Marzo de 1981
Vuestro compañero constante
Por Spencer J. Condie
Casi al terminar su ministerio terrenal, el Salvador comenzó a preparar a sus apóstoles para su inevitable partida, asegurándoles:
«Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que» esté con vosotros para siempre.» (Juan 14:16.)
«… porque si no me fuere, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré.» (Juan 16:7.)
A pesar de que esto fue dicho directamente a los apóstoles de la Iglesia primitiva, la promesa del Señor se extiende a cada miembro, De acuerdo con la dignidad de una persona, el Espíritu Santo puede morar en los padres e hijos, maestros orientadores y maestras visitantes, así como en los apóstoles y profetas.
En el conmovedor discurso acerca del Consolador, tan elocuentemente registrado por Juan el Amado, el Señor explica en algunos detalles ciertas maneras en las cuales el Espíritu Santo puede influir en nuestra vida diaria. Las siguientes experiencias verdaderas demuestran claramente esta influencia.
«No os dejaré huérfanos» (Juan 14:18).
Un espíritu de gran pesadumbre y tristeza prevalecía en la congregación al terminar los funerales de una joven madre que había muerto al dar a luz. A pesar de que los elogios habían sido elocuentes y conmovedores, muchas de las personas allí reunidas aquel día no podían evitar tener un sentimiento de amargura. ¿Cómo era posible que un Padre Celestial amoroso se llevara a una encantadora madre, dejando a cuatro pequeñitos al cuidado de un padre apesadumbrado?
Cuando terminó el servicio funerario, el joven padre se levantó con calma y se dirigió al pulpito. «Puedo sentir perfectamente vuestra preocupación y pesadumbre», dijo serenamente, «pero hay algo que debo decirles para confortarlos. Durante la primera hora después del fallecimiento de mi esposa, me parecía imposible poder seguir adelante. ¿Cómo podría yo continuar sin ella? Pero de pronto, un espíritu de paz y serenidad llenó mi alma y desde entonces he tenido la seguridad de que todo saldrá bien. No se preocupen por nosotros, vamos a poder salir adelante.»
El espíritu consolador de este joven padre se extendió por toda la congregación, y todos salieron reconfortados.
«Y cuando El venga convencerá al mundo de pecado» (Juan 16:8).
En su magnífico discurso, el rey Benjamín instruyó a los santos de que, a fin de que pudieran superar al hombre natural, ellos debían someterse «al influjo del Espíritu Santo» (Mosíah 3:19). Refiriéndose al hecho de que el Espíritu Santo se esfuerza vivamente por ayudamos a superar nuestros pecados, Alma también amonestó a sus hermanos a que no contendieran más contra el Espíritu Santo (véase Alma 34:38).
El siguiente es un relato verídico de un hombre de negocios, de edad madura, quien vívidamente sintió al Consolador susurrándole que hiciera lo correcto. El hermano Roldan (nombre ficticio) había vivido esclavizado al vicio de fumar durante veinte años. Él tenía grandes deseos de ser activo en la Iglesia, pero de un modo u otro este hábito era una barrera aparentemente infranqueable entre el, el Señor y su integración total a la Iglesia.
En un día ventoso y frío, estando en el trabajo se sintió tremendamente disgustado y desilusionado por su incapacidad de abstenerse de fumar un cigarrillo después del otro; súbitamente percibió un tenue susurro espiritual que lo indujo a dejar el trabajo y decir a sus empleados que no volvería por el resto del día. Nevaba, y a pesar del frío caminó hasta un cañón aislado en las montañas. Con la intención de acercarse al Señor en forma privada y a fin de poder orar fervientemente en voz alta, subió hasta que la nieve le llegó a la altura de las caderas y no pudo caminar más.
Entonces se dirigió al Señor con gran humildad. Rogó al Señor que le diera la fortaleza necesaria para librarse del insidioso poder que la nicotina ejercía sobre él. Cuando terminó su ferviente oración, era otro hombre. Se habían quebrado las cadenas; él había buscado la verdad, y la verdad lo liberó. Seis meses más tarde, él fue llamado como obispo de su barrio y sirvió fiel y dignamente.
«El… os recordará todo» (Juan 14:26).
Un alumno deseaba llegar a ser profesor universitario, y se había esforzado durante años en la escuela para graduados, esperando obtener un doctorado de una de las universidades más famosas de los Estados Unidos. Todo estaba ya preparado para sus últimos exámenes orales, y tanto él como su esposa habían ayunado y orado intensamente por varios días, pidiendo que el Espíritu del Señor lo ayudara en estos exámenes decisivos.
La noche anterior a su examen oral, empezó a dar vueltas y vueltas en la cama sin poder dormir; pero entonces, comenzó a relajarse poco a poco y pudo leer en su mente las preguntas que le harían a la mañana siguiente. A medida que percibía las preguntas, mentalmente preparaba la respuesta para cada una de ellas.
Al día siguiente se presentó para el examen a la hora señalada, y cuál no sería su sorpresa, cuando vio que la primera pregunta que le hizo el comité examinador era la primera que había venido a su mente la noche anterior. El examen continuó, y todas las preguntas que le hicieron fueron expresadas exactamente en el mismo orden consecutivo que la noche anterior. Por supuesto que pasó el examen con mención especial. Él ha dedicado su vida y su profesión a servir al Señor.
«El poder del Espíritu Santo. . . lleva [el evangelio] al corazón de los hijos de los hombres» (2 Nefi 33:1).
Un joven estadounidense había estado en Checoslovaquia por pocas semanas. No había recibido la más mínima capacitación del idioma, y había ido para predicar el evangelio en el idioma del pueblo checo. Muy pronto le llegó el momento de predicar por primera vez a un grupo de santos e investigadores. Su compañero, con más experiencia, le había ayudado diligentemente a escribir su discurso y hasta le había preparado claves de fonética para ayudarle en la pronunciación de este difícil idioma. Después de toda esta preparación, él debía enfrentarse a la congregación.
Cuando el joven comenzó a hablar, su compañero sufría en silencio mientras él destrozaba las reglas gramaticales del idioma, pero afortunadamente, no todo estaba perdido, porque su pronunciación fue tan desastrosa que muy pocos en la audiencia pudieron comprender lo que decía.
Una vez finalizada la reunión, el élder se sintió avergonzado y desilusionado, hasta que se le acercó una investigadora de aspecto venerable. Con las mejillas marcadas por las lágrimas y con voz temblorosa le dúo por medio de un intérprete: «Siento que todo lo que usted dijo es verdadero; deseo bautizarme». La promesa que aparece en el Libro de Mormón es que «cuando un hombre habla por el poder del Espíritu Santo, el poder del Espíritu Santo lo lleva al corazón de los hijos de los hombres» (2 Nefi 33:1).
Algunos de los siervos escogidos del Señor, tales como Enoc, Moisés y Elías, eran tardos en el hablar. Pero si bien es preferible una radiante serenidad y una elocuente manera de hablar para predicar el evangelio, es el Espíritu Santo y no la estructura de la frase lo que convierte.
«El Consolador… os enseñará todas las cosas» (Juan 14:26).
La joven pareja se miraba de soslayo ansiosamente el uno al otro, mientras los cuatro distinguidos hermanos entraban en su hogar y tomaban asiento. La madre hamacaba suavemente a los mellizos de apenas dos meses, mientras que los otros dos niños, de cinco y tres años, miraban fija y curiosamente a estos hombres, de rostros serios.
Entonces el presidente de estaca dijo: «Hermana, ¿qué diría usted si le dijéramos que el Señor ha llamado a su esposo para ser el obispo de un barrio nuevo en Sión?» Ella miró a los cuatro pequeñitos, pensando en todas las responsabilidades a las cuales ella misma tendría que hacer frente mientras su esposo cumplía con sus obligaciones como obispo. Sin vacilación contestó: «Si eso es lo que el Señor desea, apoyaré a mi esposo en todo lo que pueda».
Su joven esposo había pensado que algún día habría de recibir un llamamiento así, quizás a los 40 o 50 años, después de haberse preparado apropiadamente. Pero en ese entonces el apenas había cumplido 30 años de edad. A pesar de que el Espíritu le había advertido unos pocos días antes que tal llamamiento llegaría, aún se sentía totalmente incapacitado y completamente abrumado al respecto.
Pasó varias noches en vela considerando la magnitud de su llamamiento. ¿Cómo se las arregla uno para organizar un nuevo barrio? ¿Cómo podía estar seguro de los consejeros que el Señor deseaba que el tuviera, de las oficiales y maestras de la Sociedad de Socorro, maestros orientadores, maestros de la Escuela Dominical, director del coro del barrio o el encargado del diario de noticia del barrio? Él no podía librarse de un inquietante sentimiento de vacío.
Pocos días después, todos los obispos de la estaca se reunieron con la presidencia de la estaca. Obispos ya mayores y con experiencia compartieron consejos y recomendaciones. El joven obispo recibió manuales de instrucción, un manual de capacitación para el obispo, boletines del sacerdocio y otros materiales de ayuda. Los miembros de la presidencia de estaca compartieron consejos sabios, los cuales eran el resultado de una rica experiencia adquirida en los distintos llamamientos que ocuparon en la Iglesia. Todos los hermanos se hincaron unidos en oración y pidieron que el Espíritu del Señor les guiara y les dirigiera en sus respectivas mayordomías como jueces en Israel.
Tiempo después, este obispo recordó que mientras viajaba de regreso a su casa, sintió muy fuertemente la presencia del Espíritu. En la misma forma que un brazo o una pierna hormiguean después de haber estado cierto tiempo en la misma posición, y la sangre fluye a las manos o los pies que han quedado «dormidos», este hermano pudo sentir y percibir la presencia física del Espíritu. De esta manera, él tuvo confianza en sí mismo, recibió el apoyo que necesitaba y ahora estaba anhelosamente consagrado a la obra del Señor (véase D. y C. 58:27).
Durante los años siguientes, el obispo pudo gozar de la compañía del Espíritu Santo, al tomar cientos de decisiones relacionadas con el bienestar de los santos de su barrio. También aprendió una lección muy importante, «que los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo, y que éstos no pueden ser gobernados ni manejados sino conforme a los principios de justicia» (D. y C. 121:36; cursiva agregada).
Esta es una clave para poder tener la influencia del Espíritu Santo y el poder del sacerdocio de Dios. Por otro lado, «cuando intentamos encubrir nuestros pecados, o satisfacer nuestro orgullo, nuestra vana ambición o ejercer mando, dominio o compulsión sobre las almas de los hijos de los hombres, en cualquier gado de injusticia, he aquí, los cielos se retiran, el Espíritu del Señor es ofendido» (D. y C. 121:37).
¿De qué manera podemos conservar la influencia del Espíritu Santo?
Por medio de la revelación moderna, el Señor nos provee con una estratagema o fórmula para conservar el don del Espíritu Santo, para que el Consolador more con nosotros continuamente:
«Deja también que tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres, y para con los de la familia de la fe, y deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se hará fuerte en la presencia de Dios: y la doctrina del sacerdocio destilará sobre tu alma como rocío del cielo.
El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás.» (D. y C. 121:45 46; cursiva agregada.)
























