Las muchas voces

Noviembre de 1980
Las muchas voces
por Elaine A. Cannon
Presidenta general de las Mujeres Jóvenes

Elaine A. CannonEn diversas ocasiones el presidente Romney ha contado una amena anécdota sobre su esposa. En una época estaba muy preocupado porque estaba seguro de que ella no oía bien, y no podía convencerla de ir al doctor. Decidió consultarlo él mismo en procura de consejo; el médico le indicó una sencilla prueba que la convencería de su necesidad de ir a consultarlo: Le dijo al presidente Romney que al llegar a su casa probara a llamarla desde distintos lugares y si ella no respondía inmediatamente aquello sería clara evidencia de que necesitaba ir a ver a un especialista.

Así, el hermano Romney fue a su casa y al llegar la llamó desde la puerta de entrada; no hubo respuesta. Entonces entró y volvió a llamarla; luego la llamó desde el comedor, pero todavía sin recibir respuesta. Finalmente, al encontrarla en la cocina, le dijo: “Ida, te he estado llamando», a lo cual ella respondió: “Lo sé, querido, y te he contestado tres veces”. El comentario del presidente Romney después de relatar esta anécdota era: “El problema no .lo tenía Ida”.

Como tema de esta conferencia hemos usado el siguiente: “De tantas voces que reclaman nuestro tiempo, ¿a cuál obedecer?”

Hemos oído hoy la voz del presidente Kimball; hemos oído otras voces que nos han indicado el importante compromiso que tenemos. Todo esto es muy bueno.

Hemos cantado “Iré do me mandes, iré, Señor” (Himnos de Sión, N° 93). Y eso es lo que nos proponemos, ¿verdad? Especialmente cuando estamos sentados en la capilla, rodeados por la cálida corriente del evangelio y el apoyo de nuestros buenos hermanos; pero no siempre sucede lo mismo después que salimos de allí. Ya sabéis que es fácil vivir en el mundo de acuerdo con la opinión del mundo y es simple vivir solo de acuerdo con nuestra propia opinión. El problema aparece cuando tenemos que vivir en el mundo sin formar parte de él.

Una vez que hemos oído el discurso y la reunión de la Iglesia ha terminado, a menudo las voces del mundo nos confunden, voces que engatusan y exigen, más fuertes y más vivaces que las que oímos en la Iglesia.

Un día, me encontraba trabajando en la cocina; frente a mí la ventana abierta dejaba entrar el aire primaveral y por ella podía mantener vigilancia sobre nuestro pequeño hijo que jugaba en el jardín con una amiguita. De pronto los planes de los niños cambiaron y era evidente que estaban por hacer algo que no debían; por lo tanto, lo llamé para que entrara. Pasó un momento, pero él no apareció; volví a llamarlo y otra vez no obtuve respuesta; lo llamé por tercera vez antes de dejar a un lado la toalla de cocina y salir a buscarlo yo misma.

“¿Por qué no me contestaste?” le pregunté con severidad. “¿No me oíste?” “Más o menos” fue la vacilante respuesta. “¿Más o menos? ¿Por qué no viniste cuando te llamé?” Y entonces él me dijo algo que me hizo pensar: “Pero, mamá, ella me hablaba más fuerte que tú. ¡Tenía la boca pegada a mi oreja!”

Aproveché aquel momento especial para enseñarle, para hacerle comprender que hay diferentes voces: voces fuertes y voces muy suaves, buenas voces y otras que no son tan buenas; y también para explicarle a cuáles debemos escuchar, cuándo, y por qué.

¿Qué voz es la que estáis escuchando? ¿Es una voz de experiencia o una voz de incitación? ¿Es la afectuosa voz de un líder, la suplicante voz de un padre? ¿O es una voz maliciosa, una voz que no comprende el plan de Dios? Por ejemplo, si alguien os dijera: “¿Así que tienen programa dominical integrado de reuniones? ¡Gran cosa! Nosotros tenemos todo el día para pasear, mirar televisión o ir al cine”, ¿qué haríais?

Al tratar de decidir qué voz habréis de escuchar sería beneficioso considerar qué os dice la voz que estáis oyendo, qué arriesgaríais, qué perderíais o ganaríais, qué precio tendríais que pagar en paz interior, reputación y consecuencias. ¿Podéis vosotras, como hijas de Dios, arriesgaros a cometer un realmente no comprende el plan que Dios tiene para vosotras? Sólo porque una voz sea más fuerte que la otra, aun cuando os hable directamente al oído, esto no es motivo para vender vuestra progenitura por un plato de lentejas ni para poner en peligro vuestra condición de miembros de la Iglesia por cortar vuestra comunicación con el Señor, o por cometer un error que pueda retrasar vuestro progreso personal.

Nuestro hijo no prestó atención a mi voz y se justificó diciendo que la voz de su amiguita era más fuerte, porque le estaba hablando al oído. Por supuesto, esto era verdad; aquella voz lo estaba alejando del sendero correcto, pero él era muy pequeño aún y no había aprendido a diferenciar las distintas voces; no había aprendido a hacer evaluaciones, pero tampoco era todavía responsable de sus actos. Mas nosotros todos lo somos; ya no somos niños que ven el mundo a través de un cristal obscurecido; hemos sido bautizados, confirmados con la adecuada autoridad y se nos ha dado el don del Espíritu Santo para ayudamos a discernir entre el bien y el mal. De nosotros se espera mucho más.

Me doy cuenta de que la mayoría de los jóvenes desean hacer lo que es correcto y una indicación de ello son los miles de vosotras que os habéis reunido hoy aquí; pero los buenos deseos deben convertirse en acciones, o de lo contrario la batalla estará perdida.

Jóvenes amigas, realmente se está librando una batalla. Hay un hecho que puedo ver muy claramente y me preocupa mucho, y es que el adversario tiene en vosotras un interés mayor que en cualquier otra generación anterior; sus planes de batalla son complicados; él hace uso de muchas voces y de una larga lista de seducciones, falsas justificaciones y mensajes engañosos. Él es nuestro enemigo; no lo dudéis ni por un instante. Su voz os habla seductoramente al oído.

No deseamos perder a ninguna de vosotras en manos del enemigo, y haremos todo lo que esté en nuestro poder por ayudaros a discernir entre el bien y el mal y a escuchar esa suave voz que susurra dentro de vosotras; pero debéis aprender a gobernaros y a ser responsables de vuestras propias decisiones.

Recientemente el presidente Kimball nos ha dicho:

“Por supuesto, la decisión es nuestra; tenemos el libre albedrío, pero no podemos escapar de las consecuencias de nuestras decisiones. Si existe una pequeña hendidura en nuestra integridad, ahí es donde el diablo concentrará su ataque.” (Ensign, marzo de 1980, pág. 2.)

Por lo tanto, el esfuerzo por desarrollar la habilidad de escuchar esa suave voz interior es sumamente importante, que así aprendéis a prestar atención a la voluntad del Señor. Él no os empujará hacia la felicidad ni hacia el cielo (la fuerza es el plan del adversario), por lo tanto, vuestra es la responsabilidad de alcanzar ambos.

Hay algo que he aprendido sobre el sistema del Señor y que puede ser de valor para vosotras: El pecado no hace daño porque es prohibido, sino que es prohibido porque puede hacer daño. Dios no nos ha mandado abstenernos de nada, con la excepción de aquellas cosas que pueden dañarnos; por otra parte, Él sabe cuáles son las cosas que nos pueden brindar un mayor gozo, y la satisfacción instantánea de nuestros deseos no está en la lista.

Estas líneas de un poema de Keats lo explican muy bien:

Dulces son las melodías
Que nuestro oído percibe;
Más dulces son aún
Las inaudibles.
Así, tocad, melodiosas flautas,
Al oído sensual no llegan
Vuestras notas
Sino que, más cautivadoras,
Trasciendan al espíritu
Vuestras silentes coplas.

(Traducción libre)

Os ruego que escuchéis a esa suave, casi inaudible voz que os dice: “Espera. Ahora no. Resiste”. Es mejor así, no obstante lo que las voces del mundo puedan deciros. El saber abstenerse y esperar es parte de la preparación para el gozo.

He estado refiriéndome a las muchas voces que oímos a nuestro alrededor; pero también nosotros somos parte de las voces que otros oyen. ¿Qué les decimos? Deseo exhortar a cada una de nuestras jóvenes a que sea una voz de verdad, una voz de ayuda y de rectitud, una voz de amor para las demás. Muchas de vosotras ya lo estáis haciendo; os he conocido y he oído vuestras historias. El bien que hacéis es extraordinario.

Las oficiales de una clase de jóvenes de quince años en un barrio habían decidido aumentar la actividad entre su grupo. Una de las compañeras que teman en la lista había estado prestando atención a voces maliciosas y cuando pecó abiertamente, su enfurecida madre la había echado de la casa. La jovencita se alejó de la Iglesia, de la escuela y de una vida decente. La clase consultó con el obispo y luego las jóvenes hablaron con la presidenta de las Mujeres Jóvenes del barrio y le hicieron una propuesta: Si estaba dispuesta a acoger bajo su techo a la compañera que se hallaba en problemas, ellas contribuirían a su mantención mensualmente vendiendo golosinas y dedicándose a cuidar niños. Ella aceptó y la vida de aquella joven cambió totalmente.

Quizás no siempre tengamos éxito; pero cuando se brinda amor e interés persistentemente, junto con la enseñanza de principios y la ayuda del sacerdocio, esto a menudo obra milagros.

Las jovencitas de un barrio que conozco se han organizado en un grupo de servicio que se encarga de llevar a los ancianos del barrio al doctor o a hacer compras.

Hay una joven de quince años que semanalmente le escribe a la que fue asesora de su grupo y que ahora está sirviendo en una misión con su esposo.

Las chicas de otra clase pidieron a la mesa general de la estaca que ayunara y orara con ellas para que tuvieran éxito en ayudar a una joven inactiva que estaba en dificultades.

Todas éstas pueden parecer pequeñas acciones, pero, ¡cuánto ayudan a aquellos que están luchando con un problema especial! Cuando eleváis, consoláis y alentáis a alguien, vuestra voz es una voz de ayuda.

La vuestra también puede ser una voz de rectitud.

Una jovencita fue al cine con un grupo de amigos en los cuales deseaba causar una buena impresión. Todo fue muy bien hasta que al promediar la película comenzaron a aparecer en la pantalla algunas escenas sumamente inapropiadas; la joven se sintió avergonzada e incómoda, pero al mismo tiempo deseaba congraciarse con sus amigos; además, necesitaba alguien que la acompañara de regreso a su casa. ¿Qué debía hacer? Finalmente, se levantó con disimulo de su asiento y se dirigió hacia el vestíbulo determinada a esperar allí hasta que terminara la película; muy pronto el joven que estaba con ella fue para ver qué le pasaba, y admitió que él también se había sentido avergonzado; así que decidieron esperar juntos a que el resto del grupo saliera. Uno por uno los otros fueron saliendo curiosos por saber lo que sucedía, y todos decidieron irse. Por causa de que una jovencita se atrevió a defender sus principios, otros encontraron el valor para hacer lo mismo.

En vuestro propio medio y a vuestra propia manera vosotras podéis ser una dulce e imparcial voz de rectitud, con el solo hecho de hacer lo que es correcto.

También podéis ser una voz de aliento.

Todas las jóvenes que habéis asistido a esta conferencia habéis sentido y oído cosas que os han ayudado a edificar vuestro testimonio. Cuando recibimos, también podemos dar en una forma muy importante. El Señor le dijo a Pedro que una vez que él estuviera convertido fortaleciera a sus hermanos (véase Luc. 22:32). Esto se aplica a todos nosotros.

Podéis ser una voz de aliento para vuestros amigos y hermanos que se preparan para la misión; eso es lo que el presidente Kimball nos ha aconsejado que hagamos. El mundo está desesperadamente necesitado de oír el mensaje que los misioneros tienen. Ayudadlos a mantenerse moralmente limpios y alentadlos a progresar en sus deberes del sacerdocio, a fin de que puedan ser dignos de tal llamamiento. Sed la voz de aliento que los anime a hacerlo. El poeta y escritor alemán Goethe dijo: “Un hombre noble es conducido por las dulces palabras de una mujer”.

Conozco a una joven que pronto saldrá en una misión. En la reunión de despedida dijo que una de las razones más importantes que la habían impulsado a ir era que deseaba sentar un buen ejemplo para sus varios hermanos menores; y agregó que cuando ellos oraran por ella y leyeran sus cartas sobre el progreso y el gozo de la obra misional, se iría desarrollando en ellos el deseo de ir también a la misión. Podéis ser una voz de aliento para los demás.

Podéis ser una voz de amor.

Una jovencita llamada Teresa tuvo la bendición de desarrollar una hermosa relación sentimental con un joven ex misionero que deseaba casarse con ella. Se amaban e hicieron planes para casarse en el templo. Ambos eran dignos y tenían un gran anhelo de ver cumplidos sus deseos, pero existía una nube en su felicidad: El padre de Teresa no había sido activo en la Iglesia y, por lo tanto, no tenía recomendación para el templo. Ella lo quería mucho y deseaba que estuviera presente en el día de su boda. Mediante su amor y estímulo, sus incansables y tiernas conversaciones y oraciones, él finalmente reaccionó. El día de la boda, yo estaba sentada junto a él en el templo. Cuando terminó la ceremonia Teresa se volvió hacia su padre, le puso los brazos alrededor del cuello y con lágrimas corriéndole por las mejillas, le murmuró al oído: “¡Papá, papá, mi querido papá! ¡Gracias! ¡Gracias!” Sumamente emocionado él le respondió: “Gracias a ti, hijita. ¡Gracias!”

Teresa fue una voz de amor.

El padre de otra joven me relató una anécdota, que yo le prometí contar a las jóvenes de la Iglesia cuando se presentara la oportunidad.

Un día un niñito de tres años comenzó a alejarse de su casa con espíritu de aventura, quitándose las prendas exteriores de ropa mientras caminaba. Cuando empezó a sentir frío y se dio cuenta de que estaba perdido llamó a la puerta de la casa de esa joven. Al abrir ésta vio al pequeñito parado en la puerta, vestido solamente con la ropa interior que se había ensuciado, y llorando con todas sus fuerzas. Ella lo hizo entrar y, mientras esperaban que la policía encontrara a su madre, lo envolvió en una frazada, lo tuvo en su regazo y le cantó varias canciones; le dibujó payasos y lo hizo hacer otros dibujos para que le llevara a su mamá; en resumen, lo hizo sentirse feliz y tranquilo.

Cuando por fin llegó la madre del niño él corrió hacia la puerta, hacia sus brazos; de pronto se detuvo, como recordando los momentos tan agradables que había pasado con aquella joven. “¿Tú eres la esposa del Padre Celestial?”, le preguntó dándose vuelta. La joven, sorprendida y conmovida, finalmente pudo responderle: “No, pero soy Su hija”.

Ruego porque nosotras las mujeres —las jóvenes y las líderes— podamos actuar como hijas de Dios y ser voces de verdad, voces de alegría, de ayuda, de rectitud, de exhortación y de amor.

Ruego que podamos ser muy cuidadosas con respecto a las voces a las cuales prestamos atención.

Ahora deseo que escuchéis mi voz cuando os testifico del Señor Jesucristo, de que Él vive, que nos ama y que nos ayudará a llevar a cabo su obra. Yo lo amo y os amo a vosotras. Amo también esta obra.

“. . . va delante de ellas; y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.” (Juan 10:4.)

De las muchas voces que suenan a nuestro alrededor, que podamos seguir la Suya y que nuestras voces puedan ser un eco de la Suya en todas las cosas importantes, lo ruego en el nombre de Jesucristo. Amén.

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