Noviembre de 1981
Principios de la salvación temporal
Por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
En la actualidad nos vemos enfrentados con una gran variedad de serios problemas económicos y sociales, lo cual para la Iglesia no es nada nuevo, ya que en el transcurso de la historia, los santos han luchado más de una vez con crisis económicas e incluso sufrido privaciones. A consecuencia de ello, desde los comienzos de la Iglesia, el Señor ha guiado a sus líderes a fin de que comprendan claramente algunos principios correctos. Una vez más nos sentimos ahora inspirados para reafirmar estos principios básicos de salvación temporal.
A comienzos de este siglo, el presidente Joseph F. Smith explicó de esta manera la importancia de la salvación temporal y su relación con la salvación espiritual:
«Debéis continuar teniendo presente que lo temporal y lo espiritual están entrelazados: no existen separadamente. Lo uno no puede llevarse a cabo sin lo otro mientras estemos aquí en la carne. . .
Los Santos de los Últimos Días no sólo creen en el evangelio de salvación espiritual, sino también en el de salvación temporal. Tenemos que cuidar del ganado… de los jardines y los sembrados… y todas las otras cosas necesarias para nuestro sustento y el de nuestras familias sobre la tierra. . . No creemos que sea posible que los hombres puedan ser verdaderamente buenos y fieles cristianos, a menos que también sean personas fieles, honradas e industriosas. Por tanto, predicamos el evangelio de industria, el evangelio de economía, el evangelio de sobriedad.» (Doctrina del Evangelio, pág. 202; cursiva agregada.)
Los principios más fundamentales de la salvación temporal incluyen dos conceptos básicos: el de proveer para sí mismo, o la autosuficiencia; y el de proveer para la familia, o sea, la autosuficiencia familiar. El primer concepto, el de la autosuficiencia individual, nace de una doctrina fundamental de la Iglesia: la doctrina del libre albedrío, basada en la verdad que dice que la esencia del hombre está compuesta de materia espiritual, o inteligencia, independiente «para obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la ha colocado….He aquí, esto constituye el albedrío del hombre…» (D. y C. 93:30-31; cursiva agregada).
Como resultado de esta condición eterna, Elohím, cuando creó al hombre y lo puso sobre esta tierra, le dio su albedrío para que actuara por sí mismo. Ya que el libre albedrío se aplica en todas las facetas de esta vida, el Señor ha dicho lo siguiente con respecto a los asuntos temporales:
«Porque conviene que yo, el Señor, haga a todo hombre responsable, como mayordomo de las bendiciones terrenales que he dispuesto y preparado para mis criaturas. . .
Porque la tierra está llena, y hay suficiente y de sobra; sí, yo preparé todas las cosas, y he concedido a los hijos de los hombres que sean sus propios agentes.» (D. y C. 104:13, 17; cursiva agregada.)
Por lo tanto, podemos ver que todo está en su lugar para que si el hombre desea ocuparse de su salvación, tanto temporal como espiritual, pueda alcanzar los beneficios que le fueron prometidos si guardaba éste, su segundo estado. Esa autosuficiencia de la cual hablamos en la Iglesia nace de las verdades eternas que están en relación con los conceptos de la inteligencia y el libre albedrío. Por lo tanto, la autosuficiencia se convierte en una verdad que es fundamental en el plan del evangelio, según lo enseñan los profetas.
La autosuficiencia implica el desarrollo de talentos y habilidades individuales cuya aplicación sirve para sustentar nuestras propias necesidades; aún más, implica que una persona logrará dicho desarrollo mediante la autodisciplina y luego aplicará esas habilidades por medio de la templanza y la candad, no sólo para bendecir su vida sino también la de los demás. Hay muchos pasajes de las Escrituras cuyo tema central es el trabajo, honesto y esforzado, y en los que se aclara que esto es lo que el Señor espera de sus hijos cuando gozan de salud física y mental.
Por ejemplo, en el comienzo el Señor estableció que el trabajo es el medio por el cual el hombre puede ganarse el sustento, cuando dijo a Adán: «con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra» (Génesis 3:19).
Al pueblo de Israel le confirmó esa regla: «Seis días, trabajarás, y harás toda tu obra» (Éxodo 20:9).
En esta última dispensación, el Señor nuevamente ha dicho muy claramente al respecto:
«No serás ocioso, porque el ocioso no comerá el pan m vestirá la ropa del trabajador.» (D. y C. 42:42.)
«No habrá lugar en la iglesia para el ocioso, a no ser que se arrepienta y enmiende sus costumbres.» (D. y C. 75:29.)
A la luz de estos pasajes, ningún miembro debe desear ni voluntariamente delegar la responsabilidad de su sustento en otra persona. Más bien, por medio del trabajo, deberían todos de buscar gran satisfacción en el logro personal, y así serían más merecedores de recibir los frutos de su labor tanto materiales como espirituales. Aún más, tal como la entendemos, la autosuficiencia comprende por lo menos una responsabilidad más: la mayordomía individual. Abinadí nos dice que en los asuntos temporales todos serán «llevados a comparecer ante el tribunal de Dios, para ser juzgados por él según sus obras, ya fueren buenas o malas» (Mosíah 16:10).
Tal como una persona es responsable por sus elecciones y actos en los asuntos espirituales, de la misma manera lo es en los asuntos temporales. Si somos frugales y ahorramos, podremos salir más fácilmente de los problemas económicos; si gastamos más de lo que ganamos, entonces pagaremos las consecuencias de nuestros propios hechos cuando lleguen las cuentas. Si tratamos de aumentar nuestro conocimiento y desarrollar habilidades en nuestro campo de trabajo, estaremos seguros de que las oportunidades de mejores empleos y aumentos de salarios salarán a nuestro encuentro. Es por medio de nuestros propios escuerzos y decisiones que nos abrimos camino en esta vida. Aunque el Señor nos ayude, magnificando nuestras habilidades en maneras imperceptibles, sólo puede hacerlo cuando nosotros hacemos un esfuerzo de nuestra parte. Finalmente, nuestras propias acciones determinarán si recibimos o no las bendiciones, y puesto que somos responsables de nuestros actos, también lo somos de las consecuencias de éstos. Y a pesar de que no siempre podemos controlar el impacto ele nuestras acciones, éstas están sujetas a la ley de la cosecha que dice que «todo lo que el hombre sembrare, eso también segará» (Gálatas 6:7).
Me gustaría ahora explicar el segundo principio fundamental de la salvación temporal, el de la autosuficiencia familiar.
En la Iglesia, el concepto de autosuficiencia significa no sólo proveer para la familia sino también confiar en la propia familia para el desarrollo y el cuidado mutuos. La familia es la organización básica de la Iglesia, y no hay agencia ni institución que pueda m deba reemplazarla. La unidad familiar eterna se fundó por convenio sagrado y gobierno eterno del sacerdocio; como parte de ese convenio los esposos están obligados a proveer para sus familias. El Señor lo dijo con estas palabras:
«Las mujeres tienen derecho a recibir sostén de sus maridos, hasta que éstos mueran. . .
Todos los niños tienen derecho de recibir el sostén de sus padres hasta que sean mayores de edad.» (D. y C.: 83:2, 4.)
Del apóstol Pablo recibimos esta declaración:
«Porque si alguno no provee para los suyos, y mayormente para los de su casa, ha negado la fe, y es peor que un incrédulo.» (1 Timoteo 5:8.)
Junto a la responsabilidad que tenemos por nosotros mismos existe la gran bendición, la gran oportunidad de sostener amorosamente a una persona hasta que ésta abandone la vida mortal; este deber descansa sobre la familia, en los padres por sus hijos y en los hijos por sus padres. El mismo convenio que obliga a los padres a cuidar de sus hijos obliga a estos a cuidar de sus padres cuando ellos lo necesitan. El mandamiento «honra a tu padre y a tu madre» (Éxodo 20:12) se aplica también al actual pueblo de Israel, y es un requisito que se exige de todos los miembros fieles de la Iglesia.
Como consecuencia del principio de la autosuficiencia familiar, debemos darnos cuenta de que, generalmente, nadie tiene derecho de acudir a los recursos de la Iglesia para resolver sus propios problemas y necesidades temporales, hasta que su familia haya hecho todo lo que esté a su alcance para ayudarle. Esta es la doctrina que el Señor estableció cuando dijo:
«Y después de eso, pueden pedirlo a la iglesia, o en otras palabras, al depósito del Señor, si sus padres no tienen los medios para darles…» (D. y C. 83:50).
Este principio se aplica, sin excepción, a todos los miembros de la familia inmediata. Sin embargo, si queremos asemejamos más a Dios en nuestras acciones y deseos y recibir el Espíritu del Señor, veremos que estos mismos principios se aplican al resto de nuestros familiares, a aquellos a los que llamamos «parientes», o sea, el grupo de tíos, primos, sobrinos, etc., que se extiende a través de las ramas de nuestro árbol genealógico.
Si bien es cierto que la responsabilidad de ayudar a nuestros parientes no es tan grande como lo es con nuestra familia inmediata, debemos ser sabios y no perder nuestra recompensa, si es que nuestro corazón y mente comprenden y obedecen el significado de impartir de nuestros bienes «al pobre, cada cual según lo que tuviere, tal como alimentar al hambriento, vestir al desnudo, visitar al enfermo, y ministrar para su alivio, tanto espiritual como temporalmente, según sus necesidades» (Mosíah 4:26). Quizás podamos visualizar el resultado final de ese amor familiar en la vida de aquellos por quienes nos preocupamos y oramos, y que resultan bendecidos por motivo de nuestra ayuda. ¿Podemos imaginar el impacto de nuestra preocupación justa y amorosa por nuestros parientes, sea cual sea el grado de nuestro progreso espiritual? Muchas vidas cambiarían y habría más felicidad si tan solamente pudiéramos ayudar a que se cumpla la promesa de que «el amor nunca deja de ser» (1 Corintios 13:8).
Podríamos hacer mucho por nuestros hermanos y por aquellos que están necesitados entre nuestros parientes si tan sólo pudiéramos verlos como los ve el Señor.
«Y de nuevo os digo, estime cada hombre a su hermano como a sí mismo.
Porque, ¿quién de vosotros, si tiene doce hijos…»
Y yo agregaría: o hermanos, primos, o tíos, parientes divorciados o sin trabajo. . .
«y no hace acepción de ellos. . . dice… al otro: Vístete de harapos y siéntate allí, podrá luego mirarlos y decir soy justo?
He aquí, esto os lo he dado por parábola, y es como yo soy. Yo os digo: Sed uno; y si no sois uno, no sois míos.» (D. y C. 38:25-27.)
Quizás podríamos expresar mejor estas responsabilidades mutuas de la siguiente manera: La familia inmediata está obligada a ayudarse mutuamente; los parientes tienen la oportunidad de ayudarse unos a otros. Y cuando nuestra comprensión del amor cristiano madure, con gozo sacaremos provecho de las oportunidades de ayudar.
Teniendo en cuenta estos conceptos básicos de la salvación temporal, la autosuficiencia individual y la autosuficiencia familiar, es apropiado que examinemos la relación que tienen con el plan de bienestar de la Iglesia y el consejo de preparación personal y familiar. La necesidad actual de prepararnos en forma familiar así como personal es sumamente clara. Lo que no parece tan claro es hasta qué punto esperamos que las personas y las familias sean autosuficientes. La primera línea de defensa en contra de los problemas actuales debe ser la fiel observancia, por parte de cada uno de nosotros, a los consejos que hemos recibido. Esto significa que primero debemos solucionar nuestros propios problemas, como individuos, y luego recurrir a la familia. Es sólo después de descubrir que el problema o la necesidad excede a estos recursos, que podemos recurrir a la Iglesia a través del obispo.
Los obispos brindan asistencia dentro de pautas bien definidas.
Les hemos enseñado que los principios de autosuficiencia, tanto individual como familiar, forman parte del programa de los Servicios de Bienestar de la Iglesia. Por lo tanto, el hincapié que se hace al enseñar este tipo de preparación les guía cuando consideran cómo ayudar a las personas y a las familias de su barrio para que ellas se ayuden a sí mismas.
¿Qué puede esperar un obispo que una persona haga antes de acudir a él para pedir ayuda? Cuando acababa de implantarse el programa de bienestar, el presidente J. Reuben Clark, hijo, dio este consejo a aquellos que por su salud física y mental se esperan que sean autosuficientes:
«Vivid dentro de vuestros ingresos. Saldad las deudas y manteneos alejados de ellas. Ahorrad algo de dinero para tener en casos de emergencia. Desarrollad y practicad hábitos de ahorro, industriosidad, economía y sobriedad.» (En Conference Report, oct. de 1937, pág. 107.)
«Que cada jefe de familia se ocupe de tener suficiente alimento y ropa y, donde sea posible, combustible almacenado, por lo menos para un año . . .Que cada hombre que tenga lugar para un huerto, lo plante, y todo aquel que tenga un terreno, lo cultive.» (En Conference Report, ab. de 1937, pág. 26.)
Entonces, ¿qué significa estar preparado? Hace algunos años alguien me hizo una pregunta muy seria: «¿Cuál es el artículo más importante que debemos guardar en nuestro almacenamiento para un año?» Le respondí seriamente: «La rectitud».
Es muy importante que tengamos, tal como se nos ha aconsejado, un almacenamiento de alimentos, ropa y, donde sea posible, combustible para un año. También se nos ha aconsejado tener una reserva de dinero para cualquier emergencia y un buen seguro médico, uno para nuestra casa y uno de vida. Sin embargo, la preparación personal y familiar va más allá: Debe incluir la actitud apropiada, la disposición de renunciar a los lujos, la decisión de considerar seriamente los gastos más importantes y orar al respecto y de no gastar más de lo que se gana.
Lamentablemente las encuestas muestran que hay muchos entre nosotros que no están siguiendo este consejo, creyendo, evidentemente, que la Iglesia puede cuidar de nosotros y lo hará; sin embargo, la fuente de recursos más grande que un obispo tiene es la fortaleza de las personas y de las unidades familiares de su barrio, y es necesario recordar que están limitados por estas pautas. Se les ha instruido a que enseñen a los miembros de su barrio a vivir en forma prudente y acudir en primer lugar a sus recursos y a los de su familia. Una vez que se haya hecho esto y no se disponga de más ayuda, el obispo, a quien el Señor le ha dado la responsabilidad de determinar cómo puede la Iglesia ayudar a los miembros de su barrio, puede entonces hacer uso de los recursos de ésta.
Estos recursos incluyen algo más que alimentos, artículos de primera necesidad o fondos de las ofrendas de ayuno. Existe una gran cantidad de recursos al alcance del obispo, recursos que son más nutritivos que el alimento, más sólidos que la ropa y el combustible, y más duraderos que el dinero. Me refiero a los principios fundamentales del evangelio y su eficacia para ayudarnos en la solución de nuestros problemas espirituales y temporales. Al brindar ayuda a la manera del Señor, la primera responsabilidad del obispo es fortalecer a los santos, enseñándoles principios correctos, los que pueden poner en práctica en su propia vida para satisfacer muchos de sus deseos y necesidades. También puede acudir a los quórumes del Sacerdocio de Melquisedec en donde haya personas adecuadas para aconsejar, capacitar y ayudar a superar algunos problemas que parecen insolubles.
Por lo tanto, una de las primeras responsabilidades del obispo es enseñar el valor de la autosuficiencia individual y familiar. De hecho, como el pastor del Señor, debe enseñar cada principio del evangelio con el poder para edificar, sustentar, mantener, renovar, purificar, santificar, llenar y satisfacer todas nuestras necesidades y deseos justos. Él está para ayudar a aquellos que evalúan sus propias circunstancias, determinan sus propias metas y objetivos, trazan sus propios planes y soluciones a los problemas, para dirigir en forma segura su propio destino. El obispo no está para solucionar nuestros problemas; su papel principal es el de servir como consejero y confidente. Él nos ayudará para tratar cualquier necesidad inmediata y urgente; sin embargo, la extensión y medida de su ayuda dependerán de la que nosotros o nuestra familia ya hayamos brindado para solucionar el problema. Pero cuando la persona y la familia están buscando la solución para resolverlo, los recursos de la Iglesia se usan normalmente sólo para la ayuda temporal; como un puente, para salvar la distancia que hay entre el problema y la solución más cercana.
Además de la ayuda a los necesitados que existen entre nosotros, es importante recordar que todos necesitamos del programa de bienestar, y una de las razones fundamentales es que nuestro Padre Celestial está tratando de enseñarnos muchas importantes verdades eternas, una de las cuales es el amor y la caridad. Existe un crecimiento incalculable en el alma humana cuando sale de sí misma y se preocupa por otros. Puesto que la obra más importante de nuestro Padre Celestial es trabajar gustosamente por el avance y progreso de sus hijos, ¿cómo podemos pensar en recibir todo lo que Él tiene a menos que nos motive el mismo tipo de amor que El siente y, por lo tanto, lleguemos a ser verdaderamente sus hijos?
He intentado reafirmar ciertos principios fundamentales como: 1) La autosuficiencia individual es un principio eterno y vital de la salvación temporal; 2) la autosuficiencia familiar es también un principio vital de la salvación temporal y es la respuesta a muchos de los problemas temporales; 3) algunos miembros de la Iglesia necesitan volver a establecer el orden de prioridad en su vida, en algunos casos volver a examinar sus necesidades y renunciar a los «lujos», y hacer mejores arreglos para obtener sus artículos de primera necesidad; 4) los miembros necesitan comprender el papel del obispo en los Servicios de Bienestar de la Iglesia, el cual es que el se ciñe a ciertas pautas y administra la ayuda de la Iglesia bajo la inspiración divina dentro de aquellas paulas.
También ha sido mi intención la de alentar a cada Santo de los Últimos Días a revisar nuevamente sus planes de preparación personal y familiar y poner en práctica de inmediato los principios y prácticas que le asegurarán la autosuficiencia. Si tratamos estas verdades en nuestras reuniones familiares y hacemos planes para hacer lodo lo que este de nuestra parle a fin de vivir estos principios, todos gozaremos de la promesa del Señor: «,. . .si estáis preparados no temeréis» (D. y C. 38:30).
Lo más importante es que si vivimos de una manera recta, haciéndonos dignos de las bendiciones del
Señor, nos haremos merecedores de recibir la bendición de una promesa más grande:
«Y el que fuere mayordomo fiel, justo y sabio entrará en el gozo de su Señor y heredará la vida eterna.» (D. y C. 51:19.)
























