Julio de 1981
Una promesa gloriosa
Por el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia
El Señor ha dicho: «Si me amas, me servirás y guardarás todos mis mandamientos» (D. y C. 42:29).
El profeta José Smith señaló:
«No podemos guardar todos los mandamientos sin antes conocerlos: y no podemos pretender conocerlos todos, o más de lo que actualmente sabemos, a menos que cumplamos o guardemos aquellos que ya hemos recibido.» (History of the Church, 5:535.)
Cuando el Señor organizó su Iglesia en 1830, comenzó a dar varias revelaciones sobre las cuales estableció la ley de la Iglesia, la ley por la cual esta se gobernaría.
Creo que es de gran provecho para nosotros darnos cuenta de que el Evangelio de Jesucristo no se encuentra sólo en la Biblia. Aceptamos las doctrinas que se enseñan en ella como la palabra de Dios y las consideramos como tal siempre que no hayan sido cambiadas por las traducciones; sin embargo, las enseñanzas del evangelio que aparecen en la Biblia son solo una parte de las que el Señor y sus profetas nos dejaron en dispensaciones pasadas.
En cada dispensación desde los días de Adán hasta los días del profeta José Smith, el Señor ha vuelto a revelar los principios del evangelio. De modo que, mientras los registros de dispensaciones pasadas testifican de las verdades del evangelio, siempre que no hayan sido alterados, en cada dispensación se han revelado suficientes verdades para guiar al pueblo de esa dispensación, aunque no se contará con los registros del pasado.
De ninguna manera quisiera desacreditar los registros que tenemos de las verdades reveladas por el Señor en dispensaciones anteriores. Lo que sí deseo es dejar grabado en nuestras mentes que el evangelio, tal como fue revelado al profeta José Smith, es completo y sus palabras vienen directamente del cielo para esta dispensación. El evangelio en la forma en que se le revelo al profeta José Smith es suficiente para enseñarnos los principios de vida eterna. Los mandamientos que hemos recibido en esta dispensación por medio de los profetas de estos tiempos y con los cuales debemos gobernamos son la verdad revelada.
Consideremos algunos:
«Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, alma, mente y fuerza; y en el nombre de Jesucristo lo servirás.» (D. y C. 59:5.)
«Honrad a vuestro padre y a vuestra madre para que vuestros días sean largos en la tierra que el Señor vuestro Dios os dé.» (1 Ne. 17:55.) Honrar a los padres es agradar y honrar a Dios.
«Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (D. y C. 59:6.)
«No serás ocioso; porque el ocioso no comerá el pan m vestirá la ropa del trabajador.» (D. y C. 42:42.)
Por lo tanto estamos bajo el mandamiento de ser industriosos y trabajadores, un pueblo sobrio. El Señor también nos dice:
«Y ahora, he aquí, hablo a la Iglesia. No matarás; y el que matare no tendrá perdón en este mundo ni en el venidero.» (D. y C. 42:18.)
Es evidente la sabiduría que encierra este mandamiento.
En otra declaración el Señor agrega esta frase, «ni harás ninguna cosa semejante» (D, y C. 50:6), lo cual me sugiere que existen otras transgresiones que no se especifican, parecidas al asesinato, que traen como consecuencia un castigo similar.
«No hurtarás; el que hurtare y no se arrepienta, será expulsado.» (D. y C. 42:20.)
Esto significa que el ladrón que no se arrepienta debe ser expulsado de la Iglesia, o sea, se le debe privar de su condición de miembro.
Las estadísticas dicen que la violación al mandamiento de no hurtar es el delito que tiene más alto porcentaje que todos los demás delitos en conjunto.
Existen incontables maneras de hurtar. Verdaderamente afortunados son aquellos quienes, a través de una vida justa y del don de discernimiento, pueden distinguir claramente entre la honestidad y la deshonestidad.
«No mentirás; el que mienta y no se arrepienta, será expulsado.» (D.
«Amarás a tu esposa con todo tu corazón.» (D. y C. 42:22.)
«No cometerás adulterio; y el que cometa adulterio y no se arrepienta será expulsado.» (D. y C. 42:24.)
Este mandamiento, dado también a Moisés con los Diez Mandamientos (Ex. 20:14), se repite en esta dispensación para que no haya duda en cuanto a la obligación que descansa sobre el pueblo de la Iglesia en estos días.
La persona que viola este mandamiento sufre una pérdida, superada solamente por la herida que sufre aquel que mata. Con la pérdida del Espíritu de Dios, que siempre es una de las consecuencias del adulterio, viene una disminución del poder para escoger entre lo bueno y lo malo. La mentira, la pérdida del autor respeto, y la deslealtad son los compañeros del adulterio. Si seriamente estamos interesados en tener éxito en cualquier cosa que emprendamos, debemos evitar cualquier tipo de inmoralidad tal como evitaríamos una plaga.
«No hablarás mal de tu prójimo.» (D. y C. 42:27.)
«Te acordarás de los pobres.» (D. y C. 42:30.)
«Viviréis juntos en amor.» (D. y C. 42:45.)
«No codiciarás la mujer de tu prójimo.» (D. y C. 19:25.)
Existen muchos más, y sería de provecho para nosotros estudiar las Escrituras y ser conscientes de nuestras responsabilidades.
Algunas de estas normas son las mismas que el Señor dio a los hijos de Israel en los Diez Mandamientos; sin embargo, volvió a dárnoslos otra vez en esta dispensación. Por lo tanto quedamos sin excusa; no podemos decir que no están en vigencia.
Para concluir, os desafío a vivir el espíritu y la letra de los mandamientos del Señor, su código divino prescrito para una vida de éxito. Al hacerlo, no sólo tendremos el éxito temporal sino también aquello que tiene un valor infinitamente más grande: paz, gozo y felicidad eternos.
«Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el máximo de todos los dones de Dios.» (D. y C. 14:7.)
Esta es una gloriosa promesa.
























