Porque éste es un día de amonestación

Marzo de 1981
“Porque éste es un día de amonestación»
Por el élder Dean L. Larsen
Del Primer Quorum de los Setenta

Dean L. LarsenHace algún tiempo entrevisté a un joven que deseaba servir en una misión, quien hacía un año había confesado a su obispo una falta grave cometida en sus primeros años de adolescencia. Este era un joven Santo de los Últimos Días muy activo, lo mismo que su familia. Aun durante el tiempo de su transgresión era un miembro que participaba en la Iglesia activamente. Ahora, por más de un año, su vida se había visto libre de los problemas pasados y ansiaba ir a una misión.

Al comentar en cuanto a su situación y a las decisiones que había tomado en sus primeros años de adolescencia y que tuvieron como resultado una reputación dudosa en la Iglesia, él me dijo: «Yo sabía que lo que estaba haciendo era malo, y que algún día me arrepentiría e iría a una misión.»

Al mismo tiempo que sentía agrado por el deseo que tenía este joven de poner su vida en orden y servir al Señor como misionero, me molestaba la acción premeditada, la forma calculada con que él había permitido desviar su vida del sendero correcto para conducir sus pasos hacia la destrucción espiritual y moral, y luego, como si estuviera siguiendo un itinerario establecido por él mismo, había empezado a enmendar sus faltas y a ser obediente.

Si yo sólo hubiera tenido una experiencia de esta categoría con un solo joven, no valdría la pena mencionarla aquí, pero desafortunadamente, no es la única. Parece que la juventud tiende a experimentar con las cosas prohibidas del mundo, no con la intención de someterse a ellas permanentemente, sino ceder momentáneamente a sabiendas como si estas cosas tuvieran un valor demasiado importante como para dejarlas pasar. Esta es una de las mayores pruebas en estos tiempos.

Mientras que muchos vuelven o se recobran de estas excursiones por los «territorios prohibidos», aumenta el gran número de tragedias que sólo traen desgracia y desesperación para muchos y que tienen consecuencias perdurables. No existe tal cosa como el pecado privado. Aunque su pago puede ser calculado y predeterminado, la persona culpable no puede regular sus efectos. Pensar lo contrario es creer una de las mentiras más insidiosas perpetradas por el padre de las mentiras.

Hace poco asistí a una ceremonia de graduación en una escuela secundaria. Los alumnos a los que se les había pedido dirigir la palabra a sus compañeros expresaron sus ideas en cuanto a los grandes y nobles desafíos que les esperaban al entrar al mundo de los adultos. Los oradores, mayores de edad, hablaron a los jóvenes que se estaban graduando y alabaron las virtudes y el potencial de la juventud de la actualidad; hablaban en cuanto a los horizontes que tendrían que conquistar en los años futuros, las nuevas fronteras que abrirían en el campo de la ciencia, las terribles enfermedades a las que tendrían que hallar cura y las brechas en la diplomacia y las relaciones humanas que traerían consigo una paz perdurable a la tierra. ¡Fue una ceremonia estimulante e inspiradora!

En esta ocasión, mientras escuchaba los emocionantes discursos, me puse a planear mentalmente las cosas que me hubiera gustado decir a este grupo de jóvenes. Yo sabía que la mayoría eran Santos de los Últimos Días y que provenían de familias que se enorgullecían de sus logros. También sabía que algunos de estos jóvenes habían planeado tener ciertas experiencias en las horas y días posteriores a la ceremonia de graduación. Tenía el deseo de tratar de convencer a este grupo de graduados, no acerca de los años gloriosos en un futuro vago cuando ellos esperaban hacer tanto por la humanidad, sino sobre lo que harían aquí y ahora. Deseaba decirles: «No me preocupa mucho lo que vais a hacer el próximo año o en la próxima generación; me preocupa lo que vais a hacer esta noche y mañana. ¿Cuáles son vuestros planes? ¿A dónde iréis? ¿Qué haréis esta noche?»

Ahora sé, al anotar estos pensamientos, que premeditadamente hubo algunos entre los graduados, como en otros grupos similares, que por su voluntad después de la ceremonia de graduación, se deshonraron a sí mismos, a sus familiares, a su Iglesia, y a su Padre Celestial. No era su intención comportarse siempre así, lo habían hecho únicamente para divertirse, como una emoción pasajera, un reto; pero el efecto de estas cosas es desolador. Los resultados formarán parte de su vida y de la vida de aquellos que los amen y confíen en ellos, y se harán notar en formas desdichadas e inesperadas por tiempo indefinido y la humanidad se habrá deslizado a un nivel más bajo. Algunos jamás se recuperarán completamente, y todos sentirán inevitablemente la pérdida.

Por aquellos que se mantuvieron fieles a la confianza que se depositó en ellos y no cedieron a los malos ejemplos de los tiempos, guardo una profunda admiración y gratitud. Vosotros sois nuestra esperanza refulgente. Tengo una gran deuda con vosotros. Cuando el resultado final salga a la luz vosotros estaréis adelante. Sois la última gran fuerza que atacará el mal que está invadiendo la tierra. Habéis demostrado ser incorruptibles; estáis sin mancha. ¡Que Dios os bendiga por ello!

Tiemblo al leer las palabras del Señor a su pueblo en esta dispensación:

«Porque éste es un día de amonestación y no de muchas palabras. Porque yo, el Señor, no seré burlado en los últimos días.» (D. y C. 63:58.)

Al meditar sobre los días que se avecinan, tengo la esperanza de la promesa del Señor, pero me aterran las advertencias que nos da, y veo que sus promesas se cumplirán.

Jóvenes, seamos fieles a la confianza que el Señor ha depositado en nosotros. Hagamos lo que debemos hacer y cumplamos con aquello que se nos ha pedido. Esto hará la diferencia.

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