La maternidad y la familia
Mary F. Foulger
Miembro de la Mesa General de la Sociedad de Socorro
Mis queridas hermanas: Creo que vosotras, como nuestros hermanos en el sacerdocio, habéis sido llamadas y preparadas «desde la fundación del mundo de acuerdo con la presciencia de Dios, por causa de (vuestra) gran fe y buenas obras… (y por haber) escogido el bien. . . (sois llamadas) con una santa vocación …» (Véase Alma 13:3.)
Admiramos el llamamiento que recibió María de ser la madre del Señor; pero nosotras también hemos sido llamadas para ser las madres de posibles dioses., Como mujeres Santos de los Últimos Días comprendemos que el verdadero propósito de la creación depende de nuestra participación como madres de los hijos espirituales de Dios en esta tierra. La obra y la gloria de Dios es llevar a cabo la vida eterna del hombre, y del mismo modo, ésa es también nuestra obra y gloria como madres. Ninguna madre podrá negar que es sacrificio, pero en ello hay gloria, ya que una de las promesas mayores de nuestro Padre es que tendremos gozo en nuestra posteridad.
«Por tanto, no os canséis de hacer lo bueno, porque estáis poniendo los cimientos de una gran obra. . .» (D. y C. 64:33.) Verdaderamente no hay nada más grande que esto.
Mis seis hijos eran todavía pequeñitos y dependían totalmente de mí, cuándo mi esposo me pidió que lo acompañara en uno de sus viajes de negocios. Jamás me había separado de mis pequeños. Al principio me entusiasmó la idea del viaje, pero conforme se iba acercando la fecha de la partida, más temor sentía. ¿Qué sería de ellos si me llegara a pasar algo? Llegué a un punto tal de desesperación, que la noche anterior al viaje decidí escribir una carta de instrucciones para quien se encargara de ellos en caso de que yo no regresara. Enumeré todas las cosas que consideraba esenciales para su bienestar, y al final agregué una postdata: «Ruego que los abrace con frecuencia».
Si no eran mis brazos, serían los de quien los cuidara, ya que los brazos de, una madre rodean al niño con ternura, seguridad y amor; lo protegen contra el temor, el peligro y el mal.
También como madre he cometido muchos errores. No importa la cultura o el país, todas cometemos errores al criar a nuestros hijos; pero es por medio del arrepentimiento y la expiación de Jesucristo, y por nuestras demostraciones de amor, que podemos corregir nuestros defectos. Siempre suceden milagros, por lo que os pido que nunca os deis por vencidas, ni permanezcáis con los brazos cruzados.
A vosotras madres que criais solas a vuestros hijos, recordad que el Señor y vosotras constituís una mayoría. Cuando abracéis a vuestros hijos, recordad que Él también lo hace. Sentíos seguras, que Sus brazos se extienden hacia vosotras a todo momento.
El élder John A. Widtsoe dijo: «La maternidad se puede ejercer en forma tan universal y vicaria como el sacerdocio» (Priesthood and Church Government, pág. 85.)
Aquellas de vosotras que todavía no tenéis hijos, ejerced la maternidad permitiendo que vuestros brazos sean la continuación de los del Salvador al mostrar amor y seguridad a otros.
Una madre que aprendió a confiar en el Señor enseñó a su hijo a hacer lo mismo. Cuando éste llegó a ser hombre, dio su testimonio del poder de la oración y dijo: «Fue a causa del ejemplo de mi madre que aprendí a confiar en el Señor. Cuando teníamos una decisión importante que tomar, analizábamos el problema y luego mi madre decía: Ahora consultémoslo con el Señor.’ A veces cuando regresaba a casa me daba cuenta de que había algunas tareas por hacer y veía a mi madre arrodillada en oración. En ocasiones mis amigos venían a casa, y me preguntaban: ‘¿Qué hace tu madre?’ Yo les contestaba: ‘Está consultando un problema con el Señor’.»
Cuando no tengan más nuestros brazos, los del Señor estarán allí. Enseñadles a dirigirse a Él.
Mi madre murió tres semanas antes de que naciera mi primer hijo. Añoré mucho su apoyo; pero las hermanas de la Sociedad de Socorro tomaron el lugar de mi madre. Por medio de la sagrada hermandad, la instrucción y la capacitación que he recibido de la Sociedad de Socorro, he sentido como si me rodearan los brazos del Señor.
El Señor ha dado a las mujeres de esta Iglesia la responsabilidad de preparar a sus hijos para que se enfrenten a―los problemas de estos últimos días; para poder cumplir con este «llamamiento» debemos ser tanto estudiantes como maestras de verdades eternas. Debemos estudiar las Escrituras para poder revestir a nuestros hijos con la armadura de Jesucristo y de su evangelio. Debemos proteger nuestro hogar contra las fuerzas del maligno, buscar la guía del Espíritu Santo, y hacer de nuestro hogar un lugar sagrado donde morar.
Hermanas, debemos cumplir fielmente en la tierra la responsabilidad sagrada que gustosamente aceptamos en la preexistencia.
Aprendamos y luego enseñemos que el Señor nos ha dado un profeta para que nos guíe de regreso a su presencia. Aprendamos y luego enseñemos que Jesús es el Cristo, que Él vive, y que nuestra segundad está en sus manos. Lo testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.
























