Nuestro Amigo bienamado

Marzo de 1980
Nuestro amigo bienamado
por David A. Whetten

David A. WhettenTarde o temprano, cada persona que haya vivido en la tierra recibirá conocimiento de la divinidad de Jesucristo. Las Escrituras nos dicen que cuando El venga por segunda vez las señales de su divinidad serán tan abrumadoras que «toda rodilla se doblara, y toda lengua confesará» que Jesús es el Cristo (D. y C. 88:104).

Pero el conocerlo no es suficiente. El conocimiento que salva proviene de nuestros esfuerzos personales por desarrollar una amistad íntima con el Señor, por medio de la oración y la meditación. El Salvador declaró:

«Y ésta es la vida eterna: Que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.» (Juan 17:3.)

Notad las palabras: alcanzaremos la vida eterna conociendo a Dios y a Jesucristo, y no conociendo algunas cosas sobre ellos. Se me ocurre que hay una gran diferencia entre estos dos tipos de conocimiento.

«La más grande e importante de todas las condiciones que nuestro Padre Celestial y su Hijo Jesucristo nos imponen», dijo Brigham Young, «es… creer en Jesucristo, reconocer que es nuestro Salvador, procurar acercarnos a Él, aferramos a Él, ser sus amigos; y hacer lo necesario para establecer y mantener una comunicación abierta con nuestro Salvador.» (Journal of Discourses, 8:339.)

Generalmente, nos interesamos en conocer mejor a alguien si lo que se nos ha dicho de esa persona, o lo que nosotros mismos hemos observado en ella, nos indica que podemos tener una buena relación mutua. Cuatro atributos de Jesús —que se pueden observar por Su manera de tratar a los demás— me han convencido de que debo hacer un esfuerzo por procurar una amistad íntima con El y cultivarla constantemente.

El primero de estos atributos es la capacidad del Salvador para conocernos íntimamente. Puesto que El conocía los deseos del corazón de las personas y sus cualidades íntimas y espirituales, frecuentemente se mostraba amigo de los destituidos, de aquellos que eran despreciados por sus semejantes. Al seleccionar a los que formarían parte del primer Quorum de los Doce Apóstoles, Jesús no fue a las casas de los ricos o de los nobles ni a las importantes cámaras del Sanedrín, sino que buscó los sencillos botes de los pescadores junto a la costa, y la modesta mesa de trabajo del recolector de impuestos que todos despreciaban.

Prestad atención a las palabras que el Señor dirigió a una congregación hace ciento cincuenta años, en 1831, y que se encuentran registradas en Doctrinas y Convenios:

«He aquí, escuchad vosotros, oh élderes de mi Iglesia que os habéis congregado, cuyas oraciones he oído, cuyos corazones conozco y cuyos deseos han ascendido a mí.

He aquí, he puesto mis ojos en vosotros…» (D. y C. 67:1-2.)

En Doctrinas y Convenios se hallan registradas instrucciones específicas que dio a más de sesenta personas, llamándolas por su nombre y apellido. El Señor conoce a cada uno de nosotros. En muchas ocasiones, durante pruebas que he sufrido, he sentido su influencia sustentadora; cuando sentí temor después de sufrir una dolorosa herida en la rodilla mientras estaba en la misión, cuando sentí soledad en la traumática época de separación de mi familia durante la guerra de Vietnam, cuando experimenté un terrible vacío después de la muerte de un ser amado, en todas estas oportunidades no he encontrado otro bálsamo tan calmante como la seguridad dulce, pacificadora y reconfortante que se recibe de divina fuente: «No temas», «Serénate», «Estoy aquí», «Yo sé».

Otra característica del Salvador es la habilidad que Él tiene, por sus propias experiencias y conocimiento, de comprender al máximo todas nuestras dificultades y pruebas; Él sabe lo que es la tentación, la aflicción, el temor, el ridículo, los malos tratos y por consiguiente, tiene gran compasión por quienes lo sufren. Sabemos que El pasó por la experiencia que algunos consideran la forma más intensa del sufrimiento humano: la soledad. Me conmueve profundamente esta declaración que hizo cuando ya se acercaba al fin de su vida terrenal:

«He aquí, la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, -porque el Padre está conmigo.» (Juan 16:32.)

Sabemos que el Salvador pasó por la experiencia del rechazo y la soledad, y también la tentación. Pablo escribe que «fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Heb. 4:15). ¿Cómo afecta esto nuestra relación con El? Pablo nos responde:

«Pues en cuanto El mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.» (Heb. 2:18.)

La misma vida de Jesús lo preparó para tener compasión por los demás. En una ocasión, después de haber predicado un largo sermón, les dijo a sus discípulos: «. . .enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino» (Mat. 15:32); luego, procedió a alimentar milagrosamente a cuatro mil personas con siete panes y «unos pocos pececillos», demostrando así su preocupación por las necesidades físicas tanto como las espirituales de la gente.

Su gran compasión por nosotros puede ser una fuente de consuelo cuando somos tentados y nos preguntamos si seremos dignos de su gran amor y confianza. Estas palabras, dirigidas a algunos de los primeros miembros de la Iglesia, ofrecen seguridad a todos:

«He aquí, escuchad, vosotros, oh, élderes de mi Iglesia, dice el Señor. . .que sabe lo que son las flaquezas de los hombres y cómo socorrer a aquellos que son tentados.

Pues, de cierto os digo… tendré compasión de vosotros.
Existen entre vosotros algunos que han pecado; pero, de cierto os digo…
Os seré misericordioso…» (D. y C. 62:1; 64:2-4.)

El élder Hugh B. Brown, Apóstol de la Iglesia, dijo en una oportunidad:

«Muy frecuentemente he sentido que podía extender el brazo y tomarme de la mano de Dios. Él ha estado muy cerca, ha sido muy bondadoso, y se ha mostrado deseoso de responder a mis súplicas y ayudarme a transitar por los caminos ásperos.» (Church News, dic. 6 de 1975, pág. 3.)

A este testimonio agrego el mío de que, usando las palabras del gran profeta Isaías, el niño que nació en Belén se convirtió en el «Admirable» y el «Consejero».

El tercer atributo que nos motiva a acercarnos más al Salvador es su profundo y perfecto amor por nosotros, cuya mayor evidencia fue su disposición a dar su vida en nuestro beneficio. Comprendiendo el significado de la determinación de aquel Hombre divino de sufrir gran dolor, a fin de que sus hermanos espirituales no tuvieran que pasar por un sufrimiento similar, Pablo exclamó:

«Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir,

…ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro.» (Rom. 8:38-39.)

¡Qué extraordinario testimonio de la voluntad que tuvo Cristo de pagar cualquier precio, a fin de ayudamos en nuestra búsqueda de la felicidad eterna! Ciertamente, la esencia de la divinidad consiste en la determinación de sacrificarse por el bien de los demás. En un mundo gobernado por la filosofía de «ojo por ojo y diente por diente», hemos sido muy afortunados porque Cristo estuvo dispuesto a ser crucificado por nosotros, fuera cual fuere nuestro reconocimiento personal por su sacrificio.

El cuarto atributo lo separa de todas las demás personas: Su divino poder. No solamente está Cristo profundamente interesado en nuestro desarrollo personal, sino que también tiene el poder de hacer algo por nosotros, el poder de cambiar la vida de las personas. Todos hemos leídos historias sobre la forma en que el Señor ha transformado a algunas personas de la noche a la mañana, como en los casos de Pablo y de Alma; pero a menudo es más fácil sentirse identificado con los ejemplos milagrosos de conversión, pequeños, silenciosos, cotidianos.

Una de mis experiencias misionales más memorable, tuvo lugar en un frío y húmedo apartamento de subsuelo de alguien que no era miembro de la Iglesia, en Edmonton, Canadá. Mi compañero y yo estábamos tratando de ayudarle a un hombre a obedecer la Palabra de Sabiduría; era un fumador empedernido y nos había llamado a su casa esa noche para confesarnos que se sentía derrotado en su intento de dejar de fumar; nos dijo lo siguiente: «He hecho todos los esfuerzos que me eran humanamente posibles y no puedo dejar de fumar. Sé que el evangelio es verdadero y deseo ser bautizado, pero jamás podré deshacerme de este mal hábito».

Nuestra respuesta a aquel hombre desilusionado fue: «No se dé por vencido. Usted puede dejar de fumar porque hay un poder sobrehumano que le puede dar la fortaleza y el valor que necesita».

Después, le pedimos que leyera estas consoladoras y reconfortantes palabras de Pablo:

«No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podáis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar.» (1 Cor. 10:13.)

Después, nos arrodillamos con él y le pedimos al Señor que le diera la determinación y el valor necesarios para poner su vida en orden, a fin de que él y su familia pudieran ser bautizados. Fui entonces testigo de los cambios en la vida de aquel hombre, a medida que el Espíritu del Señor acrecentó su fortaleza, ayudándolo a resistir la tentación y a vivir los mandamientos de Dios. ¡Qué experiencia para el testimonio de un joven de diecinueve años!

¡Qué extraordinario Amigo, este maravilloso galileo! ¿Qué otra persona hay que nos conozca tan íntimamente, que haya hecho tanto para probarnos su amor, que haya demostrado tal capacidad de misericordia y comprensión, y que también tenga el divino poder para ayudarnos a cambiar? Por lo tanto, ¿a quién podríamos buscar más anhelosamente para ser nuestro compañero constante y amigo íntimo?

Por todo lo que oímos continuamente hablar de Jesucristo, debemos sentirnos suficientemente motivados a desear una relación íntima y personal con El. Si dedicamos tiempo para acercarnos a Él por medio de una sincera oración y una profunda meditación, obtendremos un conocimiento personal del Dios que adoramos y comprenderemos que Él es en verdad nuestro Amigo bien Amado. Al hacerlo, comenzaremos a comprender mejor las palabras de Pablo, un fiel amigo de Cristo, que declaró:

«Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo…

A fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos…» (Fil. 3:8, 10.)

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