No tenemos por qué temer la venida de Cristo

Marzo de 1979
No tenemos por qué temer la venida de Cristo
Por el presidente Gordon B. Hinckley
Consejero en la Primera Presidencia

Gordon B. Hinckley(Tomado de un discurso pronunciado en la Universidad Brigham Young, en marzo de 1979.)

Recientemente, una noche en que tenía unas horas libres, me puse a mirar programas de noticias en televisión. Todos mostraban los conflictos, las aflicciones y la opresión que hay en el mundo.

Después de apagar el televisor, pasé junto al piano y tomé de allí el himnario, en el que me detuve a leer las palabras tan especiales que escribió Parley P. Pratt hace muchos años, y que parecen un eco de mis propios sentimientos:

¡Oh Rey de Reyes,
ven en gloria a reinar!
Con paz y tu sostén,
tu pueblo libertar.
Ven tú, al mundo a morar,
a Israel a congregar.
Da fin a la maldad que
en el mundo hay,
y danos la verdad
que santos alcen hoy.
En cánticos, feliz refrán,
tu reino bienvenida dan.
(Himnos, 94.)

Entre los acontecimientos que sé con seguridad que sucederán está el hecho de que el Señor vendrá nuevamente.

En el vestíbulo del edificio de las Oficinas Generales de la Iglesia, en una de las paredes hay un hermoso y enorme mural que representa al Señor resucitado dando instrucciones finales a once de sus Apóstoles. Fue cuando les habló en cuanto a la responsabilidad futura que tendrían de llevar el evangelio a toda nación, tribu, lengua y pueblo. (Véanse Mateo 28:16-19; Marcos 16:14-16.)

“Y habiendo dicho estas cosas, viéndolo ellos, fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos.

“Y estando ellos con los ojos puestos en el cielo, entre tanto que él se iba, he aquí se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas,

“Los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir. . .” (Hechos 1:9-11.)

Sé, además, que cuando venga por segunda vez vendrá en toda su gloria, estableciéndose así un contraste con la forma en que vino en el meridiano de los tiempos. La primera vez, El, que era el grandioso Jehová, el Creador de la tierra y el Dios que había hablado a los profetas de antaño, condescendió a nacer en un pesebre, en Belén de Judea. El “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Isaías 53:3), recorrió los polvorientos caminos de Palestina, se entregó en manos de hombres malvados y fue crucificado en la colina llamada Gólgota.

En nuestra dispensación, el Señor ha declarado:

“Porque he aquí, de cierto, de cierto te digo, que la hora está próxima cuando vendré en una nube con poder y gran gloria.

“Y será un día grande al tiempo de mi venida, porque todas las naciones temblarán.

“Pero antes que venga ese día grande, el sol se obscurecerá y la luna se tornará en sangre; y las estrellas se negarán a brillar y algunas caerán; y grandes destrucciones esperan a los malvados.” (D. y C. 34:7-9.)

Hay una frase en este {pasaje que me intriga: “Todas las naciones temblarán”. El hombre en su arrogancia y las grandes naciones con su ostentación de poder piensan que son invencibles. Pero sus líderes no han leído suficientemente bien las lecciones de la historia.

Hace más de cuarenta años, cuando yo era misionero en las Islas Británicas, era la época del predominio del Imperio Británico; entonces podía decirse que el sol nunca se ponía sobre el suelo inglés y que la bandera británica flameaba en una cuarta parte del mundo. La paz mundial dependía del Imperio Británico.

Ahora, el Imperio Británico ha desaparecido; lo que eran sus colonias son naciones independientes, y el poderoso león rugiente de otros tiempos está viejo, débil y enfermo.

Me resulta muy fácil comprender que las naciones han de temblar cuando el Hijo de Dios venga nuevamente, esta vez para reclamar su reino, porque cuando ese día llegue y. . .

“. . . el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria,

“y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos.” (Mateo 25:31-32.)

Ese juicio no será sólo para las naciones, sino también para las personas.

“He aquí, el tiempo presente es llamado hoy hasta la venida del Hijo del Hombre; y en verdad, es un día de sacrificio y de requerir el diezmo de mi pueblo, porque el que es diezmado no será quemado en su venida.

“Porque después de hoy viene la quema -esto es, hablando según la manera del Señor- porque de cierto os digo, mañana todos los soberbios y los que hacen maldad serán como rastrojo; y yo los quemaré, porque soy el Señor de las Huestes; y no perdonaré a ninguno que se quede en Babilonia.” (D. y C. 64:23-24.)

Hace algunos años un hermano dijo que el pago del diezmo es un “seguro contra incendios”; esta comparación causó risa. Y, sin embargo, el Señor ha hablado claramente con respecto a que aquellos que no obedecen los mandamientos y las leyes de Dios serán quemados en el momento de su venida; ése será un día de juzgar y de tamizar, un día de separar lo malo de lo bueno. Personalmente, opino que no ha ocurrido en toda la historia de la tierra ningún acontecimiento tan terrible como será el día de la Segunda Venida; ninguno que desate de tal forma las fuerzas destructivas de la naturaleza; ninguno de tan tremendas consecuencias para las naciones de la tierra, ni tan aterrador para los malvados, ni tan maravilloso para los justos.

Será un día de enorme terror, de grandes cataclismos, de “lloros y. . . crujir de dientes”, de arrepentimientos tardíos, y de clamar la misericordia del Señor. Pero, para los que sean encontrados sin mancha en aquel juicio, será un día de acción de gracias porque el Señor vendrá con sus ángeles y con los Apóstoles que lo acompañaron en Jerusalén, y con muchos de los que hayan resucitado ya. Más aún, los justos “saldrán, porque serán abiertos sus sepulcros” (D. y C. 88:97). Entonces comenzará el gran Milenio, el período de mil años durante el cual Satanás permanecerá atado y el Señor reinará sobre su pueblo. ¿Podéis imaginar la belleza y maravilla de esa época en la que el adversario no tendrá influencia sobre las personas? Pensad en la influencia que ejerce en nosotros ahora, y en la paz de los días en que estemos libres de ese poder. Entonces habrá calma y beatitud donde ahora reinan la contención y la maldad.

Sé que sabéis esto y mucho más; todas estas verdades se encuentran en las Escrituras; pero me he sentido inspirado a repetirlas como un recordatorio de la fe y la certeza que tenemos de estos acontecimientos por venir. El saber cuándo ocurrirán haría que descuidáramos gran parte de la autodisciplina que necesitamos para obedecer constantemente los principios del evangelio.

La mayoría de nosotros raramente pensamos en los acontecimientos del Milenio, y quizás sea mejor así. Ciertamente, no hay ningún objeto en especular con respecto al día y la hora en que sucederán. En lugar de ello, tratemos de vivir cada día en tal forma que, si el Señor viene mientras todavía estamos en la tierra, seamos dignos de ser cambiados “en un abrir y cerrar de ojos” (D. y C. 43:32), cambio por el cual seremos convertidos en seres inmortales. Pero si hemos de morir antes de que El venga, y hemos vivido de acuerdo con sus enseñanzas, entonces nos levantaremos en la mañana de la primera resurrección y participaremos de las maravillosas experiencias prometidas a aquellos que vivan y trabajen con el Señor en el Milenio.

No tenemos por qué temer el día de Su venida. El propósito de la Iglesia es darnos el incentivo y la oportunidad de vivir de tal manera que todos los que somos miembros del reino de Dios lleguemos a ser miembros del reino de los cielos cuando Él lo establezca en la tierra. Quisiera hacer algunas sugerencias que pueden ayudamos a lograrlo.

El profeta Miqueas dijo:

“Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios.” (Miqueas 6:8.)

En esa simple declaración hay suficiente para un largo sermón. Pero hablaré solamente de un punto: “amar misericordia”. Como ejemplo de esto, quisiera citar parte de una carta que recibí de una joven que, como presidenta de la Sociedad de Socorro, está dedicada a “amar misericordia”.

“Ayer pasé gran parte del día en la tarea de recoger provisiones de bienestar y llevarías a sus destinatarios. Uno de los dos casos de los que tuve que encargarme es realmente trágico. Se trata de una hermana que hace unos años estuvo en un incendio y sufrió daños muy graves en toda la cabeza; desde entonces se ha sometido a una serie de operaciones de cirugía plástica, y todavía tiene una cantidad de ganchos de metal uniendo el cuero cabelludo. Es divorciada, y para poder mantenerse junto con su hijita de cuatro años, trabaja en cualquier cosa que pueda conseguir aquí y allí. Esta situación tendrá que continuar hasta que termine la serie de operaciones, y pueda volver a los estudios y recibir su título de experta en nutrición. Como no tiene auto, se traslada a todas partes en bicicleta, lo cual es un sacrificio, teniendo en cuenta que ésta es una ciudad grande y con mucho tráfico. Ha andado en esa bicicleta todo el invierno, llevando a su niña, recorriendo a veces enormes distancias para ir a un trabajo insignificante y mal pagado.

“Hace una semana, resbaló en el hielo con la bicicleta y se golpeó la cabeza, sufriendo una conmoción cerebral. No permitió que la llevaran al hospital porque no tenía dinero para pagarlo; así que se quedó en el apartamento, sufriendo terriblemente, hasta que su hermana lo supo y le consiguió asistencia médica. La madre no pudo ayudarle mucho. Dio la casualidad de que en esos días la visitó el maestro orientador y descubrió la situación en que se hallaba. Cuando yo fui a visitarla, me encontré con que no tenía alimentos, le faltaba la insulina para tratarse la diabetes, y no disponía de un solo centavo. Inmediatamente fui a llevarle provisiones y los medicamentos que le hacían falta. ¡Qué privilegio éste de servir a alguien que tanto lo necesita!”

“Amad misericordia”, obedeced el mandamiento del Señor de dar de vuestros bienes a los pobres (véase D. y C. 42:30-31) para la obra de este reino. Deseo ahora relataros el testimonio que oí de un hombre que había sido pobre cuando niño, pero que en su edad avanzada gozaba de un buen pasar.

“Recuerdo que cuando era un muchachito, solía echarme boca arriba en el sembrado de alfalfa, mordisquear una brizna de hierba y mirar al cielo preguntándome dónde estarían las ‘ventanas de los cielos’ (véase Malaquías 3:10) de las que mis padres tanto hablaban. No las podía ver entre las nubes, pero pensaba que tenían que estar en alguna parte de aquella bóveda azul. Y me preguntaba también cómo podrían abrirse para que yo pudiera comprarme mi uniforme de Boy Scout, y tener un poni y una bicicleta. Nunca pude obtener estas cosas; pero he llegado a comprender cómo se abren las ventanas de los cielos al recibir yo mismo los beneficios de la bondad y generosidad de los amigos y vecinos de este barrio en que vivimos.”

Finalmente, y con referencia a este tema en general, citaré unas palabras más de revelación; unas palabras de mandamiento, seguidas por otras que contienen una promesa.

El mandamiento: “. . .deja que la virtud engalané tus pensamientos incesantemente. . .”

La promesa: “. . .entonces tu confianza se hará fuerte en la presencia de Dios. . .» (D. y C. 121:45.)

He pensado mucho en esa declaración. He tenido el privilegio de conocer a algunos de los presidentes de los Estados Unidos, así como a líderes gubernamentales, dirigentes y gobernadores de otros países, y sé que se siente uno seguro al poder pararse con confianza-frente a hombres tan importantes. Y al darme cuenta de eso, también be pensado en lo maravilloso que será si un día puedo pararme con la misma confianza en la presencia de Dios.

El Señor continúa:

“El Espíritu Santo será tu compañero constante, y tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás.” (D. y C. 121:46.)

Y me gustaría agregar: que estén en vigencia todas estas bendiciones incluso cuando el Señor venga en el gran día de la destrucción y la separación de malos y buenos.

Mis hermanos, de todo esto testifico, apoyándome en la palabra revelada del Señor. Y humildemente ruego que cada uno de nosotros pueda vivir en forma tal que no tenga por qué temer ni preocuparse con respecto al “gran y terrible” día de la venida del Señor. Que Dios nos bendiga en nuestra búsqueda de la verdad, la paz y la fortaleza, lo ruego en el nombre de Aquel que sin duda vendrá en una hora que desconocemos, pero cuya venida es tan real y certera como la aparición del sol por las mañanas, en el nombre de Jesucristo. Amén.

Esta entrada fue publicada en Sin categoría y etiquetada . Guarda el enlace permanente.

Deja un comentario