Junio de 1980
Una luz al mundo
Por el obispo Victor L. Brown
Obispo Presidente
Una de las experiencias más inspiradoras y que más satisfacción me brinda es cuando conozco a jóvenes y señoritas que ciertamente han llegado a conocerse a sí mismos, aquellos que deciden qué clase de persona llegarán a ser y después despliegan el valor necesario para elevarse por encima de las presiones de la sociedad y ser la clase de hijos de Dios que a Él le complace tener. El llegar a conocer jóvenes de esta naturaleza fortalece mi testimonio y aumenta mi confianza y fe en el futuro.
Una vez, conocí a un marinero que era miembro de la tripulación de un submarino atómico anclado en Escocia; él era el único miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días en esa tripulación. El submarino salía en largos viajes que duraban varias semanas. Cuando en su primer viaje se le asignó a este joven su cabina, se encontró con que los otros miembros de la tripulación habían cubierto las paredes con fotografías sensuales de mujeres con escasa indumentaria; esto lo ofendió y decidió quitar todas las fotografías y destruirlas. Aunque sabía la posible reacción que tendrían sus compañeros, aún así tuvo el valor para hacer lo que pensó era lo debido; jamás se volvió a colgar una fotografía de esa naturaleza en su cabina. Más aún, en el primer viaje comenzó a enseñar una clase de la Escuela Dominical a la cual asistían dos o tres personas. Hablando en términos generales, aprendió una importante lección: Que otros sienten respeto por aquel que tiene el valor de hacer lo correcto según sus convicciones.
En otra ocasión, conocí a un jovencito de catorce años de edad, un campeón en el juego del tenis. Había ganado el campeonato de todos los torneos en una zona que incluía varios estados, llegando a las semifinales de uno muy importante que se llevaría a cabo en una ciudad distante. Al llegar al lugar donde se efectuaría el torneo, se dio cuenta de que su partido estaba programado para el día domingo. Se dirigió a los encargados y les dijo que él no jugaba al tenis los domingos; ellos le indicaron que si deseaba participar en el torneo, tendría que jugar ese día, a lo cual él respondió que no lo haría, aunque sabía que así perdería el partido por no haberse presentado. Pero sucedió que debido a la lluvia, los partidos del domingo tuvieron que suspenderse, y el joven jugó el lunes y ganó.
Junto con los demás finalistas se dirigió en ómnibus a otra ciudad para competir en los partidos finales del campeonato de toda la región de la costa Este de los Estados Unidos. Llegaron a su destino el domingo; y el entrenador les indicó que tan pronto como les fuera posible, fueran a las canchas de tenis para practicar. El jovencito no se presentó en las canchas; y al darse cuenta de ello, el entrenador le preguntó la razón por la cual no estaba practicando. Él le respondió: “No juego ni practico los domingos porque soy mormón”.
Me supongo que lo que más deseaba era ganar el campeonato, y, sin embargo, había tomado la determinación de observar fielmente el día de reposo, pues para él esto era más importante que ser campeón de tenis. Como se puede observar, este joven se conocía bien, tenía el valor y la integridad de vivir de acuerdo con los principios que se le habían enseñado, y tomó sus decisiones sin dar importancia a las presiones sociales.
En una ocasión, la presidenta de una clase de Laureles determinó que iba a cumplir fielmente con su responsabilidad de activar a una de las jovencitas, aunque las directoras pensaran que su trabajo iba a ser en vano; el obispo le había dicho que por problemas en el hogar y por otras razones, había muy pocas posibilidades de que ella pudiera asistir a las reuniones; las otras chicas de la clase se burlaron de ella cuando supieron que una de sus metas como presidenta era la de reactivar a aquella joven. Aún así, tomó la determinación de ser amigable con ella; y con la ayuda de una vecina, comenzaron a saludarla cada vez que la veían y a conversar con ella durante algunos minutos. Después, empezaron a buscar motivos para visitarla; se dieron cuenta de que había sido seleccionada como miembro de una de las asociaciones de estudiantes más importantes de la escuela a la cual asistía. La presidenta de la clase de las Laureles le escribió una notita y le envió una flor para felicitarla. Durante unos tres o cuatro meses las dos jovencitas continuaron en sus esfuerzos. Por fin, un domingo, ella aceptó su invitación de asistir a la Escuela Dominical; la próxima semana también asistió y además decidió ir a la reunión de las Mujeres Jóvenes, El valor y la fe de la presidenta de Laureles influyó para que otra chica de su edad diera los primeros pasos para reactivarse en la Iglesia.
La fe, el valor y la sabiduría son también características que sobresalen en la vida de otra mujer de un país extranjero. Los logros que había obtenido en su profesión eran extraordinarios; ya era un poco mayor de lo que se considera normalmente la edad casadera, pero desde jovencita había tomado la decisión de que si le llegaba la oportunidad de contraer matrimonio, lo haría solamente en el templo. En la ciudad donde esta mujer residía, eran contados los hombres solteros que había en la Iglesia. Un día conoció a un hombre que no era miembro de la Iglesia; ambos se enamoraron e iniciaron el noviazgo, y él propuso matrimonio; sin embargo, ella le dijo que jamás se casaría a menos que fuera en el recinto sagrado del templo. Él estuvo de acuerdo en escuchar las lecciones de los misioneros, se convirtió y fue bautizado. Esperaron un año, durante el cual los dos se conservaron limpios y dignos de sellar su matrimonio en el templo. La vi el día de la boda y no creo haber visto a otra novia más feliz y hermosa que ella. Años atrás había tomado la determinación de ser digna de recibir las bendiciones eternas, y en el día de su boda comprendió el gozo de haber alcanzado la meta más importante e imperecedera, a pesar de todos los obstáculos que parecían imposibles de vencer.
El mundo en el cual vivimos es confuso, con contradicciones en todas partes, y afortunadas son aquellas personas, ya sean jóvenes o entradas en años, que tienen un propósito y una guía en su vida.
Estos que he mencionado son sólo algunos ejemplos de lo que los jóvenes pueden hacer cuando comprenden cuál es su propósito en esta vida. Literalmente se convierten entonces en un faro que alumbra a todos los que los rodean. Ruego y espero que cada joven Santo de los Últimos Días estudie y ore a fin de obtener un testimonio del evangelio y de su verdadera relación con el Salvador. Cuando esto se lleve a cabo, la juventud de la Iglesia se convertirá en una influencia más poderosa y positiva en el mundo, y al mismo tiempo obtendrá la paz interna que solo puede venir de nuestro Padre Celestial, la “paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento” (Filipenses 4:7).
La autodisciplina es esencial para ayudarnos a tomar las decisiones correctas. Es mucho más fácil flotar a la deriva arrastrados por la corriente, que tener que remar; es más fácil dejarse deslizar colina abajo, que verse forzado a trepar.
Presidente N. Eldon Tanner

























exelente ayuda ..muchas gracias
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