Creemos en ser castos

Creemos en ser Castos

Marion G. RomneyPor el presidente Marion G. Romney
Segundo Consejero en la Primera Presidencia

Recordaréis las enseñanzas de Alma a su hijo Coriantón, en las que expresó que la impureza sexual es una de las ofensas más graves a la vista de Dios, siendo las más graves de todas el asesinato y el negar al Espíritu Santo. (Véase Alma 39:5.) Recordaréis también estas palabras de la primera epístola de Pablo a los corintios:

“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?

Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él. . (1 Corintios 3:16-17.)

Hace algunos años la Primera Presidencia dijo a la juventud de la Iglesia que era preferible morir puro que vivir indignamente.

Recuerdo la forma en que mi padre me recalcó el concepto de la gravedad de la impureza. Ambos estábamos esperando el tren en la estación ferroviaria de Rexburg, Idaho, en las primeras horas de la mañana del 12 de noviembre de 1920. Se oyó el silbato del tren. Tres minutos más y yo estaría camino a Australia para cumplir una misión. En ese corto intervalo mi padre me dijo, entre otras cosas: “Hijo, te vas lejos del hogar paterno; pero tu madre, yo y tus hermanos estaremos contigo constantemente con nuestros pensamientos y oraciones; nos regocijaremos contigo en tus éxitos y nos acongojaremos con tus desilusiones. Cuando seas relevado y regreses, nos sentiremos contentos de estrecharte en nuestros brazos y darte la bienvenida al círculo familiar. Pero recuerda esto, hijo mío: preferiríamos venir a esta estación y retirar tu cuerpo en un ataúd antes que verte venir a casa impuro por haber perdido tu virtud.”

Pensé en sus palabras en ese momento, aun cuando no llegué a entenderlas plenamente como las entendía mi padre; pero aún así las recordaba siempre que me veía tentado. Ahora las entiendo mejor, y pienso respecto a mis hijos y nietos tal como mi padre pensaba respecto a mí.

No puedo imaginar bendiciones más deseadas que las prometidas a los virtuosos y puros. Jesús habló de recompensas definidas dadas por distintas virtudes. Pero reservó la más grande para los de corazón puro, “porque”, dijo, “verán a Dios” (Mateo 5:8). Y no solamente lo verán sino que se sentirán cómodos en su presencia. Aquí tenemos su promesa:

“Que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios.” (D. y C. 121:45.)

Las recompensas de la virtud y las consecuencias de la impureza se ven claramente ilustradas en la vida de José y David. José, aunque era un esclavo en Egipto, resistió una gran tentación, y como recompensa recibió las mayores bendiciones de entre todos los hijos de Jacob, y vino a ser progenitor de las dos tribus favorecidas de Israel. Muchas personas se sienten orgullosas de ser contadas entre su posteridad.

Por otra parte, David, aunque altamente favorecido del Señor al punto de que se le menciona como hombre conforme al corazón de Dios (véase Hechos 13:22), cedió a la tentación y su impureza lo llevó al asesinato. ¿Y cuáles fueron las consecuencias? Así como Lucifer, él también cayó, perdiendo su familia y la exaltación. (Véase D. y C. 132:39.)

Ha sido siempre así y así será siempre: la ley de la retribución es de tal naturaleza que no se puede desobedecer el séptimo mandamiento sin ser castigado.

“No cometerás adulterio.” (Éxodo 20:13.) En la ley de Moisés, el castigo por la desobediencia a este mandamiento era la muerte. Y aun en la actualidad, a pesar de que en la corrupta, liberalidad de esta generación la violación de la ley de castidad es tolerada sin castigo, bajo la ley divina siempre ha sido y será un pecado que destruye el alma. Su penalidad, que se ejecuta por sí misma, es la muerte espiritual. Ningún adúltero impenitente honra su llamamiento en el sacerdocio (véase D. y C. 84:33); y, como decía el presidente J. Reuben Clark, hijo, “el Señor no ha hecho diferencia. . . entre el adulterio y la fornicación”. (En Conference Report, oct. de 1949, pág. 194.) Ni, diré yo, ha hecho diferencia entre el adulterio y la perversión sexual.

Me he enterado de que entre algunas personas la enseñanza de la pureza sexual se considera fuera de moda y que la promiscuidad y otras prácticas sexuales degeneradas son aprobadas, y en algunos casos fomentadas. No os dejéis engañar por tal razonamiento satánico, pues en verdad, éste viene del maligno.

El presidente Clark, en un discurso dado en la conferencia de octubre de 1938, dijo:

“La castidad es fundamental para nuestra vida y civilización. Si la raza se vuelve impura, perecerá. La inmoralidad ha sido el hecho principal que condujo a la destrucción de naciones poderosas del pasado; y llevará al polvo a naciones poderosas del presente. . .

Jóvenes, permitidme exhortaros a ser castos. Por favor, creedme cuando os digo que la castidad vale más que la vida misma. Esta es la doctrina que me enseñaron mis padres, y es verdadera. Mejor es morir casto que vivir sin castidad, ya que la salvación de vuestras almas está en juego.” (En Conference Report, oct. de 1938, págs. 137-138.)

Y bien, mis queridos amigos, sé que no hay nada nuevo en lo que he dicho. Estos principios no pasan de moda, porque son verdaderos. De esto testifico.

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