Agosto de 1980
Los zapatos del ganador
por el élder Robert L. Backman
del Primer Quorum de los Setenta
Ya pienses que puedes hacerlo o pienses que no, siempre estarás en lo cierto.
El escritor James Alien escribió en su libro As a man ihinketh: “Un hombre es literalmente lo que piensa. Su carácter es el resumen de todos sus pensamientos”.
En el tiempo que fui presidente de misión vi una extraordinaria evidencia de la verdad de esa declaración en la vida de nuestros misioneros.
El misionero que estaba conmigo acababa de llegar a la misión, y en ese momento hablábamos de sus deberes y responsabilidades y de la disciplina a la que tendría que ajustarse; mientras yo le hacía una breve reseña de lo que se esperaba de él, me interrumpió y me dijo:
—Un momento, presidente Backman. Hay algo que debo decirle: Yo soy muy obtuso.
Decidido a demostrarle la gran capacidad de servir que poseía como hijo de Dios, y a despertar en él una comprensión de la misión exclusiva que tenía en esta tierra, lo asigné como compañero de un misionero que lo hizo trabajar duramente, incitándolo a aprender, progresar y servir, a pesar de la debilidad que decía tener. Además, ejercí sobre él tal presión que el líder de su distrito me escribió en un informe que el nuevo misionero tenía la intención de darme un puñetazo en la nariz la próxima vez que yo visitara su ciudad.
A las pocas semanas, mi esposa y yo hicimos un recorrido final de la misión antes de que se nos relevara y dediqué tiempo a sentarme en privado con cada misionero a fin de poder expresarle mi amor y confianza. Pronto le llegó el turno al misionero nuevo; cerré la puerta detrás de él, me saqué los lentes que llevaba puestos y le dije:
—Si eso lo va a hacer sentirse mejor, élder, ¡adelante! deme un puñetazo en la nariz.
Por un momento pensé que lo haría; en cambio, se echó en mis brazos, llorando. A continuación pasamos unos hermosos momentos en los que yo le expliqué el conocimiento y comprensión que tenía de su potencial divino y de su capacidad de amar y servir a sus semejantes. Al terminar nuestra reunión, le hice notar que si realmente quería hacerme feliz, fuera a visitarme a mi oficina en Salt Lake City al cabo de dos años y me dijera que había terminado su misión con felicidad.
Habían pasado unos dos años desde que habíamos sido relevados de nuestra misión, cuando un día, al levantar la vista de mi escritorio, vi una cara que se asomaba a la puerta con una sonrisa de oreja a oreja. Era mi misionero que sin una palabra de saludo, exclamó:
—¡Presidente, terminé la misión!
¡Me sentí tan orgulloso de él!
Otro de los misioneros era tan tímido y vergonzoso que no podía mirarme sin ruborizarse. Descubrí que se había criado en una granja y que se sentía mucho más cómodo con los animales que con la gente; a pesar de que tenía un intenso deseo de ser un gran misionero, le era muy difícil poder hablar a otra persona. Más adelante, cuando asistimos a una conferencia de zona en el lugar al cual había sido asignado, ese misionero se paró para dar su testimonio:
—He descubierto que ser misionero es algo similar a jugar al fútbol.
Entonces nos contó que cuando se había alejado de la granja para asistir a la escuela secundaria, al ir a inscribirse había visto al equipo de fútbol practicando y había pensado que le gustaría jugar; pero no tenía zapatos apropiados ni el dinero para comprarlos; entonces recordó que su primo había jugado al fútbol siendo estudiante, fue a visitarlo y le preguntó si podía prestarle los zapatos. Su primo se los dio pero le advirtió:
—No te atrevas a fracasar cuando los lleves puestos.
El misionero había podido entrar en el equipo y en el primer juego que se llevó a cabo se encontró con que debía tratar de patear la pelota a una distancia que realmente parecía imposible; dudando, midió la distancia con la vista, tragó el nudo que tenía en la garganta y se dijo: Jamás he podido patear la pelota a esta distancia, pero mi primo podría. . . los zapatos que tengo puestos son los suyos, y con ellos no debo fracasar. Así que pateó la pelota con todas sus fuerzas, hizo el tanto y continuó repitiendo aquella acción muchas veces durante el partido.
¿Qué clase de misionero creéis que llegó a ser?
Es sumamente importante para nosotros enfocar la vida desde el punto de vista apropiado, poder pensar positivamente acerca de ella y del papel que en ella tenemos. Yo acostumbraba a recordar repetidamente a los misioneros:
—Ya pienses que puedes hacerlo o pienses que no, siempre estarás en lo cierto.
Y les hablaba de un aviso de propaganda que había visto en una revista, en el cual se observaba la fotografía de un abejorro. Debajo de ésta el pie decía: “Él abejorro no puede volar; según todas las leyes de aerodinámica el cuerpo es demasiado grande y pesado para el tamaño de las alas. Pero el abejorro no lo sabe y vuela”.
Marco Aurelio, el emperador y filósofo romano, dijo la siguiente gran verdad: “Nuestra vida es lo que nuestros pensamientos la hagan”.
Durante una conferencia de la juventud en la cual se había dado gran énfasis a nuestro potencial como hijos de Dios, una joven se paró a dar su testimonio y dijo: “Sé que puedo llegar a ser solamente lo que pienso que puedo ser. Después de esta conferencia iré a mi casa, me miraré en el espejo y me diré: ‘Susana, ¡eres hermosa!’
Al estar armados con el conocimiento del Evangelio de Jesucristo y con nuestra identidad de hijos espirituales de Dios, los Santos de los Últimos Días deberíamos ser las personas que tuvieran la manera de pensar más positiva en el mundo. Sabemos que nuestro amoroso Padre Celestial nos ha puesto aquí para triunfar, no para fracasar, y eso debería ayudamos a andar por la fe. Debemos ser optimistas y tener la confianza de que somos bendecidos por ser parte de un plan divino, un plan de salvación eterna. Si deseamos ser más positivos, más entusiastas, más optimistas, la solución está dentro de nosotros mismos.
“Un hombre es literalmente lo que piensa.”
Mis amados hermanos jóvenes, os exhorto a que al madurar tengáis pensamientos positivos sobre lo exclusivo de vuestra personalidad, vuestro glorioso futuro, las hermosas verdades del Evangelio de Jesucristo y la relación que podéis tener con vuestro Salvador. Estos pensamientos os impulsarán a la acción, asegurándoos una vida plena y productiva aquí y vida eterna y exaltación en el mundo venidero.
En su epístola a los filipenses el apóstol Pablo, deseando que los santos de su época tuvieran pensamientos positivos, lo expresó en esta forma excelente:
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si hay algo digno de alabanza, en esto pensad.” (Fil. 4:8.)
























