No basta con la intención

Mayo de 1982
No basta con la intención
Élder Rex C. Reeve
Del Primer Quorum de los Setenta

Rex C. ReeveEra una mañana de otoño en el estado de Wyoming. Las majestuosas montañas Tetón que se elevaban hacia el cielo azul se reflejaban delicadamente en las aguas del lago Jackson. Era por cierto una hermosa parada de descanso antes de empezar la gran aventura de recorrer en canoa 158 kilómetros del borrascoso río Snake (Serpiente), que para hacer honor a su nombre serpentea entre montañas cubiertas de espesos bosques y llenas de animales de todas clases; pocos caminos hay allí y uno que otro angosto sendero.

Reinaba la agitación y los corazones parecían palpitar más rápidamente que lo acostumbrado mientras los diecinueve líderes de los scouts con sus hijos de dieciséis años esperaban a la orilla del río, en la localidad de Moran, para comenzar la aventura del viaje en canoa por el río Snake.

Dos curtidos jóvenes de diecinueve años, altos y con gran experiencia en el río, serían nuestros guías; uno iría a la cabeza de las canoas y el otro siguiéndonos al final. Todos escuchábamos con gran atención las instrucciones y los consejos tratando de no perder detalle. Se podía notar cierto aire de temor al prevenirnos sobre los remolinos, advirtiéndonos que con sus corrientes en círculos podían hacer naufragar una canoa con sus ocupantes. También nos dieron instrucciones sobre la forma de navegar en los lugares de aguas muy turbulentas. La instrucción principal fue: “Pase lo que pase, no hagan nada que pueda desequilibrar la canoa y hacer que se vuelque”. Nos decidimos —y ésa era nuestra verdadera intención— a hacer todo lo que los guías nos habían enseñado. Remaríamos uniformemente a cada lado e iríamos arrodillados en la canoa durante todo el viaje para así poder movernos libremente, manteniendo al mismo tiempo el equilibrio de la embarcación.

Como líder responsable del grupo, me sentía con algunas dudas al escuchar al guía darnos instrucciones sobre las precauciones que debíamos tomar. Recordé las noticias que había escuchado hacía pocos días sobre un padre que se había caído de su canoa mientras pasaban por los rápidos, y, golpeándose la cabeza contra las rocas, había perecido ahogado antes de que pudieran rescatarlo, aun cuando llevaba colocado correctamente su chaleco salvavidas.

Con gracia y soltura el guía se deslizó en su canoa por el río sin hacer mucho esfuerzo. A su vez, una a una lo siguieron las demás, cada una ocupada por un padre con su hijo. Era un día hermoso, el aire fresco y puro parecía darnos vigor y el cielo azul, por el cual ocasionalmente cruzaba alguna nubecilla blanca, se agregaba a la belleza del lugar. El agua estaba clara y corría suavemente. Los majestuosos abetos y pinos, junto con el pasto y los arbustos, hacían que en cada recodo del río apareciera un nuevo paisaje de enorme belleza. Los primeros dieciséis kilómetros fueron tan agradables que la mayor parte del temor y la preocupación se alejó de nosotros.

Al mirar hacia adelante pudimos ver otro arroyo que desembocaba en el río. Empezamos a observar algunos remolinos, lo que nos hizo estar más alerta al aproximarnos al empalme de ambos ríos. De pronto se sintió un grito de júbilo adelante: “¡Miren el alce!” Yo quise verlo y me incliné hacia un lado, pero sólo pude dar un vistazo a sus grandes y aplanados cuernos en el momento de caer de cabeza dentro del agua.

El agua estaba fría y las rocas eran duras. Luché por llegar a la superficie mientras miles de pensamientos se agolpaban en mi mente: “¿Dónde está mi hijo David? ¿Cómo encontraré nuestra canoa? ¿Lograré encontrar mi remo?”

Mientras nadaba hacia la orilla, pude divisar a David aproximándose a un banco de arena. Perdí el sombrero, la loción para protegernos, de las quemaduras de sol y los anteojos obscuros que llevaba en los bolsillos. Pero estaba feliz de haber salido de esas frías aguas y estar de regreso en la canoa para mantenernos juntos con el grupo.

Después de eso, podían haber gritado “¡Miren!” a mil alces, que nosotros no nos habríamos vuelto por nada; nuestra vista estaba fija hacia adelante. Viajamos kilómetros por rápidos y aguas turbulentas, pero los salvamos todos sin problemas. No mirábamos ni a izquierda ni a derecha. Uno de los rápidos era tan peligroso que dio vuelta una canoa cuando sus tripulantes trataron de esquivarlo. El padre era más pesado que su hijo de dieciséis años y estaba situado en la parte posterior; no tenían la intención de hacer perder el equilibrio de la canoa, pero lo hicieron, e igual resultaron empapados. ¡No basta con la intención!

El Señor ha dicho:

“Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis”. (D. y C. 82:10.)

Sí, no basta con la intención.

En otra ocasión, cuando Josué fue puesto como líder de Israel para reemplazar a Moisés, quien había sido relevado, el Señor le dio la clave al decirle:

“Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé. . . .

Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas.” (Josué 1:5, 7)

Lo que le dijo a Josué fue que actuara de acuerdo con “toda la ley” (cursiva agregada).

En otra ocasión, en el caso de los jóvenes guerreros de Helamán, su éxito se debió a esta misma clave.

“Sí, y obedecieron y procuraron cumplir con exactitud toda orden; sí, y les fue hecho según su fe. . .” (véase Alma 57:21).

“Obedeciendo con exactitud toda orden.” La clave para su éxito fue obedecer con exactitud toda orden. Sí, si vamos a utilizar los poderes del cielo, no basta con la intención.

Por lo tanto, debemos obedecer con exactitud toda orden. Recordad las palabras del Señor:

“Yo, el Señor, estoy obligado cuando hacéis lo que os digo; mas cuando no hacéis lo que os digo, ninguna promesa tenéis.” (D. y C. 82:10.)

En realidad lo que debemos hacer es obedecer la ley, ¡no basta con la intención!

Si anteponéis los placeres a Dios, si rebajáis vuestras normas para ponerlas de acuerdo con las demandas populares del mundo, preguntaos si esto complace a Cristo. Preguntaos si tal retrogradación os acercará más al propósito de la vida, que es el de llegar a ser iguales al Salvador.
Élder Mark E. Petersen

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