Septiembre de 1981
El chisme: la trampa de Satanás
por el élder Gene R. Cook
del Primer Quorum de los Setenta
Solemnemente la gente empezó a reunirse en la antesala de la oficina del presidente de la misión: todos se miraban de soslayo, y muchos de ellos aún no podían creer que estaban citados para un tribunal de la Iglesia. Los oficiales que componían el tribunal tenían el corazón lleno de amor y comprensión: aún así, consideraban con mucha seriedad su deber de investigar los cargos. Los que habían sido citados estaban en peligro de perder su calidad de miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Los cargos no eran por inmoralidad ni apostasía, sino que se les acusaba de levantar falso testimonio contra un semejante.
Aquellas personas habían calumniado a un buen hermano acusándolo de inmoralidad. Después de una investigación seria, se demostró que era totalmente inocente; sin embargo, aquellos a quienes este hermano consideraba «sus amigos» le habían hecho un daño tremendo, que no sería muy fácil de reparar.
¿Acaso hay alguien que pueda medir el perjuicio que casi destruyó a aquella buena persona? ¿Quién podría sopesar el impacto recibido por los miembros de la rama al ver minada la hermandad que existía entre ellos? ¿Y cuáles serían los efectos causados entre los que no eran miembros de la Iglesia y se habían visto involucrados en la habladuría? ¿Quién podría anular la maldad que había afectado a cientos de personas?
¡Todo había pasado tan fácilmente! Empezó con palabras simples como:
— ¿Supiste que. . .?
—La hermana Viera afirmó. . .
—He oído lo que le dijo. . .
—No estoy muy seguro de esto, pero…
—El primo del señor Soto dijo que él pensaba…
—No quiero decir nada malo, pero. . .
—Si me prometes no decirle a nadie, creo que te puedo contar que. . .
El pecado se clasifica en varias categorías, pero la mentira es la base de todas ellas. Si una persona piensa que es aceptable decir mentiras pequeñas, pronto se encontrará imposibilitada de distinguir entre éstas y las grandes.
Aquellos que estaban encargados de conducir el tribunal se basaron en las instrucciones explícitas del Señor sobre esta materia. Por intermedio de Moisés, el Señor dijo:
«No andarás chismeando entre tu pueblo.» (Levítico 19:16.)
En el libro de Proverbios se describen las consecuencias de hablar maliciosamente.
«La boca del necio es quebrantamiento para sí,
Y sus labios son lazos para su alma.
Las palabras del chismoso son como bocados suaves,
Y penetran hasta las entrañas.» (Proverbios 18:7-8.)
Algunas personas creen que se pueden enaltecer y ganar el respeto de sus semejantes inventando cuentos falsos, pero sólo llegan a transformarse en agentes de Satanás. Un año antes del nacimiento del Salvador, el Libro de Mormón registra lo siguiente:
“. . . Satanás los incitaba continuamente a cometer iniquidades; sí, anduvo sembrando rumores y contiendas sobre toda la faz de la tierra, a fin de poder endurecer el corazón de la gente contra lo que era bueno y contra lo que estaba porvenir.” (Helamán 16:22.)
Satanás logró endurecer el corazón del pueblo; y casi treinta años más tarde, después de la gran destrucción de los inicuos, el profeta Nefi escribe: «el diablo se ríe y sus ángeles se regocijan a causa de la muerte… de mi pueblo» (3 Nefi 9:1).
Las Escrituras modernas no le dan menos importancia a la amonestación divina de cuidar nuestras palabras. En diferentes oportunidades el Señor habló a José Smith sobre el particular:
«Y cuidar de que no haya iniquidad en la Iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni calumnias, ni mal decir.» (D. y C. 20:54.)
«No hablarás mal de tu prójimo, ni le causarás ningún daño.» (D. y C. 42:27.)
Por medio del profeta Brigham Young, el Señor dijo:
«Cesad de contender unos con otros; cesad de hablar mal el uno contra el otro.» (D. y C. 136:23.)
El Señor desea que nos amemos los unos a los otros de la misma manera en que Él nos ama a nosotros. Que podamos seguir este otro consejo dado por medio de Brigham Young:
«Tiendan vuestras palabras a edificaros unos a otros. (Véase D. y C. 136:24.)
Cuidémonos para no contribuir en ninguna forma al cumplimiento de la desagradable visión que tuvo Enoc hace miles de años, cuando registró:
«Y vio a Satanás; y éste tenía en su mano una cadena grande que cubrió de obscuridad toda la faz de la tierra; y miró hacia arriba, y se rió, y sus ángeles se alegraron.» (Moisés 7:26.)
Que al buscar en forma cotidiana la compañía del Espíritu Santo podamos tener la fuerza de apartar los pensamientos malos y las palabras inapropiadas para progresar espiritualmente y prevalecer, porque a medida que controlemos nuestra lengua, seremos más capaces de controlar toda nuestra personalidad.

























Magnífico mensaje
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