La mujer sola
Addie Fuhriman
De la Mesa General de la Sociedad de Socorro
Mi vecino, que cultiva la tierra, decía que si seguía lloviendo de ese modo el sembrado se arruinaría. Día a día yo iba observando en el huerto cómo se oscurecían las hojas verdes de los arbustos y de los’ árboles frutales, tomándose negras… y pensaba entonces que el sol y la lluvia eran elementos que yo no podía controlar. Una vez más se me hizo recordar que se requiere fe para plantar… y también para echar raíces. No se pueden controlar todas las circunstancias de la vida; tal vez podamos influir en ellas; pero no controlarlas. Por eso, la fe para adaptarnos y progresar en el lugar en que nos encontramos, o donde hayamos echado raíces, es sumamente importante.
Como personas diferentes, algunas mujeres trabajan, otras no; almillas se sienten abrumadas por la situación en que se encuentran, otras no; algunas gozan de buena salud, otras no; algunas lloran cuando sufren, otras no lo hacen; unas son tímidas, otras no lo son; unas están casadas, otras no lo están. A veces, las circunstancias entre unas y otras son notablemente diferentes; en ocasiones, las necesidades comunes a todos nos confunden y desalientan; no obstante, el Señor las creó: la necesidad de sustentar y de cuidar el cuerpo, la del aire que respiramos; la necesidad de amar y de ser amadas, de aspirar a cosas más elevadas… El Señor vio todo eso, así como vio las diferencias individuales, y apreció su valor. En su sabiduría. El instituyó en la Iglesia la Sociedad de Socorro, organización en la que pudieran enseñarse los principios del evangelio, que pueden tocar el corazón y la vida de cada mujer: joven, mayor, casada, o soltera como yo.
En esta oportunidad quisiera hablar de los principios del evangelio; de la fe, la esperanza y la caridad, de la fortaleza que han sido para mí, y de la posibilidad que se encuentra al alcance de toda mujer de incorporarlos a su vida. La experiencia me ha enseñado que a veces estos principios se aprenden más fácilmente en compañía de otra persona, pero en ocasiones se aprenden mejor cuando estamos solas.
La fe: Me parece difícil formar un hogar y tomarlo en un centro de aprendizaje cuando se vive sola. Sin embargo, estimo que si definimos el hogar según la calidad de lo que en él reina en vez de hacerlo conforme al número de personas que viven allí, podemos ejercer la fe que se requiere para aplicar los conceptos aprendidos en las lecciones y en los mini cursos sobre la vida providente, y embellecer, asimismo, el ambiente que nos rodea. Luego tenemos la oportunidad de ejercer esa fe invitando a otras personas a nuestro hogar para que participen de su atmósfera de cordialidad y estudio.
Tengo conciencia de lo que es ser ofendida, estar sola, padecer y tener que preguntarse si habrá alguien que nos conozca lo suficiente como para que nos demuestre su interés. Pero si suponemos que parte de la forma en que los demás respondan a nuestras necesidades estriba en nuestra buena voluntad para dar a conocer nuestras ideas, sentimientos y valores, entonces la fe se torna en una bendición que nos fortalece al dar de nosotras mismas a los demás. El dar y el recibir son la función de la hermandad.
La esperanza: Considero una responsabilidad difícil de sobrellevar, saber que tengo la mayordomía de henchir la tierra y ver que todas las cosas alcancen su cometido y saber que quizás tenga que lograr mi realización personal sin compañero. Pero con el poder que infunde la esperanza podemos cumplir con todo esto ayudando a nuestros semejantes al interesarnos en sus necesidades emocionales, físicas, intelectuales y espirituales, en vez de suponer que sólo podemos realizamos y dar fruto cuando damos a luz hijos. Con esta esperanza, encontraremos apoyo y conocimiento en los conceptos del plan de bienestar, del servicio caritativo y del programa de las maestras visitantes.
A veces me parece imposible dar mi afecto a alguien cuando nadie me lo ha dado a mí. Cuando no se cuenta con un intercambio humano de afecto, se vuelve más fácil verter ese cariño en una tarea, trabajo, o quizá en objetos inanimados. Sin embargo, el consuelo que brinda la esperanza nos permitirá dar de nosotras mismas y dar amor sin temor a que se nos ofenda. Los conceptos que encierran las lecciones de servicio, el acercamiento personal, el perdón y los diarios actos de amor nos llevarán a decir: te doy mi corazón… y a decirlo a una o a muchas personas.
La candad: He sentido la frustración de preguntarme si alguna vez podré contribuir a formar un núcleo o una unidad, o a formar partes que hagan ese núcleo mejor de lo que es, a causa de que no me veo como parte creadora de una familia o unidad semejante. Pero si la presidencia de la Sociedad de Socorro de estaca y de barrio nos llama y nos incluye, y si tenemos visión y nos arriesgamos a aplicar la caridad, encontraremos dentro del círculo de nuestra vida actual una hermandad, un barrio y una comunidad que nos necesitan, que nos dan la bienvenida y que confían en nuestro aporte.
La fe, la esperanza y la caridad; tres principios que nos ayudan a aplicar el amor de Cristo así como a cumplir con su ley. Las Escrituras nos indican cómo podemos llevar a la práctica estos principios y lo que lograremos al hacerlo:
«Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo.» (Galatas 6:2.)
Y como dice la canción:
Amaos unos a otros.
Sobrellevad mutuamente Nuestras cargas.
Compartid vuestras alegrías.
Y haceos sentir como en casa.
Todos tenemos una idea de lo que es sentirse «como en casa» y de la alegría y la paz que eso nos brinda. Seamos solteras o casadas, o sea cual fuere nuestro estado civil, podemos sobrellevar las cargas de nuestros semejantes y compartir sus alegrías. Doy gracias por aquellos que han sobrellevado mis cargas y compartido mis alegrías y que me han permitido hacer lo mismo con ellos.
Es mi oración que cada una de nosotras pueda tener y aplicar la fe, la esperanza y la caridad sobrellevando nuestras mutuas cargas y las de nuestros semejantes, compartiendo las alegrías’ de unos y de otros, para poder ser dignas de volver a vivir con Dios. En el nombre del Señor Jesucristo. Amén.
























