Joven, formas parte de una generación selecta

Junio de 1982
Joven, formas parte de una generación selecta
Presidente Spencer W. Kimball

Spencer W. KimballYa debe ser obvio para ti que vives en una época de perplejidad y problemas; pero también en una época de grandes oportunidades.

¡Joven, amado joven, que mundo maravilloso éste en el que vives! ¡Qué oportunidades tan gloriosas son las tuyas!

A lo largo de la primera década de, tu vida hubo días de gozo, de felicidad, días sin preocupaciones. Tus padres y familiares te protegían, te enseñaban y alimentaban, te vestían y amparaban; mas ahora, en la segunda década de tu vida mortal, ya no ejercen tanto control sobre tu existencia. Poco a poco vas desarrollando tu personalidad, tomando cada vez más decisiones propias. Tu creciente maduración trae consigo una vital responsabilidad. Las decisiones más trascendentales de tu vida entera se encuentran ya a tu vista: decisiones que pueden descubrir para tu porvenir gloriosos senderos de progreso, o meterte en funestos callejones sin salida.

Otros te pueden aconsejar con respecto a tus decisiones, pero eres tú el que las debe tomar y cumplir con ellas. El libre albedrío te da el derecho de escoger, pero no te protegerá del sufrimiento y la privación que son el resultado de una mala decisión. Una vez puestos tus pies sobre el camino de la vida, no te será fácil volver atrás, especialmente si muchos otros se encuentran viajando en el mismo sendero y si éste va en descenso.

Tu vida te pertenece, para desarrollarla o destruirla. Poco podrás culpar a los demás, más a ti mismo casi totalmente, si no resulta productiva, ideal, plena y abundante. Otros te pueden ayudar o estorbar, pero la responsabilidad es tuya, y puedes hacer de tu vida algo noble, mediocre o totalmente malogrado.

Yo me crié en una tierra seca. Allí parecía que la escasa lluvia casi nunca bastaba para llevarnos a través del período de maduración de las cosechas hasta la sazón; insuficiente agua para repartir entre millares de sedientas hectáreas, insuficiente para regar toda la labranza.

Aprendimos a orar pidiendo lluvia; siempre suplicábamos por lluvia.

Cuando yo aún era de tierna edad, sabía que las plantas no podían vivir sin agua. Sabía cómo enganchar la vieja yegua a la “lagartija” (así le llamábamos al tronco bifurcado en el cual se colocaba un barril) e ir al “arroyo grande”, el Canal Unión, que quedaba a una cuadra de nuestra casa; con un balde sacaba agua de la pequeña corriente o de las charcas y llenaba el barril, y luego el animal lo arrastraba a la casa para que pudiera yo regar las rosas, las violetas, las demás flores, los arbustos y los jóvenes arbolitos. El agua nos parecía como oro líquido y, por tanto, los depósitos de agua se convirtieron en una parte importante de mi vida.

En nuestra época también existe la necesidad de depósitos para hacer diferentes reservas: para reservas de agua; algunos para almacenar alimentos, tal como hacemos en el programa familiar de bienestar; otros, como los graneros edificados por José en la tierra de Egipto para almacenar lo reunido en los siete años de abundancia, a fin de que los sostuviera durante los siete años de sequía y hambre.

Pero también debe haber reservas de conocimiento para satisfacer las necesidades futuras, reservas de valentía para sobreponerse a las inundaciones de miedo que traen consigo la incertidumbre, almacenamiento de fortaleza física para ayudarnos a combatir las frecuentes contaminaciones e infecciones, reservas de fe que nos mantengan firmes y fuertes cuando nos abruma lo mundanal. Cuando las tentaciones del mundo degenerado en que vivimos debilitan nuestra energía, consumen nuestra vitalidad espiritual, y buscan rebajamos al nivel de lo profano, nos hace falta una reserva de fe que sirva para llevar a los jóvenes a través de los exasperantes años de la adolescencia y de los problemas de la madurez; fe para guiamos en los momentos de aburrimiento, de dificultades, de terror, a través del desánimo y, la desilusión, de los años de adversidad, privación, confusión y frustración.

¿Qué debemos hacer para abastecer nuestras reservas?

Como parte de una generación profundamente observadora de Santos de los Últimos Días, ya debe ser obvio para ti que vives en una época llena de perplejidad y problemas; pero también es una época de grandes oportunidades.

Estoy agradecido de que tú y todos nosotros tengamos el Evangelio de Jesucristo para guiarnos, para que puedas tener una estructura de comprensión en la cual sepas hacer encajar los sucesos y circunstancias que presenciarás durante tu vida. Las Escrituras ponen de manifiesto que en esta dispensación nuestros líderes políticos no nos pueden asegurar que habrá paz entre las naciones; pero a nosotros, los miembros de la Iglesia, se nos da la fórmula para gozar de paz personal, para lograr conocer la serenidad en el alma, ¡aun cuando no haya paz exterior!

Ya estarás acostumbrado a escuchar decir a los que hemos tenido más experiencia en la vida que es importante quedarse en el sendero estrecho y angosto. Te repetimos una y otra vez muchas de las mismas cosas, pero si reflexionas sobre el porqué de esa repetición, pronto descubrirás que los precipicios que se encuentran a ambas partes del sendero nunca cambian, nunca se tornan menos peligrosos; la condición empinada de aquel sendero no varía.

Los líderes de la Iglesia no podemos ofrecerte, cada vez que te enseñamos, una ruta nueva o más atractiva que te vuelva a la presencia de nuestro Padre Celestial. La ruta sigue siendo la misma. Por lo tanto, es necesario alentarte continuamente con respecto a las mismas cosas, y repetirte las advertencias. Pero la repetición nunca hace menos importante o real la verdad.

“La gloria de Dios es la inteligencia, o en otras palabras, luz y verdad.” (D. y C. 93:36.)

Así declara una revelación moderna, y “. . . conocimiento puro. . . ennoblecerá grandemente el alma. . .” (D. y C. 121:42).

Leemos también: “Es imposible que el hombre se salve en la ignorancia” (D. y C. 131:6). Esto frecuentemente es mal entendido.

Sin esforzarse en buscar el significado verdadero, muchos jóvenes sacan precipitados una conclusión y se lanzan sin preparación, siguiendo el tráfico sin mapas que indiquen el camino, y terminan desilusionados.

¿En qué tipo de conocimiento reside el poder? y ¿cuál es el poder que se deriva del conocimiento? Analicemos este gran principio. En la correcta secuencia viene primero el conocimiento de Dios y su programa, que nos conduce a la vida eterna; segundo, viene el conocimiento de las cosas temporales que también es muy importante. El Creador mismo nos indica la secuencia correcta y define el orden:

“Más buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.” (Mateo 6:33.)

Y por medio de José Smith el Señor nos dice:

“Esto es vidas eternas: Conocer al único Dios sabio y verdadero, y a Jesucristo a quien él ha enviado. Yo soy él. Recibid, pues, mi ley.” (D. y C. 132:24.)

Ahora bien, es en esta vida mortal cuando debemos prepararnos para comparecer ante Dios, lo cual es nuestra responsabilidad primordial. Habiendo ya obtenido nuestro cuerpo, que viene a ser el tabernáculo permanente para nuestro espíritu por todas las eternidades, debemos ahora capacitar nuestro cuerpo, nuestra mente, y nuestro espíritu; Primordial, pues, en importancia es el utilizar esta vida para perfeccionarnos, para subyugar la carne —el cuerpo— a la voluntad del espíritu, para vencer toda debilidad, para controlarnos de tal manera a nosotros mismos que seamos capaces de dar dirección a otros, y para realizar todas las ordenanzas necesarias. En segundo lugar viene la preparación para subyugar la tierra y todos los elementos.

Se nos da este período de pocos años (la vida) en el cual debemos aprender de Dios, llegar a ser maestros de nuestro propio destino; además de esta vida tenemos las eternidades para aprender de la tierra y las cosas que se hallan en ella, y para acumular conocimiento secular que nos servirá en el progreso hacia el estado de dioses que es nuestro destino.

Pedro y Juan poseían poco conocimiento en cuanto a cosas seculares y se les denominó “hombres sin letras” (véase Hechos 4:13). Pero Pedro y Juan conocían las verdades trascendentales de la vida: que Dios existe y que el Señor crucificado y resucitado es el Hijo de Dios. Conocían el sendero que conduce a la vida eterna. Todo esto lo aprendieron en unas pocas décadas de su vida mortal. Esta exaltación significaba para ellos que alcanzarían la condición de dioses y la creación de mundos con progenie eterna, para lo cual necesitarían, con el tiempo, un conocimiento total de las ciencias. Pero este hecho se les escapa a muchos: Pedro y Juan sólo tenían décadas para aprender y cumplir con lo espiritual, pero ya han tenido aproximadamente diecinueve siglos para aprender lo secular, o sea, la geología de la tierra, la zoología y fisiología y la psicología de las criaturas terrenales, La mortalidad es el período en el cual se debe aprender primero todo lo referente a Dios y el evangelio y realizar las ordenanzas, y sólo después aprender lo que se pueda de las cosas seculares. He aquí los “incultos” Pedro y Juan como herederos de la exaltación.

Un científico altamente capacitado, que también sea un hombre perfeccionado, puede crear un mundo y poblarlo; pero un científico disipado, incrédulo e impenitente nunca llegará a ser tal creador, ni siquiera en las eternidades.

El conocimiento secular, no obstante su importancia, nunca puede salvar a nadie ni abrir el reino celestial, ni crear un mundo, ni convertir a un hombre en un dios; pero sí puede ser de gran ayuda para aquel que, habiendo ordenado su vida según sus prioridades, ha encontrado el camino a la vida eterna y puede utilizar todo conocimiento para servirle de herramienta y de siervo.

En una oportunidad escuché una petición impresionante de una hermana de la Mutual. Quizás fuera el planteamiento que hizo, o tal vez fuera mi propia actitud en esa ocasión; pero nos dio una conmovedora prédica sobre la lectura de las Escrituras y el hacer que de ese modo formen parte integral de nosotros; entonces interrumpió su disertación para preguntar a aquella congregación mixta —éramos más o menos mil personas—: “¿Cuántos de ustedes han leído toda la Biblia?”

Creo que en esa oportunidad tenía yo unos catorce años. Un acusador sentimiento de culpabilidad me sobrevino. Ya para aquel entonces había yo leído muchos libros, las tiras cómicas de los periódicos, y libros superficiales, pero mi corazón acusador me dijo: “Spencer Kimball, tú nunca has leído ese sagrado libro; ¿por qué?” Miré alrededor a la congregación para averiguar si era el único que había cometido la falta de no haberlo leído. De las mil personas, habría quizás media docena que con orgullo levantaron la mano. Yo me encogí en mi asiento sin siquiera pensar en los otros que tampoco lo habían hecho; sólo tenía una profunda acusación para mí mismo. Allí sentado, hecho un ovillo, no condenaba a nadie, sólo a mi insignificante “yo”.

No sé en qué pensaban las otras personas o qué estaban haciendo; no escuché más del sermón; éste había va logrado su propósito. Se terminó la reunión. Yo busqué la gran puerta de salida y me fui corriendo a casa, que quedaba a sólo una cuadra de la capilla, mientras repetía para mis adentros: “¡Lo haré! ¡Lo haré! ¡Lo haré!” Entré por la puerta de atrás y fui al estante de la cocina donde guardábamos las lámparas de queroseno; seleccioné una que estaba llena y tenía la mecha bien pareja. Luego subí las escaleras que llevaban a mi cuarto en el desván. Allí abrí mi Biblia y comencé con el libro de Génesis, el primer capítulo, y el primer versículo. Me quedé leyendo hasta muy avanzada la noche; leí de Adán y Eva, de Caín y Abel, de Enoc, Noé y del diluvio, aun hasta Abraham. El aprender todo lo referente a Dios debe incluir, por supuesto, la parte todavía más difícil: El llegar a perfeccionarse. No sólo es necesario que evites el adulterio, sino también que te protejas de cualquier pensamiento o acción que pudiera conducirte a tan terrible pecado. Necesario es no sólo estar Ubre de deseos de venganza y represalia, sino ser capaz de volver la otra mejilla, ir la segunda milla y dar tanto la túnica como la capa. (Véase Mateo 5:39-41.) Debes no sólo amar a tus amigos, sino también a tus enemigos y a aquellos que te ultrajen; debes orar por ellos y amarlos de verdad. Este es el camino a la perfección. No sólo debes estar por encima del hurto y la ratería, sino que debes ser honrado en pensamiento y acción en todos los muchos aspectos en los que el justificarse permite la deshonestidad: los informes incorrectos, el defraudar con tiempo, dinero, o trabajo, y toda costumbre deshonrosa o dudosa. No sólo debes abandonar la adoración de ídolos de madera, piedra y metal, sino que debes adorar diligentemente al Dios viviente, en la forma correcta. En esto consiste el camino estrecho y angosto.

Ahora, ¿me permites ofrecerte un consejo? Desarrolla la autodisciplina para que tengas que afrontar cada vez menos la necesidad de tomar una y otra vez una decisión al enfrentarte con la misma tentación repetidas veces. ¡Para algunas cosas es necesario decidir una sola vez!

Qué bendición tan grande el estar libre de dudas agonizantes con respecto a una tentación que surge repetidamente. El seguir teniéndolas es un desperdicio de tiempo y resulta muy peligroso.

Te será necesario decidir una sola vez con respecto a algunas cosas que querrás realizar, como, por ejemplo, el cumplir una misión regular y vivir de tal manera que puedas casarte en el templo; y luego todas las otras decisiones relacionadas con estas metas resultarán correctas. De otra manera, cada situación será peligrosa y cada descuido puede conducirte al fracaso. Hay algunas cosas que hacemos los Santos de los Últimos Días y otras que sencillamente no hacemos. ¡Cuanto más pronto tomes la determinación tanto mayor será tu grandeza espiritual!

Desde mi niñez había escuchado historias de la Palabra de Sabiduría acerca del té, el café, el tabaco, etc. Todas las semanas, en la Escuela Dominical y la Primaria, cantaba junto con los otros niños:

Si salud quieren guardar,
Y sus vidas alargar,
té, café y el tabaco odiarán;
alcohol no tomarán,
poca carne comerán,
pues así contentos siempre estarán.
(Himnos, 167; Canta conmigo, B-24.)

Lo cantábamos una y otra vez hasta que se convirtió en una parte fundamental de mi vocabulario y de mi repertorio de canciones, pero más especialmente en una parte fundamental de mi pian de vida. De vez en cuando algún discursante respetado decía que nunca había probado esas cosas prohibidas contra las cuales cantábamos, y entonces tomé la decisión: Nunca, nunca probaría ninguna de esas cosas contra las que los profetas predicaron. Esa decisión fue firme e inalterable y nunca me desvié.

En 1937, mi esposa y yo viajábamos por Europa. En Francia asistimos a un banquete de la Convención Internacional del Club Rotario. En el enorme comedor había centenares de personas. Los mozos caminaban entre las mesas. Para cada comensal, además de la mantelería de lino, los numerosos cubiertos de plata y los elegantes platos, había siete vasos para los diferentes vinos. Allí nadie me observaba. La tentación me dio un suave codazo: ¿Tomaré o, por lo menos, probaré?

Ninguno de los que se preocupan por mí lo sabrá. He aquí una verdadera tentación. ¿Pruebo o no?

Entonces me asaltó el pensamiento: Pero yo, de muchacho, resolví firmemente que jamás tocaría esas substancias prohibidas. Y ya había vivido la tercera parte de un siglo, firme y resuelto.

Recuerda, oh joven del noble patrimonio, que “la maldad nunca fue felicidad”. (Véase Alma 41:10.) Los inicuos pueden aparentar ser felices y pueden buscar persuadir a otros a participar con ellos en tal vida, porque los desdichados buscan tener compañía en su desgracia. Pero nunca verás un pecador feliz. Aun el descontento de las personas buenas se basa en las imperfecciones que puedan tener.

Un testigo casual, al observar a una persona inicua, podría pensar que tiene éxito y que es feliz, y superficialmente puede parecer así. Pero el pecado grave produce un profundo vacío en la vida de una persona. Quizás por eso parece que los pecadores se esforzaran por continuar su manera de vivir como medio de engañarse en una falsa seguridad y tratar de llenar el vacío. Cuando se ve una vida llena de desesperanza, allí se encontrará una transgresión. Podemos sentir compasión para con tales personas, ¡pero es un error y una ingenuidad envidiarlas!

El familiarizarse con los patriarcas y profetas de antaño y su fidelidad frente a la opresión, las tentaciones y la persecución fortalece la determinación de un joven. A través de todas las Escrituras se representan casi toda debilidad y toda virtud del hombre, y para cada una se han registrado castigos y recompensas. Sólo un insensato no aprendería a vivir debidamente por medio de tal lectura. El Señor ha dicho:

“Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí.” (Juan 5:39.)

Él es el mismo Señor y Maestro en cuya vida encontramos todas las cualidades de la virtud, todas las que deberíamos desarrollar en nuestra propia vida.

¿Puedes encontrar, en todas las Sagradas Escrituras, un lugar donde el Señor Jesús faltara en algo a su Iglesia? ¿Puedes encontrar un pasaje de Escritura que diga que El engañó a su gente, a sus vecinos, amigos o compañeros? ¿Se mantuvo fiel? ¿Fue constante? ¿Existe algo de bueno o digno que El no diera o enseñara? Eso, pues, es lo que nosotros esperamos: lo que El espera de un esposo, de todos los esposos; de una esposa, de todas las esposas; de una joven, de todas las jóvenes; de un muchacho, de todos los muchachos.

Quisiera darte otra palabra de consejo al organizar tu plan de vida. Para lograr cumplir con las obligaciones dadas a esta generación, será necesario que evites el egoísmo. Una de las tendencias que la mayoría de las personas tienen que vencer es la del egoísmo. Todo lo que puedas lograr ahora, en tu juventud, cuando aún eres flexible, para ser menos egoísta y más altruista, resultará una contribución duradera para la calidad de tu vida a lo largo de los años y en la eternidad por venir. Serás un esposo o esposa mejor, mejor madre o padre, si puedes eliminar de tu carácter esa inclinación. Para tus hijos, a quienes todavía no conoces, es de gran importancia que triunfes sobre el egoísmo.

En esto, como en todo, tenemos el ejemplo del Salvador crucificado. Cuando expió los pecados del género humano, lo hizo sin que nadie lo obligara a ello; era un acto de amor que lograría para todos el don de la inmortalidad que El ya poseía. El suyo fue un acto supremo de generosidad.

Recordarás haber leído en 3 Nefi acerca de la visita del Cristo resucitado al continente americano. Después de bendecir a los niños lloró dos veces y también dijo: “Y ahora, he aquí, es completo mi gozo” (3 Nefi 17:20).

Podemos experimentar gozo genuino sólo cuando nos sacrificamos en causas justas tales como la de edificar el reino, causas que en cierto sentido son más grandes que nosotros mismos. La persona que busca el placer tiende a ser egoísta, mientras que el verdadero gozo siempre se comparte con otras personas.

Ahora es el momento para que fijes las metas de tu vida. Ahora es el momento de establecerte firmemente normas de comportamiento de las que luego puedas asirte para toda tu existencia.

Alguien dijo lo siguiente:

“Todo favorece a aquellos que tienen un destino especial; es así que alcanzan la gloria por medio de algún impulso invencible y el mandato de su sino.”

Veo en ti, mi joven amigo, la ascendente generación de Santos de los Últimos Días que conocerá mejor las Escrituras que las generaciones anteriores de jóvenes mormones. Durante toda tu vida puedes ser un estudioso de las Escrituras. Veo en ti una generación ascendente de jóvenes Santos de los Últimos Días que estará más dispuesta a llevar a cabo la obra misional (tanto antes como después de su misión regular) que las generaciones anteriores. Hablando colectivamente, tu generación verá, aún más claramente que las de tus antecesores, cuán importante es llevar el evangelio al prójimo. Tu generación no se avergonzará del Evangelio de Jesucristo ni de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

Veo en ti una generación de jóvenes Santos de los Últimos Días cuyo corazón se volverá a sus antepasados como nunca lo habían hecho otros. Desarrollarás un interés natural en la investigación genealógica y en la obra del templo, excediendo los niveles de interés de tus padres y abuelos, con respecto a esto, en su juventud.

Veo en ti una generación de jóvenes Santos de los Últimos Días que aprovechará las experiencias de liderazgo adquiridas en la Iglesia, en la Primaria, en el programa de los Hombres Jóvenes y las Mujeres Jóvenes, en la Escuela Dominical, en la Sociedad de Socorro y en los quórumes del sacerdocio. Luego la gente prudente del mundo te buscará porque necesitará jóvenes hombres y mujeres competentes y de integridad. Tú llevarás contigo tus creencias, así como tus habilidades, tu capacidad y tu integridad.

Veo en ti a jóvenes Santos de los Últimos Días con un testimonio más desarrollado para sus años, que los de las generaciones anteriores.

Recuerda, amado joven, recuerda que mientras los remos temporales de los hombres se vienen abajo, el reino de Dios permanece firme y sin temblar. Cuando la influencia de los que son mundanos sea acallada por la muerte, los fieles y valientes que han cumplido con todos los requisitos seguirán progresando gloriosos en majestad y poder. No existe ningún otro camino.

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