En tiempos de transición

26 de septiembre de 1981
En tiempos de transición
Por la hermana Barbara B. Smith
Presidenta General de la Sociedad de Socorro

Barbara B. SmithHace poco, cuando mi esposo y yo regresábamos a nuestra casa situada en una de las colinas que rodean el valle, nos dimos cuenta de que no había luz eléctrica en todo el vecindario. Estábamos por llegar a nuestra casa cuando vimos que uno de nuestros vecinitos, un niño de unos ocho años de edad, corría a nuestro encuentro trayendo una lámpara.

Él había notado que regresábamos a casa en la obscuridad y corría para ofrecernos su lámpara. “Tenemos otra en nuestra casa”, nos dijo; “pueden quedarse con ésta todo el tiempo que la necesiten.”

Me impresionó mucho el interés del pequeño; tenía una luz y estaba deseoso de compartirla. Realmente quería ayudarnos y estaba preparado para hacerlo en el momento en que lo necesitábamos.

En los días que siguieron, pensé mucho en ese niño, en su deseo de ayudar, y en lo feliz y deseoso que estaba de compartir su luz.

Para mí lo que él hizo representa el mensaje fundamental del Evangelio de Jesucristo y también el lema de la Sociedad de Socorro:

“El amor nunca deja de ser”.

Primero, mi pequeño amigo estaba preparado; él y su familia tenían una lámpara que les sirvió de ayuda cuando desapareció temporalmente la fuente principal de luz.

Debemos pensar seriamente en la amonestación que se nos dio de estar preparadas. Recordemos la parábola de las diez vírgenes, que tomando sus lámparas, salieron para recibir al esposo.

“Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas.

Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas.”

Y cuando llegó el esposo, “las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta.” (Véase Mateo 25:1-10.)

Debemos tener la sabiduría para preparamos adquiriendo un conocimiento de la verdad y viviendo como personas íntegras, a fin de que podamos ser dignos discípulos de Cristo. Entonces, con El en el centro de nuestra vida, podremos desarrollar cualidades cristianas que nos harán personas dignas de alcanzar la exaltación; recibiremos mayor fortaleza y aumentaremos nuestra capacidad de amar; y mejorará nuestra disposición ese amor de tal manera que estaremos preparadas en tiempo de necesidad.

Segundo, mi pequeño amigo se interesó lo suficiente en nosotros como para notar que teníamos una necesidad. En la obscuridad, corrió hacia nosotros y sostuvo la luz en alto para que ésta iluminara nuestro camino.

Jesús, por medio de sus penetrantes parábolas, nos instruyó para que sigamos ese mismo consejo:

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí.” (Mateo 25:35-36.)

Él nos dice claramente que debemos interesarnos lo suficiente para dar de nosotros y así satisfacer las necesidades físicas y espirituales de aquellos que nos rodean. Si lo hacemos, estaremos obrando caritativamente y comenzará a florecer en nosotros el amor puro de Cristo.

Hace poco escuché a una joven madre que dirigía la palabra en una reunión de la Sociedad de Socorro y que dijo que estaba perdiendo la vista. Expresó gratitud hacia todos aquellos que se habían prestado para leerle, para llevarla al médico y también hacia otra hermana que le estaba enseñando a tocar el piano. Las hermanas de la Sociedad de Socorro, por medio de sus hechos de bondad, le han ofrecido su luz y la han ayudado a mitigar el miedo en esos momentos tan difíciles de transición del mundo conocido a un mundo de tinieblas.

Todas tenemos que enfrentarnos a cambios angustiosos, llenos de trastornos, pero que serán diferentes para cada una de nosotras; en algunos casos, pueden ser enfermedades serias o permanentes; en otros, podría ser la muerte de un ser amado; y en otros, el que la mujer llegue a la conclusión de que probablemente nunca se casará en esta vida; el divorcio; un matrimonio sin hijos; el casamiento del hijo menor; la vida civil después de haber estado bajo una disciplina militar; el cambio de una mujer joven a la Sociedad de Socorro; de estudios secundarios a los universitarios; una mudanza a otra ciudad, etc.

Cada una de estas circunstancias necesita un modelo particular de adaptación y requiere el desarrollo de nuevas y diferentes maneras para ajustarse a un estilo de vida que se ha alterado y puede ser doloroso. Tales cambios son los que hacen que esos viejos modelos de comportamiento ya no sean apropiados o adecuados.

Debemos preparamos constantemente para enfrentar nuevos cambios y, además, estar listas para ayudar con toda buena voluntad a aquellos que nos necesiten en tiempos de aflicción. La Sociedad de Socorro debe ser una luz para las hermanas que están pasando por épocas de transición. Las oficiales, maestras y miembros deben interesarse sistemáticamente por las tensiones y aflicciones que provocan los cambios que afectan a nuestras hermanas.

Una hermana que recientemente quedó viuda siempre había sentido gran satisfacción haciendo cosas por los demás; sin embargo, aunque le costaba pedir ayuda para ella misma, sabiamente se propuso hacerlo porque comprendió que de ese modo podía beneficiar a otras personas. También tenía la suficiente fe para saber que, a su vez, podría ayudar a los demás cuando mejorara la situación.

Una joven recién relevada de la vida sumamente disciplinada de la misión todavía siente el deseo de convertir a todo el mundo; sin embargo, dice: “Tengo que aprender a enfrentar la realidad y a poner las cosas en orden de prioridad en este nuevo ambiente, aunque todavía no me sienta a gusto en actividades como salir con jóvenes, nadar o leer una novela”.

Durante una conferencia para miembros de la Iglesia solteros, una mujer compartió conmigo la terrible realidad de haberse divorciado después de veinte años de matrimonio. Me dijo: “No puede ni imaginarse todo el valor que necesité para entrar en ese salón lleno de personas solteras, comprendiendo que ahora soy una de ellas. No puedo ni empezar a describir lo difícil que es”.

¿Realmente podemos entender lo que otros sufren? Tal vez no, pero aún así podemos aprender detalles muy importantes acerca de las transiciones que en estos tiempos tan difíciles nos pueden ayudar a comprender mejor nuestros problemas y los de los demás.

  1. Una transición o cambio puede ser una oportunidad para el desarrollo espiritual, físico, intelectual y psicológico. El camino es nuevo y en ocasiones difícil. Se necesita bastante valor y algunas veces el apoyo de otras personas para hacer de esa transición una oportunidad para desarrollarse.
  2. En tiempos de transición, nuestra habilidad para adaptarnos a los cambios no se ve tan afectada por los traumas de la infancia, como por la estabilidad que exista en la relación que tenemos con otras personas. Así pues, una relación positiva, continua, donde existe el apoyo nuestro, es en nuestra vida una fuente muy valiosa de recursos en tiempos de dificultades.
  3. Al tratar de adaptarnos, no es la transición en sí lo más importante, sino más bien la forma en que ésta se adapte a las circunstancias individuales en el momento en que ocurra. Las adaptaciones qué cada persona tenga que llevar a cabo serán diferentes, porque somos diferentes, aunque la crisis sea o parezca ser la misma.
  4. A menudo hay una cierta desorientación en épocas de transición, pero la adaptación es más rápida y segura cuando se cuenta con el apoyo de amigos y relaciones.

¿Comenzáis a entender cuán importante es la hermandad de la Sociedad de Socorro?

La fe y los amigos leales hacen que sea posible lograr una buena transición. Ambos elementos existían en el caso de la viuda que solicitó ayuda, en el de la recién divorciada que necesitaba valor para enfrentar su situación, como así también en el de la joven que acababa de salir del campo misional y debía adaptarse a un nuevo estilo de vida, y en el de la joven madre que debía adaptarse a su inesperada ceguera.

Cuando empezamos a comprender la infinidad de transiciones que pueden afectar nuestra vida, también nos damos cuenta de que éstas pueden intensificarse y aumentar con los cambios que se producen en nuestra compleja sociedad.

Como mujeres de la Sociedad de Socorro, ¿qué podemos hacer nosotras?

Se nos puede requerir que ocupemos el lugar de la familia para muchas mujeres, que formemos parte de ese círculo de amistades constantes que les darán apoyo y que es tan necesario cuando una mujer siente flaquear sus propias fuerzas.

Podemos ser más sensitivas a las necesidades de nuestro prójimo y aumentan nuestra capacidad para servir, aunque para eso tengamos que olvidamos de nuestras propias preocupaciones.

Podemos desarrollar una actitud de amor e interés por los demás recordando nuestro cometido cristiano de perdonar y obrar con gentileza y bondad. Podemos promover entre las personas la misma buena voluntad proclamada cuando el nacimiento del Salvador, y también podemos alentarlas a apelar a nuestro Padre Celestial fervientemente y en forma personal en procura de la paz y fuerza que necesitan para hacer frente a la adversidad.

Pero, ni siquiera la voluntad más grandiosa puede ayudarnos a llegar a todas las hermanas, asegurándonos que ninguna se nos pasará inadvertida. Debemos tener un programa, y lo tenemos: La Sociedad de Socorro, que se organizó con este propósito. Durante una de las primeras reuniones que se efectuaron en Nauvoo, Lucy Mack Smith declaro:

“Esta institución es muy buena. . . Debemos apreciamos y velar por las demás, consolamos mutuamente y obtener instrucción.” (Actas de la Sociedad de Socorro de Nauvoo, 17 de marzo de 1842, en History of Relief Society, 1842-1966, pág. 20.)

Existen casos en los cuales la Sociedad de Socorro sirve de gran ayuda sin siquiera saberlo nosotras.

Me contaron el caso de una maestra visitante que, mostrando una actitud de preocupación por los demás, envió tarjetas de Navidad a las hermanas que visitaba. Cuando fue a la reunión de preparación, la encargada de las maestras visitantes les pidió que enviaran tarjetas de Navidad a las hermanas que visitaran, pero que incluyeran en cada tarjeta unas líneas de saludo.

La maestra visitante en cuestión se quedó un poco confusa; ella ya había enviado las tarjetas, pero no había hecho más que firmar su nombre debajo del mensaje impreso. Después de pensarlo se decidió a enviar otra en la que incluía una nota personal.

Cuando visitó en enero a las hermanas que tenía asignadas, primero fue a la casa de una que estaba inactiva. Al entrar se fijó en que ya habían guardado todos los adornos de Navidad, pero que sobre una pequeña mesa había una tarjeta. Era la que ella le había enviado con la nota. Esta hermana le explicó que no había guardado la tarjeta porque quería mostrar a sus amigas que no eran miembros de la Iglesia que se interesan los unos por los otros.

Cuando la maestra visitante regresó al mes siguiente, la casa estaba muy ordenada, los muebles muy limpios y la tarjeta todavía en el mismo lugar. Al tercer mes, la tarjeta seguía allí, y así fue por mucho tiempo.

Hasta tener esa experiencia, la maestra visitante no se había dado cuenta de que esa hermana inactiva necesitaba que alguien le demostrara interés, pero por medio de ella aprendió el gran valor que tienen las pequeñas muestras de bondad.

Al cumplir con un cargo en la Sociedad de Socorro, una hermana puede comprender más a los demás, puede aprender la manera de cuidar de sus semejantes, quizás mientras ayuda a los que se encuentran en esa transición tan difícil que es pasar de la inactividad a una participación completa. Cada puesto en la Sociedad de Socorro no sólo debe ayudar a la hermana a servir, sino también a progresar hacia las metas que se haya fijado en la vida, a que se fortalezcan ella misma, su familia y sus relaciones en la sociedad, conforme desarrolla atributos divinos.

Cada clase a la que asista en la Sociedad de Socorro le servirá para comprender un principio del evangelio, en qué consiste, en qué forma puede aplicarlo en su vida y cómo puede ayudarla a servir a sus semejantes.

Las mini clases durante la reunión de Ciencia del Hogar deben ser algo más que la enseñanza técnica de una habilidad, puesto que se diseñaron para fomentar una forma altruista de emplear nuestras habilidades.

Uno de los intereses principales de la Sociedad de Socorro hoy en día es llegar a todas las mujeres jóvenes conforme éstas asumen el papel más importante en su vida, y asistirlas para qué entiendan el sin fin de oportunidades que una mujer tiene en la Iglesia. Vosotras, las que servís a estas mujeres jóvenes en la Sociedad, no subestiméis su capacidad, su habilidad, su deseo y voluntad de participar en las responsabilidades y deberes de la Sociedad de Socorro. A menudo su disposición espiritual y la vitalidad y frescura de sus percepciones intelectuales superan su madurez física. Incluidlas; enseñadles; aprended de ellas.

Queridas jóvenes, sabemos que la Sociedad de Socorro se ha fortalecido a causa de vuestras contribuciones. ¿Permitiréis que nuestra organización os sirva de ayuda para enfrentar con mayor confianza y visión los problemas que os presenta la vida?

No olvidemos tampoco la transición a la época de la vejez. Las estadísticas indican que cada vez habrá más mujeres viudas, pues una mayoría vivirá hasta alcanzar una edad que hasta hace una generación hubiera parecido extraordinaria. La vejez puede ser un período agradable, una época en la que se cumplen nuestros sueños, o puede ser un período de frustración.

Me dolió mucho escuchar el relato de una presidenta de la Sociedad de Socorro, quien llamó a la hija de una hermana anciana que era miembro de su barrio y le dijo: “Su madre ha prestado muchos años de servicio en el barrio, pero ahora ya está muy anciana, y si usted desea que ella asista a las reuniones, tendrá que asumir la responsabilidad de llevarla y traerla. Nosotros no lo haremos”.

La Sociedad de Socorro debe responder a hermanas ancianas como ésta teniendo en cuenta los impedimentos físicos que muy a menudo acompañan a la edad avanzada, y determinar en qué forma puede serles de ayuda. Deberíamos sentirnos felices y deseosas de poder ayudar a nuestras hermanas ancianas. Su soledad puede ser tan dolo-rosa como una enfermedad, y su aislamiento una prisión de la cual les parezca que no pueden escapar. Para muchas, su compañero constante es un sentimiento negativo que les hace pensar que no valen nada y sólo causan problemas. Tenemos la responsabilidad de incluirlas y la gran oportunidad de aprender de ellas.

La Sociedad de Socorro cuenta con una red práctica de comunicación para asegurarse de que ninguna hermana, ya sea joven o anciana, quede relegada al olvido. Maestras visitantes, os ruego que llevéis el espíritu de nuestra sociedad a todos los hogares; preocupaos por los que están solos, asistid a los enfermos y compartid la luz del evangelio en un mundo lleno de lobreguez. El poeta escocés James Thomson (1700-1748) dijo:

“La luz es el manto resplandeciente de la naturaleza, sin cuya bella investidura todo estaría envuelto en las tinieblas.” (En The New Dictionary of Thoughts, comp. por Tryon Edwards, Standard Book Co., 1961, pág. 363.)

Ayudad a desvanecer esas tinieblas; traed la luz de la verdad. Hacedlo por medio de vuestros sentidos y razonamiento, y lo más importante, por medio del Espíritu. No importa quiénes seáis, o la forma en que actualmente estéis viviendo, la luz de la verdad espera a los que la busquen, y una vez que la encuentren, iluminará la vida de los hijos de Dios.

En tiempos de transición, y a menudo cuando ocurren grandes cataclismos espirituales, es más fácil para la persona quedar paralizada por el pesar, que recibir la luz del Espíritu.

Por esta razón es necesario que las encontremos para compartir con ellas la luz del evangelio; ésta debe ser la resolución que anide en el corazón de cada hermana.

En el drama Winterset, del crítico y dramaturgo norteamericano Maxwell Anderson (1888-1959), uno de los personajes dijo: “En medio de la obscuridad vine aquí en busca de luz, y huyendo del amanecer tropecé con la mañana”.

Deseo que cada una de vosotras se prepare para dar su luz, aun en las épocas más oscuras de vuestra propia vida, para que también vosotras tropecéis con una hermosa mañana. Recordad el convenio que hicisteis al bautizaros, como dice en el libro de Mosíah, cuando Alma pregunta si estamos “dispuestos a llevar las cargas de unos y otros para que sean ligeras;

sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y a ser testigos de Dios a todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar. . . (Mosíah 18:8-9.)

Este pasaje ilustra hermosamente el papel que debemos asumir como mujeres de la Iglesia y como hermanas de la Sociedad de Socorro que se ayudan mutuamente durante los períodos de transición, porque nos habla del cometido que tenemos al servicio compasivo, y de entendimiento e interés sinceros, y que deben extenderse hacia todas las personas.

Que seamos lo suficientemente sabias para permitir que nuestra luz alumbre y nuestro amor se extienda hasta encontrarnos iluminadas y llenas de ese amor que nunca deja de ser (véase 1 Cor. 1:8). Lo ruego humildemente en el nombre de Jesucristo. Amén.

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