Junio de 1983
¿Es esto todo lo que podemos hacer?
Por el Presidente Spencer W. Kimball
No creo que haya ningún hogar que no sea vivificado cuando el espíritu de la obra misional pasa a formar parte de la vida familiar.
Una vez más siento la fuerte impresión de que debo volver a preguntaros: ¿Está cada uno de nosotros haciendo todo lo posible por llevar el evangelio a los habitantes de la tierra que el Señor ha puesto dentro de su alcance? ¿Es esto todo lo que podemos hacer?
Siento que hay todavía algunas personas que no han comprendido la urgencia de esta obra. No obstante, el apremio existe, es una realidad, y el Espíritu lo renovará en el corazón de to-dos aquellos que pidan ayuda a Dios con respecto a Su obra.
«He aquí, el campo blanco está ya para la siega; por tanto, quien quisiere cosechar, meta su hoz con su fuerza y siegue mientras dure el día, a fin de que atesore para su alma la salvación sempiterna en el reino de Dios.» (D. y C. 6:3.)
El Señor también nos ha aconsejado:
“Pues si queréis que os dé un lugar en el mundo celestial, debéis prepararos, haciendo lo que os he mandado y requerido.” (D. y C. 78:7.)
¿Hay alguien en; la Iglesia que no conozca el llamado del Señor para que cada miembro sea misionero? ¿Existe en la iglesia alguna familia que no sepa, de la necesidad de que haya más misioneros?
La responsabilidad que tenemos de llevar el evangelio a todas las naciones es divina. Necesitamos más misioneros. Necesitamos más matrimonios preparados para salir en una misión. Es necesario que haya aún más jóvenes que den un paso, adelante para que asuman su debida responsabilidad y puedan gozar del privilegio y las bendiciones qué el Señor tiene para sus siervos en la obra, misional. ¡Cuánta fortaleza recibiríamos si todos los muchachos de la Iglesia se prepararan para la obra del Señor!
Los miembros de la Iglesia respondieron fielmente al llamado que se les hizo hace algunos años, y nuestras filas misioneras se duplicaron en número, Pero ahora nuevamente necesitamos alargar el paso y apresurar la marcha, y esperamos que así sea y que podamos avanzar con renovada fortaleza para cumplir el mandamiento del Señor.
Quisiera que pudiéramos inculcar más eficazmente en el corazón de todo miembro de la Iglesia la comprensión de que si una persona tiene la edad requerida para ser miembro, tiene la edad requerida para ser misionero y no necesita ser apartada especialmente con ese fin, Todos tienen la obligación y el llamamiento de llevar el evangelio a aquéllos que están a su alrededor.
Queremos que todo hombre, mujer y niño, asuma esta justa y legítima responsabilidad. Es fundamental que así sea, pues ésta es la justicia del evangelio: Recibimos sus bendiciones, y luego las compartimos con otras personas.
Ya sé que todos estamos muy ocupados, pero tened en cuenta que el Señor no nos dijo: “Si te es conveniente, ¿podrías; por favor, considerar la idea de predicar el evangelio?» No, sino que Él ha dicho: “Aprenda, pues, todo varón su deber…’’ y “He aquí… conviene que todo hombre que ha sido amonestado, amoneste a su prójimo» (D. y. C. 107:99; 88:81).
Debemos recordar que Dios es nuestro aliado en esta empresa. Él es nuestra fuente dé ayuda y nos abrirá el camino, porque el mandamiento salió de Él.
A veces nos sentimos tentados, como. Habacuc, a lamentarnos: “¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré…?» porque hay muchos que no nos escuchan. Pero entonces debemos recordar la respuesta que el Señor le dio: “…haré una obra en vuestros días, qué aun cuando se os contare, no la creeréis.” (Habacuc 1:2, 5.)
El día de llevar el evangelio a más lugares, a una cantidad aun mayor de personas, ha llegado ya. ¿Estamos listos para obedecer el llamado? Debemos repetir con Nefi:
“Iré y haré lo qué el Señor ha mandado, porque sé que él nunca da mandamientos a los hijos de los hombres, sin prepararles la vía para que puedan cumplir lo que les ha mandado.» (1 Nefi 3:7.)
Debemos empezar a pensar en nuestro deber antes que en nuestra conveniencia. Creo que ha llegado el momento en que el sacrificio se ha convertido en un elemento fundamental en la Iglesia. Cuando Brigham Young y Heber C. Kimball fueron en una misión a Inglaterra, ambos estaban enfermos y en condiciones de extrema pobreza; aun así aceptaron el llamamiento. El día que debían partir, Brigham Young estaba tan enfermo que cayó y no se podía levantar; su compañero trató de ayudarlo, pero él mismo estaba tan débil que no pudo y tuvo que llamar a otro hermano que pasaba por la calle para que lo hiciera. A pesar de todo esto, al día siguiente ambos se encontraban en camino a cumplir su misión.
Como ya lo he dicho, repito que debemos aumentar nuestra devoción a la obra que tenemos para hacer. Hay una gran cantidad de personas en el mundo que tienen hambre del Señor y su palabra, tienen sed por relacionarse con El y su obra, pero no saben exactamente qué buscar para calmar esa hambre y esa sed; nosotros tenemos la responsabilidad de procurárselo.
Hay algo que todos podemos hacer para adelantar, esta obra: Todos podemos unirnos en serias y devotas suplicas a nuestro Padre Celestial para que abra las puertas de las naciones al evangelio y ablande el corazón de las personas, a fin de que los misioneros y cada uno de nosotros podamos enseñar el mensaje a todos los que lo necesitan y lo quieren recibir.
Pienso que el Señor ha puesto entre nuestros amigos y conocidos muchas personas que están listas para entrar en su Iglesia. Os pedimos que tratéis de reconocer a esas personas por medio de la oración y solicitéis la ayuda del Señor para presentarles el mensaje del evangelio. Y si no se os ocurre nada mejor que decir, podéis dar testimonio de que Dios vive, porque éste es el testimonio más importante del mundo. Una conversación en la que expliquéis cómo llegasteis a ese conocimiento, lo que significa para vosotros y lo que puede llegar a significar para otras personas es una acción que representa un fuerte testigo para el Señor.
Algunos de ésos serán conocidos “de paso», mientras que otros serán amistades que habéis nutrido y cultivado porque sentís por ellos un sincero interés y cariño.
Con todas las oportunidades que tenemos. ¿Por qué habríamos de temer? Ciertamente, el evangelio es «poder de Dios para salvación» (véase D. y C. 68:4), y toda persona lo necesita. El renovará a todo aquel que lo acepte. A medida que lo vivan, los transformará, porque aquellos que lo reciben en lo profundo de su corazón no pueden seguir siendo como eran. Y toda persona, familia, nación y pueblo que abra su corazón al evangelio recibirá increíbles bendiciones de gozo y paz, y vida eterna si acepta y pone en práctica sus enseñanzas.
Repito, ¿por qué habríamos de temer? Compartir el mensaje evangélico brinda paz y gozo a nuestra vida, aumenta, nuestra capacidad de amar a los demás y preocuparnos por su bienestar, aumenta nuestra propia fe, fortalece, la relación que tenemos con el Señor y mejora nuestra comprensión de sus verdades. Quizás nosotros recibamos más aún que aquellos con quienes lo compartimos.
No creo que haya ningún hogar que no sea vivificado cuando el espíritu de la obra misional pasa a formar parte de la vida familiar. Sentimos el deseo de gozar de buena salud a fin de poder servir constantemente, de administrar nuestra economía para poder ayudar a los demás, de aprender mejor el evangelio a fin de que nuestro testimonio sea más eficaz, de estar en armonía con el Espíritu para que Él nos guíe continuamente con su inspiración. Pero es necesario que nos preparemos para recibir estas bendiciones, que nos preparemos para ser misioneros diariamente. Preparémonos también para el día en que podamos ir en una misión nosotros mismos o ayudar a otra persona a hacerlo…
Ya he dicho antes que necesitamos más misioneros que estén preparados por su familia y por las organizaciones de la Iglesia. Nuestros jóvenes deben recibir capacitación para sentir el deseo de ir en una misión, no porque lo consideren una obligación, sino porque quieran ir. Es cierto que se trata de un deber de todo joven, pero en primer lugar deben sentir el deseo de hacerlo por otras personas, por nuestro Padre Celestial y por sí mismos.
Es bueno que los padres comiencen a preparar a sus hijos a temprana edad inculcándoles el espíritu de ahorro; que también les inculquen el deseo de estudiar las Escrituras y orar, y la costumbre de observar el efecto que tiene el evangelio en su vida y en la vida de aquellos que les rodean. Que aprendan a sentir el espíritu del servicio en sus años formativos y que tengan la experiencia de analizar con otras personas el gozo que el mensaje del evangelio ha llevado a su vida. Que puedan utilizar las clases de seminario e instituto como capacitación y fuente de conocimiento espiritual sumamente valioso. Que se preparen viviendo en forma limpia y digna y sintiendo de todo corazón el deseo de ayudar al Señor a llevar Su mensaje a todos los que estén preparados para recibirlo.
Sí nos preparamos de esta manera, recibiremos muchas bendiciones y recompensas espirituales y muy pronto todo lo que hagamos se convertirá en un hábito. Lo mismo que decimos de la preparación personal y familiar tiene aplicación en el quórum, el barrio o la rama. No hay nada que tenga un efecto más eficaz en el quórum o grupo del sacerdocio que el convertirnos en un elemento vital en el hermanamiento y lograr que alguien se sienta parte importante de la Iglesia. El gozo, la hermandad y el amor entre las personas que lo hacen se ven aumentados muchas veces. Como lo dijo el profeta José Smith:
“Hermanos, ¿no hemos de seguir adelante en una causa tan grande? Avanzad, en vez de retroceder. ¡Valor, hermanos; e id adelante, adelante a la victoria! ¡Regocíjense vuestros corazones y llenaos de alegría! ¡Prorrumpa la tierra en canto!” (D. y C. 128:220
Y el Señor dijo:
“Porque Sión debe aumentar en belleza y santidad; sus fronteras se han de ensanchar; deben fortalecerse sus estacas; sí, de cierto os digo, Sión se ha de levantar y. vestirse de sus ropas hermosas.” (D. y C. 82:14.)
Contemplamos con esperanza el día en que Sión se levante en toda su gloria, pero el Señor nos recuerda; «Pero primero hágase mi ejército muy numeroso…” (D. y C. 105:31.)
Y mientras nos encontramos embarcados con entusiasmo y energía en la tarea de aumentar las filas del Señor, también recordemos la profecía de Brigham Young:
«El reino continuará creciendo, aumentando, extendiéndose y prosperando cada vez más, Cada vez que sus enemigos traten de destruirlo, se hará más poderoso y más extenso; y en lugar de disminuir, continuará avanzando y será cada vez más maravilloso y sobresaliente antelas naciones hasta que llene toda la tierra,» (Journal of Discourses, 1:203.)
El profeta José Smith declaró con toda claridad:
«. . .ninguna mano impía puede detener el progreso de la obra. Podrán acosarnos las persecuciones, las muchedumbres combinarse y reunirse los ejércitos; podrán difamarnos con calumnias, pero la verdad de Dios progresará valiente, noble e independiente, hasta que haya penetrado en todos los continentes, visitado todos los climas, extendido por todo país y resonado en todos los oídos, hasta que los propósitos de Dios sean logrados y el gran Jehová proclame que la obra se ha cumplido.” (History of the Church, 4:540.)
Nuestra gran necesidad, nuestro gran llamamiento, es llevar a la gente de este mundo el conocimiento que, como, una lámpara, ilumine su camino y la saque de la oscuridad al gozo, la paz y las verdades del evangelio.
Creo que no debemos cansarnos de hacer lo bueno. Creo que es tiempo de que volvamos a hacernos la pregunta: ¿Qué puedo hacer yo para ayudar a llevar el evangelio a los habitantes de este mundo?
























