El mandamiento firme y dulce

Mayo de 1981
El mandamiento firme y dulce
Por el élder Neal A. Maxwell
De la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta

Neal A. MaxwellEncararé en forma algo diferente las normas re­lativas a la castidad previa al casamiento y la fidelidad después del mismo. Todas esas normas son parte del mandamiento firme y dulce que ocupa el séptimo lugar y que posiblemente sea, de los Diez Mandamientos, el que menos popularidad tiene.

No siendo un tema usual en nuestra época, el séptimo manda­miento es uno de los menos obe­decidos, pero también una de las leyes más necesarias entre las que ha dado Dios; y constituye un ejemplo perfecto de cuánto difiere La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días del resto del mundo en puntos de conducta que son básicos. El mundo poco se preocupa de obedecer este man­damiento, en tanto que las personas puedan ser admirables en otros aspectos.

Siempre he creído que en lo profundo de algunas de las doc­trinas más difíciles se encuentran algunas de las verdades más grandes y preciosas; pero éstas no se pueden descubrir por casualidad ni en forma irreverente. La obe­diencia acarrea bendiciones y ade­más mayor conocimiento, tal como prometió Pedro; y obedecer los prin­cipios correctos aumenta la com­prensión (véase 2 Pedro 1:8). Tal es el caso en relación con el séptimo mandamiento.

Francamente, mis hermanos, de­beríamos estar preparándonos hoy para vivir en un mundo mejor. ¡Esta vida es tan importante! Pero constituye un lapso de tiempo muy breve. Y si somos demasiado pres­tos en adaptamos a las sendas de este mundo pasajero e imperfecto, ese mismo ajuste nos desajustará para la vida en el mundo venidero, ¡una vida que no tendrá fin! No es de extrañar que quien quebranta este mandamiento sea “falto de en­tendimiento” (Prov. 6:32).

Existen, naturalmente, algunos aspectos relativos al séptimo manda­miento que el mundo comparte con nosotros: tanto en la Iglesia como en el mundo existe el deseo de evi­tar las enfermedades venéreas; tam­bién el de evitar el embarazo en las mujeres solteras. Un tercer punto de vista en el que el mundo está de acuerdo con nosotros parcialmente es que la inmoralidad sexual afecta la vida matrimonial y de familia, aumentando el promedio de divor­cios.

Afortunadamente, las razones de la Iglesia para obedecer el séptimo mandamiento van más allá de estos tres puntos o preocupaciones, a pe­sar de lo reales que son.

La razón primordial para obedecer todas las leyes de castidad es simplemente obedecer el manda­miento de Dios. José entendió esa razón claramente cuando resistió los avances de la sensual mujer de Potifar (véase Génesis 39:9). Cuando claramente hizo notar su lealtad a su amo, expresó: “¿Cómo. . . haría yo este grande mal y pecaría contra Dios?” La obediencia de José fue un acto de lealtad a sí mismo, a su futura familia, a Potifar, a Dios, y, en realidad, también a la esposa de Potifar.

Otra razón importante para obe­decer es que la desobediencia a este mandamiento expulsa de nuestra alma al Espíritu Santo; perdemos así el gran valor de su compañía, porque Él no puede morar en una alma pecaminosa. Y sin su ayuda nos volvemos entonces menos úti­les, menos perceptivos, menos fun­cionales y menos afectuosos como seres humanos. Se podría decir que en esa condición somos incapaces de efectuar la obra del Señor en el preciso momento en que somos más necesarios.

La inmoralidad sexual también es peligrosa porque anula la sensibili­dad. Irónicamente, puede la lascivia hacer que las personas, que en for­ma equivocadamente celebran su ca­pacidad de sentir, lleguen a un pun­to en que la pierdan. Según las pala­bras de tres profetas diferentes, en tres dispensaciones distintas, se lle­ga a perder todo sentimiento (véase 1 Nefi 17:45; Ef. 4:19; Moroni 9:20).

Norman Cousins advirtió: “La gente que insiste en ver todo y en hacer todo, corre el riesgo de no sentir nada. . . Nuestras reaccio­nes más elevadas se van adorme­ciendo sin que lo sepamos” (“See Everything, Do Everything, Feel Nothing”, Saturday Review, en. 23 de 1971, pág. 31).

Si perdemos nuestra capacidad de sentir es porque hemos destruido la habilidad que el alma posee: la sensi­bilidad, y así habremos adormecido nuestra capacidad de apreciar los refinamientos y la gracia que corres­ponden a ese mundo mejor hacia el cual nos dirigimos.

Nuestra sociedad egoísta tiende a vivir sin preocupaciones, apartándo­se de todos los que puedan represen­tar una obligación: amistades, pa­rientes y hasta cónyuges. El abando­no es uno de los estados finales del egoísmo en el cual el individuo no tiene deseo alguno de arriesgar un compromiso de naturaleza durade­ra, ni de que se dependa de él para nada.

Al mismo tiempo, otra razón que acompaña a la necesidad de obede­cer el séptimo mandamiento es que la falta de castidad rebaja la autoes­tima porque en realidad estamos pe­cando contra nuestra naturaleza y contra quienes realmente somos (vé­ase 1 Cor. 6:18, 19). En mi opinión, también estamos dejando atrás pro­mesas hechas en el mundo preexis­tente, promesas que están impresas en forma sutil e indeleble en nues­tra alma.

La falta de castidad también im­pacta severamente a otras perso­nas. El padre que se posesiona de la rara idea de que su adulterio es justificado no capta cabalmente el impacto de tal acto sobre su esposa e hijos. Su desobediencia a este mandamiento afecta también a los demás.

Hace dieciocho años, como obispo de un barrio de estudiantes adyacen­te a la Universidad de Utah, traté en vano de mantener unida a una pareja de jóvenes. La esposa había sido infiel; y al intentar ayudar a comprender, me enteré de que cuan­do niña aquella mujer había descu­bierto que su padre era adúltero.

Aunque injustificadamente, ella ex­presaba sus sentimientos acerca de los hombres mediante su acción. Lo que hacía entonces no constituía amor. Varios años después de mi relevo como obispo, leí una historia en un diario local acerca de ella, y supe que había sido arrestada por ejercer la prostitución. No sé dónde se encuentra hoy en día, pero no puedo apartar de mi mente las pala­bras de Jacob, cuando condenó a los padres infieles que habían perdido la confianza de sus hijos por causa de sus malos ejemplos (véase Jacob 2:35).

Del mismo modo, las decenas de miles de jóvenes solteros que viven en concubinato representan una enorme brecha abierta en la forma de vida familiar correcta, y sus con­secuencias en nuestro medio social se dejarán sentir todavía en muchas generaciones venideras. Un sabio fi­lósofo francés, Bainville, advirtió:

“Uno debe estar dispuesto a aceptar las consecuencias de lo que quiere”.

Así como nuestros valores básicos se entremezclan, también las institu­ciones básicas actúan en interdepen­dencia, No podemos corromper a nuestras familias y esperar tener buenos gobiernos; por ejemplo, el sugerir mediante nuestra conducta que los mandamientos no tienen im­portancia produce el caos; así un padre de familia tal vez justifique el desfalco; el hijo, al crecer probable­mente justifique el adulterio; y el nieto, una vez adulto, tal vez justifi­que la traición. Si la desobediencia no está fuera de lugar, entonces cada uno puede escoger el manda­miento que quebrantará.

Estas y otras de nuestras preocu­paciones van mucho más allá de la que siente el mundo por las enferme­dades y el embarazo. Pero como dijo Pablo, la Iglesia debe ser re­sueltamente “columna y baluarte de la verdad” (1 Tim. 3:15). El interés de la Iglesia en la obediencia al sép­timo mandamiento -interés que se puede sopesar de acuerdo con su programa de entrevistas entre líde­res y miembros-, es casi único en el mundo de hoy día, y se trata de un hecho premeditado.

Otra de las consecuencias de la burda inmoralidad sexual con su in­sensibilización es que comienza a despojar al hombre de la esperanza. A medida que el individuo se ve vacío de esperanza, la desespera­ción rápidamente se posesiona de él, pues, como dijo un profeta, “la de­sesperación viene por causa de la iniquidad” (Moroni 10:22). De este modo, la iniquidad y la desespera­ción se refuerzan mutuamente en forma aterradora.

La alienación tan extendida en la tierra se debe, en medida significati­va y mucho más de lo que imagina­mos, a la burda inmoralidad sexual ante la cual caen fe, esperanza y caridad.

El historiador estadounidense, Will Durant, en su monumental his­toria de la humanidad, dice que el sexo es como un río de fuego: Debe ser controlado por cientos de restric­ciones, pues de otro modo tanto el individuo como el grupo al cual per­tenece serán destruidos.

Mi consejo final a vosotros está contenido en estas observaciones adicionales:

  1. Resistid las persuasiones del mundo y encontraréis que si resis­tís, también otros resistirán… y unos serán una sorpresa para voso­tros.
  2. Así como no permitiríais que entre nadie a vuestra casa con el calzado cubierto de barro, no permi­táis a nadie que ensucie vuestra mente con barro.
  3. Estableced vuestro firme esla­bón personal en una cadena de casti­dad y fidelidad familiar, de manera que pueda proyectarse de los abue­los a los padres, a los hijos y luego a su posteridad; estar así eslabonados en estar unidos en la relación afec­tuosa más fuerte es afirmar median­te vuestras acciones que creéis en los mandamientos a pesar de lo que está aconteciendo en el mundo que os rodea.
  4. No perdáis el tiempo cultivan­do amistad con fornicarios, no por­que os consideréis demasiado bue­nos para ellos, sino porque no sois suficientemente fuertes; recordad que las malas situaciones pueden destruir aun a la gente más buena. José tuvo el buen sentido y unas buenas piernas como para huir de la esposa de Potifar. (Véase Gén, 39:6- 12.)
  5. Al lado del tradicional varón egoísta y voraz, aparece ahora la mujer igualmente voraz y egoísta; dirigidos por el apetito, ambos tie­nen una falsa idea de lo que es la libertad y aplican la misma clase de libertad sin sentido que tenía Caín cuando, después que desobedeció un mandamiento y dio muerte a su her­mano Abel, irónicamente dijo: “Es­toy libre” (Moisés 5:33).
  6. Si habéis cometido un error, recordad que tenemos el glorioso evangelio del arrepentimiento; el milagro del perdón espera a todos los que sinceramente se sientan apena­dos y den los pasos necesarios para merecerlo. Recordad, sin embargo, que éstas son situaciones en las que el alma debe primero arder de vergüenza, pues solamente median­te una limpieza real puede lograrse una verdadera purificación. Pero el camino hacia el arrepentimiento es real y está al alcance de todos.
  7. Si llegáis a sentir el impulso de hacer algo malo, actuad en contra de él mientras es todavía débil y la voluntad todavía es fuerte. Si demo­ráis, os daréis cuenta de que la fuer­za de voluntad se va debilitando a medida que el impulso se va hacien­do más fuerte. Manteneos compro­metidos de corazón en cosas buenas, pues la pereza tiene una forma de persistir en hacemos creer errónea­mente que está bien el pensar pri­mero en nuestro propio placer.
  8. Debemos despreciar los pecados del mundo. No debemos menospreciar a la gente del mundo, sino amarla; pero debemos despreciar todos sus pecados. La burla y el escarnio del mundo son pasajeros. Santiago, que no se quedaba callado cuando se trataba de decir la verdad, aconsejó: “¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios?” (Stg,4:4.)
  9. Recordad: No podáis permitir que aquellos que están en error decidan la forma en la que vosotros debéis vivir, porque quienes alardean de sus conquistas sexuales solamente están alardeando de algo que en realidad los ha conquistado a ellos.

Evitando los males y las consecuencias de la impureza sexual nos hacemos merecedores a las bendiciones que siempre acompañan a los que guardan los mandamientos. Si obedecéis el séptimo mandamiento, ciertamente resultará lo siguiente:

  1. Tendréis la bendición de estar en armonía con Dios y con su ley.
  2. La obediencia también os acarreará la bendición de conocer y alcanzar todo vuestro potencial. El evangelio nos ayuda a autoevaluarnos, no sólo por lo que somos sino por lo que podemos llegar a ser.
  3. Obedecer el séptimo mandamiento os traerá la bendición de la autoestima.
  4. El cumplimiento de este mandamiento os bendecirá con la libertad de la más opresiva de todas las tiranías: la de nuestros propios apetitos; por lo tanto, os hará más libres.
  5. Al aprender a actuar sabiamente por vosotros mismos en lugar de veros sometidos por vuestros apetitos, llegaréis a conocer la bendición del verdadero libre albedrío (véase 2 Nefi 2:26).
  6. Tendréis también la bendición significativa de progresar más rápidamente que recibimos cuando tomamos decisiones en las que rechazamos el mal y elegimos el bien. No es suficiente alcanzar un punto en el que el pecar nos produce placer, sino que debemos tener hambre y sed de justicia.
  7. Además, hay la importante bendición de la integridad del alma que lleva a la rectitud y a una valiente sinceridad.

Mis jóvenes amigos, las desviaciones de los mandamientos de Jesucristo os harán menos cristianos, y parte de ser un verdadero cristiano consiste en obedecer el séptimo mandamiento. Que podáis reconocer que solamente manteniendo la castidad antes del casamiento y la fidelidad después de él, vuestro gozo será completo. Esta es mi oración en el nombre de Jesucristo. Amén.

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