El poder del ejemplo

Mayo de 1982
El poder del ejemplo
por el presidente N. Eldon Tanner

N. Eldon TannerÚltimamente, como en muchas otras ocasiones en el pasado, he notado que cada vez que en las noticias se menciona a un Santo de los Últimos Días, ya sea porque ha sido nombrado para ocupar una posición gubernamental o por haber quebrantado la ley, generalmente se indica su afiliación mormona. Otras denominaciones religiosas muy rara vez reciben tal distinción, lo cual considero un honor, ya que deja en evidencia que el mundo cada vez se da mayor cuenta de quiénes somos realmente y, por lo tanto, espera más de nosotros:

El ejemplo que demos al mundo determinará en gran parte el que ganemos amigos o enemigos. Es de suma importancia que cada uno de nosotros viva de acuerdo con las normas de la Iglesia, se adhiera a los preceptos del evangelio y guarde los mandamientos de nuestro Señor y Salvador Jesucristo,’ los cuales se nos han definido tan claramente.

Es siempre conmovedor leer los hermosos relatos de lo que se puede llegar a alcanzar por medio del poder del buen ejemplo. Hace poco tiempo leí una historia que me gustaría repetir. Un hombre que no es miembro de la Iglesia relata una experiencia que tuvo cuando trabajaba hace diez años en un almacén, como asistente del gerente. Debido a la naturaleza del trabajo era necesario que se diera empleo a estudiantes de 16 a 18 años para que trabajaran en el turno de la noche. Él dijo:

“No puedo precisar en qué circunstancias le di empleo a la primera jovencita mormona que entró a trabajar en el negocio. Tendría unos 16 o 17 años, y aunque ni siquiera puedo recordar su nombre, nunca podré olvidar su ejemplo. La caracterizaba una honradez casi sin igual, siempre estaba dispuesta a prestar sus servicios y su apariencia personal no podía ser mejor. Creo que estas palabras no pueden describirla en la forma que yo quisiera. Comparándola con otros jóvenes, ella en verdad era sobresaliente.” Poco tiempo después, el mismo hombre empleó a una amiga de esta joven y se dio cuenta de que ella también era una empleada ejemplar. Ambas eran amigables, y tenían una actitud servicial, tanto para con sus compañeros de trabajo como para con los clientes.

“Pronto quise darles empleo a todas sus amigas mormonas, pues, en mi opinión, individual y colectivamente eran las mejores personas que hasta el momento habían trabajado allí. Sus acciones nunca me desilusionaron y siempre probaron que eran dignas de confianza. Nadie podría desear tener mejores empleadas y compañeras de trabajo.”

Una noche él quiso comprar una pizza para la cena, pero debido a la cantidad de trabajo que tenía, le fue imposible salir del almacén, así que una de estas jovencitas mormonas se ofreció para ir a comprarla. Cuando regresó, se enteró de que la jovencita había tenido un pequeño accidente con el automóvil. En vista de que había ido a hacerle un favor, él ofreció pagar los gastos por los daños ocasionados; mas ella rehusó diciendo que ésa era su responsabilidad. Este señor dijo: “Nunca creí que jóvenes de esa edad pudieran tener esa clase de carácter. Jamás podré olvidarlas”.

Hace poco tiempo este hombre conoció, por medio de su hijo, a unos misioneros de la Iglesia, recibió algunas charlas y asistió a las reuniones dominicales. Al expresar sus comentarios sobre lo que pensaba de los mormones, dijo: “Me he dado cuenta de que lo que admiraba en esas jovencitas hace diez años lo encuentro también en los mormones adultos que he conocido. Me gusta la importancia que dan a la familia y a la vez pienso que es el grupo de personas más felices que he conocido”.

¡Qué hermoso sería si todos pudiésemos dar esa clase de ejemplo y causar tal impresión en todos los que conocemos!

En otro artículo muy reciente que trataba de una conversión, aparecía este título: “El ejemplo es el factor vital de la conversión”. A menudo oímos de conversiones que se han efectuado por medio del ejemplo de algunos de nuestros miembros; pero pensad en el impacto que causaríamos si todos viviéramos de tal manera que llegáramos a influir en otras personas por medio de nuestro ejemplo.

Somos afortunados por tener el Evangelio de Jesucristo y comprender lo que puede significar en nuestra vida si nos preparamos para vivir eternamente en la presencia de Dios. El mundo no comprende el significado de la vida eterna, de manera que tenemos la oportunidad y la responsabilidad de enseñar a todas las naciones este glorioso principio. Cuán bendecida es la criatura que vive en un hogar donde los padres tienen el conocimiento y testimonio del evangelio, viven de acuerdo con esos principios, y reconocen la responsabilidad que tienen de enseñar a sus hijos a hacer aquello que les dé gozo duradero, felicidad y éxito, y les ayude a prepararse para la inmortalidad y la vida eterna. El Señor ha dicho:

“Y además, si hay padres que tienen hijos en Sión o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñan a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, al llegar a la edad de ocho años, el pecado será sobre la cabeza de los padres.

Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor.” (D. y C. 68:25, 28.)

No existe responsabilidad, privilegio o bendición mayores que los de ser padres dignos. Desde el momento en que tuve conciencia, he estado agradecido a mi Padre Celestial por haber nacido “de buenos padres” (1 Nefi 1:1) quienes me enseñaron que, así como yo era su hijo mortal, también era un hijo espiritual de Dios, y que tanto El cómo mis padres esperaban que llevara una vida digna de ellos. Me dieron el ejemplo a medida que trataban de vivir de acuerdo con las enseñanzas del evangelio; fueron honrados, honorables y rectos en todos los aspectos de la vida y esperaban lo mismo de mí. Yo sabía que tenían la convicción de la veracidad del evangelio, y deseaban y estaban dispuestos a guardar todos los mandamientos.

Nunca desearon que hiciera algo que ellos no estuvieran preparados para hacer, pero siempre esperaron que yo hiciera lo que era correcto, que anduviera rectamente delante del Señor y viviera de forma tal que todos mis amigos y aquellos con quienes me relacionara confiaran en mí. Me enseñaron a mantenerme moralmente limpio, a guardar el día de reposo, a cumplir con la Palabra de Sabiduría, a pagar el diezmo y las ofrendas y a orar constantemente teniendo la seguridad de que mi Padre Celestial estaría ahí para escucharme y contestar mis oraciones, además de fortalecerme y guiarme cuando yo lo necesitara. Siempre supe que podía depender de ellos en todas las cosas, pues eran justos en su trato conmigo y con sus semejantes. Cuán afortunado es el hijo que tiene padres así y puede ir con toda confianza a hablarles de sus problemas.

Mi padre, que durante los años en que yo poseía el Sacerdocio Aarónico, además era mi obispo y también mi mejor amigo, me enseñó a honrar el sacerdocio. Siempre hizo hincapié en la importancia de este poder y en la autoridad para actuar en el nombre de Jesucristo, el único ejemplo perfecto que debemos seguir. Si podemos aprender a sentir el gran amor que Él tiene por nosotros y a recordar que murió para redimirnos de nuestros pecados, siempre estaremos deseosos de vivir de la forma en que Él nos enseñó.

Ya sea que estemos trabajando, jugando, estudiando o cumpliendo con nuestros deberes espirituales, nuestro buen ejemplo puede influenciar en la vida de aquellos con quienes nos relacionamos. Nunca debemos avergonzarnos del Evangelio de Jesucristo o de pertenecer a su Iglesia, sino que debemos ser valientes en la defensa de la verdad y estar dispuestos a soportar la persecución que se desate en contra de nosotros por motivo de nuestra fe. En esto también podemos ser ejemplos. Recordemos las palabras del Salvador:

“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.

Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo.

Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mateo 5:10-12.)

Hoy día tenemos que enfrentarnos a nuevas amenazas, nuevos cometidos, huevos métodos de comunicación, y mayores oportunidades de las que hemos tenido en el pasado, antes de que lleguemos a ser una luz sobre un cerro. Recordemos nuevamente la admonición dada por el Salvador en el Sermón del Monte:

“Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder.

Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa.

Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos.” (Mateo 5:14-16.)

En una ocasión en que la niebla era muy densa en Londres, un joven-citó caminaba llevando en su mano una linterna encendida. De repente surgió una voz de la obscuridad que dijo:

—Guíame hasta el hotel y te daré un chelín.

—Con mucho gusto, señor.

De manera que el muchacho, sosteniendo la linterna para que el extraño pudiera ver, lo guio hasta el hotel. Al llegar, no sólo uno sino cuatro hombres extendieron la mano para darle un chelín al jovencito. Los otros tres habían visto la luz y sin decir palabra la habían seguido. De la misma manera sucede con cualquiera que muestre el camino hacia la verdad y la luz.

Por medio de nuestro ejemplo, podemos iluminar todo un mundo de obscuridad.

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