Sobrellevamos nuestras pruebas?

Junio de 1981

¿Sobrellevamos nuestras pruebas?

Por Steve Dunn Hanson

“Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria” (2 Co. 4:17)

Hace más de cien años, cuando mis tatarabuelos se unieron a la Iglesia en Suecia, para llegar a Salt Lake City tuvieron que hacer un viaje en barco, ir en tren desde Nueva York a Omaha y en carreta desde allí hasta el lugar de destino. Cuando subieron al tren en Nueva York, descubrieron que tenían que viajar en vagones en los que se había transportado cerdos, y que estaban sucios y llenos de piojos. Mi tatarabuela aceptó con resignación aquella situación que no podía cambiar; pero en cambio, su esposo, aunque hizo el viaje, se sintió terriblemente humillado: “¡Es increíble que nos traten igual que a los cerdos!”, se quejaba.

Ella estaba encinta; y cuando llegaron a Omaha, antes de empezar la larga jornada en carreta, mi tatarabuelo se mostró preocupado por lo que podría pasarles durante el viaje. El capitán de la caravana le aseguró que viajarían con ellos buenas parteras y que todo saldría bien; y así emprendieron el viaje.

Les nació un bebé sano en las llanuras de Nebraska, pero unos días más tarde, el hijito de tres años contrajo el cólera. Esa misma noche mi tatarabuelo fue a una de las carretas vecinas a pedir una vela prestada, pero le dijeron que no tenían suficientes; entonces se pasó toda la noche a oscuras echando chispas, con el cuerpecito febril y debilitado de su hijo en brazos. El niñito murió esa misma noche.

A la mañana siguiente, el capitán de la caravana les dijo, disculpándose, que se encontraban en territorio indio, que corrían peligro y que sólo tendrían tiempo para cavar una fosa no muy profunda y reunirse un momento antes de enterrar al niño. Mi tatarabuelo no se sintió satisfecho con esta decisión e insistió en quedarse a cavar una tumba más profunda para que los animales salvajes no pudieran desenterrar el cuerpo.

Todo ese día y parte de la noche trabajó fabricando un ataúd y cavando una fosa de un metro y medio de profundidad en el duro suelo. Cuando terminó, exhausto y sollozando, enterró a su hijo, y luego caminó toda la noche para alcanzar la caravana. Se sentía apenadísimo por la pérdida, furioso con el capitán de la caravana porque no había querido esperar, y enojado con Dios por permitir que muriera el niño. Cuando llegó, se desahogó con su esposa; y ella le dijo con ternura:

“Querido, no tenemos más remedio que aceptar las cosas como son. El bebito y yo estamos bien y gracias a Dios, los demás también; si llegamos al destino sin más problemas, tendremos que agradecerle a Dios. Nos hemos bautizado en la Iglesia Mormona porque creímos que era la única Iglesia verdadera, y yo todavía lo creo así. Nosotros no somos los únicos que estamos pasando dificultades y tristezas en este viaje.” (Tomado de la biografía de Hakan Hanson.)

Allí no terminaron sus problemas; sufrieron muchos más durante su vida. Pero aunque ambos pasaron por lo mismo, sus reacciones fueron muy diferentes. El poco a poco se aisló de los demás, y se volvió amargado, malhumorado y gruñón; dejó de ir a la Iglesia y criticaba a los líderes. Se dejó envolver por sus pesares y dificultades, y poco a poco perdió la luz de Cristo. Por otro lado, la fe de ella aumentó; cada nuevo problema parecía hacerla más fuerte. Su presencia alegraba a todos, y demostraba siempre amor, caridad y compasión; la vida familiar se centraba en ella, y todos la consideraban el cabeza del hogar.

He releído muchas veces esta historia de mis tatarabuelos, y muchas veces he meditado acerca de la forma opuesta en que cada uno de ellos enfrentó sus desgracias. Al encontrarme yo mismo con dificultades, también he estudiado las Escrituras para poder comprender el porqué de la adversidad. Al principio lo que estudié me pareció muy confuso; en algunos casos, las desgracias aparecen como castigo después de haber tomado decisiones incorrectas o haber obrado mal. Sin embargo, existen tantos o más ejemplos de personas buenas que han tenido que sufrir mucho, como los hay de personas malas.

He sacado tres conclusiones: que desobedecer a Dios trae consecuencias desagradables; que a veces el Señor nos deja, luchar con problemas que nos permitirán vencer algunas de nuestras debilidades; y también que muchas de las dificultades que sufrimos en esta vida son simplemente una consecuencia natural de vivir en un mundo “telestial” en lugar de estar en una esfera celestial. Es natural que nuestros cuerpos tan humanos, la gente que nos rodea, y el conocimiento y sabiduría que poseemos, también humanos, nos acarreen problemas y frustraciones.

Lo más importante que he llegado a descubrir es que lo principal es ser capaces de vivir en este mundo telestial y a la vez tener atributos celestiales. Jesucristo, quien nos sirve de ejemplo, le dijo al profeta José Smith acerca de las tribulaciones;

“Entiende, hijo mío, que todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien.

El Hijo del Hombre se ha sometido a todas ellas. ¿Eres tú mayor que él?” (D. y C. 122:7-8.)

Al igual que mi tatarabuela, yo estoy esforzándome por preocuparme menos por encontrar una explicación a las dificultades que tengo y más por la forma en que voy a reaccionar ante ellas: Cómo voy a actuar, qué puedo aprender, y cómo puedo aprovechar la oportunidad para ser mejor cristiano. De mí depende, exclusivamente, el que busque excusas para defenderme o enfrente la situación, el que me dé por vencido o siga delante, me convierta en un amargado o deje que mi alma se llene de compasión. Aquello que escoja me ayudará a determinar hasta qué punto me estoy acercando a la forma de vida del Salvador.

El apóstol Pablo comprendía bien la relación que existe entre la adversidad y la exaltación:

“Estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros, mas no desesperados;

perseguidos, mas no desamparados; derribados, pero no destruidos…

Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria.” (2 Co. 4:8-9, 17.)

Y aunque nuestras adversidades a veces no parecen ser ni livianas ni momentáneas, si seguimos el ejemplo de Cristo, podemos damos cuenta de que no sólo aumentan nuestra habilidad y deseo de superarlas, sino que también nos ayudan a progresar como corresponde. Cada uno de los problemas que se nos presentan puede llevamos un paso más cerca de nuestro Padre Celestial, siempre y cuando tengamos la actitud correcta para enfrentarlo.

Mark E. PetersenPuesto que somos hijos de Dios, debemos conducimos como tales. Debemos mantener el honor y la dignidad que de nosotros exige la relación que tenemos con el Todopoderoso.

Élder Mark E. Petersen

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