Noviembre de 1982
¡Hoy mismo!
Por el élder Derek A. Cuthbert
Del Primer Quórum de los Setenta
Hazel, nuestra hija adolescente, tiene un letrero en la pared de su dormitorio que contiene un mensaje sencillo pero vital: “Hoy es el primer día del resto de tu vida”, posiblemente una aseveración bastante exacta, pero que bien podríamos examinar y meditar dentro del contexto del evangelio.
El día de hoy es como una encrucijada, un punto crucial en el cual se divide nuestra vida entre el pasado y el futuro. Si nuestro pasado no ha estado en armonía con el Señor, pero nos arrepentimos y hoy somos personas diferentes, Él no lo recordará. Por el contrario, si nuestro pasado está lleno de buenas obras —servicio en el sacerdocio, servicio caritativo, servicio en el campo misional— en nada nos beneficiará si hoy no somos fieles.
Es la manera en que nos comportamos hoy en pensamientos, palabras, obras e intenciones lo que en verdad determina al lado de quién estamos. El Señor ha hecho hincapié en esto continuamente por medio de los profetas de la antigüedad y de los de esta última dispensación. Por intermedio de Ezequiel proclamó:
“La justicia del justo no lo librará el día que se rebelare. . .
“Y cuando el impío se apartare de su impiedad, e hiciere según el derecho y la justicia, vivirá por ello.” (Ezequiel 33:12, 19.)
En los últimos días hemos recibido la misma promesa por medio del profeta José Smith:
“He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y, yo, el Señor, no los recuerdo más.” (D. y C. 58:42.)
El arrepentimiento, el cambio y la conversión deben acontecer hoy. ¿No somos todos acaso pecadores por comisión u omisión? ¿No fallamos todos en llevar a cabo lo que nuestro Padre Celestial espera de nosotros, sus hijos? Qué gran bendición es la de poder comenzar de nuevo, sin que el Señor tome en cuenta lo pasado. El apóstol Pablo dio un maravilloso consejo en cuanto a esta bendición cuando exhortó a los santos de Éfeso diciendo:
“. . . despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos,
“y renovaos en el espíritu de vuestra mente,
“y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24.)
Antes de ser llamado para servir como presidente de misión en 1975, formaba parte del atareado mundo de la industria y el comercio. Desde mi oficina se veían las puertas principales de un amplio complejo industrial en Inglaterra, con una extensión de 142 hectáreas. Con frecuencia veía cómo llegaban a la fábrica largos trenes cargados de petróleo y camiones colmados de celulosa en bruto. Luego, después de algún tiempo, veía cómo los vehículos llenos de lindas telas y de útiles objetos de plástico se abrían paso hacia almacenes, tiendas y hogares. El milagro de la conversión había ocurrido, y la materia prima había sido transformada en bellos productos.
Lo mismo debería acontecer con cada uno de nosotros, ya que hemos sido dotados de materias primas preciosas. Cerebro y espíritu, energía y talento, espacio y tiempo, todos estos elementos se encuentran dentro de nuestra mayordomía. Nuestro bondadoso Padre Celestial no nos los ha proporcionado únicamente para que los enterremos, sino para que mejoremos nuestra vida usándolos y los multipliquemos cinco o diez veces más. ¿Cuál será el producto de nuestra vida? Tal vez el proceso individual de nuestra conversión haya sido ineficaz en el pasado. Hagámoslo hoy más eficaz, utilizando mejor nuestro tiempo y energía, y empleando en forma más productiva nuestro talento, inteligencia y esfuerzo.
Siempre que he visto las majestuosas cataratas del Niágara, me he maravillado ante el tremendo potencial de energía en espera de ser liberada hacia el desfiladero de 60 metros de altura, en forma de una cascada por lo cual fluyen 132 millones de litros por minuto. Una vez desatado, dicho potencial de cinco millones de caballos de fuerza bendice la vida de muchas personas con luz y electricidad. Cada uno de nosotros tiene un poder similar de bendecir y alumbrar, de mejorar y progresar, de desarrollar talentos y producir una vida magnífica. ¿Cuál es el secreto? Es la conversión, el cambio, la superación, el triunfo, el comenzar de nuevo, el alargar nuestro paso, el hacer el día de hoy mejor que el de ayer. Todo esto es esencial para nuestro progreso eterno; no obstante, muchos de nosotros tendemos a ser un poco apáticos y letárgicos cuando se trata del progreso espiritual y de obtener cualidades que nos harán parecemos a Cristo. Aun cuando fijamos metas personales para desarrollar algún atributo en particular, actuamos como si tuviéramos todo el tiempo del mundo para lograrlo.
Necesitamos damos cuenta de que el tiempo apremia, de que debemos hacer las cosas ahora, porque es posible que sólo tengamos el día de hoy. A través de los años, y especialmente mientras servía como misionero en Escocia, les he hecho a muchas personas la siguiente pregunta: “Si hoy fuera el último día de su vida, ¿qué haría con él?” Ya sea que estemos investigando la Iglesia o que hayamos sido miembros por mucho tiempo, que seamos jóvenes o no tan jóvenes, deberíamos considerar esa pregunte porque nos ayuda a planteamos lo siguiente: “En realidad, ¿qué debería yo estar haciendo?
¿Qué tiene mayor valor para mí? ¡Es tan importante poner las cosas en orden de prioridad en nuestra vida!
“Porque he aquí, esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios. . .
“. . . entonces viene la noche de tinieblas en la cual no se puede hacer nada.” (Alma 34:32-33.)
La verdad es que no nos queda mucho tiempo.
Una de las peticiones que, como habitantes de la tierra, se nos han hecho en las últimas décadas ha sido que debemos conservar nuestros recursos naturales y usarlos sabiamente. La conservación de nuestra materia prima más escasa —el tiempo— será uno de los grandes beneficios de poner nuestras actividades en orden de prioridad. Al comenzar el día es conveniente escribir una lista de diez cosas que nos gustaría lograr ese día. Esto, a la par de nuestro esfuerzo por ser puntuales y dignos de confianza, nos ayudará a desperdiciar menos el tiempo y a eliminar muchas frustraciones.
Hace dieciocho años, durante mi primera visita a una conferencia general en calidad de nuevo presidente de estaca, aprendí una valiosa lección en cuanto a la puntualidad. Quería visitar todas las dependencias de la Iglesia, que en ese entonces estaban dispersas por una extensa zona de Salt Lake City. Sobre todo tenía el deseo ferviente de conocer al presidente David O. McKay. Pregunté si sería posible ver al Profeta por unos minutos y me sentí muy dichoso cuando me pidieron que regresara a la 1:30 de la tarde, pues se me iba a conceder ese gran privilegio. Mi corazón rebosaba de felicidad aquella mañana al hacer otras visitas; el tiempo pasó volando.
De pronto miré mi reloj y me asusté al ver que era casi la hora de la tan esperada cita. Prácticamente corrí al Edificio de Administración de la Iglesia, y llegué agitado y sin aliento. Imaginaos lo que sentí cuando me dijeron: “Por llegar un minuto tarde es posible que haya perdido una gran oportunidad”. Aquellas palabras todavía resuenan en mis oídos, a pesar de que sí pude conocer al presidente McKay en aquella ocasión.
A veces aparece en mi mente la imagen del reloj de una iglesia de Nottingham, mi ciudad natal en Inglaterra. En la esfera de dicho reloj está escrita como un desafío la siguiente invitación: “Es la hora de buscar al Señor”. El niño mira al reloj y espera que las manecillas nunca señalen la hora de ir a acostarse. El joven muy a menudo sale a divertirse y al volver se da cuenta de que lo ha pasado mal; las manecillas del reloj no le preocupan excesivamente, ya que hay mucho tiempo por vivir, o al menos eso piensa. El anciano en el crepúsculo de la vida desea que todavía haya más tiempo para terminar las cosas que han quedado sin finalizar. En realidad, todos estamos en el crepúsculo de esta vida, puesto que la venida del Señor se acerca. Sí, hoy es el primer día del resto de tu vida, pero… y si fuera el último día, ¿qué harías con él? Obrad a la luz del sol con fervor, obrad con paciencia y tierno amor. . .
Obrad, obrad hoy por Jesús,
mañana es tarde, hoy sólo hay luz.
(Himnos de Sión, 238.)
























