Cómo obtener revelación personal

Mayo de 1981
Cómo obtener revelación personal
Por el élder Bruce R. McConkie
Del Consejo de los Doce

élder Bruce R. McConkieCada miembro de la Iglesia puede ver visiones celestiales, hablar con los ángeles, ver el rostro del Señor, y recibir todo el conocimiento y la sabiduría que han sido derramados sobre los fieles en toda época.

Deseo referirme a algunas realidades espirituales y tratar en cuanto a lo que tenemos que hacer para obrar nuestra salvación (véase Filipenses 2:12) y ser miembros dignos del reino de Dios en esta vida, a fin de calificamos para ob­tener nuestra recompensa eterna en la vida venidera. Deseo hablar respecto a la revelación personal, la forma en la que cada miembro de la Iglesia puede llegar a conocer la divinidad de la obra y la forma en la que puede sentir la voz del Espíritu en su corazón y alma; y, además, cómo puede ver visiones, hablar con los ángeles, ver el rostro del Señor y recibir todo el conocimiento y la sabiduría que han sido derramados sobre los fieles en todas las épocas.

Nosotros, los mormones, tenemos el hábito de decir que creemos en la revelación moderna; anunciamos que los cielos han sido abiertos, que Dios ha hablado en nuestro tiempo, que los ángeles han ministrado entre los hombres, que ha habido visiones y revelaciones y que todos los dones que poseyeron los anti­guos se han dado en el presente. Pero, por lo general, al hablar en esta forma pensamos en las expe­riencias de José Smith, de Brigham Young o de Spencer W. Kimball; pensamos en los apóstoles y pro­fetas; en ellos y en la Iglesia misma que sigue adelante sobre el prin­cipio de la revelación.

Y bien, no hay duda alguna respecto a este asunto: La orga­nización a la cual pertenecemos es literalmente el reino del Señor y fue establecida a fin de prepararnos y calificamos para ir al reino celestial; y esta Iglesia es guiada mediante revelación. En distintas ocasiones en que he estado en reuniones con los apóstoles, el Profeta de Dios en la tierra ha dicho, con humildad y testimonio ferviente, que el velo se le presenta tenue, que el Señor guía y dirige los asuntos de la Iglesia, que ésta es su Iglesia y que Él nos está manifestando su voluntad.

Existe la inspiración en los que dirigen la Iglesia; ésta está de­sempeñando su misión y progre­sando en la forma en la que el Señor quiere que progrese a fin de que, tan rápidamente como nuestras fuerzas lo permitan, su mensaje vaya a sus otros hijos en el mundo y a fin de que nosotros, como miembros del reino, podamos pu­rificar y perfeccionar nuestra vida y ser dignos de las más ricas bendi­ciones en esta tierra y en el más allá.

Pero la revelación no es sólo para el Profeta de Dios en la tierra, ni las visiones de la eternidad están re­servadas solamente para las Au­toridades Generales. La revelación es algo que debe ser recibido por cada individuo. Dios no hace acepción de personas (véase D. y C. 1:35), y cada alma es tan preciosa para El cómo las almas de aquellos que son llamados a puestos de li­derazgo. Puesto que El obra sobre principios de leyes eternas y uni­versales, cualquier persona que obedezca la ley que le permita obtener revelación podrá tener un conocimiento similar al del presi­dente Kimball, podrá hablar con los ángeles tal como José Smith habló con ellos, y podrá estar en armonía con todas las cosas espirituales.

El profeta José Smith dijo:

“Ni la lectura de las experiencias de otros, ni las revelaciones que ellos reciben, podrán jamás damos a nosotros un concepto comprensi­ble de nuestra condición y nuestra verdadera relación con Dios. El co­nocimiento de estas cosas sólo se puede obtener por la experiencia, mediante las ordenanzas que Dios ha establecido para ese propósito. Si por cinco minutos pudiéramos ver lo que hay en el cielo, aprende­ríamos más que si leyésemos todo lo que se ha escrito sobre el asunto.” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 400.)

Pienso que nuestro interés es ob­tener revelación personal, saber por nosotros mismos cuál es la voluntad e intención del Señor (véase D. y C. 133:61) concerniente a nuestras pre­ocupaciones personales, y recibir confirmación de su voluntad e inten­ción con relación a su Iglesia.

‘Hay dos clases de conocimiento: intelectual y espiritual. Al concurrir a centros de enseñanza, primordial­mente buscamos conocimiento en el campo intelectual, conocimiento que recibimos probablemente mediante el razonamiento y a través de los sentidos.

Esto es sumamente importante y animamos a todas las personas que deseen progresar y alcanzar mayor entendimiento y preparación a mejo­rar su capacidad intelectual. Pero creo que tenemos necesidad de dedi­car una porción constantemente ma­yor de nuestro tiempo a la adquisi­ción de conocimiento espiritual. Al tratar realidades espirituales no es­tamos hablando de obtener algo sim­plemente mediante la razón o a tra­vés de los sentidos, sino que habla­mos acerca de la revelación, de aprender a llegar al conocimiento de las cosas de Dios poniendo nuestro espíritu en armonía con el eterno Espíritu de Dios. Este es el canal, la forma en que la revelación llega al individuo.

No me preocupa mucho que al­guien evalúe un problema de cual­quier naturaleza, doctrinal o de la Iglesia, partiendo de una base es­trictamente intelectual; todo lo espi­ritual está en total y completo acuer­do con las realidades intelectuales a las que llegamos mediante la razón, pero cuando las dos cosas se compa­ran en relación a sus respectivos méritos, lo importante son las espi­rituales y no las intelectuales. Las cosas de Dios se conocen solamente por medio del Espíritu de Dios.

Cierto es que uno puede razonar sobre asuntos de doctrina, pero no se abraza una religión mientras no se siente algo en el alma, mientras no ha habido un cambio en el cora­zón, mientras uno no ha llegado a tornarse en “nueva criatura” (véase 2 Cor. 5:17) del Espíritu Santo. Gra­cias a la bondad de Dios cada miem­bro de la Iglesia ha tenido la oportu­nidad de hacer esto porque, después del bautismo, cada uno obtiene “el don del Espíritu Santo” (D. y C. 33:15), lo cual significa que, de acuerdo con su rectitud y fidelidad personales, tiene el derecho a la compañía constante de este miem­bro de la Trinidad.

Y bien, yo afirmo que tenemos derecho a la revelación. Cada miem­bro de la Iglesia tiene derecho a recibir revelación del Espíritu San­to; tiene derecho a que lo visiten los ángeles; tiene derecho a ver las vi­siones de la eternidad; y tiene dere­cho a ver a Dios en la misma forma en que cualquier profeta lo ha visto.

Al considerar a los profetas, pen­samos en aquellos hombres que indi­can el destino futuro de la Iglesia y del mundo. Pero, el hecho es que cada persona debería ser profeta para sí misma y para sus propios asuntos. Moisés dijo:

“Ojalá todo el pueblo de Jehová fuese profeta, y que Jehová pusiera su Espíritu sobre ellos.” (Números 11:29.)

Y Pablo dijo: “. . . procurad profe­tizar. . .” (1 Cor. 14:39).

Ellos mismos nos aconsejan que, con todo nuestro corazón y fuerza, como individuos y para nuestros in­tereses privados o personales, bus­quemos el don de la profecía.

Permitidme leer algunas declara­ciones tomadas de las revelaciones dadas a José Smith el Profeta, las cuales bosquejan la fórmula median­te la que nosotros, como individuos, podemos llegar a conocer las cosas de Dios por el poder del Espíritu. El Señor dijo:

“. . . hablaré a tu mente y a tu corazón por medie del Espíritu San­to que vendrá sobre ti y morará en tu corazón.

Ahora, he aquí, éste es el espíritu de revelación. . .” (D. y C. 8:2-3.)

Esta revelación habla del Espíri­tu que se dirige al espíritu, del Espí­ritu Santo que habla al espíritu que está dentro de mí, en una forma que es incomprensible para la mente; pero es clara para el espíritu y transmite conocimiento, da inteli­gencia, aporta verdad y da un dis­cernimiento seguro de las cosas de Dios. Esto se aplica a todos.

“Dios os dará conocimiento por medio de su Santo Espíritu, sí, por el inefable don del Espíritu Santo, conocimiento que no se ha revelado desde el principio del mundo hasta ahora;

el cual nuestros antepasados con ansiosa expectación han aguardado que se revelara en los postreros tiempos.” (D. y C. 121:26-27.)

Este es un pasaje glorioso y está dirigido a todo individuo en la Igle­sia; en otras palabras, es una revela­ción personal para vosotros.

“Porque así dice el Señor: Yo, el Señor, soy misericordioso y benigno para con los que me temen, y me deleito en honrar a los que me sir­ven en justicia y en verdad hasta el fin.

Y a ellos revelaré” (a todos en el reino de Dios) “todos los misterios, sí, todos los misterios ocultos de mi reino desde los días antiguos, y por siglos futuros, les haré saber la bue­na disposición de mi voluntad tocan­te a todas las cosas pertenecientes a mi reino.

Porque por mi Espíritu los ilumi­naré, y por mi poder les revelaré los secretos de mi voluntad; sí, cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han llegado siquiera al corazón del hom­bre.” (D. y C. 76:5, 7, 10.)

Ya me he referido a que podemos hablar con los ángeles, que podemos soñar y tener visiones, que podemos ver el rostro del Señor. Aquí tene­mos una promesa en ese sentido:

“De cierto, así dice el Señor: Acontecerá que toda alma que dese­che sus pecados y venga a mí, invo­que mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos, verá mi faz y sabrá que yo soy.” (D. y C. 93:1.)

El Profeta dijo que el velo podría desaparecer hoy en día, como en cualquier época, si nos congregára­mos los élderes del reino en fe y en justicia y llenáramos los requisitos para tener las visiones de la eterni­dad. Aquí tenemos una declaración hecha por José Smith:

“La salvación no puede venir sin revelación; es en vano que persona alguna ejerza su ministerio sin ella. Ningún hombre puede ser ministro de Jesucristo sin ser profeta. Nadie puede ser ministro de Jesucristo si no tiene el testimonio de Jesús; y el testimonio de Jesús es el espíritu de la profecía. Cuando se ha adminis­trado la salvación, ha sido por testi­monio. Los hombres de la época ac­tual testifican del cielo y del infier­no, y jamás han visto ni el uno ni el otro; y yo diré que ninguno sabe de estas cosas sin este espíritu de reve­lación.” (Enseñanzas, pág. 186.)

Tenemos derecho a la revelación.

La revelación personal es esencial para nuestra salvación. Las Escritu­ras tienen muchos ejemplos de lo que ha sucedido. Aquí tenemos algo que escribió Nefi:

“Si no endurecéis vuestros corazo­nes, y me pedís con fe, creyendo que recibiréis, guardando diligente­mente mis mandamientos, de segu­ro os serán manifestadas estas cosas.” (1 Nefi 15:11.)

En el Libro de Mormón hay tam­bién una declaración respecto a unos misioneros sumamente eficien­tes, los hijos de Mosíah:

“. . . eran hombres de sana inteli­gencia, y habían escudriñado diligen­temente las Escrituras para poder conocer la palabra de Dios.

Mas esto no es todo; se habían dedicado a mucha oración y ayuno; por tanto, tenían el espíritu de pro­fecía y el espíritu de revelación, y cuando enseñaban, lo hacían con po­der y autoridad de Dios.” (Alma 17:2-3.)

Citaré algo más. Esto es de José Smith el Profeta:

“Una persona podrá beneficiarse si percibe la primera impresión del espíritu de la revelación. Por ejem­plo, cuando sentís que la inteligen­cia pura fluye en vosotros, podrá repentinamente despertar en voso­tros una corriente de ideas, de ma­nera que por atenderlo, veréis que se cumplen el mismo día o poco des­pués; (es decir) se verificarán las cosas que el Espíritu de Dios ha divulgado a vuestras mentes; y así, por conocer y entender el Espíritu de Dios, podréis crecer en el princi­pio de la revelación hasta que lle­guéis a ser perfectos en Cristo Jesús.” (Enseñanzas, pág. 179.)

Las Escrituras contienen muchos pasajes que mencionan la revela­ción, pues los profetas han dicho mucho al respecto. Para nosotros esto significa que tenemos necesi­dad de la experiencia religiosa, de llegar a tener una relación íntima y personal con Dios. Tenemos que ha­cer lo que dijo José Smith el Profe­ta: “por cinco minutos. . . tener una visión del cielo”.

La religión consiste en hacer que el Espíritu Santo forme parte de la vida de una persona.

Estudiamos y tenemos que evaluar lo estudiado; y gracias a ese estudio llegamos a algunos principios que nos colocan en un estado de ánimo espiritual. Finalmente el resultado es que nuestra alma es conmovida por el Espíritu de Dios.

¿Quisierais tener una fórmula en cuanto a cómo obtener revelación personal? Esta se podría escribir en muchas maneras. La mía consiste sencillamente en lo siguiente:

Y Escudriñar las Escrituras.

Y Obedecer los mandamientos.

Y Pedir con fe.

Cualquier persona que haga esto logrará poner su corazón en armo­nía con el Señor al punto de que a su ser llegarán principios eternos de la religión provenientes de la “voz apacible y suave” (D. y C. 85:6). Y a medida que progrese y se aproxime más a Dios, llegará el día en que hablará con los ángeles, verá visio­nes celestiales y, finalmente, con­templará la faz de Dios.

La religión es un asunto del espí­ritu. Usad todo vuestro intelecto para ayudaros; pero en el análisis final tendréis que poneros en armo­nía con el Señor.

La primera gran revelación que una persona tiene que alcanzar es la de conocer la divinidad de la Igle­sia; a eso lo llamamos “testimonio”. Una vez que la persona logra un testimonio, ha aprendido a ponerse en armonía con el Espíritu y a obte­ner revelación. Poniéndose en armo­nía con el Espíritu, puede alcanzar conocimiento que lo dirija en sus asuntos personales. Finalmente, go­zando y progresando en este don, puede obtener todas las revelacio­nes de la eternidad que el Profeta o todos los profetas han tenido en toda época.

En cierta medida yo, junto con vosotros, he recibido revelación. Yo he recibido revelación que me dice que esta obra es verdadera, y en consecuencia, lo sé; esta seguridad es independiente de todo estudio e investigación: Lo sé porque el Espí­ritu Santo ha hablado a mi espíritu y me ha dado un testimonio. En consecuencia, puedo declarar con toda autoridad y decir en verdad que Jesucristo es el Hijo de Dios, que José Smith es su Profeta, que Spencer W. Kimball es el Profeta hoy en día y que La Iglesia de Jesu­cristo de los Santos de los Últimos Días es la única Iglesia verdadera sobre la faz de toda la tierra.

Y además, en conexión con el tema que estamos considerando aquí, puedo certificar y testificar que toda alma viviente que obedez­ca las leyes de Dios, que escudriñe las Escrituras, cumpla los manda­mientos y pida con fe, puede tener revelación personal de Dios para la gran gloria y satisfacción de su alma aquí y para su salvación final en las moradas de lo alto (véase Juan 14:2).

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