquier chiquillo, y a mí me gustaba la aventura; había comenzado a trepar la cerca cuando oí una voz que me llamaba por mi nombre, diciendo: «No te subas allí». Me di vuelta para ver si era mi padre el que me hablaba, pero él se hallaba muy lejos, al otro lado del campo. No podía ver a nadie; aunque era un niño, me di cuenta de que había personas a mí alrededor, porque yo realmente había oído una voz, aunque no las podía ver.

Otra manera en que recibimos revelación es aquella de que habla el profeta Enós. El hizo esta significativa declaración en su registro en el Libro de Mormón:

«Y mientras me hallaba así luchando en el espíritu, he aquí que la voz del Señor de nuevo llegó a mi alma diciendo…» (Enós 10.)

En otras palabras, algunas veces escuchamos la voz del Señor llegando a nuestra alma, y cuando llega, la impresión es tan fuerte que pareciera como si El estuviera hablando con voz de trueno en nuestro oído.

Quisiera dejar mi humilde testimonio en cuanto a esto. En una oportunidad me encontraba en una situación en la que necesitaba ayuda; el Señor lo sabía, y yo tenía una misión muy importante que cumplir. Desperté muy temprano en la mañana, como si alguien me hubiera llamado para que hiciera de un modo diferente algo que ya tenía planeado; la solución que se me planteó mientras yacía acostado esa mañana fue tan clara como si una persona sentada en el borde de mi cama me hubiera indicado lo que debía hacer.

Como miembros de la Iglesia, podemos recibir revelación por el poder del Espíritu Santo. En los primeros días de la Iglesia, el Señor le comunicó al profeta José Smith lo siguiente:

«Sí, he aquí, te lo manifestaré en tu mente y corazón por medio del Espíritu Santo que vendrá sobre ti y morará en tu corazón. Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación.» (D. y C. 8:2-3.)

El profeta José Smith dijo:

«Ningún hombre puede recibir el Espíritu Santo sin recibir revelaciones. El Espíritu Santo es un revelador.» (Enseñanzas del Profeta José Smith. pág. 405.)

Quisiera poder cambiar eso para darle más fuerza y decir a los Santos de los Últimos Días que si cualquier miembro de la Iglesia que ha sido bautizado y a quien le han impuesto las manos para que reciba el Espíritu Santo, no ha recibido en su espíritu una revelación de lo que es el Espíritu Santo, tampoco ha recibido el don de este Espíritu el cual tiene el derecho de recibir. Esto es algo muy importante: permitidme mencionaros lo que dijo el profeta José Smith en cuanto a la revelación:

«Una persona podrá beneficiarse si percibe la primera impresión del espíritu de la revelación. Por ejemplo, cuando sentís que la inteligencia pura fluye en vosotros, podrá repentinamente despertar en vosotros una corriente de ideas, de manera que por atenderlo; veréis que se cumplen el mismo día o poco después; es decir, se verificarán las cosas que el Espíritu de Dios ha divulgado a vuestras mentes: y así, por conocer y entender el Espíritu de Dios, podréis crecer en el principio de la revelación hasta que lleguéis a ser perfectos en Cristo Jesús.» (Enseñanzas del Profeta José Smith. pág. 179.)

¿Bajo qué circunstancias puede una persona recibir revelación? ¿No es sorprendente enterarse de que todos los miembros de la Iglesia de Jesucristo que han recibido el Espíritu Santo pueden recibir revelación? Esta no es solamente para el Presidente de la Iglesia, o para atender los asuntos que conciernen al barrio, la estaca o la misión, sino que cada individuo tiene el derecho de recibir revelación del Espíritu Santo dentro de su propia área de responsabilidad.

El hombre tiene el privilegio de utilizar estos dones y privilegios para conducir sus propios asuntos; para educar a sus hijos en la manera correcta; para manejar sus negocios, o para cualquier cosa que haga. Tiene el derecho de gozar del espíritu de revelación y de inspiración para hacer lo justo, para ser sabio y prudente en todas las cosas. Sé que es un principio verdadero y algo que los Santos de los Últimos Días .deben saber. Ahora bien, todos deberíamos esforzarnos por escuchar y obedecer las ideas instintivas buenas, y si las obedecemos y desarrollamos la habilidad para oír estos susurros del Espíritu, cada uno de nosotros puede progresar en el espíritu de revelación.

Hay oirá forma en la que la revelación puede llegarnos, y es por medio de sueños. Con esto no quiero decir que todo lo que soñamos sea una revelación directa del Señor, pero temo que algunos de nosotros seamos propensos a hacer caso omiso de algunos sueños y decir que no tienen propósito. Sin embargo, en las Escrituras se han registrado casos en los que el Señor se comunicó directamente con su pueblo por medio de sueños.

Veamos lo que nos dice el hermano Parley P. Pratt en cuanto a este asunto:

«En todas las épocas y dispensaciones,

Dios ha revelado a los hombres instrucciones importantes y advertencias por medio de sueños. Cuando la mente y los sentidos físicos se hallan libres de toda actividad, los nervios están relajados y la humanidad descansa, es entonces cuando los sentidos espirituales tienen hasta cierto grado la libertad de actuar, para traer a la memoria algunos recuerdos ya olvidados, otros confusos e incoherentes del mundo espiritual, y escenas cautivadoras de su estado anterior. En ese estado su linaje espiritual, los rodea con el afecto más profundo y la más devota solicitud. El espíritu se comunica con el espíritu, el pensamiento con el pensamiento, las almas se enlazan en todos los arrebatos del mutuo amor puro y eterno. Dentro de esta situación, los órganos espirituales (y si pudiéramos ver nuestros espíritus, nos daríamos cuenta de que tienen ojos para ver, oídos para oír, boca para hablar, etc.), pueden conversar con la Deidad o tener comunicación con ángeles, y los espíritus de los hombres llegar a ser perfectos.»

Si aprendiéramos a no ser tan escépticos que ignoramos la posibilidad de las impresiones de aquellos que están fuera de nuestra vista, entonces tendríamos sueños que nos llegarían como revelación.

Las revelaciones de Dios son las normas por las cuales medimos todo aprendizaje, y si algo no está de acuerdo con éstas, entonces podemos tener la seguridad de que no es verdadero.

Me dirijo a vosotros como un integrante de este grupo de hombres que viven cerca de su Padre Celestial. Ele visto asuntos que se han presentado a la Primera Presidencia y al Consejo de los Doce durante las reuniones semanales, sobre los que se ha llegado a decisiones que no estaban basadas en el razonamiento sino en la inspiración; decisiones éstas que venían de los cielos para guía y protección.

Después que se ha llegado a una decisión importante, es emocionante oír al Presidente de la Iglesia decir: «Hermanos, el Señor ha hablado».

Todos debemos esforzamos por cumplir los mandamientos del Señor y vivir de tal manera, que Él pueda contestar nuestras oraciones. Si vivimos dignamente, el Señor nos guiará, ya sea en forma personal, por medio de su voz, por inspiración, o por presentimientos que lleguen a nuestra mente y espíritu. ¡Cuán agradecidos debemos estar si el Señor nos revela las bellezas de la eternidad por medio de sueños, o nos da advertencia y dirección para algún problema en especial! Si somos dignos el Señor nos guiará para nuestro beneficio y para que alcancemos nuestra salvación.

Deseo compartir mi humilde testimonio de que he recibido por la voz y el poder de la revelación, el conocimiento de la existencia de Dios.

Una semana después de una conferencia general, cuando me encontraba preparando un discurso para la radio sobre la vida del Salvador, después de haber leído otra vez el relato de su vida, crucifixión y resurrección, recibí un testimonio de su existencia. Fue algo más de lo que se halla escrito; a decir verdad, me encontré presenciando escenas con tanta claridad, que parecía como si me hallara yo mismo en el lugar de los hechos. Sé que estas cosas las recibimos por revelación del Dios viviente.

Os doy mi testimonio solemne de que sé que en la actualidad la Iglesia es guiada por revelación. Toda alma que haya tenido la bendición de recibir el Espíritu Santo, tiene el poder de recibir revelación. Que Dios nos ayude a vivir siempre dignamente para que Él pueda contestar nuestras oraciones.

Harold Bingham Lee, el undécimo Presidente de la Iglesia, nació el 28 de marzo de 1899, en Clifton, Idaho; sus padres fueron Samuel Marión Lee y Louisa Emeline Bingham. Después de haber servido como presidente de estaca, recibió su primera asignación como Autoridad General de la Iglesia, al establecer el programa de bienestar en 1936. Fue ordenado Apóstol el 10 de abril de 19U1 por el presidente Heber J. Grant y fue sostenido como Presidente del Quórum de los Doce Apóstoles el 23 de enero de 1970. Ese mismo día, fue llamado como Primer Consejero del presidente Joseph Fielding Smith, a la edad de setenta años. Fue sostenido como Presidente de la Iglesia el 7 de julio de 1972, a la edad de setenta y tres años. Murió el 26 de diciembre de 1973 en la ciudad de Salt Lake, a los setenta y cuatro años de edad.

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